El jardinero nocturno (32 page)

Read El jardinero nocturno Online

Authors: George Pelecanos

Tags: #Policíaco

BOOK: El jardinero nocturno
3.26Mb size Format: txt, pdf, ePub

Brock encendió un Kool y tiró la cerilla al cenicero con forma de neumático. Se metió la cartera en el bolsillo de los tejanos y salió descalzo y sin camisa de la habitación. Recorrió el pasillo, pasando de largo el dormitorio de su primo, y llegó al salón. Conrad estaba sentado en el sofá, con su bolsa a los pies.

Brock dio una doble calada al cigarrillo y exhaló una larga columna de humo.

—¿Te vas?

—Yo he terminado aquí, Romeo.

—Ya no tienes cojones.

—Matar y robar es fácil. Son las consecuencias… Ya no quiero seguir con esto, tío.

—Casi hemos logrado lo que queríamos. Lo menos que puedes hacer es quedarte hasta el final. Luego coges tu parte y si quieres te largas.

—Es dinero sucio y no lo quiero. Y tampoco quiero estar aquí para ver cómo te hundes.

—Mierda, ¿yo?

—¿Qué, te crees que no va a pasar nunca? Hasta tu héroe, Red Fury, se pasó de la raya. Cuando le mataban a puñaladas en la cárcel, ¿tú crees que andaba chuleando? ¿Tú crees que estaba orgulloso de su reputación? Ni hablar. Lo más seguro es que estuviera llamando a gritos a su madre. Al final todos acaban así.

—Pero yo acabo de empezar.

—Tú ya estás listo. Un tipo como tú puede triunfar entre niños o entre idiotas, pero hay un límite. Primero das un golpe como el del otro día, empiezas a gastar pasta y te acostumbras a la buena vida, así que tendrás que robar más y más hasta que te tropieces con quien no debías. Esa persona pondrá precio a tu cabeza y fuera, se acabó. Joder, tío, es posible que ya te hayas buscado la ruina. Cometiste un gran error al llevarte a esa chica. El capullo de Broadus sabrá dónde trabaja. Y tal vez hoy no, ni mañana, pero algún día alguien la seguirá hasta su casa. Seguramente el dueño de los cincuenta mil pavos que robaste. Así que sí, primo, estás listo.

—Menos mal que te aprecio, tío, porque no permitiría a nadie más hablarme así.

—Yo también te aprecio, pero no me puedo quedar.

Gaskins se levantó y le dio un abrazo. Luego agarró su bolsa.

—Cuida de mi madre —dijo Brock.

—Ya sabes que lo haré.

Brock se lo quedó mirando por la ventana mientras Gaskins pasaba bajo el tulipero y se encaminaba hacia Hill.

Todavía podría alcanzarle, si echaba a correr. Todavía podía convencerle, impedir que se marchara. Pero Brock se quedó allí, fumando y tirando la ceniza al suelo.

32

Ramone entró en la sala de vídeo de la VCB con un sándwich de pollo y un refresco de lata. Era ya bastante tarde y no había almorzado. Rhonda se había encargado de Aldan Tinsley mientras Ramone terminaba con el papeleo.

Antonelli estaba sentado con los pies sobre la mesa, con la cartuchera de tobillo y la Glock a plena vista. En la pantalla uno, Bo Green interrogaba a Dominique Lyons, al que por lo visto habían informado del testimonio de Darcia Johnson. Tenía la cara congestionada de rabia. Le habían esposado los tobillos a la silla. Bo Green estaba sentado frente a él, con las manos plegadas sobre el vientre, la expresión neutra y la voz serena y suave.

—Bo acaba de decirle a Dominique que tenemos al hombre que le vendió la pistola —informó Antonelli—. Y que esa misma pistola fue utilizada en un homicidio la noche anterior. Mírale. Nuestro hombre ya no está tan gallito.

Dominique, en la pantalla, descargó un puñetazo en la mesa.

—Eso es mentira. No me podéis encasquetar otro asesinato. No soy tan gilipollas como para comprar un arma que ya lleva encima un muerto.

—¿Beano te dijo que estaba limpia? —preguntó Bo Green.

—Eso dijo el hijo de puta.

—¿De dónde había sacado la pistola entonces?

—Yo qué sé. Pregúntaselo al mamón ese, a ver de dónde coño la sacó.

—Ya se lo preguntaremos —aseguró Green.

Antonelli bajó los pies al suelo y señaló la pantalla dos, donde aparecían Rhonda y Aldan Tinsley.

—Vuestro hombre no dice gran cosa.

—Ya hablará —aseguró Ramone.

—¿Rhonda está bien?

—La puerta apenas la tocó. Pero se echó atrás como si la hubiera atropellado un camión.

—Esa mujer es toda una actriz.

—Entre otras muchas cosas.

Rhonda seguía forcejeando verbalmente con Aldan Tinsley sin hacer progresos. Ramone se comió el bocadillo de pollo con la ferocidad de un animal, apuró el refresco y tiró la lata a la basura.

—Creo que voy a entrar.

Antonelli vio en la pantalla que Rhonda volvía la cabeza al oír la puerta. Ramone entró al box, se sentó junto a su compañera y puso las manos sobre la mesa.

Por tercera vez en el día, Ramone se aflojó la corbata. Hacía calor en la sala y percibía su propio olor corporal. Unas horas antes había estado jugando al baloncesto con aquella misma ropa. Había forcejeado con Tinsley. Tenía la sensación de llevar aquel traje desde hacía una semana.

—Hola, Aldan —saludó.

Aldan Tinsley hizo un gesto con la cabeza. Tenía los labios hinchados del golpe que se había dado contra el suelo. Parecía un pato.

—¿Estás cómodo?

—Me duele la boca. Creo que me has aflojado un diente.

—El asalto contra un policía es una acusación muy grave.

—Ya le he pedido disculpas aquí a la agente, ¿no es verdad?

—Verdad —dijo Rhonda.

—No quería darle con la puerta. Es que estaba cabreado. No me dijeron por qué querían verme y últimamente he tenido demasiados encontronazos con la policía. Estoy harto, nada más. Estoy harto de que me acosen también. Pero yo no quería hacer daño a nadie.

—Pues, por muy grave que sea, la acusación de asalto es la menor de tus preocupaciones ahora mismo.

—Quiero un abogado.

—Dominique Lyons, ¿te suena el nombre?

—No me acuerdo.

—Hace cinco minutos Dominique Lyons nos dijo que el miércoles por la noche le vendiste una pistola. Una treinta y ocho Special. La chica que estaba con él cuando la compró nos ha confirmado que el vendedor fuiste tú.

A Tinsley le tembló el labio.

—Esa misma noche Lyons utilizó la pistola para cometer un homicidio.

—¿Es que no me has oído? ¡Quiero un puto abogado!

—Lo entiendo —dijo Ramone—, yo en tu lugar me buscaría a todo un equipo de abogados. Posesión ilegal de armas, cómplice de homicidios…

—Tío, yo no sé nada de ningún puto homicidio, me cago en la hostia. Yo compro y vendo cosas, no soy un asesino.

Ramone sonrió.

—He dicho homicidios, Beano.

—No, ni hablar.

—¿Nos podrías decir dónde estabas este martes por la noche?

—¿El martes por la noche?

—Sí, el martes —repitió Rhonda.

—El martes por la noche fui a ver a una chica. —En la cara se le notaba claramente el alivio por el cambio de tema.

—¿Cómo se llama la chica?

—Flora Tolson. La conozco desde hace tiempo. Ella os lo puede confirmar.

—¿Dónde estuvisteis?—preguntó Ramone.

—Flora vive en Kansas Avenue.

—¿En qué parte de Kansas? —interrogó Rhonda.

—Pues no sé exactamente. Más arriba de Blair Road.

Ramone y Rhonda se miraron.

—¿Y qué hacías allí? —preguntó Rhonda.

—Bailar, no te jode.

—¿Y a qué hora te marchaste de su casa?

—Era ya tarde. Estuve allí mucho tiempo. Pasadas las doce, supongo.

—¿Y luego qué, te fuiste derecho a tu casa en el coche?

—No… —Tinsley se calló de pronto.

—Te fuiste andando —adivinó Ramone.

—Ya hemos visto en tu ficha que te habían detenido por conducir borracho —apuntó Rhonda.

—Ahora no tienes carnet de conducir —le confirmó Ramone.

—Vaya, vaya, un chulito como tú, que tiene que ir andando —le pinchó Rhonda.

—Quiero un abogado.

—Y el camino hacia tu casa por Milmarson —prosiguió Ramone— atraviesa el jardín comunitario de la calle Oglethorpe.

—Que os den por culo a todos. Yo no maté a ese chico.

—¿A qué chico? —preguntó Ramone.

—Acepto la acusación por armas. Pero no un asesinato.

Ramone se inclinó.

—¿A qué chico?

Tinsley relajó los hombros.

—La pistola me la encontré.

—¿Dónde?

—En ese jardín de Oglethorpe. Siempre atajo por ahí cuando vuelvo de casa de Flora. Es el camino más corto a la casa de mi madre.

—Cuéntanos qué pasó.

—Pues nada, que iba yo por el jardín y me tropecé con algo en el camino. Al principio pensé que era un tío durmiendo, pero cuando se me acostumbraron los ojos a la luz vi que era un chico. Tenía los ojos abiertos y sangre en la cabeza. Era evidente que estaba muerto.

—¿Qué llevaba puesto? —Ramone advirtió la emoción en su voz.

—Una chupa North Face. Le vi el logo a la luz de la luna. Y no me acuerdo de más.

—¿No te acuerdas de nada más del chico?

—Bueno, estaba la pistola.

—¿Qué pistola?—preguntó Ramone.

—El revólver del treinta y ocho que tenía el chaval en la mano.

Ramone lanzó una especie de grave gemido. Rhonda no dijo nada. Sólo se oía el rumor del aire que salía del hueco de la ventilación.

—¿La tocaste?

—Me la llevé.

—¿Por qué?

—Para sacar una pasta.

—¿No te diste cuenta de que estabas destruyendo pruebas en el escenario de un crimen?

—Yo sólo veía unos trescientos dólares.

—Así que robaste la pistola.

—Bueno, al negrata ya no le hacía ninguna falta.

Ramone se levantó de la silla con el puño apretado.

—Gus —advirtió Rhonda.

Ramone se marchó precipitadamente. Rhonda se levantó y miró el reloj.

—¿Me pueden traer un refresco o algo? —pidió Tinsley.

Rhonda no contestó. Se limitó a volverse hacia la cámara.

—Dos cuarenta y tres p.m.

Dejó a Tinsley a solas con su miedo y fue a las oficinas. Ramone estaba hablando con Bill Wilkins, junto a la mesa de este último. Rhonda le puso la mano en el hombro.

—Lo siento.

—¿Por qué no me lo imaginé?

—No lo pensó nadie —quiso consolarle Rhonda—. No había ningún arma en la escena. ¿Alguno de vosotros ha trabajado en un suicidio donde no se encontrara el arma?

—Era zurdo. Zurdo, un tiro en la sien izquierda… pólvora en los dedos de la mano izquierda. No llevaba la North Face para presumir, la llevaba para esconder la pistola en el bolsillo. Mi hijo lo vio y me contó que iba sudando. Y también que iba llorando. ¡Tendría que haberlo imaginado, cojones!

—A ver, tendrás que admitir —terció Wilkins— que no es normal que se pegara un tiro.

—Eso no es cierto, Bill —protestó Rhonda.

—Yo lo que digo es que por lo general los chicos negros no se suicidan.

—Ahí te equivocas —dijo Rhonda—. Los adolescentes negros sí se suicidan. El índice de suicidios entre adolescentes negros está subiendo. Es uno de los beneficios de haber sido admitidos entre las clases media y alta. Ya sabes, el precio del dinero. Por no mencionar el acceso fácil a las armas. Y muchos chicos negros homosexuales saben que jamás serán aceptados. Es algo tácito en nuestra cultura. Mi gente te perdonará prácticamente cualquier cosa, excepto una, no sé si me entiendes.

—Pensad en lo que estaría pasando Asa —dijo Ramone—. Viviendo con esa culpa en un entorno de supermachos.

—No podía vivir así.

—En fin. —Ramone se levantó.

—¿Adónde vas?

—Tengo un par de cosas que hacer todavía. Bill, ya te llamo más tarde para ponerte al día.

—¿Y todo el papeleo?

—Es tu caso, lo siento, jefe. Yo hablaré con el padre, si te sirve de consuelo.

—¿De qué acusamos a Tinsley? —preguntó Rhonda.

—Acusa a ese hijo de puta de todo —contestó Ramone—. Ya me inventaré luego cómo justificarlo.

—Hemos hecho un buen trabajo.

—Sí. —Ramone miró a Rhonda con admiración—. Luego hablamos, ¿eh?

Ya en el parking Ramone llamó a Holiday, que le dijo que estaba en el National Airport, dejando a un cliente.

—¿Podemos vernos? Tengo que hablar contigo en privado.

—Tengo que ir a otra parte ahora —contestó Holiday.

—Voy para allá ahora mismo. Quedamos en Gravelly Point, al lado del aeropuerto. En el pequeño solar del carril del sur.

—Date prisa, que no tengo todo el puto día.

33

La zona principal de Gravelly Point, en el río Potomac, accesible desde los carriles del norte del GW Parkway, era un lugar popular para correr, remar, jugar al rugby, montar en bicicleta y observar los aviones, puesto que la pista de despegue del Reagan National estaba a menos de un kilómetro de allí.

En el otro lado del camino, menos pintoresco, había un pequeño aparcamiento utilizado principalmente por los chóferes de limusinas y otros vehículos que esperaban a los clientes del aeropuerto.

Dan Holiday estaba apoyado contra su Town Car cuando el Tahoe de Gus Ramone se detuvo a su lado. Ramone salió del SUV y se acercó. Holiday advirtió su aspecto desaliñado.

—Gracias por venir —dijo Ramone.

—¿Tú has dormido con el traje puesto?

—Hoy me he ganado el sueldo.

Holiday se sacó un paquete de Marlboro de la chaqueta y le ofreció tabaco a Ramone.

—No, gracias, lo he dejado.

Holiday encendió un cigarrillo y exhaló el humo en dirección a Ramone.

—Pero todavía huele bien, ¿eh?

—Necesito un favor, Doc.

—Pues me parece que hoy mismo te he llamado yo para pedirte a ti un favor y no has querido ayudarme.

—Sabes que no podía darte el nombre de ese agente.

—No has querido.

—Para mí no hay diferencia.

—Siempre tan legal.

—De todas maneras, ya no importa. Asa Johnson se suicidó. Su muerte no tiene ninguna relación con los Asesinatos Palíndromos.

Holiday fumó una calada.

—Qué decepción. Pero tampoco me sorprende.

—Cook se lo va a tomar fatal. Sé que pensaba que con esto se volvería a abrir el caso, que este asesinato de alguna manera resolvería los otros.

—Se va a quedar hecho polvo.

—Hablaré con él —se ofreció Ramone.

—No, ya hablaré yo.

—¿Doc?

—¿Qué?

—El agente se llama Grady Dunne.

—Demasiado tarde. Ya lo sabíamos.

—Oye, ya me enteraré de qué hacía por allí aquella noche. A lo mejor sirve de ayuda en el juicio.

—No te olvides del sospechoso del asiento trasero.

—Podría haber sido un menor. O tal vez alguna amiga.

Other books

The Kingdom of Carbonel by Barbara Sleigh
The Year the Swallows Came Early by Kathryn Fitzmaurice
Under Wraps by Joanne Rock
Wrong for Me (Bad Boy Romance) by Megan West, Kristen Flowers
Crisis Management by Viola Grace
Beautifully Awake by Riley Mackenzie
Out of the Shadows by Timothy Boyd
John Adams - SA by David McCullough
Broca's Brain by Carl Sagan