Read El laberinto del mal Online
Authors: James Luceno
Agachándose tras el pedestal, Padmé y él apuntaron cuidadosamente hacia el droide más cercano.
Por entonces, tres de las gárgolas buitre ya se encontraban en medio del puente, disparando al azar. Sus torpedos explotaban contra las fachadas de los edificios provocando avalanchas de ferrocemento y duracero reforzado que caía contra plazas, plataformas de aterrizaje y balconadas, enterrando bajo ellas a cientos de desgraciados habitantes de Coruscant.
—Disponte a correr en cuanto disparemos —ordenó Bail. Señaló hacia uno de los paneles de noticias que habían sobrevivido a la caída de ambas naves—. Nos refugiaremos detrás de eso.
Padmé centró el droide en el punto de mira de su rifle y apretó el gatillo. Los primeros disparos hicieron poco más que captar la atención de la máquina, pero los siguientes empezaron a destrozar sus componentes vitales. Los droides se retiraron un par de pasos hacia la Plaza del Hospital, sólo para lanzar un trío de torpedos hacia ellos.
Pero Padmé y los demás ya no estaban allí. Un torpedo impactó contra el pedestal, reduciendo la escultura a pedazos. El segundo destrozó lo que quedaba del flotador de Stass Allie. Y el tercero detonó contra la reja de seguridad del centro comercial, abriendo un boquete. Los peatones que se encontraban a ambos lados del agujero se abalanzaron hacia él, luchando entre sí para ser los primeros en refugiarse en el interior del edificio. Padmé creyó que alguno de los buitres dispararía contra la multitud, pero los droides habían abierto su guardia al centrar la atención en sus agresores, y los helicópteros lo aprovecharon. Convergentes rayos láser surgieron de las alas y las torretas de los TABA.
Dos droides explotaron.
Uno dio media vuelta para responder al ataque, pero ya era tarde. Los misiles de los helicópteros le destrozaron primero la pata izquierda, después la cabeza y por último el resto, esparciendo pedazos por toda la plaza. Los dos buitres supervivientes regresaron al puente para incrementar sus posibilidades de supervivencia.
Bail y Padmé dispararon contra ellos, pero los droides no se detuvieron.
—¡Y yo que pensaba que el Senado era un campo de batalla! —exclamó Mon Mothma.
La visión del humo que salía de los agujeros abiertos en el fuselaje del droide más cercano hizo reaccionar al droide que tenía detrás. El droide pasó junto a su camarada herido y entró en la plaza del centro comercial con sus sensores rojos brillando, buscando a Padmé y los demás, que ya corrían hacia un nuevo refugio que los protegiera de los torpedos de los buitres.
Un helicóptero hizo una pasada rápida, pero no encontró un ángulo de tiro adecuado.
—Mi rifle se ha quedado sin energía —dijo Bail, dejando caer su arma.
Padmé miró el indicador digital de su rifle.
—El mío también.
C-3P0 agitó la cabeza.
—¿Cómo voy a explicar todo esto a R2-D2?
Reemprendieron la carrera, intentando llegar hasta el agujero abierto en la reja de seguridad del centro comercial, pero el droide se movió para interceptarlos. Entonces, con una especie de deleite sádico, hizo retroceder a los cuatro hasta la pared del Edificio Nicandra.
La rabia, nacida de instintos tan viejos como la vida misma, empezó a crecer en Padmé. Estaba a punto de lanzarse contra la enorme máquina para intentar destrozarle los sensores de su cabeza en forma de lágrima, cuando el droide se inmovilizó, obviamente escuchando alguna lejana comunicación. Retractó la cabeza, convirtió sus patas semejantes a tijeras en alas, y se lanzó por el borde de la plaza hacia el desfiladero de abajo.
El droide que se encontraba en el puente hizo lo mismo, llevándose tras él a dos helicópteros que no querían abandonar la persecución.
Padmé fue la primera en llegar hasta la barandilla del puente. Muy abajo, el tren magnético del Distrito del Senado se dirigía hacia el Sur, a través del túnel aéreo que le haría cruzar el Complejo Heorem, de un kilómetro de extensión, hasta llegar al rico distrito Sah'c.
Los dos droides buitre descendían para unirse a una fragata separatista que ya perseguía al tren.
¿
C
ómo había sabido Grievous que debía atacar el República Quinientos?
, se preguntó Mace mientras el tren de suspensión magnética viajaba a trescientos kilómetros por hora hacia el túnel que lo conduciría hasta el Distrito del Senado.
Kit Fisto, Shaak Ti, Stass Allie y él habían subido al tren en la plataforma del República Quinientos, y se encontraban en el vagón que los Túnicas Rojas del Canciller Supremo habían requisado a la fuerza, el segundo de un convoy de veinte. Mace tuvo un atisbo fugaz de Palpatine a través de un hueco en el círculo protector que los guardias mantenían en torno a él, con su cabeza de melena gris agachada, en una postura que tanto podía expresar angustia como profunda concentración.
¿Cómo lo había sabido Grievous?, volvió a preguntarse Mace.
Muchos habitantes de Coruscant sabían que Palpatine tenía una suite en el República Quinientos, pero su situación exacta era un secreto bien guardado. Y lo que era más importante, ¿cómo sabía Grievous que Palpatine se encontraba allí y no en alguno de sus muchos despachos?
No todo podía ser responsabilidad de Dooku.
Era concebible que Dooku le hubiera dado a Grievous los datos de las hiperrutas que bordeaban los límites exteriores del Núcleo Profundo, ya que el Conde pudo extraerlos de los archivos Jedi antes de abandonar la Orden, probablemente mientras borraba de los bancos de datos cualquier mención sobre Kamino. De la misma forma, Dooku pudo proporcionar las coordenadas orbitales de los satélites de comunicaciones y de los espejos, y hasta la información táctica respecto a la localización de los generadores de escudo de superficie. Pero Palpatine fue elegido Canciller Supremo después de que Dooku abandonase Coruscant para regresar a Serenno, y, por entonces, unos trece años atrás, Palpatine aún vivía en una torre cerca del Edificio del Senado.
Así que, ¿cómo sabía Grievous que tenía que ir al República Quinientos?
¿Sidious?
Si era verdad que cientos de senadores estaban bajo la influencia del Señor Sith, aunque fuera durante un corto espacio de tiempo, éste pudo tener acceso a los niveles más elevados de información confidencial. Tal como temía el Consejo Jedi, la red de agentes de Sidious podía haberse infiltrado hasta los mismos mandos militares de la República. ¡Y eso sugería que el ataque a Coruscant podía haberse planeado desde muchos años antes!
Mace captó otra imagen de Palpatine, aislado por las flotantes túnicas rojas de sus guardias personales. No era el mejor momento para interrogarlo acerca de sus confidentes más íntimos.
Pero Mace haría todo lo posible para encontrar tiempo.
Se preguntó por un momento qué habría sido del equipo del capitán Dyne. En el supuesto de que éste hubiera cancelado la búsqueda de Sidious al poco de comenzar el ataque, Inteligencia no habría enviado un segundo equipo de búsqueda para unirse a Dyne y Valiant, pero tampoco habían recibido noticias de ellos, ni siquiera al restablecerse las comunicaciones con el Distrito del Senado.
Shaak Ti tampoco vio rastro de ellos mientras escoltaba a Palpatine por el subsótano del República Quinientos.
¿Habrían sido Dyne y sus comandos víctimas del ataque de Grievous? ¿Estarían atrapados en alguna parte, bajo una nave de transporte derribada o bajo toneladas de cascotes de ferrocemento?
Otra preocupación más acosaba a Mace.
Los demás vagones del tren estaban repletos de personas que intentaban huir del Senado y de los distritos financieros. De no ser por la intervención de Palpatine, sus guardias habrían requisado todo el convoy, pero el Canciller Supremo no les dejó hacer algo así. Shaak Ti había contado a Mace y a Kit la inicial negativa del Canciller Supremo a abandonar su
suite
, y Mace no sabía cómo tomárselo. Al menos ahora ya iban camino del búnker. La línea de tren magnético no llegaba hasta el complejo, pero la primera parada en Sah'c quedaba cerca de un sistema de puentes colgantes y turboascensores que sí lo hacían.
La luz se filtraba en el vagón a través de las ventanas tintadas.
El tren estaba entrando en el túnel Heorem, una especie de madriguera que no sólo permitía el paso del veloz tren, sino que también acomodaba dos líneas de autonavegación y tráfico libre en cada dirección, atravesando algunos de los edificios más grandes del Distrito del Senado. Las líneas que se dirigían hacia el Sur, a la derecha del convoy, se alejaban del distrito y estaban atestadas de transportes públicos y aerotaxis. En contraste, las que se dirigían al Norte iban casi vacías, ya que el tráfico era desviado para que no llegase al Distrito del Senado.
Un borrón de luz pasó junto al costado izquierdo del vagón y atrajo la atención de Mace, que se acercó a la ventana más próxima. Por el carril que se dirigía hacia el Norte, pero volando en dirección contraria, hacia el Sur, dos droides buitre intentaban alcanzar el tren. Antes de que Mace pudiera gritar una sola palabra de advertencia, el cañonazo de una de las naves enemigas abrió una serie de agujeros en la achatada nariz de un transporte que circulaba por el carril autonavegable. El transporte explotó instantáneamente, enviando una lluvia de metralla contra los vehículos que lo rodeaban y casi arrancando al tren magnético de su rail-guía.
Los gritos de los habitantes de Coruscant llegaron hasta el vagón de Palpatine.
—¡Cazas buitre! —gritó Mace a los Jedi y a los Túnicas Rojas.
Bajando la ventana, vio cómo uno de los droides se elevaba por encima del tren para descender al lado opuesto, en medio de la ruta libre, dando origen a una sucesión de colisiones que desparramó deslizadores, aerotaxis y aeroautobuses por todo el túnel. Dos vehículos chocaron de costado con el tren y rebotaron hasta la calzada autonavegable, iniciando una segunda serie de accidentes fatales.
El droide responsable de las colisiones ascendió repentinamente y desapareció de la vista. Un segundo después, un penetrante sonido metálico llegaba hasta Mace procedente de alguna parte detrás del tren. Miró por el cristal tintado y vio cómo llovían chispas por los costados redondeados del vagón. Por las rejillas de ventilación empezó a entrar un olor a metal fundido. Del vagón siguiente al de Palpatine les llegó un tumulto de lamentos aterrorizados y el golpeteo de manos y pies contra la puerta que comunicaba ambos vagones.
Un weequay que formaba parte del personal de seguridad del tren y que viajaba en ese vagón miró a Mace.
—¡No podremos contenerlos!
Mace se giró hacia Shaak Ti y Allie.
—¡Trasladad al Canciller al próximo vagón!
Shaak Ti lo contempló como si se hubiera vuelto loco.
—¡Está atestado de gente, Mace!
—Ya lo sé. ¡Busca una solución!
Hizo una seña a Kit Fisto y se dirigió con él al fuelle de seguridad que unía los vagones. Ambos activaron sus sables láser. Al ver los sables púrpura y azul, los pasajeros aglomerados frente a la ventanilla de la puerta empezaron a retroceder, luchando contra los que seguían empujando para acceder al vagón delantero.
Cuando despejaron los alrededores de la puerta que comunicaba los vagones, Mace dijo al weequay que la abriera. Sin vacilar, Kit y él atravesaron el fuelle y entraron en el vagón, donde pasajeros de distintas especies se apiñaban en los asientos a ambos lados del ancho pasillo. El viento aullaba en todo el vagón a causa de un dentado boquete abierto en el techo, a través del cual se habían dejado caer media docena de droides de infantería.
Mace se permitió un instante de perplejidad. Los droides de combate no podían provenir de los cazas que había visto, y eso significaba que una tercera nave separatista volaba cerca del tren.
Los droides abrieron fuego.
A los pasajeros pegados a las ventanas la situación debía de parecerles desesperada. No porque los dos Jedi no pudieran desviar la lluvia de láseres dirigidos contra ellos, sino porque no podrían desviarlos sin que alguno rebotase contra los ocupantes del vagón. Pero los pasajeros no sabían que uno de los Jedi era Mace Windu, del que se rumoreaba había destruido en combate personal un tanque sísmico en Dantooine, y que el otro era Kit Fisto, el héroe nautolano de la Batalla de Mon Calamari.
Juntos, devolvieron algunos láseres contra los mismos droides que los habían disparado. Otros los enviaron siseando a través de la abertura del tejado, logrando además alcanzar en el vientre a uno de los cazas buitre, enviándolo a su muerte en algún lugar bajo la vía magnética. Chispas y humo revoloteaban por todo el vagón, brazos y piernas metálicos volaron incontrolablemente, pero Mace y Kit recurrieron a la Fuerza para controlarlos. Algunos habitantes de Coruscant recibieron el impacto de miembros descontrolados, pero el Jedi se ocupó contra viento y marea de que ninguno recibiera una herida grave.
En cuanto cayó el último droide, Mace saltó hacia arriba, a través del agujero del techo, y aterrizó agachado en el tejado, con el viento azotando su túnica y su cráneo afeitado. Sólo la Fuerza impidió que saliera despedido. Con todos sus sentidos alerta, vio una nave separatista ocultarse tras el último vagón del convoy. Más lejos, pero acercándose rápidamente, iban dos helicópteros de la República.
Miró instintivamente a la derecha, y un segundo droide buitre entró en su campo de visión. Al verlo, el droide roció el tejado del vagón con sus láseres. Mace se volvió de cara al viento y centró toda su atención en saltar por encima del agujero del techo del vagón. El caza buitre viró, situándose directamente sobre el desgarrón abierto por su compañero y reorientando sus cañones.
En lo que seguramente hubiera sido un gesto fútil, Mace levantó su sable láser.
Pero el droide nunca llegó a disparar. Con las alas agujereadas y los repulsares dañados por los proyectiles disparados desde los helicópteros que lo perseguían, el caza buitre se desplomó sobre el techo del tren, rodó, rebotó y se perdió de vista.
Desactivando sus sables. Mace se dejó caer por el agujero del techo y corrió con Kit hacia el segundo vagón, ahora lleno con los consejeros de Palpatine y los pasajeros que las Maestras Jedi y los Túnicas Rojas habían trasladado del primer vagón del tren. Mace y Kit lo cruzaron y llegaron hasta el actual vagón del Canciller Supremo, al mismo tiempo que el convoy salía del túnel. Estaba anocheciendo y los altos edificios del Oeste lanzaban sus enormes sombras sobre los cañones de la ciudad y las atestadas vías públicas bajo la línea del tren magnético.