Read El hombre unidimensional Online
Authors: Herbert Marcuse
Cuando el contenido histórico entra en el concepto dialéctico y determina metodológicamente su desarrollo y su función, el pensamiento dialéctico alcanza la concreción que liga la estructura del pensamiento con la de la realidad. La verdad lógica se convierte en verdad histórica. La tensión ontológica entre esencia y apariencia, entre «es» y «debe» llega a ser una tensión histórica, y la «negatividad interior» del mundo-objeto es comprendida como obra del sujeto histórico: el hombre, en su lucha con la naturaleza y la sociedad. La razón se convierte en razón histórica. Contradice el orden establecido de los hombres y las cosas, en nombre de las fuerzas sociales existentes que revelan el carácter irracional de este orden; porque «racional» es una forma de pensamiento y acción que se encaja para reducir la ignorancia, la destrucción, la brutalidad y la opresión.
La transformación de la dialéctica ontológica en histórica conserva la doble dimensión del pensamiento filosófico como pensamiento crítico, negativo. Pero ahora esencia y apariencia, «es» y «debe», se confrontan entre sí en el conflicto entre fuerzas reales y capacidades en la sociedad. Y se enfrentan entre sí, no como razón y sinrazón, justo y equivocado: pues ambos son uña y carne del mismo universo establecido, ambos participan de la razón y la sinrazón, lo justo y lo equivocado. El esclavo es capaz de abolir a los amos y de cooperar con ellos; los amos, de mejorar la vida del esclavo y de mejorar su forma de explotación. La idea de Razón pertenece al movimiento del pensamiento y la acción. Es una exigencia teórica y práctica.
Si la lógica dialéctica entiende la contradicción como una «necesidad», que pertenece a la misma «naturaleza del pensamiento» (
zur Natur der Denkbestimmungen
)
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lo hace porque la contradicción pertenece a la misma naturaleza del
objeto
del pensamiento, a la realidad, donde razón es todavía sinrazón y lo irracional es todavía lo racional. Al contrario, toda realidad establecida se opone a la lógica de las contradicciones: favorece las formas de pensamiento que mantienen las formas de vida establecida y las formas de conducta que las reproducen y mejoran. La realidad dada tiene su propia lógica y su propia verdad; el esfuerzo por comprenderlas como tales y por trascenderlas presupone una lógica diferente, una verdad contradictoria.Éstas pertenecen a formas de pensamiento que son no operacionales en su misma estructura: son ajenas tanto al operacionalismo científico como al del sentido común; su concreción histórica se opone a la cuantificación y la matematización por un lado y al positivismo y el empirismo por otro. Así, estas formas de pensamiento parecen una reliquia del pasado, como toda la filosofía no científica y no empírica. Retroceden ante una teoría más efectiva y práctica de la Razón.
En la realidad social, a pesar de todos los cambios, la dominación del hombre por el hombre es todavía la continuidad histórica que vincula la Razón pre-tecnológica con la tecnológica. Sin embargo, la sociedad que proyecta y realiza la transformación tecnológica de la naturaleza, altera la base de la dominación, reemplazando gradualmente la dependencia personal (del esclavo con su dueño, el siervo con el señor de la hacienda, el señor con el donador del feudo, etc.) por la dependencia al «orden objetivo de las cosas» (las leyes económicas, los mercados, etc.). Desde luego, el «orden objetivo de las cosas» es en sí mismo resultado de la dominación, pero también es cierto que la dominación genera ahora una racionalidad más alta: la de una sociedad que sostiene su estructura jerárquica mientras explota cada vez más eficazmente los recursos mentales y naturales y distribuye los beneficios de la explotación en una escala cada vez más amplia. Los límites de esta racionalidad, y su siniestra fuerza, aparecen en la progresiva esclavitud del hombre por parte de un aparato productivo que perpetúa la lucha por la existencia y la extiende a una lucha internacional total que arruina las vidas de aquellos que construyen y usan este aparato.
En este punto, se hace claro que algo debe estar mal en la racionalidad del sistema mismo. Lo que está mal es la forma en que los hombres han organizado su trabajo social. Esto ya no está en duda en los tiempos actuales cuando, por un lado, los mismos grandes empresarios están dispuestos a sacrificar las ventajas de la empresa privada y la «libre» competencia a las ventajas de los pedidos y los reglamentos del gobierno, mientras, por otro lado, la construcción socialista sigue procediendo mediante la dominación progresiva. Sin embargo, la cuestión no puede quedarse en ese punto. La organización equivocada de la sociedad exige una explicación más amplia en vista de la situación de la sociedad industrial
avanzada
, en la que la integración de las fuerzas sociales anteriormente negativas y trascendentes con el sistema establecido parece crear una nueva estructura social.
Esta transformación de la oposición negativa en positiva señala el problema: la organización «equivocada», al convertirse en totalitaria en sus bases internas, rechaza las alternativas. Por supuesto, es bastante natural, y no parece exigir una explicación profunda, el que los beneficios tangibles del sistema sean considerados dignos de defenderse; especialmente a la vista de la fuerza contraria del comunismo actual que parece ser la alternativa histórica. Pero sólo es natural para una forma de pensamiento y de conducta que no desea y quizás es incapaz de comprender lo que está pasando y por qué está pasando, una forma de pensamiento y conducta que es inmune a cualquier orden que no sea la racionalidad establecida. En el grado en que corresponden a la realidad dada, el pensamiento y la conducta expresan una falsa conciencia, respondiendo y contribuyendo a la preservación de un falso orden dé hechos. Y esta falsa conciencia ha llegado a estar incorporada en el aparato técnico dominante que a su vez la reproduce.
Vivimos y morimos racional y productivamente. Sabemos que la destrucción es el precio del progreso, como la muerte es el precio de la vida, que la renuncia y el esfuerzo son los prerrequisitos para la gratificación y el placer, que los negocios deben ir adelante y que las alternativas son utópicas. Esta ideología pertenece al aparato social establecido; es un requisito para su continuo funcionamiento y es parte de su racionalidad.
Sin embargo, el aparato frustra su propio propósito, porque su propósito es crear una existencia humana sobre la base de una naturaleza humanizada. Y si éste no es su propósito, su racionalidad es todavía más sospechosa. Pero también es más lógico porque, desde el principio, lo negativo está en lo positivo, lo inhumano en la humanización, la esclavitud en la liberación. Esta dinámica es la de la realidad y no la de la mente, pero es la de una realidad en la que la mente científica tiene una parte decisiva en la tarea de reunir la razón teórica y la práctica.
La sociedad se reproduce a sí misma en un creciente ordenamiento técnico de cosas y relaciones que incluyen la utilización técnica del hombre; en otras palabras, la lucha por la existencia y la explotación del hombre y la naturaleza llegan a ser incluso más científicas y racionales. El doble significado de «racionalización» es relevante en este contexto. La gestión científica y la división científica del trabajo aumentan ampliamente la productividad de la empresa económica, política y cultura. El resultado es un más alto nivel de vida. Al mismo tiempo, y sobre las mismas bases, esta empresa racional produce un modelo de mentalidad y conducta que justifica y absuelve incluso los aspectos más destructivos y opresivos de la empresa. La racionalidad técnica y científica y la manipulación están soldadas en nuevas formas de control social. ¿Puede uno descansar tranquilo asumiendo que este resultado anticientífico es el producto de una
aplicación
social específica de la ciencia? Yo creo que la dirección general en la que llegó a ser aplicado era inherente en la ciencia pura, incluso cuando no se buscaba ningún propósito práctico, y que puede identificarse el punto en el que la razón teórica se convierte en práctica social. Con este objeto, recordaré brevemente los orígenes metodológicos de la nueva racionalidad, contrastándola con los aspectos del modelo pretecnológico discutido en el capítulo anterior.
La cuantificación de la naturaleza, que llevó a su explicación en términos de estructuras matemáticas, separó a la realidad de todos sus fines inherentes y, consecuentemente, separó lo verdadero de lo bueno, la ciencia de la ética. No importa cómo pueda definir ahora la ciencia la objetividad de la naturaleza y la interrelación entre sus partes; no puede concebirlas científicamente en términos de «causas finales». Y aparte de lo constitutivo que pueda ser el papel del sujeto como punto de observación, cálculo y medida, este sujeto no puede jugar su papel científico como agente ético, estético o político. La tensión entre la Razón por un lado y las necesidades y deseos de la población (que ha sido el objeto, pero raramente el sujeto de la Razón) por el otro, ha existido desde el principio del pensamiento filosófico y científico. La «naturaleza de las cosas», incluyendo la de la sociedad, fue definida para justificar la represión e incluso la supresión como perfectamente racionales. El verdadero conocimiento y la razón requieren la dominación sobre —si no la liberación de— los sentidos. La unión de Logos y Eros lleva ya en Platón a la supremacía de Logos; en Aristóteles, la relación entre el dios y el mundo movido por él es «erótica» sólo en términos de analogía. Entonces el precario nexo ontológico entre Logos y Eros se rompe y la racionalidad científica aparece como esencialmente neutral. Aquello por lo que la naturaleza (incluyendo al hombre) debe estar luchando es científicamente racional sólo en términos de las leyes generales del movimiento: físico, químico o biológico.
Fuera de esta racionalidad, se vive en un mundo de valores y los valores separados de la realidad objetiva se hacen subjetivos. La única manera de rescatar alguna validez abstracta e inofensiva para ellos parece ser una sanción metafísica (la ley divina y natural). Pero tal sanción no es verificable y por tanto no es realmente objetiva. Los valores pueden tener una dignidad más alta (moral y espiritualmente), pero no son
reales
y así cuentan menos en el negocio real de la vida —cada vez menos, cuanto más alto son elevados
por encima
de la realidad.
La misma pérdida de realidad afecta a todas las ideas que, por su misma naturaleza, no pueden ser verificadas mediante un método científico. Aun cuando sean reconocidas, respetadas y santificadas, en su propio derecho, se resienten de no ser objetivas. Pero precisamente su falta de objetividad las convierte en factores de la cohesión social. Las ideas humanitarias, religiosas y morales sólo son «ideales»; no perturban indebidamente la forma de vida establecida y no son invalidadas por el hecho de que las contradiga la conducta dictada por las necesidades diarias de los negocios y la política.
Si lo bueno y lo bello, la paz y la justicia no pueden deducirse de condiciones ontológicas o científico-racionales, no pueden pretender lógicamente validez y realización universales. En términos de la razón científica, permanecen como asuntos de preferencia y ninguna resurrección de algún tipo de filosofía aristotélica o tomista puede salvar la situación, porque es refutada
a priori
por la razón científica. El carácter «acientífico» de estas ideas debilita fatalmente la oposición a la realidad establecida; las ideas se convierten en meros
ideales
y su contenido crítico y concreto se evapora en la atmósfera ética o metafísica.
Sin embargo, paradójicamente, el mundo objetivo, al que se ha dejado equipado sólo con cualidades cuantificables, llega a ser cada vez más dependiente del sujeto para su objetividad. Este largo proceso empieza con la algebrización de la geometría, que reemplaza las figuras geométricas «visibles» con puras operaciones mentales. Encuentra su forma extrema en alguna concepción de la filosofía científica contemporánea, de acuerdo con la cual toda la materia de la ciencia física tiende a disolverse en relaciones lógicas o matemáticas. La misma noción de una sustancia objetiva, dispuesta contra el sujeto, parece desintegrarse. Desde muy diferentes direcciones, los científicos y los filósofos de la ciencia llegan a hipótesis similares sobre la exclusión de géneros particulares de entidades.
Por ejemplo, la física «no mide las cualidades objetivas del mundo exterior y material… éstos son sólo los resultados obtenidos por la realización de tales operaciones».
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Los objetos permanecen sólo como «intermediarios convenientes», como «postulados culturales»
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anticuados. La densidad y la opacidad de las cosas se evapora: el mundo objetivo pierde su carácter «objetable»,
su
oposición al sujeto. Más allá de su interpretación en términos de metafísica pitagórico-platónica, la Naturaleza matematizada, la realidad científica aparece como una realidad de ideas.
Éstas son afirmaciones extremas, siendo rechazadas por interpretaciones más conservadoras, que insisten en que las proposiciones en la física contemporánea todavía se refieren a «cosas físicas».
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Pero las cosas físicas resultan ser «acontecimientos físicos» y entonces las proposiciones se refieren a (y se refieren
sólo
a) atributos y relaciones que caracterizan varios tipos de cosas y procesos físicos.
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Max Born declara:
…la teoría de la relatividad… nunca ha abandonado todos los intentos de asignarle propiedades a la materia… [Pero] a menudo una cantidad medible no es una propiedad de una cosa, sino una propiedad de su
relación
con otras cosas… La mayor parte de las medidas en física no están directamente preocupadas con las cosas que nos interesan, sino con alguna clase de proyección, el mundo tomado en el sentido más amplio posible.
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Y W. Heisenberg:
Lo que nosotros establecemos matemáticamente es un «hecho objetivo» sólo en una pequeña parte, la mayor parte es un examen de posibilidades.
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Ahora, los «acontecimientos», «relaciones», «proyecciones», «posibilidades» pueden ser significativamente objetivos sólo para un sujeto: no sólo en términos de observación y medida, sino en términos de la misma estructura del suceso o la relación. En otras palabras, el sujeto tratado aquí es un sujeto
constitutivo
; esto es, un sujeto posible para el que algún
data
debe ser o puede ser concebible como suceso o relación. Si éste es el caso, la declaración de Reichenbach será verdadera todavía: las proposiciones en física pueden formularse sin referencias a un observador
real
, y las «perturbaciones por medio de la observación» se deben no al observador humano, sino al instrumento como «cosa física».
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