Volvió a besarla en la frente y no se movieron hasta que Paul reapareció en la puerta.
PAUL paseó una mirada cargada de emoción por las vacías paredes. La última de las cajas descansaba ya en el suelo del piso y ellos, jadeantes pero felices, se tomaban su primer respiro del día.
—Estoy está muy bien, en serio —ponderó con satisfacción—. ¡Ojalá yo pudiera decir lo mismo!
—Has de esperar tu turno, pequeño —bromeó John.
—Vete al diablo. ¿Quieres que empecemos a ponerlo todo en su sitio?
—No, por hoy ya está bien. ¿Qué hora es?
—Cerca de las dos. George no tardará en venir.
John no se movió. Sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y de cara a la ventana abierta sobre Gambia Terrace, se dejó invadir por una extraña sensación de paz. Quiso zambullirse en aquella realidad: se encontraba en su propio piso. Algo estaba cambiando de una vez para siempre.
Era feliz.
—¿En qué piensas? —le preguntó Paul.
—En nada. Tenía la mente en blanco.
—Venga, hombre, dime lo que se siente en este momento —insistió Paul.
¿Sentir? Podía sentir un océano de impulsos cuando componía una canción, o cantándola en público. Era como vivir diez, cien vidas. Cada pequeña parte formaba un núcleo en torno al cual giraban otras y otras más. Eso era sentir, y sacar fuera cada ángel y cada demonio. La música creaba el entorno, y era la vieja carretera amarilla, la misma que conducía a Oz, la que se abría paso hasta los confines de su ser y desde allí a todas direcciones.
Mientras que en aquel momento… Tal vez el piso fuese ese confín. Allí partía de cero. Aquellas paredes oirían su voz y serían testigos de cada pequeño o gran momento. Canciones, amor, música, libertad.
—Recuerdo que una vez me dijiste que lo conseguiríamos —dijo John.
—¿Qué tiene que ver eso…?
—Es lo que siento —siguió él—. ¿No querías saber lo que siento? Pues es esto, ni más ni menos: vamos a conseguirlo.
El rostro de Paul se iluminó
—¿Estás seguro?
—Sí. Cuando murió mi madre, me dijiste otra cosa: que estaba solo, y ahora me doy cuenta de que es así. Estoy solo y no dependo más que de mí mismo. Está el grupo, nuestra música, pero yo ya no tengo lazos. Si esto no sale bien, ¿qué demonios me queda? Por eso sé que saldrá bien. Mi madre murió por algo.
—No, John, eso no es verdad —objetó su amigo.
—Necesito creer que fue así, ¿no lo entiendes? Es parte de la situación, la clave. Toda la vida la necesité, y no la tuve. Ahora, sin embargo, se acabó, ya no hay madre, ya no existe. He dejado de necesitar y de depender. Sé que ése es el precio, y yo lo he pagado con creces. ¿Qué otro sentido tendría si no?
—No dejes que una obsesión como ésa te haga daño —le previno Paul.
—¿Daño? —John pareció reír sin risa—. ¡No, claro que no! Ni siquiera es una obsesión como piensas. yo más bien lo veo como un impulso; sí, un impulso, algo que te obliga a seguir adelante. Por eso sé que no vamos a fallar, porque no podemos.
—¿Así que hoy comienza de verdad todo?
—Sí.
—Directos a la fama.
—Sí.
—Los Quarrymen.
—Con este u otro nombre —dijo indiferente John—. Puede que debamos cambiarlo para comenzar realmente.
Paul se inclinó hacia delante.
—¿Has pensado alguno?
—Tengo varios.
—¿Sabes? Yo también —le sonrió Paul.
—Dime uno —le pidió John, rompiendo el embrujo de la atmósfera sutil en que habían estado inmersos.
—Tú primero. Eres el jefe.
—Johnny y los Moondogs.
—Beat Brothers.
—Silver Beatles.
—Nurk Twins. Ha terminado por gustarme.
—Beatles.
Paul no aportó ninguno más. El último pronunciado por John flotó entre los dos, esparciendo resonancias luminosas por el piso. No fue una revelación, ni siquiera un estallido. Sólo fue un nombre.
A la espera de su hora.
—Sea el que sea, será fantástico —opinó Paul.
LA observó con atención.
Era la primera vez que la veía por la escuela de arte. Seguramente era una de las nuevas incorporaciones del nuevo curso. Rubia, no demasiado alta, relativamente bonita. En todo caso, idea para él.
Encajaba en sus gustos.
Una chica de Liverpool.
Se acercó sin ánimo de parecer un ligón, pero tampoco un bobo. Ella estaba sentada, contemplando con calma el efervescente bullicio de la zona de juegos. El cielo amenazaba lluvia, y el frío auguraba otra clase de problemas si se permanecía inmóvil a la interperie como lo hacía ella. John se detuvo a su lado.
No, no era relativamente bonita. la distancia y su miopía solían gastarle malas pasadas como aquella. Era verdaderamente bonita, quizá un poco entrada en carnes, pero tampoco él era una joya. Todavía con la guitarra en las manos, en el escenario y cantando, ofrecía otra imagen, y las chicas suspiraban por ser novias del aprendiz de estrella. En la escuela de arte las cosas eran distintas.
Le gustaba.
Y mucho.
Ella volvió la cabeza de improviso, dándose cuenta de que no estaba sola, de que alguien acababa de penetrar en su campo. Le dirigió una mirada cargada de desconfianza.
Pero sonrió.
—Hola —dijo John, inseguro—. ¿Vas a estudiar aquí?
—Sí —contestó ella.
—Comienzas tarde el curso, ¿no?
—Sí —repitió.
John apartó sus ojos, buscando un lugar donde fijarlos. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y esperó, nervioso, que surgiera algo que posibilitara el que no se rompiera el puente frágil que acababa de tender. Lo único que se le ocurrió fue:
—Me llamo John Lennon. Estoy en segundo.
—Yo estoy en tercero —dijo ella.
Pensó enseguida que si estaba en tercero era porque tenía aproximadamente un año más que él. Eso no le gustó.
Pero ella le gustaba cada vez más.
—No me has dicho tu nombre.
—Cynthia Powell.
—Suena bien. Tiene musicalidad.
La muchacha acentuó su sonrisa.
—¿Lennon? —murmuró pensativa—. ¿Tú no eres el que tiene un grupo?
Desaparecieron en John los últimos ramalazos de nerviosismo. Entraban en su terreno.
—¡Oh, sí! —respondió con énfasis—. Toco la guitarra y canto. ¿Te gustaría vernos?
Cynthia Powell se puso en pie. John admiró su tipo.
Nunca había creído en los flechazos, ni en los amores a primera vista, pero no recordaba haber sentido nada igual por una chica antes.
—Será fantástico —aseguró ella—. ¿Cuándo?
Pensó en Paul, en George, en Pete, en el grupo, como Johnny y Los Moondogs, Silver Beatles, Beat Brothers, Beatles y los demás nombres que estaban considerando, y también en su suerte.
—Puedo dejarte que veas cómo ensayamos —alardeó.
Sus ojos desprendieron un brillo emocionado y John lo captó. El círculo se cerró al momento.
Igual que cuando surgía el tema, la melodía de una canción, o un poema para darle forma.
—Me gustaría —aceptó ella.
—Entonces, ¿te parece esta tarde?
Comenzó a llover débilmente, como un suave manto cayendo del cielo, pero en su cielo brillaba el sol y no se dieron cuenta.
Punto Cero.
Cynthia y John se dieron la mano.
1959/1980
SE llamaron Johnny y los Moondogs, y también Beat Brothers, y Silver Beatles y, finalmente Beatles.
En 1959 abandonaron sus centros de estudio para lanzarse, abiertamente por el camino de la música. Eran John, Paul y George como núcleo. Todavía tuvieron problemas para completar el grupo hasta que Pete Best se quedó como batería definitivamente, y un amigo de John, un genio loco como él, llamado Stu Sutcliffle, completó el grupo. En el verano de 1959 debutaron en un show de aficionados en la televisión, en Manchester.
Se decía que el
rock and roll
estaba muerto porque Elvis Presley hacía el servicio militar en Alemania, alejado de toda actividad. Little Richard había dejado la música para hacerse ministro del Señor; Buddy Holly acababa de morir, a los veintiún años, al estrellarse en una avioneta; Jerry Lee Lewis era destrozado por los puritanos por haberse casado con una prima suya de trece años (algo usual en los estado sureños de América), y el resto de las estrellas sufría la embestida de los que habían convertido la rebeldía en moda.
En Liverpool, lejos de América e incluso de Londres (donde la réplica británica de Elvis, Cliff Richard y su grupo, los Shadows, triunfaban arrolladoramente), trescientos cincuenta conjuntos que primero hicieron
skiffle
y después música
beat
—el germen del pop— iniciaban una sorprendente leyenda. Trescientos cincuenta grupos en una ciudad, un núcleo por cuyo puerto seguía llegando lo que no llegaba a ninguna otra parte del mundo.
Nada es casual, y ni Liverpool ni todos esos muchachos lo fueron.
Los Beatles actuaron en La Caverna y se convirtieron en el grupo más popular de la ciudad. Viajaron a Hamburgo, donde afianzaron sus raíces y su cultura popular, consolidando el potencial del conjunto. En esencia no era más que cinco jóvenes pretendidamente agresivos, que vestían cazadoras negras y seguían la estela de su sueño de libertad. En 1961, siendo los reyes de Liverpool, grabaron un disco en Alemania acompañando a un cantante llamado Tony Sheridan. Ese disco hizo que un hombre los buscase para proponerles un pacto: él los puliría y ellos trabajarían. Ese hombre, que se convirtió en su agente y en el quinto Beatle hasta su muerte en 1967, fue Brian Epstein. Parte del milagro, de lo que pasó, fue obra suya. En 1961 Stu Sutcliffle había dejado el grupo para quedarse en Alemania con Astrid Kirschner, la creadora del peinado Beatle. Lamentablemente para su historia, Stu murió el 10 de abril de 1962, víctima de un tumor cerebral, a los veintidós años.
En el verano del 62, los Beatles grabaron su primer disco en solitario, con
Love me do
, la canción compuesta tiempo atrás por John y Paul, como tema estelar. En la hora del salto definitivo, Pete Best no pudo resistirlo. Se impuso la necesidad de buscar y encontrar un buen batería, porque John, Paul y George eran ya excepcionales. Los tres estuvieron de acuerdo en ofrecerle la plaza a un tal Ringo Starr, batería del grupo Rory Storm & The Hurriacanes. Ringo, cuatro meses mayor que John, aceptó y grabó la definitiva versión de
Love me do
. Nacían los auténticos Beatles, y la historia estaba lista para ser servida.
El día 5 de octubre de 1962 se publicaba el primer disco.
Si el
rock and roll
había muerto, nacía la
Era Pop
.
Si América naufragaba en el desconcierto, después de haber conocido la mayor fuerza musical de la historia, Inglaterra tomaba el relevo, haciendo que esa fuerza surgiese ya imparable.
El
rock
simple, sin más, como término aglutinante de un gran todo, se convirtió en el núcleo germinal de toda una generación.
Y sigue siéndolo.
Los Beatles hicieron más que ningún otro artista conocido, logrando que por primera vez el mundo viviera en una singular armonía. Durante ocho años se dijo que ni un solo instante había dejado de sonar una canción suya en algún rincón del planeta. Cualquiera de sus éxitos podía ser oído al mismo tiempo por unos chicos de Roma, de Hiroshima, de Johannesburgo o del Yukón. Muchachos de diferente cultura, nivel social y hasta creencias religiosas o políticas. La música de los Beatles fue la primera que unió a todos. Los integrantes de la llamada generación de la posguerra, los primeros que crecieron o nacieron libres de los fantasmas del pasado, encontraron en la música el vehículo más afín a sus necesidades y ansiedades, y también el lenguaje más universal, una forma de ser, de vestir, de pensar y de existir. Así fue entonces y, pese a los muchos cambios producidos por el devenir de los tiempos, así sigue siendo en la actualidad.
Diferencias personales, el cansancio de tantos años, y el hallazgo de una madurez no mancillada por la fantasía del éxito y la fama, separaron a los Beatles en abril de 1970, dejando tras sí algo más que canciones y leyendas. El
rock
por entonces ya era una espira apoteósica. Cuando en 1973 estalló la cuarta guerra árabe-israelí y los árabes cortaron el suministro petrolífero de Occidente como presión política, desencadenando lo que se conoce aún como Gran Crisis, todo cambió una vez más. Pero para entonces los tiempos del
rock and roll
puro, del
pop
, e incluso los del vanguardismo de fines de los sesenta habían pasado.
Y ésa es otra historia.
John Lennon se casó con Cynthia Powell en 1962, poco antes de ser grabado
Love me do
. Al año siguiente, cuando acababan de obtener su primero número uno con el segundo disco, tuvo un hijo al que puso por nombre Julian, en honor a su madre.
La importancia de Julia Stanley en la vida de John y el peso de los recuerdos, así como el amor que le profesión en la adolescencia especialmente, cuando las preguntas nacieron sin hallar demasiadas respuestas, quedó sobradamente reflejado a lo largo de los años. El trauma producido por la trágica muerte completó el círculo. John hizo una canción en 1968 titulada
Julia
, y en su primer disco tras la separación del grupo incluyó otras dos evidentemente significativas:
Madre
y
Mi mamaíta está muerta
. Fue el eterno fantasma que le persiguió a lo largo del tiempo.
Su padre, Alfred Lennon, reapareció cuando John ya era famoso, tal vez buscando las migajas del pastel, tal vez deseando recuperar su propia dignidad. Fue tarde. Separados por un abismo insondable, no hubo entre ellos avenencia ni unión. John no pudo perdonar los años de soledad, y especialmente el destino que les dio a su madre y a él al abandonarlos. Beneficiado, sin embargo, por la fama de su hijo, y haciendo honor a la tradición musical, marcada por su propio padre, el abuelo de John, Jack Lennon, Alfred grabó un disco a fines de 1965 con el nombre de Freddie Lennon. Las canciones tenían títulos muy significativos:
That's my life (my love and my home)
y
The next time you feel important
(ésta es mi vida [mi amor y mi casa] y La próxima vez seré importante). El lanzamiento fue un fracaso y el nombre de Freddie Lennon se perdió para siempre en el recuerdo.