El libro de un hombre solo (54 page)

BOOK: El libro de un hombre solo
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Las cañas se doblan por el viento. Un viento violento de esta costa del mar del norte de Dinamarca se alza sobre las dunas de arena. Un montón de cañas forma un círculo que se agita sin parar. Crees que es una pareja de cisnes salvajes; pero al aproximarte descubres a un hombre y una mujer desnudos y te alejas enseguida, aunque oyes sus risas tras de ti. En el mar sombrío, más allá de las playas desiertas, las olas blancas se estrellan contra los blocaos de hormigón llenos de algas que dejaron los nazis durante la ocupación.

Tienes ganas de llorar, te tumbas sobre su pecho opulento, lloras sobre sus senos, donde se mezclan el sudor y el esperma; no es necesario que te contengas, como el niño que necesita la ternura de su madre. No sólo disfrutas con las mujeres, también necesitas su ternura, su indulgencia y su aceptación.

La primera mujer desnuda que viste fue tu madre. Te diste cuenta de que por la puerta entreabierta había luz; dormías a oscuras sobre una cama de bambú. Escuchaste un ruido de agua y quisiste echar un vistazo para ver qué pasaba. Te apoyaste con los codos en la cama de bambú, que crujió. Tu madre, con el cuerpo enjabonado, salió de la palangana en la que se estaba lavando; tú te volviste a meter en la cama rápidamente y te hiciste el dormido. Ella dejó la puerta abierta y continuó lavándose. Tú miraste a escondidas los senos que te alimentaron y el lugar oscuro que te trajo al mundo. Al principio aguantaste la respiración; luego el corazón se te disparó, antes de dormirte con aquel deseo y turbación que nacieron en ti.

Ella dice que no eres más que un niño. En este instante sólo aspiras a la tranquilidad. Estás satisfecho, cansado; eres su niño bueno. Ella te acaricia con dulzura, te muestras obediente entre sus manos y dejas que te mire atentamente, que contemple tu cuerpo, eso que tienes entre las piernas y que está encogido, lo llama su pajarillo. Su mirada es muy tierna, te acaricia el cabello, estás muy emocionado, tienes ganas de descansar sobre algo, descansar sobre esta mujer que te da la vida, la alegría y el consuelo. El amor, el sexo, la tristeza, el deseo que te atormenta sin parar, el lenguaje, una especie de expresión, la necesidad de exteriorizar tus sentimientos, el placer de desahogarte sin hipocresía y sin afectación alguna, fluyendo hasta el final, todo eso te ha lavado por completo. Te has vuelto tan transparente que te has transformado en un hilo de conciencia de la vida, como el rayo de luz que se filtra por detrás de la puerta, y, sin embargo, detrás no hay nada, todo es vago, como un débil claro de luna en un pedazo de nube. Escuchas el aleteo de las gaviotas y sus gritos por la noche. Las mareas nacen de las profundidades oscuras del mar, formando líneas blancas de flujos. En Viareggio, un proyector ilumina la orilla del mar, la playa está desierta, te has quedado de pie durante mucho tiempo delante de los grandes parasoles rojos con rayas blancas.

Pero hoy, durante esta noche en Nueva York, la nieve y el hielo de las aceras están sucios y mezclados con barro. En este Nueva York tan popular, tan descuidado, este Nueva York con sus montañas de oro que llegan hasta los cielos, este Nueva York que marea, en el que hay que ir a la calle para poder fumar un cigarrillo mientras se aspira el aire helado, tú y ella, esta bailarina japonesa que no dice ni una palabra en el escenario, que interpreta en tu obra el papel de la muchacha que se abre a las pasiones, de la mujer libertina, del cadáver de la madre, de la monja y del espectro, te vas con ella después de la representación a buscar un bar donde podáis fumar y beber algo.

Desde la octava o la novena calle de Manhattan, camináis calle tras calle hasta la treinta o más allá; luego retrocedéis, y en la tercera o la cuarta, a menos que no fuera en la quinta o la sexta avenida —nunca has tenido memoria para esas cosas—, encontráis un bar brasileño o mexicano. Poco importa, el ambiente es excelente; hay velas sobre las mesas, pero la música rock está demasiado alta y no favorece mucho el flirteo. Sólo conseguís oír algo si habláis muy alto, cara a cara. Habláis de arte, de arte muy serio. Dice que está feliz de poder interpretar todos estos papeles en una obra, que se entrega en cuerpo y alma porque parece que la obra haya sido escrita para ella. Te quejas del
New York Times
, porque la encargada de comunicación del grupo ha dicho que los llamó muchas veces y dijeron que mandarían a alguien, pero las representaciones han acabado sin que aparezca ninguno de sus periodistas. Ella dice que en los teatros de
off Broadway
es así, es muy difícil conseguir algún artículo, pero, de todos modos, está muy contenta de haber trabajado contigo.

—Pensaré en ti —dice mirándose los dedos y las uñas pintadas de azul oscuro.

Habláis de las cosas de la vida; dices que dos días antes tenía las uñas del color del té. Ella dice que cambia a menudo de color y que a veces se las pinta de varios colores; te pregunta cuál prefieres. Dices que el gris es el mejor, refuerza el lado glacial de la escena, aunque la gente se fija más en su cuerpo cuando ella baila; la conversación vuelve al arte.

—¿Y el lápiz de labios?

—¿Tienes negro? —preguntas.

—De todos los colores, ¿por qué no lo has dicho antes?

—Es asunto de la maquilladora; yo no me he querido ocupar de eso.

—¡Qué pena que se hayan acabado las representaciones! —suspira ella.

—¿Qué proyectos tienes ahora? —le preguntas.

—Esperar, ya veremos. Están buscando bailarinas para una comedia musical; la semana que viene tengo que ir a dos pruebas. Mi padre quiere desde hace mucho tiempo que vuelva a Japón, para entrar a trabajar en una empresa o para casarme. Dice que no se puede vivir sólo de la danza, que ya me he divertido bastante.

Dice también que su padre pronto se jubilará, que no podrá mantenerla toda su vida. Pero su madre ha dejado que hiciera lo que quisiera hasta ahora; su madre es china de Taiwan, muy abierta. Dice que no le gusta Japón, las mujeres no son libres en la sociedad nipona. Dices que te gusta mucho la literatura japonesa, sobre todo los personajes femeninos.

—¿Por qué?

—Son muy atractivas, muy crueles también.

—Eso ocurre sólo en los libros, no en la realidad. ¿No has estado con ninguna japonesa?

—Me gustaría mucho, si encontrara una...

—Bueno, ¡la vas a encontrar!

Después de decir estas palabras, miró hacia el mostrador del bar.

Tú pagas la cuenta, ella te lo agradece.

En la estación del metro de la calle Cuarenta y dos —te acuerdas perfectamente de la calle Cuarenta y dos porque cambiabas de metro todos los días ahí para ir a ver las representaciones—, en el momento de separaros, dice que un día irá a verte a París y también que te escribirá. No obstante, nunca te mandó ninguna carta; sólo unos meses más tarde, al ordenar una bolsa de los papeles acumulados en el viaje a Nueva York, encontraste su dirección apuntada en la esquina de una servilleta de papel. Le enviaste una postal, pero no te contestó; nunca supiste si volvió a Japón.

58

Se ha cruzado con un grupo muy animado, unos tocan el tambor, otros golpean los gongs, armando un jaleo impresionante.

—¡En marcha, vamos, en marcha! —gritaban las personas del grupo.

El dijo que tenía que ocuparse de un asunto personal.

—¿Un asunto personal? ¡No hay nada más importante que esto! ¡En marcha, ven con nosotros, vamos, todos juntos!

—¿A hacer qué? —preguntó.

—¡A ver los nuevos tiempos que están a punto de llegar, vamos a recibirlos! ¿Cómo pueden ser tus pequeños asuntos más importantes que esto?

La muchedumbre se empujaba, la agitación aumentaba, las filas crecían, se gritaban los eslóganes.

—¿Dónde están esos nuevos tiempos? Los siguió instintivamente.

—¡Los nuevos tiempos están delante de nosotros! ¡Si han dicho que están delante, es que están delante!

Toda la gente repetía lo mismo, cada vez más fuerte, con un tono más firme.

—¿Quién ha dicho que delante sólo están esos nuevos tiempos? —preguntó, empujado por la multitud.

—Si todo el mundo lo dice, debe de ser verdad, no nos podemos equivocar. Ven con nosotros, los nuevos tiempos estarán delante, no hay ninguna duda.

La gente cantaba a voz en grito el cántico de los nuevos tiempos, y cuanto más cantaban más se animaban, más subía la moral de los presentes. El, apretado entre el gentío, tenía que cantar también, si no lo hubiera hecho, las miradas de sospecha de alrededor se habrían posado sobre él.

—¿Qué te pasa, hermano? ¿Estás bien? ¿Eres mudo?

Quería demostrar que no era mudo de nacimiento y se puso a cantar todo lo alto que pudo acompañando a la gente. Si cantaba, tenía que hacerlo como los otros y seguirlos, pero se le salió un zapato y, si se agachaba para ponérselo, ¿los que continuaban caminando serían capaces de aplastarlo? Mejor dejar el zapato y caminar a la pata coja. De todos modos, había que seguir a la gente y cantar a todo pulmón por los nuevos tiempos.

—¡Los nuevos tiempos están delante de nosotros, llegarán tarde o temprano! ¡Los nuevos tiempos son muy bonitos, no podemos equivocarnos!

Cantaban a un ritmo creciente, los nuevos tiempos se convertían en olas cálidas; cuanto más cantaban, más cálidas eran, y antes llegarían.

—¡Van a llegar los nuevos tiempos! ¡Vamos a recibirlos! ¡Luchemos a cualquier precio por los nuevos tiempos sin que nos preocupe la muerte!

La muchedumbre parecía enloquecida, endiablada; no conseguía escapar de esta locura, y si no estaba loco, al menos tenía que fingirlo.

—¡Hay problemas! ¡Han abierto fuego!

—¿Quién ha abierto fuego?

—¿Han disparado delante de nosotros?

—¡Mentira! ¿Quién va a disparar a los nuevos tiempos?

—¿Balas de plástico?

—¿Fuegos artificiales?

—¡Balas de verdad!

—Ah... ¿y heridos? ¡Muertos!

—¡Luchemos por los nuevos tiempos! ¡Acabemos con las líneas enemigas por los nuevos tiempos! ¡Sacrifiquémonos por los nuevos tiempos! ¡Seamos los mártires de los nuevos tiempos! ¡Bravo! ¡Viva!

La multitud no había imaginado que un montón de ametralladoras los regarían como si soltaran guisantes calientes, como si lanzaran petardos. Las personas huyeron como perros apaleados en todas direcciones; unos cuantos murieron, otros resultaron heridos, los demás huyeron a la desbandada...

Buscó refugio en una esquina donde no llegaban las balas. Estaba alterado y un poco triste. Luego, poco a poco, oyó a lo lejos unas voces humanas, quizás un nuevo grupo, también tocaban los tambores y los gongs y lanzaban eslóganes sin parar. Le pareció escuchar que hablaban de los nuevos tiempos. Si se prestaba más atención, parecía que decían que los nuevos tiempos no vendrían, al final, pero que algún día llegarían, imposible que no llegaran, un día u otro seguro... Se alejó a toda velocidad, los nuevos tiempos le asustaban también. Antes de que lleguen los nuevos tiempos, prefiere marcharse sin despedirse.

59

Llegas a Toulon, un puerto militar del Mediterráneo. Lo aprendiste en tus lecciones de geografía del colegio. Estás sentado dentro de una tienda enorme que han levantado junto al puerto para esta fiesta del libro. Al igual que otros cien escritores, estás en un
stand
con un bolígrafo en la mano delante de tus libros y esperas que un lector venga a pedirte que le firmes uno que acaba de comprar. Pero lo que miran las personas son los libros, no se fijan en los escritores, a pesar de que los nombres figuran en un gran cartón. No son como los fans histéricos de Johnny Hallyday, que hacen cola esperando a que baje de su helicóptero para firmar unos autógrafos, con guardaespaldas y policías que gritan y contienen a la multitud para mantener el orden. Tú estás totalmente fuera del campo de visión de estas miradas que pasan delante de ti, las personas te miran sin verte. Pasan, a veces se paran, miran los libros que llevan tu nombre, pero ¿qué les evoca tu nombre? Quieren encontrar en los libros una identificación; las miradas que lanzan hacia los libros que hojean vuelven a ellos mismos.

Por suerte, no tienes nada más que hacer. Tienes tiempo para buscar y captar estas miradas atormentadas o vagas; es un juego para ti. Una joven esbelta destaca entre la muchedumbre; tiene el cabello castaño, recogido, las cejas juntas, un rostro de una tristeza casi patética. Sus párpados caen sobre sus grandes ojos como si hubiera pasado la noche en vela. Quizá no ha podido retener a su amigo en la cama; aunque, una chica así, puede que sea su amigo el que no ha conseguido retenerla, si no, ¿qué haría paseando sola tan temprano un domingo en una feria del libro? Llega delante de tu
stand
, pero primero toma el libro del otro autor de al lado, echa un vistazo a la portada y lo deja, luego hojea otro libro. No tiene ninguna intención de comprarlo; quizá no sabe muy bien qué hacer. También lo deja y toma uno de los tuyos. Sin embargo, sus ojos continúan mirando fuera. Su mirada se suaviza y le da la vuelta al libro. Antes de haber leído una o dos líneas de la presentación, lo deja sin ni siquiera darse cuenta de que está a dos pasos del autor. Está justo delante de ti, frunciendo el ceño. La expresión de tristeza flota en su rostro, exhalando una belleza más conmovedora que cualquier libro.

¿Quiénes deben de ser tus lectores? Cuando escribías este libro no imaginabas que un día estarías sentado en una feria del libro en la costa mediterránea, frente a estos lectores potenciales. En realidad, no tienen ninguna obligación de preocuparse por tus inquietudes ni de comprar nada en absoluto. Por suerte, el que vende tus libros es el dueño del
stand
, tú sólo eres un simple objeto vivo de exposición. Has perdido demasiado pronto la vanidad, eres demasiado espectador, un hombre ocioso entre tantos otros. Además, en el mundo ya hay tantos libros que se amontonan, que no importa que haya uno más o uno menos. Sobre todo porque no te ganas la vida con los libros. Quizá por eso necesitas escribir.

Vuelves a ponerte el bolígrafo en el bolsillo de tu chaqueta y le pides unas hojas de papel al dueño de tu
stand
; las metes en los bolsillos y te vas a dar una vuelta a la orilla del mar. Toulon, hay un sol tan explosivo que parece resonar. En una pequeña calle al borde del viejo puerto, los cafés, los bares y los restaurantes están uno al lado del otro. Exponen el marisco en la entrada, pero todavía no hay gente. En una avenida que lleva al centro de la ciudad, el mercado del domingo por la mañana parece muy animado. Hay fruta, verdura, ropa, objetos de regalo, puestos de árabes y una tienda que vende platos chinos y parece que le va bien el negocio. ¿Estos extranjeros molestan al alcalde del Frente Nacional, que es ultraderechista? En el centro de la ciudad hay otra feria del libro que compite con la feria del libro que ha organizado el consejo general del departamento, que es de izquierdas. Una vez más no puedes evitar la política; es imposible escapar de ella se esté donde se esté. De repente sientes las inquietudes de Margarita de un modo muy real, tan real como el sol que luce casi con ruido, casi palpable.

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