El lobo de mar (12 page)

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Authors: Jack London

BOOK: El lobo de mar
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Levantó los ojos hacia mí al principio de mi exordio y me escuchó complacido hasta que hube terminado, Y yo quedé frente a él sin aliento y consternado. Aguardó un momento, como si no supiera por dónde empezar, y después dijo:

—Hump, ¿conoces la parábola del sembrador que salió a sembrar? Recordarás que una parte de la semilla cayó en pedregales donde no había mucha tierra y nació luego porque no tenía profundidad la tierra; mas en saliendo el sol se quemó y secóse, porque no tenía raíz. Y parte cayó en espinas y las espinas crecieron y la ahogaron.

—¿Y bien? —dije yo.

—¿Y bien? —repitió con cierta petulancia—. Yo era una de esas semillas.

Inclinó la cabeza sobre la escala y siguió copiando. Yo había dado fin a mi trabajo y ya había abierto la puerta para marcharme, cuando me dijo:

—Hump, si echas una mirada sobre la costa occidental en el mapa de Noruega, verás una entalladura llamada Romsdal Fiord. Yo nací cien millas más adentro de aquella faja de agua, pero no soy noruego, soy danés. Mi padre y mi madre eran daneses, y de cómo llegaron a aquel helado rincón de la costa occidental nada sé, nunca lo oí decir. Aparte de eso, ya no hay ningún misterio. Mis padres eran gentes pobres e ignorantes labradores del mar, que sembraban sus hijos sobre las olas, según costumbre, desde tiempos inmemoriales. Eso es todo lo que hay que decir.

—Algo más habrá —objeté yo—. Esto es todavía muy oscuro para mí.

—¿Qué puedo contarte? —preguntó con un recrudecimiento de ferocidad—. ¿La pobreza de mi infancia? ¿El régimen de pescado y de alimentos groseros? ¿Las salidas al mar desde que pude sostenerme sobre las piernas? ¿Puedo hablarte de mis hermanos, que se ausentaron y no regresaron jamás? ¿De mí, que sin saber leer ni escribir era a la edad madura de diez años grumete en los barcos costeros de mi antigua patria? ¿De la mala vida y peores costumbres en que los puntapíés y los puñetazos eran la cama y el almuerzo y sustituían a las palabras, y el miedo, el odio y el dolor eran las únicas experiencias de mi alma? No lo quiero recordar. Aun ahora, cuando pienso en ello, parece que la locura se apodera de mi cerebro. Hubo capitanes de barcos a quienes hubiese querido volver a encontrar para matarles cuando fui un hombre, sólo que entonces mi vida ya se desarrollaba en otras partes. Volví por allí no hace mucho, pero desgraciadamente habían muerto los capitanes, excepto uno que había sido segundo en los viejos tiempos, patrón cuando lo encontré, y cuando lo dejé, baldado para el resto de sus días.

—Pero usted, que ha leído a Spencer y Darwin sin haber pisado nunca una escuela, ¿cómo aprendió a leer y escribir? pregunté.

—Sirviendo en la marina mercante inglesa. A los doce años era grumete, a los catorce paje de escoba, marinero ordinario a los dieciséis, marinero distinguido y cocinero en el castillo de proa a los diecisiete, con una ambición y un aislamiento infinitos, lo aprendí todo solo: la navegación, las matemáticas, la ciencia, la literatura y todo lo demás. ¿Y de qué me ha servido eso? Soy dueño y señor de un barco en la cumbre de la vida, como dices tú, cuando empiezo a decaer y a morir. Poca cosa, ¿verdad? Y cuando salió el sol me quemé, y como no tenía raíz, me sequé.

—Pero la Historia habla de esclavos que llegaron a vestir la púrpura —le reprendí.

—Y la Historia habla de las oportunidades que tuvieron los esclavos que llegaron a vestir la púrpura —respondió, ceñudo—. Ningún hombre crea las oportunidades. Todos los grandes hombres de todos los tiempos supieron aprovecharlas cuando les salieron al encuentro. El Corso lo supo. Yo he soñado cosas tan grandes como el Corso. Yo hubiese conocido y apreciado la oportunidad, pero no se ha presentado nunca. Las espinas subieron sobre mí, me ahogaron y no di fruto. Y te aseguro, Hump, que sabes más acerca de mí que ningún ser viviente, excepto mi propio hermano.

—¿Y él qué es? ¿dónde está?

—Es patrón del vapor de caza Macedonia —respondió—. Probablemente le encontraremos en la costa del Japón. Los hombres le llaman Death Larsen.

—¡Death Larsen! —exclamé involuntariamente—. ¿Se parece a usted?

—Apenas. Es un pedazo de animal sin ninguna inteligencia. Tiene toda mi, mi...

—Brutalidad —sugerí.

—Sí, gracias por la palabra, toda mi brutalidad, pero casi no sabe leer ni escribir.

—¿Y él no ha filosofado nunca sobre la vida? —añadí.

—No —respondió Wolf Larsen con un indescriptible tono de tristeza—. Y es mucho más feliz sin preocuparse de ello. Tiene demasiado trabajo para pensar en estas cosas. Mi falta ha consistido en haber abierto los libros.

CAPITULO XI

El Ghost ha alcanzado el punto más meridional del arco que describe a través del Pacífico, y ya empieza a seguir la ruta hacia el Norte y Oeste, en dirección de alguna isla solitaria, donde, según se murmura, llenará las pipas de agua antes de emprender la temporada de la caza a lo largo de la costa del Japón. Los cazadores se han entrenado con los rifles y las escopetas hasta quedar satisfechos, y los remeros y timoneles han hecho las cebaderas, han envuelto los remos y las chumaceras con cuero y cuerda trenzada, a fin de no hacer ruido cuando se aproximen a las focas y han colocado los botes en orden de pastel de manzanas, según una frase familiar de Leach.

Ahora ya tiene el brazo perfectamente curado, pero la cicatriz le durará toda la vida. Thomas Mugridge vive con un recelo constante y tiene miedo de aventurarse sobre cubierta después de anochecido. En el castillo de proa hay dos o tres riñas permanentes. Louis me cuenta que alguien lleva a popa las charlas de los marineros y que dos de los soplones han recibido una tremenda paliza de sus compañeros. Mueve la cabeza con aire pesimista por la vigilancia de que es objeto el marinero Johnson, que es remero en su mismo bote. Johnson es culpable de haber expuesto su parecer con excesiva franqueza y ha disputado dos o tres veces con Wolf Larsen por la pronunciación de su nombre. La otra noche apaleó a Johansen en la cubierta central, y desde entonces el segundo le ha llamado por su verdadero nombre y está fuera de duda que Johansen sacudirá también a Wolf Larsen.

Louis me ha completado al propio tiempo la información acerca de Death Larsen, que se ajusta a la breve descripción del capitán. Esperamos encontrar a Death Larsen en las costas del Japón. "Y siempre están dispuestos a pelearse —profetizó Louis—, porque se odian mutuamente como lobeznos que son". Death Larsen manda el único vapor dedicado a la pesca de focas que hay en la flota, el Macedonia, el cual lleva catorce botes, mientras las demás goletas no llevan sino seis. Hay extraños rumores de un cañón a bordo y se le atribuyen expediciones misteriosas, desde el contrabando de opio en los Estados y el contrabando de armas en China, hasta el tráfico de negros y la piratería manifiesta. Y sin embargo, me es imposible no creerle, porque jamás le he sorprendido ninguna mentira y posee además unos conocimientos enciclopédicos de la caza de focas y de los hombres de las flotas de dichos barcos.

Lo mismo que a proa y en la cocina, ocurre en la bodega y a popa, en este verdadero barco del infierno. Los hombres riñen y luchan a muerte como fieras. Los cazadores esperan de un momento a otro que se rompan las hostilidades entre Smoke y Henderson, que no han olvidado la antigua contienda; mientras tanto, Wolf Larsen dice positivamente que matará al superviviente del negocio, si es que el tal negocio se ventila. Asegura francamente que al adoptar esta actitud no lo hace basándose en principios de moralidad, porque por él podrían matarse todos los cazadores si no necesitara que viviesen para la caza. Si se contienen únicamente hasta que termine la temporada, les promete un magnifico Carnaval, y cuando se puedan ajustar todos los resentimientos, los que sobrevivan podrán echar por la borda a los otros y arreglar la historia como si los hombres que falten se hubiesen perdido en el mar. Yo creo que hasta los cazadores están aterrados de su sangre fría. Con todo, y ser hombres tan perversos, es indudable que le tienen mucho miedo.

A Thomas Mugridge le tengo subyugado como a un perro, mientras yo sigo temiéndole en secreto. Su valor se lo inspira el miedo (una cosa extraña que yo conozco bien), y en cualquier momento puede dominarle el temor y empujarle a quitarme la vida. Mi rodilla está mucho mejor, aunque a veces me duele durante largos períodos, y el envaramiento del brazo que Wolf Larsen me estrujó va cediendo gradualmente. Por otra parte, mi salud es espléndida, mis músculos aumentan en tamaño y en dureza, pero mis manos constituyen un espectáculo doloroso. Están enrojecidas y llenas de padrastros, en tanto que las uñas están rotas y descoloridas y las puntas de los dedos parecen tomar la forma de un hongo. Además, me salen diviesos, debido probablemente al régimen alimenticio, pues hasta ahora jamás había sufrido tales molestias.

Hace un par de tardes me llamó la atención ver a Wolf Larsen leyendo la Biblia, de la cual, después de las rápidas pesquisas hechas el principio del viaje, se encontró un ejemplar en el cajón del camarote del ayudante muerto. Yo me preguntaba qué frutos sacaría Wolf Larsen de ella. Y me leyó en voz alta el Eclesiastés. Al leer, me imaginaba que exponía sus propios pensamientos, y su voz resonante, triste y profunda en la reducida cabina me embelesó y retuvo. El podrá carecer de educación, pero es lo cierto que sabe expresar el significado de la palabra escrita. Paréceme que le estoy oyendo, como le oiré siempre, vibrando en su voz, al leer, la melancolía original.

"Reuní también plata y oro, y el tesoro preciado de reyes y de provincias; híceme de cantores y cantoras y los deleites de los hijos de los hombres, instrumentos músicos y de todas suertes.

"Y fui engrandeciendo y aumentando más que todos los que fueron antes de mí en Jerusalén; a más de esto, perseveró conmigo mi sabiduría.

"Miré luego todas las obras que habían hecho mis manos y el trabajo que tomé para hacerlas, y he aquí todo vanidad y aflicción, y no hay provecho debajo del sol.

"Todo acontece de la misma manera a todos: un mismo suceso ocurre al justo y al impío; al bueno y al limpio y al no limpio; al que sacrifica y al que no sacrifica; como el bueno, así el que peca; el que jura como el que teme juramento.

"Este mal hay entre todo lo que se hace debajo del sol, que todos tengan un mismo suceso y también que el corazón de los hijos de los hombres esté lleno de mal y de enloquecimiento durante toda su vida y después a los muertos.

"Aún hay esperanza para todo el que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto.

"Porque los vivos saben que han de morir; mas los muertos nada saben ni tienen más paga; porque su me moría es puesta en olvido.

"También su amor, y su odio y su envidia fenecieron ya, ni tiene ya más parte en el siglo, en todo lo que se hace debajo del sol."

—Aquí lo tienes, Hump —dijo cerrando el libro sobre el dedo y encarándose conmigo—. El Predicador que reinaba sobre Israel, en Jerusalén, pensaba como yo—. Me llamas pesimista— ¿Acaso su pesimismo no es de los más negros? Todo es vanidad y aflicción de espíritu. No hay provecho debajo del sol. Un mismo suceso ocurre a todos, al loco y a sabio, al limpio, al pecador y al santo, y este suceso es la suerte, una cosa mala según él. Pues el Predicador amaba la vida y no quería morir, cuando dijo: "Porque mejor es perro vivo que león muerto"— Prefería la vanidad y la aflicción, al silencio y la inmovilidad de la sepultura. Y yo también— El moverse es egoísmo, pero el no moverse, ser como el barro y la roca, es una visión repugnante. Repugna a la vida que hay en mí, cuya verdadera esencia es el movimiento, el poder del movimiento y la conciencia del poder del movimiento. La vida en sí no satisface, pero el mirar de frente a la muerte, satisface menos aún.

—Usted está peor que Ornar —dije—. El, al menos, tras la inevitable agonía de la juventud, halló contento y convirtió su materialismo en una cosa alegre.

—¿Quién fue Omar? —preguntó Wolf Larsen, y aquel día ya no trabajé más, ni el siguiente, ni el otro.

En todas sus lecturas, al azar no había tropezado nunca con el Rubayat, y esto fue para él como el hallazgo de un tesoro. Probablemente recordaría yo casi dos tercios de las cuartetas, y pude, sin dificultad, ir sacando las restantes. Durante horas discutíamos sobre una sola estancia, y hallé que leía en ellas con un lamento de dolor y rebelión, que yo mismo no podía descubrir.

Es probable que yo recitara con ese tono alegre que es natural en mí, porque él, que tenía buena memoria, a la segunda vez de oírlas y muy a menudo a la primera se apropiaba la cuarteta. Recitaba las mismos líneas y las' investía de una inquietud y protesta apasionadas que casi convencía.

Yo tenía interés por saber qué cuarteta le gustaría, y no me sorprendí cuando cayó sobre una nacida en un instante de irritabilidad y que contrastaba totalmente con la filosofía complaciente del persa y con aquel código genial de vida:

¿Que, sin preguntar de dónde, se precipita hacia acá,

y sin preguntar adónde se precipita hacia allá?

¡Oh, cuántas Copas de este Vino prohibido

habrán de ahogar el recuerdo de aquella insolencia!

—¡Grandioso —exclamó Wolf Larsen—, grandioso! He ahí la expresión. ¡La Indolencia¡ No podía haber empleado una palabra mejor.

En vano objeté y contradije. Me inundó, me abrumó con argumentos.

—Ser de otra manera es contrario a la naturaleza de la vida. La vida, cuando comprenda que se acerca su fin, se revelará siempre. Es inevitable. El Predicador halló que la vida y las obras de la vida eran todo vanidad, aflicción y maldad. A través de todos los capítulos se le ve atormentado por el mismo suceso que acontece a todos. Y Omar también, y yo y tú, hasta tú, porque tú te rebelaste contra la muerte cuando el cocinero afilaba un cuchillo para ti. Te asustaba morir; la vida que hay en ti, que te corresponde, que es más grande que tú, no quería morir— Tú has hablado del instinto de la inmortalidad. Yo hablo del instinto de la vida, el cual, cuando la muerte aparece próxima e inminente, vence al instinto de la inmortalidad. El venció al otro en ti, no puedes negarlo, porque un débil cocinero afilaba un cuchillo. Y aún ahora le temes, me temes a mí, imposible negarlo. Si yo te cogiera así por la garganta —me puso la mano en la garganta, impidiéndome respirar y comenzara a oprimir hasta arrancarte la vida, así, así, tu instinto de inmortalidad no se dejaría ver y tu instinto de vida, que ansía vivir, se agitaría y tú lucharías por librarte, ¿eh? Veo en tus ojos el horror a la muerte. Mueves los brazos en el aire, empleas tus escasas fuerzas para luchar por la vida. Me aprietas el brazo con la mano, siento como si una mariposa se hubiese posado en él, se levanta tu pecho, sacas la lengua, la piel se te vuelve cárdena y la mirada es vacilante. ¡Vivir, vivir, vivir! estás gritando y pides vivir aquí y ahora, no en el porvenir. Dudas de tu inmortalidad, ¿eh? ¡Ah, ah! No estás seguro de ella. No quieres arriesgarte, sólo tienes la certeza de la realidad de esta vida. ¡Ah, se va oscureciendo, oscureciendo! Son las sombras de la muerte, dejar de ser, dejar de sentir, cesar de moverte eso es lo que se condensa a tu alrededor, descendiendo sobre ti y envolviéndote. Los ojos se inmovilizan, se ponen vidriosos, mi voz suena débil y lejana, no puedes verme la cara y todavía luchas bajo mi presión. Agitas las piernas, el cuerpo se retuerce como el de una serpiente, el pecho se levanta en un esfuerzo supremo. ¡Vivir, vivir, vivir!...

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