El libro de Los muertos (2 page)

Read El libro de Los muertos Online

Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

BOOK: El libro de Los muertos
5.75Mb size Format: txt, pdf, ePub
Capítulo 1

Diez días después. 27 de abril de 2007. Viernes por la tarde.

En la sala de realidad virtual se encuentran doce de los políticos y altos cargos policiales más poderosos de Italia, cuyos nombres, en su mayor parte, no consigue recordar correctamente la patóloga forense Kay Scarpetta. Todos son italianos menos ella y el psicólogo forense Benton Wesley, ambos asesores de Respuesta de Investigación Internacional (RII), una sección especial de la Red Europea de Institutos de Ciencias Forenses (REICF). El gobierno italiano se encuentra en una situación muy delicada.

Nueve días atrás, la estrella del tenis norteamericana Drew Martin fue asesinada mientras estaba de vacaciones, y su cadáver desnudo y mutilado se encontró cerca de la Piazza Navona, en el corazón del distrito histórico de Roma. El caso ha tenido impacto internacional: los detalles acerca de la vida y la muerte de la joven de dieciséis años se han difundido sin cesar por televisión, los textos en la parte inferior de la pantalla pasando lenta y tenazmente, repitiendo los mismos detalles que ofrecen presentadores y expertos.

—Bien, doctora Scarpetta, aclarémoslo, porque parece haber una gran confusión. Según usted, murió hacia las dos o las tres de la tarde —dice el capitán Ottorino Poma,
medico legale
en el Arma dei Carabinieri, la policía militarizada a cargo de la investigación.

—Eso no lo he dicho yo —responde ella, con la paciencia cada vez más mermada—. Lo ha dicho usted.

El otro frunce el ceño bajo la luz tenue.

—Creí oírselo decir hace unos minutos, mientras hablaba del contenido de su estómago y el nivel de alcohol, y de cómo indican que murió en cuestión de horas, después de que la vieran por última vez con sus amigas.

—Yo no he dicho que estuviera muerta hacia las dos o las tres. Creo que es usted quien sigue afirmándolo, capitán Poma.

Todavía joven, ya posee una reputación asentada, y no del todo buena. Cuando Scarpetta lo conoció hace un par de años en La Haya durante el congreso anual de la REICF, se había ganado el apodo burlón de Doctor de Diseño y se lo describieron como engreído y amigo de las discusiones. Es atractivo —espléndido, en realidad—, le gustan las mujeres hermosas y la ropa deslumbrante, y hoy viste un uniforme negro azulado con amplias franjas rojas y resplandecientes adornos plateados, así como elegantes botas de cuero negro. Al entrar en la sala esta mañana, lucía una capa con forro rojo.

Está sentado justo enfrente de Scarpetta, en el centro de la primera fila, y rara vez aparta la mirada de ella. A su derecha está Benton Wesley, que permanece callado la mayor parte del tiempo. Todo el mundo va enmascarado con gafas estereoscópicas sincronizadas con el Sistema de Análisis del Escenario del Crimen, una brillante innovación que ha hecho de la Unitàper l'Analisi del Crimine Violento de la Polizia Scientifica italiana la envidia de los organismos policiales del mundo entero.

—Supongo que debemos repasar esto desde el principio para que entienda completamente mi postura —le dice Scarpetta al capitán Poma, que ahora tiene la barbilla apoyada en la mano como si mantuviera una conversación íntima con ella tomándose una copa de vino—. Si hubiera sido asesinada a las dos o las tres de la tarde, entonces cuando se encontró su cadáver aproximadamente a las ocho y media de la mañana siguiente, habría llevado al menos diecisiete horas muerta. Ellívor mortis, el rígor mortis y el álbor mortis no concuerdan con eso.

Se sirve de un puntero para llamar la atención sobre el fangoso solar en construcción en tres dimensiones proyectado sobre la pantalla del tamaño de toda una pared. Es como si estuvieran en pleno escenario, contemplando el cadáver magullado de Drew Martin, la basura y la maquinaria para excavar y transportar tierra. El punto rojo del láser se desplaza sobre el hombro izquierdo, la nalga izquierda, la pierna izquierda y el pie descalzo. La nalga derecha ha desaparecido, igual que una porción de su muslo derecho, como si la hubiera atacado un tiburón.

—Su lividez... —continúa Scarpetta.

—Me disculpo una vez más. Mi inglés no es tan bueno como el suyo. No tengo clara esa palabra —la interrumpe el capitán Poma.

—Ya la he usado antes.

—Entonces tampoco la tenía clara.

Risas. Aparte de la intérprete, Scarpetta es la única mujer presente. A ninguna de las dos les parece gracioso el capitán, pero a los hombres sí. Salvo a Benton, que hoy no ha sonreído ni una sola vez.

—¿Conoce usted el término italiano para esa palabra? —le pregunta a Scarpetta el capitán Poma.

—Sería mejor el idioma de la antigua Roma, el latín —propone Scarpetta—. La mayor parte de la terminología médica tiene sus raíces en el latín. —No lo dice en tono grosero, pero tampoco se anda con miramientos porque sabe muy bien que el inglés del capitán sólo se vuelve tosco cuando le conviene.

Sus gafas 3—D la miran fijamente, y le recuerdan al Zorro.

—En italiano, por favor —replica él—. El latín nunca se me ha dado muy bien.

—Se lo diré en los dos idiomas. En italiano, lívido es
livido
, que significa amoratado. Mortis es m
orte
, o muerte. Lívor mortis designa la apariencia amoratada que se adquiere después de la muerte.

—Me resulta de gran ayuda cuando habla usted italiano —dice él—. Y lo habla de maravilla.

Scarpetta no tiene intención de hablarlo allí, aunque posee conocimientos suficientes de italiano para apañárselas. Prefiere el inglés durante las discusiones profesionales porque los matices son delicados, y la intérprete intercepta hasta la última palabra de todas maneras. La dificultad con el idioma, además de la presión política, el estrés y las enigmáticas e incesantes gracias del capitán Poma se conjugan en lo que ya es en buena medida un desastre que no tiene nada que ver con ninguno de esos elementos, sino más bien con que el asesino en este caso desafía los precedentes y los perfiles habituales. Los confunde. Hasta la ciencia se ha convertido en una causa exasperante de debate: parece desafiarlos, mentirles, lo que obliga a Scarpetta a recordarse tanto a sí misma como a los demás que la ciencia nunca miente. No comete errores. No los desvía de su camino deliberadamente ni se mofa de ellos.

Eso no lo capta el capitán Poma. O quizá finge no captarlo. Quizá no habla en serio cuando dice que el cadáver de Drew se muestra poco dispuesto a cooperar y tiene tendencia a llevarles la contraria, como si mantuviera una relación con él y anduvieran a la greña. Poma asevera que los cambios post mórtem pueden decir una cosa y el alcohol en sangre y el contenido del estómago otra, y que, en contra de lo que cree Scarpetta, siempre hay que confiar en la comida y la bebida. Habla en serio, al menos sobre eso.

—Lo que comió y bebió Drew pone de manifiesto la verdad. —Repite lo que ha dicho en su apasionada exposición inicial de hace un rato.

—La verdad, sí. Pero no su verdad —le replica Scarpetta, en un tono más amable que lo que dice—. Su verdad es un error de interpretación.

—Creo que ya hemos tocado ese punto —señala Benton desde las sombras de la primera fila—. Creo que la doctora Scarpetta lo ha dejado perfectamente claro.

Las gafas 3—D del capitán Poma —así como el resto de filas de gafas 3—D— permanecen fijas en ella.

—Lamento aburrirle con mi insistencia, doctor Wesley, pero tenemos que encontrarle sentido a esto. Así que permítamelo. El diecisiete de abril, Drew comió una pésima lasaña y bebió cuatro copas de pésimo Chianti entre las once y media y las doce y media en una
trattoria
para turistas cerca de la Scalinata di Spagna. Pagó la cuenta y se fue. Luego en la Piazza di Spagna se despidió de sus dos amigas, con quienes prometió reunirse en la Piazza Navona en una hora. Y ya no volvió a aparecer. Hasta ahí sabemos que es cierto. Todo lo demás sigue siendo un misterio. —Sus gafas de gruesa montura miran a Scarpetta un instante más, luego se vuelve en el asiento y se dirige a las filas de atrás—. En parte porque nuestra estimada colega norteamericana dice ahora estar convencida de que no murió poco después de comer, tal vez ni siquiera ese mismo día.

—Llevo diciéndolo desde el principio. Una vez más, voy a explicar los motivos, ya que parece que está usted confuso —dice Scarpetta.

—Tenemos que seguir adelante —le recuerda Benton.

Pero no pueden seguir adelante. El capitán Poma es tan respetado por los italianos, es tal celebridad, que puede hacer lo que le plazca. En la prensa se le llama el Sherlock Holmes de Roma, aunque es médico, no detective. Todo el mundo, incluido el
comandante genérale
de los Carabinieri, que está sentado en un rincón al fondo y más que hablar escucha, parece haberlo olvidado.

—En circunstancias normales —dice Scarpetta—, la comida de Drew habría estado totalmente digerida varias horas después de almorzar, y su nivel de alcohol en sangre desde luego no habría sido tan elevado como el uno coma dos que determinan los análisis toxicológicos. De manera que sí, capitán Poma, el contenido de su estómago y la toxicología sugieren que murió poco después de comer. Pero el lívor mortis y el rígor mortis indican, categóricamente, si me permite decirlo, que murió con toda probabilidad entre doce y quince horas después de comer en la
trattoria
, y es a estos hallazgos post mórtem a los que más atención debemos prestar.

—Ya estamos, otra vez con la lividez —suspira él—. Esa palabra que me da tantos problemas. Explíquemelo otra vez, por favor, ya que por lo visto tengo tantos problemas con lo que usted denomina «hallazgos» post mórtem, como si fuéramos arqueólogos desenterrando ruinas. —Poma vuelve a apoyar la barbilla en la mano.

—Lividez, lívor mortis, hipóstasis post mórtem, es todo lo mismo. Cuando mueres, la circulación se interrumpe y la sangre empieza a depositarse en los vasos sanguíneos más finos debido a la gravedad, de una manera muy parecida a como se asientan los sedimentos en un barco hundido. —Nota las gafas de 3—D de Benton mirándola, y no se atreve a devolverle la mirada; el psicólogo está muy extraño.

—Prosiga, por favor. —El capitán subraya algo varias veces en su cuaderno.

—Si el cadáver permanece en cierta posición el tiempo suficiente tras la muerte, la sangre se asentará de manera acorde: ese hallazgo post mórtem se denomina lívor mortis —explica Scarpetta—. A la larga, el lívor mortis se consolida, o asienta, volviendo esa zona del cuerpo de un rojo purpúreo, con marcas de palidez provocadas por las superficies que ejercen presión sobre ella o la constriñen, como la ropa ceñida. ¿Podemos ver la fotografía de la autopsia, por favor? —Consulta una lista en el atril—. La número veintiuno.

La pared queda colmada por el cadáver de Drew sobre una mesa de acero en el depósito de cadáveres en la Universidad Tor Vergata. Está boca abajo. Scarpetta desplaza el punto rojo del láser por su espalda, sobre las zonas rojo púrpura y las áreas pálidas provocadas por la lividez. Las espantosas heridas con aspecto de cráteres rojo oscuro a las que aún tiene que referirse.

—Ahora, si muestran el escenario, por favor... La imagen en que están introduciéndola en la bolsa —especifica.

La fotografía tridimensional del solar en construcción vuelve a llenar la pared, pero esta vez hay investigadores con monos blancos de protección Tyvek, guantes y fundas para el calzado, que levantan el cadáver lánguido y desnudo de Drew para colocarlo en una bolsa negra encima de una camilla. En torno a ellos, otros investigadores mantienen en alto sábanas para ocultarla de los curiosos y los
paparazzi
situados en el perímetro del escenario.

—Compárenla con la fotografía que acaban de ver. Para cuando se le hizo la autopsia unas ocho horas después de que fuera encontrada, la lividez se había asentado casi por completo —señala Scarpetta—, pero aquí en el escenario, salta a la vista que la lividez estaba en su fase inicial.

—¿Descarta el inicio prematuro del rígor mortis debido a un espasmo cadavérico? Por ejemplo, si se esforzó hasta el agotamiento justo antes de morir. Lo digo porque aún no ha mencionado esa posibilidad. —Poma subraya algo en su cuaderno.

—No hay razón para hablar de espasmo cadavérico —replica Scarpetta. «¿A qué vienen semejantes pejigueras?», se siente tentada de decirle—. Tanto si se esforzó hasta el agotamiento como si no, el rígor mortis no estaba plenamente asentado cuando la encontraron, de modo que no tuvo ningún espasmo cadavérico...

—A menos que el rígor apareciera y desapareciera.

—Es imposible, ya que quedó plenamente consolidado en el depósito. El rígor no viene y va y luego vuelve a aparecer.

La intérprete reprime una sonrisa cuando vierte esas palabras al italiano, y varias personas ríen.

—Aquí se puede apreciar —Scarpetta dirige el láser hacia el cadáver a medio subir a la camilla— que sus músculos no están rígidos, ni mucho menos. Se ven bastante flexibles. Calculo que llevaba muerta menos de seis horas cuando la encontraron, posiblemente bastante menos.

—Usted es una experta a nivel mundial. ¿Cómo puede mostrarse tan imprecisa?

—Pues porque no sabemos dónde estuvo, qué temperaturas o condiciones sufrió antes de ser abandonada en el solar en construcción. La temperatura corporal, el rígor mortis y el lívor mortis pueden variar en gran medida de un caso a otro y de un individuo a otro.

—Sobre la base del estado del cadáver, ¿está diciendo que es imposible que fuera asesinada poco después de que almorzara con sus amigas? ¿Quizá mientras paseaba sola por la Piazza Navona camino de encontrarse con ellas?

—Me parece que no es eso lo que ocurrió.

—Entonces, una vez más, por favor. ¿Cómo explica usted la comida sin digerir y el nivel de alcohol de uno coma dos? Eso implica que murió poco después de comer con sus amigas, y no quince o dieciséis horas después.

—Es posible que no mucho después de separarse de sus amigas volviera a beber alcohol y estuviera tan aterrada y estresada que se le interrumpiera la digestión.

—¿Cómo? ¿Ahora sugiere que pasó un buen rato con su asesino, es posible que hasta diez, doce, quince horas con él, y que estuvieron bebiendo?

—Quizá la obligó a beber, para mermar sus facultades y poder controlarla más fácilmente. Como cuando se droga a alguien.

—¿Así que la obligó a beber alcohol, tal vez toda la tarde, toda la noche, y hasta por la mañana temprano, y ella estaba tan asustada que no digirió la comida? ¿Eso nos ofrece usted como explicación plausible?

Other books

Love Became Theirs by Barbara Cartland
Burn for Me by Shiloh Walker
The Tudor Rose by Margaret Campbell Barnes
Marrying Mallory by Diane Craver
The Jeeves Omnibus - Vol 3 by Wodehouse, P. G.
Make Me Whole by Marguerite Labbe
Fallen by Kelley R. Martin
The 22nd Secret by Lanser, Randal