Authors: Greg Egan
—¿Estás bien? —me gritó Kuwale al oído—. Te tengo bien sujeto; intenta relajarte. —Sonaba distante y sólo pude emitir un gruñido de indignación—. Dentro de un par de minutos nos habremos recuperado —añadió—. Me ha afectado a los pulmones, pero creo que se me está pasando. —Miré el cielo inalcanzable que se hundía al revés.
Kuwale me tiró agua a la cara. Me encontraba mejor; al menos, me daba cuenta de que me la estaba tragando casi toda. Tosí enfadado. Los dientes me castañeteaban; el agua estaba más fría de lo que pensaba.
—Tus amigos dan pena. Un ladrón de pacotilla al que pillan por la alarma secundaria. Un cólera que se lía por un parche de melatonina. Y toxinas que se van con un baño de mar. Violet Mosala no tiene nada que temer.
Alguien me cogió del pie y me hundió.
Conté cinco personas con trajes y equipo de buceo; estaban cubiertas de polímero desde los tobillos hasta las muñecas y llevaban guantes y gorros. No tenían nada de piel expuesta. ¿Por qué? Luché débilmente, pero dos buceadores me sujetaban con firmeza e intentaban ponerme una especie de aparato metálico en la cara. Lo aparté.
La cosechadora emergió en la distancia translúcida; apenas resultaba visible a través del agua iluminada por la luz solar. Sentí mi primer ataque auténtico de pánico visceral. Si habían envenenado los tentáculos, devolviendo un gen de la especie modificada a su estado natural, éramos hombres muertos. Me solté lo bastante para volverme y ver a otros tres buceadores que rodeaban a Kuwale e intentaban mantenerle inmóvil.
Una de mis secuestradores volvió a agitar el aparato delante de mí. Era un regulador conectado a una bombona de aire. La miré y apenas podía distinguir su expresión a través de las gafas, pero
Testigo
identificó de inmediato a otro objetivo. No sabía qué contenía la bombona, pero aunque fuera nocivo, sólo iba a tardar unos minutos en ahogarme.
Los ojos de la buceadora parecían decir: «La decisión es tuya. Lo tomas o lo dejas».
Volví a mirar a mi alrededor. A Kuwale le habían atado los brazos a la espalda, le habían dado el gas y lo había aceptado. Yo todavía estaba débil por la toxina y me faltaba el aire. No tenía ninguna oportunidad de escapar.
Dejé que me ataran las manos, abrí la boca y mordí con fuerza el tubo del respirador. Aspiré agradecido el aire, mientras me recuperaba entre el pánico y el alivio. Si lo hubieran querido, ya nos habrían metido un cuchillo de pesca entre las costillas. Pero aún no estaba preparado para la alternativa.
La cosechadora se acercaba y los buceadores se adelantaron a su encuentro, arrastrándonos con ellos. Quería protegerme la cara con las manos, pero no podía. La madeja de tentáculos transparentes de la medusa se abrió ante nosotros. Se contorsionaba como las topologías patológicas del preespacio, como si el vacío hubiera adquirido vida.
Entonces la red se cerró firmemente.
Las toxinas de la cosechadora debilitaban pero no eran dolorosas. En realidad, hacían el viaje más tolerable: relajaban los músculos tensos a causa de las náuseas y la claustrofobia y atenuaban la sensación de ser comido vivo. Probablemente, la criatura era una especie comercial y no el arma biotecnológica privada que me había imaginado. Empecé a grabar con retraso; los ojos me escocían a causa de la sal, pero si los cerraba me daba vértigo. Veía a Kuwale y a los buceadores que le custodiaban, pero borrosos, como si los mirara a través de un cristal cubierto de escarcha. Tranquilizados por las toxinas y arropados por gelatina transparente, nos desplazábamos a través del agua clara.
Suponía que nos izarían con un torno y nos dejarían caer en cubierta sin miramientos, como la captura que había visto desparramar antes, pero alguien hizo que la cosechadora se relajara con una vara hormonal mientras todavía estábamos en el agua, y los buceadores nos llevaron a cuestas por unas escalas laterales de cuerda. En cubierta,
Testigo
identificó tres rostros más. Nadie nos dirigió la palabra y yo estaba demasiado colocado para pensar en alguna pregunta coherente. La fem que me había ofrecido el regulador me ató los pies juntos y pasó una cuerda para sujetar mis manos atadas a las de Kuwale, de forma que quedamos unidos por la espalda. Otro de los buceadores se llevó las agendas, nos pasó una red de pesca (inerte) por debajo de los brazos, nos envolvió con ella, la enganchó al torno y nos bajó a una bodega vacía. Cuando cerraron la trampilla nos quedamos totalmente a oscuras.
Noté que mi estupor bioquímico se desvanecía; el olor a algas pútridas parecía contribuir a ello. Esperé a que Kuwale me ofreciera un análisis de nuestra situación.
—Conoces todas sus caras y ellos conocen tus códigos de comunicación —dije al cabo de unos minutos de silencio—. Dime quién está ganando la batalla de la información.
—Déjame decirte una cosa —se movió irritada—: no creo que nos hagan daño; son moderados y lo único que quieren es que nos mantengamos al margen.
—¿Y qué quieren hacer mientras tanto?
—Matar a Mosala.
La cabeza me daba vueltas a causa del hedor; las «sales» habían sobrepasado su ciclo útil y habían puesto la marcha atrás.
—Si los moderados quieren matar a Mosala, ¿qué tendrán en mente los extremistas? —No contestó. Me quedé mirando fijamente la oscuridad. En los muelles, Kuwale había insistido en que la amenaza a Mosala no tenía nada que ver con la
technolibération
—. ¿Quieres aclararme un pequeño punto de la doctrina antropocosmológica? —pregunté.
—No.
—Si Mosala muriera antes de convertirse en la Piedra Angular... no pasaría ni cambiaría nada, ¿verdad? Tarde o temprano, otro ocuparía su lugar, o de lo contrario ni siquiera estaríamos aquí hablando de ello. —No hubo respuesta—. Aun así estás intentando mantenerla a salvo. ¿Por qué? —Me maldije en silencio: había tenido la respuesta delante de mis narices desde que hablé con Amanda Conroy—. Estas personas no son enemigos políticos de alguien que, casualmente, es una Piedra Angular en potencia, ¿verdad? Son una afrenta viviente para la corriente principal de la Cosmología Antropológica porque se han apropiado de vuestras ideas y las han llevado hasta su conclusión lógica. Son de CA, como vosotros, pero han decidido que no quieren que Violet Mosala sea la creadora del universo.
—No es ninguna conclusión lógica —contestó Kuwale indignada—. Es una locura intentar elegir la Piedra Angular. El universo existe porque la Piedra Angular está «dada». ¿Acaso intentarías cambiar el Big Bang?
—No, pero este acto de creación aún no ha tenido lugar, ¿cierto?
—No importa. El propio tiempo forma parte de lo que se crea. El universo existe en este momento porque la Piedra Angular lo creará.
—Pero todavía se pueden cambiar las cosas —insistí—, ¿no? Nadie sabe aún con certeza qué TOE es la verdadera.
—¡Ésa no es la manera correcta de enfocarlo! —Kuwale se volvió a mover; noté que se ponía rígida de ira—. ¡La Piedra Angular está dada! ¡La TOE es única!
—No malgastes saliva conmigo defendiendo la corriente principal —dije—. Creo que tu encefalograma es tan plano como el suyo. Sólo intento hacerme una idea de en qué consiste la versión más peligrosa. ¿No crees que tengo derecho a saber a qué nos enfrentamos?
—Creen que la identidad de la Piedra Angular está determinada —me explicó con desgana, después de respirar hondo intentando calmarse—. Que está preestablecida, igual que el resto de la historia, incluso el posible asesinato de cualquier rival. Pero el determinismo no elimina la ilusión de poder. ¿Has conocido a algún extremista islámico que fuera pasivo? No es que la mano de Dios vaya a surgir del cielo y salvar a la Piedra Angular, ni que un golpe improbable del destino vaya a detenerlos si van tras el físico equivocado. No hace falta ninguna intervención sobrenatural si todo el universo y sus habitantes son sólo una conspiración para justificar la existencia de la Piedra Angular. No pueden equivocarse; da igual a quién maten y por qué motivo.
—Entonces, si matan a todos los rivales del teórico de la TOE que apoyan, la suya será la que dé la existencia al universo. Y, hayan elegido algo o no, el resultado es el mismo. La TOE que quieren y la que consiguen acaban siendo idénticas.
»Y también están en Kyoto. —Por fin caí en la cuenta—. ¿Crees que han llegado hasta Nishide y que por eso está enfermo? ¿Y que llegaron hasta Sarah antes de que pudiera denunciarlos?
—Es muy probable.
—¿Se lo habéis dicho a la policía de Kyoto? ¿Tenéis algún contacto allí? —Me callé; no podía hablar de las contramedidas porque era casi seguro que nos estaban vigilando—. Por cierto, ¿qué tiene de particular la teoría de Buzzo? —añadí cansado.
—Creen que deja abierta la posibilidad de acceder a otros universos que otros Big Bangs originaron en el preespacio —dijo en tono de burla—. Tanto Mosala como Nishide descartan por completo esa posibilidad: podrían existir otros universos, pero son inalcanzables. Los agujeros negros y de gusano de sus TOE sólo nos conducen de vuelta a este cosmos.
—¿Y quieren matar a Mosala y Nishide porque no les basta con un universo?
—Piensa en las infinitas riquezas a las que renunciaríamos si elegimos un cosmos independiente —protestó Kuwale con sorna—. Adopta una perspectiva a largo plazo. ¿Adónde escaparíamos cuando llegara el Big Crunch? Una o dos vidas no son un precio demasiado elevado por el futuro de toda la humanidad, ¿no crees?
Volví a pensar en Ned Landers, que intentaba apartarse de la especie humana para controlarla. No era posible apartarse del universo, pero usar la antropocosmología para ir más allá de las explicaciones de los teóricos de las TOE y jugar a «elige a tu creador» se le parecía mucho.
—Puede que Mosala haga bien en despreciarnos si nuestras ideas nos conducen a esto —dijo Kuwale con desánimo.
—¿Sabe que hay CA que quieren matarla? —No pensaba discutirle lo anterior.
—En parte sí y en parte no.
—¿Qué quieres decir?
—Hemos intentado avisarla, pero nos desprecia tan profundamente, incluso a la corriente principal, que no se toma la amenaza en serio. Creo que piensa que las malas ideas no pueden afectarla, que si la antropocosmología no es nada más que superstición, no puede hacerle daño.
—Díselo a Giordano Bruno. —Mis ojos se estaban adaptando a la oscuridad; podía ver una tenue franja de luz en el suelo de la bodega a lo lejos—. ¿Me he perdido algo o estamos hablando todo el rato de los que llamas «moderados»? —Kuwale no contestó, pero noté que se desplomaba hacia delante, como si finalmente le venciera la vergüenza—. ¿Qué defienden los extremistas? —insistí—. Dilo con delicadeza, pero suéltalo de una vez. No quiero más sorpresas.
—Se podría decir que forman un híbrido con las sectas de la ignorancia —confesó Kuwale abatida—. Todavía son CA en el sentido amplio del término: creen que se confiere existencia al universo por medio de su explicación, pero piensan que sería posible e incluso deseable tener un universo sin ninguna TOE, sin ninguna ecuación definitiva ni ninguna pauta unificadora. Que no haya niveles más profundos, leyes definitivas ni imposibles absolutos. Ningún límite para la posibilidad de trascendencia.
—Pero la única manera de conseguir eso sería asesinar a cualquiera que pudiera convertirse en la Piedra Angular...
Parecía que mi ropa había alcanzado un punto de equilibrio con el aire húmedo de la bodega... en el nivel de humedad más incómodo posible. Necesitaba orinar, pero me aguantaba por mantener la dignidad y con la esperanza de que sabría identificar correctamente el momento en que el problema supusiera una amenaza para la vida. Me acordé de Tycho Brahe, un astrónomo que murió después de que le estallara la vejiga en un banquete porque le daba demasiada vergüenza preguntar por los servicios.
La franja de luz del suelo no se movía, pero a medida que pasaban las horas, se fue haciendo más brillante y después se fue debilitando. Los sonidos que llegaban a la bodega no significaban mucho para mí; eran crujidos y golpes metálicos aleatorios, voces apagadas y pasos. Se oían zumbidos y ruidos de vibración distantes; algunos eran continuos y otros intermitentes. Sin duda, cualquiera mínimamente aficionado a las embarcaciones podría identificar el sonido de un motor MHD de propulsión a chorro con imanes superconductores. Pero yo era incapaz de distinguir entre un motor a máxima potencia y el sonido de un tripulante en la ducha.
—¿Cómo se hace alguien de Cosmología Antropológica si nadie sabe de vuestra existencia? —pregunté.
Kuwale no contestó y le di un empujón suave con el hombro.
—Estoy despierta. —Sonaba más deprimida de lo que yo estaba.
—Entonces háblame o perderé la calma. ¿Cómo reclutáis nuevos miembros?
—Hay foros de debate en la red que tratan de ideas relacionadas: cosmología alternativa y metafísica de la información. Participamos, sin revelar demasiado, y si alguna persona nos parece simpatizante y digna de confianza, nos dirigimos a ella de forma individual. Alguien, en algún lugar, reinventa la antropocosmología dos o tres veces al año. No intentamos convencer a nadie de que es verdad, pero si llegan a las mismas conclusiones por su cuenta, les hacemos saber que no están solos.
—¿Y la corriente marginal hace lo mismo? ¿Pesca personas en la red?
—No, todos son disidentes que antes estaban con nosotros.
—Ah. —No era de extrañar que la corriente principal se sintiera obligada a proteger a Mosala. Ellos eran quienes, literalmente, habían reclutado a todos sus posibles asesinos.
—Es triste —dijo Kuwale con voz queda—. Algunos creen sinceramente que son los verdaderos
technolibérateurs
; toman la ciencia en sus manos y se niegan a ser arrollados por una teoría ajena: no quieren renunciar a tener voz en el asunto.
—Sí, muy democrático. ¿Se les ha ocurrido alguna vez convocar elecciones para elegir a la Piedra Angular en lugar de matar a todos los candidatos rivales del suyo?
—¿Y ceder todo ese poder voluntariamente? No creo. Muteba Kazadi tenía una versión «democrática» de la antropocosmología que no implicaba ningún asesinato. Aunque nadie la entendía y no creo que ni siquiera lograse que las matemáticas le funcionaran.
—¿Muteba Kazadi era de CA? —Me reí asombrado.
—Desde luego.
—No creo que Violet Mosala lo sepa.
—No creo que Violet Mosala sepa nada que no quiera saber.
—Eh, un poco de respeto por tu deidad. —El barco se sacudió suavemente—. ¿Nos ponemos en marcha o acabamos de parar? —Kuwale se encogió de hombros. El lastre adaptable hacía la navegación tan suave que era imposible saber qué pasaba; no había notado oleaje durante el tiempo que llevábamos a bordo y menos aún las sutiles aceleraciones del viaje—. ¿Conoces a alguno de los que están aquí?