También se encuentran en su círculo cultural la actriz Rosa María Sardá, encargada de amenizar el acto del vigésimo aniversario de la victoria socialista en la plaza de Vista Alegre de Madrid; el director Fernando Trueba; la ex presidenta de la academia de Cine Aitana Sánchez-Gijón —Zapatero la llegó a proponer ir en las listas del PSOE— o los Bardem, el clan familiar que escenificó el rechazo del mundo de la cultura a la guerra de Irak; y el pintor, escultor y escritor madrileño Eduardo Arroyo, cuyo retrato de Felipe González cuelga de la pared del despacho de Rodríguez Zapatero en la sede socialista de Ferraz.
Y en las elecciones de 2008 consiguió el apoyo de intelectuales y artistas en la efectiva campaña de la «zeja», con un vídeo electoral en el que participaron, entre otros, el cantante Fran Perea, Víctor Manuel, Ana Belén y Joaquín Sabina. Entre las preferencias literarias del leonés se encuentran Juan José Millás, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Luís García Montero, casado con la escritora Almudena Grandes. Cuando escribo estas líneas Pilar Bardem ha dicho a la prensa que a quien diga que ella pertenece a la «zeja» le mata. Y Joaquín Sabina, que promocionó la «zeja», en una entrevista concedida a TVE explicaba que se arrepentía de haber participado, y que si le volvían a invitar diría «que había quedado con una chica».
Como se recordará, tanto Sabina como Javier y Pilar Bardem se convirtieron, por su potencial mediático, en líderes del movimiento «no a la guerra», una de las mayores oleadas de contestación social en la historia reciente, en la que participaron, entre otros, los cineastas Pedro Almodóvar, Alberto San Juan y Guillermo Toledo.
Las diferencias entre Zapatero y este grupo de artistas que le habían mostrado sus simpatías abiertamente se concretaron a finales de octubre de 2009, cuando trescientos de estos cineastas, músicos y escritores suscribieron un manifiesto solicitando al presidente del Gobierno que desarrolle una política más progresista.
Presentado en el Círculo de Bellas Artes, en el documento aparecían los nombres de Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Ana Belén, Víctor Manuel, Luís Eduardo Aute, o Miguel Ríos, que explicó durante el acto de presentación que «hoy, no votaría a Zapatero».
Aunque el texto no contenía ninguna referencia expresa al gobierno o a su presidente, su título, «Otra política y otros valores para salir de la crisis», ya daba bastantes pistas. Las críticas al ejecutivo se deslizaban a través de exigencias en torno a «reformas fiscales que garanticen la equidad, la solidaridad fiscal, sin paraísos ni privilegios para millonarios», poniendo fin a «la humillación cómplice ante los poderes económicos».
Todos los políticos se empeñan en ofrecer las fotos más seductoras mostrando su perfil más agradable. Así lo hace Zapatero y así lo practica Rajoy; así lo hicieron sus antecesores en la gobernación de España, José María Aznar y Felipe González. A veces las fotos no son mera propaganda, sino que responden a decisiones importantes del presidente del Gobierno. Con frecuencia se alían la excelencia de una decisión con la rentabilidad de la imagen que genera la acción. Un ejemplo es el diseño de su primer gabinete, en el que la mitad son mujeres, aunque ello signifique que la selección del gobierno de la nación no se decida entre los mejores.
Podría haber atendido a un criterio paritario, uno de los puntos esenciales de su ideología, aunque hubiera un hombre o una mujer más en razón de la idoneidad del gobierno. Para él la idoneidad del gobierno no era lo más importante, sino la foto. De hecho, esa norma no ha regido aguas abajo, en los cargos de los distintos ministerios con excepción del de Cultura, en el que Carmen Calvo, feminista radical, procedió a ello. Cuando en la primera crisis del gobierno Zapatero sitúa a Carme Chacón, embarazada, al frente del Ministerio de Defensa, no lo hace porque Carme no hubiera podido hacerlo mejor en otro departamento, sino porque sabía que la foto de una embarazada mandando las tropas daría la vuelta al mundo.
Similar criterio propagandístico es el que le lleva a crear un Ministerio de la Vivienda, un derroche al ser innecesario; así como el que le movió a inventar el departamento de Igualdad. Zapatero tiende a dar la idea de que resuelve problemas creando ministerios; lo que provoca con semejante expediente es la generación de problemas mayores, al incrementar burocracias y gastos públicos. La crisis le impidió fabricar un nuevo ministerio, el de Deportes, para capitalizar los éxitos conseguidos en el mundo por distintos deportistas españoles. Finalmente no se atrevió a cumplir su promesa, pero situó el deporte, que proporciona una imagen exitosa, dentro de la presidencia. Zapatero es pues el ministro del Deporte.
Hay otras fotos que hacen historia legítimamente, como la retirada de las tropas de Irak o, en el terreno económico, conseguir una silla para España entre los grandes en el G-20, clubes exclusivos que deciden el gobierno del mundo, un acierto reconocido noblemente por su adversario Mariano Rajoy.
Rodríguez Zapatero se empleó a fondo para conseguirlo y arriesgó mucho en ello. Como veremos en otro capítulo, el leonés es un hombre audaz y siempre está dispuesto a jugársela para probar su idoneidad. Su primera aparición en el G-20 se la consiguió, como recordará el avisado lector, Nicolás Sarkozy, cuando el francés presidía la Unión Europea. Antes he mencionado una filtración de la prensa francesa por la que supimos la opinión que el jefe del Estado francés tiene del presidente español. Pues bien, por otra filtración a los colegas galos sabemos que José Luís Rodríguez Zapatero le dijo al esposo de Carla Bruni: «Pídeme lo que quieras pero méteme en el G-20».
Cuando llega al gobierno hay quien no está de acuerdo con supeditarlo todo a la mercadotecnia:
—Lo más sólido de un político es su gestión —me dice un ex ministro—. Odio la palabra vender; en política no se debe vender nada. Simplemente hay que contar las cosas. Una cosa es que se utilicen las técnicas adecuadas, para que tu trabajo, tu compromiso, tu programa, lleguen a los ciudadanos y otra cosa es el
marketing
que puede envolver brillantemente una mentira. Por ese camino iremos de la democracia a la telecracia, donde las cosas, como en la tele, no tienen que ser verdad para que la gente compre… Si bien para la derecha hacer eso puede formar parte de su ideario, la izquierda debe hacer lo contrario. Puedo proporcionar un ejemplo delicioso que ilustra lo que vengo diciendo respecto a la importancia que Zapatero concede a la imagen sobre los grandes temas del trabajo fundamental del gobernante, incluido el Consejo de Ministros. Me refiero a cuando se escapó de la reunión del gobierno del viernes 28 de julio de 2006 para recibir a los niños que habían participado en la Ruta Quetzal.
Esta operación, que lleva realizándose desde hace 30 años por sugerencia del Rey Donjuán Carlos, está dirigida por el aventurero Miguel de la Quadra-Salcedo y patrocinada por el BBVA; consiste en un viaje que realizan 350 niños de 16 y 17 años procedentes de 50 países, durante mes y medio, por América y España, con el objeto de estudiar la cultura común. En la edición de 2006 el lema elegido era: «A las selvas de la Serpiente Emplumada. El mundo perdido de los mayas». A los niños ruteros les recibe el Rey cada año, pero en esta ocasión Miguel de la Quadra-Salcedo recibe el soplo de que Zapatero recibiría a los niños si se le solicita. De la Quadra-Salcedo llama a José Enrique Serrano, jefe de gabinete del presidente, para confirmarlo y éste así lo hace y le da una fecha: el próximo viernes. Miguel, el aventurero, lo comunica alborozado a los patrocinadores, pero éstos le hacen notar que está equivocado, que ese viernes se celebra el Consejo de Ministros. Miguel vuelve a llamar a Serrano y le confirman la cita. «Os recibe el viernes a la una a todos los niños de la Ruta». Y les recomienda que estén en palacio a las 12 de la mañana.
Y en efecto los niños se presentan a la hora acordada y forman en los jardines de palacio, donde soportan un calor implacable, pero todos están encantados. A la una en punto aparece el presidente con el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, y cuatro asistentes y se dirige a los niños: «Que os quede claro que he salido del consejo para recibiros». Se hace en primer lugar la foto oficial del presidente con todos los asistentes y luego anima a los niños a que hagan sus propias fotos. El presidente posa individualmente con todos los que se lo piden.
Terminada la sesión fotográfica dice: «Ahora vamos a tomar algo arriba, que aquí hace mucho calor». Todos suben a un salón en el que se habían preparado fantas, coca-colas y muchas patatas fritas. Pasa el tiempo y Zapatero sigue con los niños, sin prisa para regresar a la reunión del gobierno donde se está culminando el borrador definitivo de los Presupuestos Generales del Estado. Llega un momento en que Miguel, preocupado, le dice:
—Presidente, no queremos molestarte más, que sabemos que tienes que volver al consejo.
Pero Zapatero le tranquiliza:
—No te preocupes Miguel, que están con los presupuestos, que son un coñazo.
Lo primero es antes, como dice la copla, y lo primero no es la economía sino la foto. Un año después se desencadena la crisis económica más grave desde la Segunda Guerra Mundial y el presidente no da signos de darle la menor importancia. El no había llegado al poder para enfrentarse con crisis económicas, sino para hacer política; lo de la economía debía parecerle entonces una grosería. En cierta ocasión le confiesa a su profesor de Derecho Mercantil, José Manuel Otero, en la presentación de un libro de cuentos que el profesor había escrito: «Mira Manel, reconozco que me gustan más tus cuentos que la letra de cambio».
Los Presupuestos Generales del Estado, la ley básica de la política económica, y de la otra, le interesan poco. Dos años antes del asunto Quetzal, en el verano de 2004, se había encontrado con Carlos Solchaga, ministro de Hacienda con Felipe González, que le comenta para abrir la conversación:
—Ya estarás en la pelea de los presupuestos, tus primeros presupuestos. Y Zapatero responde muy tranquilo:
—No, Carlos, ya no hay peleas, esto no es como en tu tiempo, es mucho más fácil, pues una vez que te ponen un techo para los gastos se acabó la discusión; ahora de lo que se trata es de si compramos más cañones o más mantequilla; que quiere usted más en Defensa, pues menos en Educación.
Zapatero sentía ese alivio de no tener que arbitrar, como hacía González, entre la visión siempre dura, restrictiva, del ministro de Economía y Hacienda y las necesidades del titular de Educación o del de Sanidad.
—Mira, Carlos —remachó— al final todo el mundo tiene que aceptar que tenemos un techo…
Después el techo se lo pasaría por sus partes nobles, pero eso es otra historia.
Hay fotos que, por muy perecederas que se las suponga, marcan la historia. Las de Zapatero con Obama fueron conseguidas trabajosamente y tienen la relevancia que adquirieron las de José María Aznar con el presidente Bush. Aznar llevó más lejos de lo que la prudencia aconsejaba su apoyo a Estados Unidos en la invasión a Irak. Ambos han rendido pleitesía a sus respectivos ídolos, los emperadores del mundo. José María Aznar se equivocó porque la guerra era impopular para la mayoría de los españoles y porque se demostró que no existían armas de destrucción masiva. Por el contrario, la mejor baza de Zapatero ha sido la retirada inmediata de Irak. Sin embargo, son evidentes las coincidencias en las formas usadas por cada uno de los presidentes.
El leonés ha llegado tan lejos en las formas de devoción al nuevo emperador como las que mostró Aznar ante el anterior inquilino de la Casa Blanca. José Luís Rodríguez Zapatero no ha llegado a poner las piernas encima de la mesa ni a imitar el acento tejano, pero no ha mostrado la contención compatible con la dignidad nacional. En este país nuestro la gente tiene un sentido infalible para detectar el peloteo, y desde luego lo desprecia.
Hay frases que pasarán a la historia de los excesos, como aquella pronunciada por el socialista: «No preguntes qué puede hacer Obama por ti, sino qué puedes hacer tú por Obama». No pasaron desapercibidos los esfuerzos diplomáticos en una búsqueda desesperada de roces, encuentros o simples reconocimientos por parte del presidente español respecto al dirigente del imperio. Producía sonrojo tanta solicitud, tanta reverencia. Zapatero no supo apreciar que este país tiene un sentido muy refinado del ridículo y un sentimiento quizás excesivo de susceptibilidad histórica.
Todos los políticos se sirven de fotos y titulares, pero Zapatero lo hace con más empeño. Es el primer objetivo del anuncio de medidas y de la adopción de las mismas. Lo importante es acuñar una denominación atractiva, que «quepa en un titular», para determinados objetivos apreciables popularmente. Los ambiciosos objetivos raramente se cumplen, pero su incumplimiento se olvida, disfrazado por nuevos proyectos de enunciado estupendo.
Es lo ocurrido con las «cien medidas contra la crisis», el primer paquete lanzado por el gobierno, de las que difícilmente alguien se acordará de alguna; o con la Ley de Economía Sostenible, un refrito improvisado de normas inconexas, aunque ciertamente inofensivas; o las sucesivas propuestas para superar el atraso tecnológico hispano, como el «Ingenio 2010», o el proyecto «un ordenador para cada niño», o los incentivos para estudiar inglés. Como ejemplo chusco hay que recordar aquel plan tan brillantemente expuesto por la «vice» para desplegar un comando de eméritos por las empresas, del que nunca se supo nada.
Le llamaron y él acudió, muy consciente de la importancia que para L su futuro político representaba la actitud que adoptara el grupo mediático más influyente del país sobre su persona. No ignoraba que Jesús Polanco jugó un papel muy importante en el gremio socialista, entre el que repartió bendiciones o maldiciones. Apoyó a Javier Solana, a José María Maravall, a Alfredo Pérez Rubalcaba y a Carlos Solchaga, y movió el puño con el pulgar hacia abajo con Barrionuevo y Enrique Barón, entre otros.
Probablemente, sabía también el vía crucis padecido por José Borrell, que renunció a ser el candidato a la presidencia del Gobierno porque Jesús del Gran Poder le había puesto el veto y, posteriormente, en el célebre XXXV Congreso que le dio la victoria, Alfonso Guerra pidió a José Borrell que se presentara por los guerristas.
Matilde Fernández, que es a quien le tocó la china, recuerda aquel episodio: