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Authors: Mary Kirchoff & Steve Winter

Tags: #Fantástico

El incorregible Tas (32 page)

BOOK: El incorregible Tas
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Poco después consideraba la situación bajo un punto de vista estratégico. Pocas personas imaginan que los kenders son capaces de razonar de manera analítica. De hecho, sabían hacerlo muy bien en circunstancias adecuadas, pero, siendo su naturaleza inquieta y distraída, raramente llevaban un razonamiento a una conclusión lógica. Tas descubrió que estar tumbado bajo una mesilla, lamerse despacio las patas y ronronear con suavidad, conducía a pensar con claridad. Tasslehoff se planteó un interrogante: «Si fuera un hechicero malvado, aliado con Hiddukel, y me encontrara en esta situación, ¿qué haría?». De lo que no cabía duda es que ahora el mago habría puesto a buen recaudo el brazalete. Habían perdido una gran ventaja al poner de manifiesto que los dos iban tras la joya y que podían cambiar de forma.

El kender llegó a la conclusión de que había llegado el momento de hacer un cambio de planes. Él y Selana habían fracasado en su intento de recuperar el brazalete, pero Flint y Tanis seguían encarcelados en algún lugar del castillo. Los prisioneros habían visto cosas en los sótanos —el zombi, por ejemplo— que al mago le interesaba mantener ocultas, al menos para el caballero. Ello ponía al enano y al semielfo en una situación muy peligrosa. Tas estaba seguro de que nunca se le presentaría una oportunidad para rescatarlos mejor que ésta, mientras durasen los efectos de la poción, y, por tanto, más valía que se diese prisa.

Recordó que, después de desvanecerse el monstruo de sombras, él y Selana habían visto al hechicero dirigirse al castillo desde los calabozos, así que era probable que Flint y Tanis estuvieran encarcelados allí.

Tas terminó de acicalarse, se incorporó, se estiró, y caminó hacia la puerta. Contempló la rendija que había bajo la hoja de madera y calculó la altura. Como ratón se había deslizado por el hueco sin problemas, pero, ¿por qué ser otra vez un ratón cuando había tantas formas diferentes que aún no había probado?

En un visto y no visto, se transformó en una culebra marrón y dorada, de sesenta centímetros de longitud. Era agradable la sensación de frescor del suelo de piedra bajo su vientre. Tas sacó varias veces la lengua bífida para experimentar y después asomó la cabeza bajo la puerta y la movió muy despacio para mirar a uno y otro lado. El pasillo estaba desierto.

Su primer intento de moverse hacia adelante fue un completo fracaso. Su cuerpo se retorcía, se estiraba y giraba, y se golpeó la cabeza contra el borde inferior de la puerta, pero no avanzó ni un centímetro. Esto no iba a ser tan fácil como las culebras lo hacían parecer, concluyó Tas. Tras unos cuantos intentos inútiles por arrastrarse hacia adelante, se las arregló para enroscarse otra vez, pero seguía en el cuarto.

Por fin cayó en la cuenta de que lo estaba haciendo mal desde el principio. Quería arrastrarse como si tuviera brazos y piernas, y lo que tenía que hacer era encontrar un modo de deslizarse. Pensó en la manera en que una culebra avanza por una pradera. Sin comprender muy bien cómo lo había hecho, de pronto se encontró avanzando a buen ritmo, de lado y hacia adelante al mismo tiempo, y un momento después pasaba bajo la puerta y se asomaba al corredor.

La curiosidad de Tas por las culebras quedó satisfecha enseguida… Además, la gente tenía la costumbre de sobresaltarse y chillar y cortarlas en rodajas cada vez que topaba con una. Por tanto, se transformó otra vez tan pronto como estuvo en el pasillo. En esta ocasión adoptó la forma de un perro de aguas, de pelo negro y naranja. Corrió pasillo adelante, agitando la cola, olisqueando bajo las puertas. Bajó deprisa una escalera sinuosa y cruzó por un acceso abierto que daba al corredor principal. La salida estaba al final del pasillo, a su derecha.

Tasslehoff corrió hasta la puerta y brincó para plantar las dos patas delanteras en la hoja de madera. Empujó con el hocico el pestillo hacia arriba y la puerta se abrió. Una vez en el exterior, Tas corrió directamente hacia la prisión. La puerta estaba abierta, así que entró sin detener el trote vivo.

Dos soldados estaban sentados a horcajadas en un banco y jugaban a los dados. Tas supo que había ido al sitio adecuado cuando vio el arco de Tanis y el hacha de Flint tirados en el suelo, detrás de los guardias.

Al otro lado del cuarto, una puerta de barrotes conducía a los calabozos. El hueco entre las barras de hierro era lo bastante amplio para que Tas pasara a través de ellas, pero la reja tendría que abrirse para que salieran Flint y Tanis.

A lo largo de sus viajes, Tasslehoff había encontrado pocas cerraduras que se hubiesen resistido a sus ganzúas. Tenía la experiencia suficiente para saber que los cerrojos de la mayoría de las prisiones no eran muy buenos. Pero, por si acaso, miró a su alrededor en busca de un manojo de llaves. Lo vio colgado de un gancho grande, en la pared, detrás de los jugadores de dados.

Tas supuso que el más viejo de los dos iba ganando, porque el montón de monedas de cobre que tenía ante sí era bastante más grande que el del otro soldado. Parecían muy interesados en el juego, así que Tas pasó trotando junto a ellos y fue hacia la reja. En aquel momento, el guardia que perdía debió de hacer una tirada muy mala, pues barbotó un juramento y arrojó los dados al otro extremo del cuarto. Las miradas de los dos soldados convergieron en Tas.

—¿De quién es ese perro? —preguntó el guardia de más edad—. No lo había visto antes.

—No lo sé —contestó el otro—. Pero tiene un color de pelo muy raro. Y fíjate en ese ridículo mechón que le sobresale en la cabeza. Déjame tu daga, Duncan. Voy a cortárselo.

El tal Duncan desenfundó un pequeño cuchillo colgado de su cinturón y se lo tendió a su compañero, pero un gruñido amenazante los hizo detenerse a ambos.

—Me parece que no le ha gustado tu idea, Jules —comentó Duncan.

—Venga ya, no tiene ni idea de lo que estamos hablando. —Jules asió la daga.

Tas enseñó los dientes al tiempo que soltaba otro gruñido prolongado.

Jules y Duncan contemplaron al perro con expresión perpleja. Ambos guardias no apartaron la vista de Tasslehoff mientras el más joven devolvía la daga a su compañero. Tas agitó la cola y esbozó lo mejor que pudo una sonrisa. Duncan alargó otra vez la daga a Jules, y Tas volvió a gruñir. Duncan esbozó una sonrisa cordial…

—Es un perro muy listo. Si no supiera que es imposible, juraría que entiende cada palabra que decimos.

Tas ladró y se acercó a ellos corriendo. Los dos hombres le dieron unas palmaditas afectuosas, y Jules incluso sacó un trozo de tasajo de su bolsillo y se lo ofreció. Tasslehoff no había comido hacía tiempo, y engulló la carne en un santiamén. Lo sorprendió comprobar que el sabor no era tan fuerte en su boca de perro como lo habría sido para sus papilas gustativas de kender. Tras otra demostración de afecto con palmaditas y sonrisas, los dos guardias volvieron a sus dados y reanudaron el juego.

El kender-perro se tumbó en el suelo, debajo del banco. Permaneció allí un par de minutos, hasta estar seguro de que los soldados se hallaban absortos en el juego; entonces se incorporó y, con el pretexto de explorar el cuarto, se coló entre las rejas.

Tas comprobó en un solo vistazo que la parte trasera de la prisión contaba con cinco celdas, cada una de ellas cerrada con una pesada puerta de madera reforzada con barras de hierro y un ventanuco enrejado por el que los guardias podían echar un vistazo al interior de los calabozos. Había dos celdas a cada lado del pasillo, y una al fondo.

Despacio, Tas pasó delante de las puertas, atento al sonido de voces familiares. Oyó el rezongo de Flint al otro lado de la segunda.

—Ese hechicero es un mal bicho. No dejará que salgamos de aquí con vida, después de lo que hemos visto. ¿Crees que Tas y Selana habrán escapado de esa horrible cosa sombría?

«El bueno y viejo Flint», pensó Tas, meneando la cola con alegría. Inspeccionó la rendija que había entre la puerta y el suelo. Las losas de piedra eran ásperas e irregulares y dejaban huecos considerables en algunos puntos. Echó una ojeada a sus espaldas. Jules y Duncan seguían absortos en el juego. En menos que se tarda en contarlo, Tas se transformó en un cangrejo ermitaño. «Esto va a ser divertido», se dijo, mientras se colaba bajo la puerta.

Flint Fireforge dirigió la vista al borde inferior de la hoja de madera cuando oyó un suave golpeteo en aquella dirección. Lo que menos esperaba ver era un cangrejo, con sus patas finas y alargadas y sus pinzas chasqueantes.

—¡Por la forja de Reorx! ¿Qué demonios es esa cosa?

Tanis, que estaba sentado en el suelo con la espalda recostada en la pared, reaccionó con más realismo.

—A mí me parece un cangrejo, pero, si lo dejas en paz, seguramente no nos molestará.

A Tas le hizo gracia ver que, pese a sus palabras, el semielfo se incorporaba con actitud precavida.

—Pues a mí ya me está molestando —rezongó Flint—. En cualquier caso, no voy a provocarle. Voy a aplastarlo de un pisotón.

Al acercarse el enano, Tas se detuvo un instante para después cargar contra él con las pinzas en alto y chasqueándolas con actitud fiera. El sorprendido enano regresó de un salto a donde Tanis estaba de pie.

—¿Has visto eso? ¡Me atacó! —Los dos amigos estaban boquiabiertos—. Es el colmo. Se acabó. No soporto que ningún bicharraco asqueroso me amenace, y sobre todo hoy. Ve hacia la puerta, Tanis, y prepárate para cortarle el paso en caso de que intente escabullirse.

Mientras Flint se acercaba, con la bota claveteada dispuesta para descargar el pisotón en cualquier momento, Tas decidió que era el instante de concentrarse para recobrar su forma de kender. Lo logró por los pelos. En medio de un remolino de colores, el minúsculo cangrejo se transformó en Tasslehoff Burrfoot, tumbado de espaldas, con los brazos apretados contra el estómago y desternillándose de risa.

—Oooh, Flint. ¡Tendrías que haber visto tu cara cuando te ataqué! ¡Era un espectáculo que valía tu peso en oro!

El enano no parecía muy divertido. Agarró a Tas por la pechera del chaleco y lo puso de pie de un tirón.

—¿Qué pasa aquí, kender? ¿Qué trastada maquinas ahora?

—Nada de trastadas, Flint. He venido a liberaros. —Tasslehoff se estiró el arrugado chaleco y retrocedió un paso—. ¿Qué os pareció mi entrada?

Tanis oteó por el ventanuco para comprobar si los soldados habían oído el jaleo, pero todo seguía tranquilo en el cuarto de guardia. Se volvió hacia el kender.

—¿Qué es todo esto, Tas? ¿Cómo lo hiciste?

—Selana tenía una poción de polimorfo-no-sé-qué, y la repartimos para que no nos reconocieran. —Tas se enjugó los ojos llorosos por la risa—. Es fantástico. Tienes que probarlo alguna vez. He sido un gorrión, y una mosca, y un ratón, y un montón de cosas más.

—¿Dónde está Selana? —preguntó el semielfo, mientras echaba otra ojeada por el ventanuco, como si esperara ver a la joven al otro lado de la puerta. Tas asumió una expresión sombría.

—Es una historia larga y complicada, pero el caso es que nos separamos y ahora está camino de las montañas, persiguiendo al hechicero. Él tiene el brazalete. Os daría más detalles, pero no sé cuánto tiempo más durará el efecto de la poción. Pongámonos a salvo primero, y ya os contaré todo más tarde, mientras vamos a rescatar a Selana.

Tanis y Flint estuvieron de acuerdo.

—¿Cuál es tu plan? —preguntó el enano.

—Déjalo en mis manos. —De nuevo, Tas quedó rodeado por un torbellino de colores y se transformó en el perro de pelaje negro y naranja. Se acercó a la puerta y empezó a ladrar, a gemir y a arañar la hoja de madera.

En el cuarto de guardia, Duncan y Jules interrumpieron la partida y miraron a su alrededor, buscando al perro.

—Parece como si estuviera en los calabozos, Jules. Ve a ver qué pasa y tráelo aquí.

El guardia más joven se incorporó de mala gana, pero antes guardó las pocas monedas que le quedaban en una bolsa que se ató al cinturón. Descolgó el manojo de llaves de la pared, abrió la reja y penetró en la zona de los calabozos. Un instante después, miraba a través del ventanuco y se rascaba la cabeza con gesto desconcertado.

—Eh, vosotros dos, ¿cómo se ha metido el perro ahí?

—Pasó bajo la puerta —respondió Flint.

Tanis asintió con la cabeza y Tasslehoff reanudó los ladridos y los arañazos.

—Eso es imposible —rechazó de plano Jules—. El perro no cabe por debajo de la puerta. La rendija es muy pequeña.

Flint estrechó los ojos hasta convertirlos en meras rendijas y alzó las manos.

—Tú y yo sabemos que la puerta está cerrada, así que ya me explicarás cómo se ha metido en la celda —argumentó.

Duncan llegó en ese momento y se detuvo junto a Jules.

—¿Cómo infiernos ha entrado el perro ahí? —se preguntó en voz alta, asomándose al calabozo.

—Ya os lo hemos dicho. Se metió por debajo de la puerta —repitió Tanis.

—¿Os importaría sacarlo de aquí? —añadió Flint—. Está montando un buen escándalo.

—Si entró arrastrándose por debajo de la puerta, ¿por qué no sale del mismo modo? —preguntó Jules.

—Es un perro, no un escolar… Quizá no se le ha ocurrido —se mofó el enano—. Lo que es evidente es que le gusta tan poco estar aquí dentro como a mí. ¿Por qué no lo sacáis de una vez para que nos deje en paz y podamos echar un sueño?

—Sí, claro.

Jules cogía ya la llave cuando Duncan lo detuvo. El veterano guardia desenvainó su espada y se situó frente a la puerta.

—Déjalo salir ahora —instruyó a su compañero.

Tanis y Flint no tenían ni idea de qué era lo que había planeado hacer Tasslehoff, pero sabían que abalanzarse sobre dos hombres armados no era una buena ocurrencia. Cuando se abrió la puerta, permanecieron inmóviles mientras Tas cruzaba el umbral en medio de brincos y cabriolas. Jules cerró y echó la llave. Duncan se acercó al ventanuco.

—Disfrutad de paz y tranquilidad, chicos —dijo.

Mientras todos tenían puesta su atención en la puerta, Tanis atisbo un suave destello luminoso a espalda de los guardias. Echó una fugaz ojeada a Flint y vio que el enano también lo había advertido.

Cuando Duncan y Jules se dieron media vuelta para regresar al cuarto de guardia, dos alaridos, seguidos de un rugido espantoso, confirmaron lo que Tanis había imaginado que ocurriría. Corrió hacia la puerta y miró a través del ventanuco. A la izquierda vio a Jules y a Duncan, parapetados contra la puerta de la última celda, con las espadas cortas enarboladas en sus temblorosas manos. A la derecha atisbo una de las visiones más aterradoras de Krynn: un monstruoso, verdoso, babeante y giboso troll. Una mata de pelo negro le colgaba en grasientos mechones sobre su cara llena de verrugas y la prominente nariz. Dos ojos saltones relucían como carbones encendidos. La saliva goteaba entre los colmillos amarillentos, tan largos que no cabían en las fauces de la bestia.

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