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Authors: Herbert Marcuse

El hombre unidimensional (31 page)

BOOK: El hombre unidimensional
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Hemos encontrado anteriormente el «círculo vicioso» de la libertad y la liberación,
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ahora reaparece como la dialéctica de la negación determinada. La trascendencia más allá de las condiciones establecidas (de pensamiento y acción) presupone una trascendencia
dentro de
estas condiciones. Esta libertad negativa, esto es, la libertad frente al poder opresivo e ideológico de los hechos dados, es el
a priorí
de la dialéctica histórica; es el elemento de elección y decisión en y contra la determinación histórica. Ninguna de las alternativas dadas es
por sí misma
negación determinada a menos que sea comprendida conscientemente y pueda romper el poder de las condiciones intolerables y alcanzar las condiciones más lógicas, más razonables, hechas posibles por las prevalecientes. En cualquier caso, la racionalidad y la lógica invocadas en el movimiento del pensamiento y la acción es la
de
las condiciones dadas que deben ser trascendidas. La negación procede sobre bases empíricas; es un proyecto histórico dentro y más allá de un proyecto que ya está en movimiento, y su verdad es una posibilidad que deberá ser determinada sobre esas bases.

Sin embargo, la verdad de un proyecto histórico no alcanza validez
expost
mediante el éxito, esto es, por el hecho de que sea aceptado y realizado por la sociedad. La ciencia galileana era verdadera cuando todavía estaba siendo condenada; la teoría marxiana era ya verdadera en la época del
Manifiesto comunista
; el fascismo sigue siendo falso incluso si está en ascenso en una escala internacional («verdadera» y «falso» siempre en el sentido de la racionalidad histórica tal como ha sido definida antes). En la época contemporánea, todos los proyectos históricos tienden a ser polarizados en las dos totalidades en conflicto: capitalismo y comunismo; y el resultado parece depender de dos series antagónicas de factores: 1. la mayor fuerza de destrucción; 2. la mayor productividad sin destrucción. En otras palabras, la más alta verdad histórica correspondería al sistema que ofrece la mayor posibilidad de pacificación.

9. LA CATÁSTROFE DE LA LIBERACIÓN

El pensamiento positivo y su filosofía neopositivista neutralizan el contenido histórico de la racionalidad. Este contenido nunca es un factor o significado ajeno que puede o no ser incluido en el análisis; entra en el pensamiento conceptual como un factor constitutivo y determina la validez de sus conceptos. En el grado en que la sociedad establecida es irracional, el análisis en términos de racionalidad histórica introduce en el concepto el elemento negativo: la crítica, la contradicción y la trascendencia.

Este elemento no puede ser asimilado al positivo. Cambia el concepto en su totalidad, en su intención y su validez. Así, en el análisis de una economía, capitalista o no, que funciona como un poder «independiente», por encima y superando a los individuos, los aspectos negativos (exceso de producción, desempleo, inseguridad, despilfarro, represión) no están comprendidos en tanto que aparezcan meramente como subproductos más o menos inevitables, como «el otro lado» de la historia del crecimiento y el progreso.

Es verdad que una administración totalitaria puede promover la explotación eficiente de los recursos; el
establishment
nuclear militar puede procurar millones de empleos por medio de su enorme poder de adquisición; el esfuerzo y las úlceras pueden ser el subproducto de la adquisición de bienestar y responsabilidad; desatinos y crímenes mortales por parte de los líderes pueden ser meramente la forma de vida. Se está dispuesto a admitir la locura económica y política; y se la compra. Pero este tipo de conocimiento del «otro lado» es uña y carne de la solidificación del estado de cosas, de la gran unificación de los opuestos que frustra el cambio cualitativo, porque pertenece a una existencia totalmente desesperanzada o totalmente condicionada, que se ha acomodado en un mundo donde incluso lo irracional es Razón. La tolerancia del pensamiento positivo es una tolerancia forzada; forzada no por una organización terrorista, sino por el abrumador poder anónimo y la eficacia de la sociedad tecnológica. Como tal, impregna la conciencia general y la conciencia del crítico. La absorción de lo negativo por lo positivo es ratificada en la experiencia diaria, que ofusca la distinción entre apariencia racional y realidad irracional. Presentaré algunos ejemplos banales de esa armonización:

1
) Voy al volante de un automóvil nuevo. Experimento su belleza, su brillo, su potencia, su comodidad… entonces me doy cuenta del hecho de que en un tiempo relativamente breve se deteriorará y necesitará reparación; que Su belleza y su carrocería son baratas, su potencia innecesaria, su tamaño absurdo; y que no encontraré donde estacionarlo. Paso a pensar en
mi
coche como un producto de una de las Tres Grandes empresas automovilísticas. Ellas determinan la apariencia de mi coche y son responsables tanto de su belleza como de su bajo precio, de su potencia como de su fragilidad, de su funcionamiento como de su caducidad. En cierto modo, me siento engañado. Creo que el coche no es lo que pudiera ser, que se pueden hacer mejores coches y por menos dinero. Pero los demás también tienen que vivir. Los salarios y los impuestos son demasiado altos; es necesario un cambio; estamos mucho mejor que antes. La tensión entre apariencia y realidad se funde y ambas convergen en un sentimiento más bien agradable.

2
) Paseo por el campo. Todo está como debe de ser: la naturaleza en todo su esplendor. Los pájaros, el sol, la hierba, la vista de las montañas a través de los árboles, nadie alrededor, ninguna radio, ni olor a gasolina. Entonces el sendero tuerce y termina en la autopista. Estoy otra vez entre los anuncios, las gasolineras, los moteles y los albergues de carretera. Estaba en un parque nacional y ahora sé que esto no era realidad. Era una «reserva», algo que se conserva como una especie en vías de desaparición. Si no fuera por el gobierno, los anuncios, los puestos de
hot dogs
y los moteles hubieran invadido hace mucho ese fragmento de naturaleza. Le estoy agradecido al gobierno; estamos mucho mejor que antes…

3
) El metro a la hora de salida de las oficinas. Veo a la gente con caras y cuerpos cansados, furiosos, enojados. Siento que en cualquier momento alguien puede sacar un cuchillo, nada más porque sí. Leen, o más bien están sumidos en su periódico, su revista o su libro. Y sin embargo, un par de horas después, la misma gente, lavada, perfumada, vestida o desvestida, puede estar feliz y contenta, sonreír y olvidar (o recordar). Pero la mayor parte tendrá probablemente alguna horrible compañía o soledad en su casa.

Estos ejemplos pueden ilustrar el feliz matrimonio de lo positivo y lo negativo: la ambigüedad
objetiva
que se adhiere a los datos de la experiencia. Es una ambigüedad objetiva porque la mutación de mis sensaciones y reflejos responde a la manera en que los hechos experimentados están realmente interrelacionados. Pero esta interrelación, si es comprendida, sacude a la conciencia armonizadora y su falso realismo. El pensamiento crítico lucha por definir el carácter irracional de la racionalidad establecida (que se hace cada vez más manifiesto) y definir las tendencias que provocan que esta racionalidad genere su propia transformación. «Su propia» porque, como totalidad histórica, ha desarrollado fuerzas y capacidades que por sí mismas se convierten en proyectos más allá de la totalidad establecida. Son posibilidades de la racionalidad tecnológica avanzada y, como tales, comprometen a toda la sociedad. La transformación tecnológica es al mismo tiempo transformación política, pero el cambio político se convertirá en cambio social cualitativo sólo en el grado en que altere la dirección del progreso técnico, esto es, en que desarrolle una nueva tecnología, porque la tecnología establecida se ha convertido en un instrumento de la política destructiva.

Tal cambio cualitativo sería una transición a un estadio más alto de civilización si las técnicas fueran designadas y utilizadas para la pacificación de la lucha por la existencia. Para señalar las perturbadoras implicaciones de esta afirmación, aclaro que semejante nueva dirección del progreso técnico sería la catástrofe de la dirección establecida, no sólo la evolución cuantitativa de la racionalidad dominante (científica y tecnológica) sino su transformación catastrófica, la aparición de una nueva idea de Razón, teórica y práctica.

La nueva idea de Razón está expresada en la proposición de Whitehead: «la función de la Razón es promover el arte de la vida».
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Teniendo en cuenta este fin, la Razón es !a «dirección del ataque al entorno», que se deriva de «la triple urgencia de: 1. vivir, 2. vivir bien, 3. vivir mejor».
181

Las proposiciones de Whitehead parecen describir el desarrollo actual de la Razón tanto como su fracaso. O más bien parecen sugerir que la razón está todavía por descubrirse, reconocerse y realizarse, porque hasta ahora la función histórica de la razón ha sido reprimir e incluso destruir la aspiración a vivir, vivir bien y vivir mejor; o a posponer y poner un precio exorbitantemente alto a la realización de esta exigencia.

En la definición de Whitehead de la función de la Razón, el término «arte» connota el elemento de negación determinada. La razón, en su aplicación a la sociedad, ha sido opuesta hasta ahora al arte, en tanto que a éste se le ha otorgado el privilegio de poder" ser irracional, de no estar sujeto a la Razón científica, tecnológica y operacional. La racionalidad de la dominación ha separado la Razón de la ciencia y la Razón del arte, o ha falsificado la Razón del arte, integrando el arte en el universo de la dominación. Fue una separación porque, desde el principio, la ciencia contenía la Razón estética, el libre juego e incluso la locura de la imaginación, la fantasía de la transformación; la ciencia se entregó a la racionalización de las posibilidades. Sin embargo, este libre juego conservó su compromiso con la falta de libertad dominante en la que había nacido y de la que se abstrajo; las posibilidades con las que la ciencia jugaba también eran las de la liberación: las de una verdad más alta.

Aquí se encuentra el vínculo original (dentro del universo de la dominación y la escasez) entre la ciencia, el arte y la filosofía. Es la conciencia de la discrepancia entre lo real y lo posible, entre la verdad aparente y la auténtica, y el esfuerzo por comprender y dominar esta discrepancia. Una de las formas primarias en que esta discrepancia encontró expresión fue la distinción entre dioses y hombres, finitud e infinito, cambio y permanencia.
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Algo de esta interrelación mitológica entre lo real y lo posible sobrevivió en el pensamiento científico y sigue estando dirigida hacia una realidad más racional y verdadera. Las matemáticas eran consideradas reales y «buenas», en el mismo sentido que las ideas metafísicas de Platón. ¿Qué fue lo que hizo entonces que el desarrollo de aquellas las llevara a ser
ciencia
mientras el de las segundas permaneció como metafísica?

La respuesta más obvia es que, en un alto grado, las abstracciones
científicas
entraron y demostraron su verdad en la conquista y la transformación real de la naturaleza, mientras que la abstracción
filosófica
no lo hizo, y no pudo hacerlo. Porque la conquista y la transformación de la naturaleza tuvo lugar dentro de una ley y un orden de vida que la filosofía trasciende, subordinándose a la «buena vida» de una ley y un orden diferentes. Y este otro orden, que presuponía un alto grado de liberación del esfuerzo, la ignorancia, la pobreza, era
irreal
en los orígenes del pensamiento filosófico y a lo largo de su desarrollo; mientras que el pensamiento científico siguió siendo aplicable a una
realidad
cada vez más poderosa y universal. Los conceptos filosóficos finales siguieron siendo ciertamente metafísicos; no eran y no podían ser verificados en términos del universo establecido del discurso y la acción.

Pero si ésta es la situación, el caso de la metafísica entonces, y especialmente del significado y la verdad de las proposiciones metafísicas, es un caso histórico. Esto quiere decir que son las condiciones históricas más que las puramente epistemológicas las que determinan la verdad, el valor cognoscitivo de tales proposiciones. Como todas las proposiciones que aspiran a la verdad, deben ser verificables; deben permanecer dentro del universo de la experiencia posible. Este universo nunca es coextensivo con el establecido, pero se extiende hacia los límites del mundo que puede crearse transformando el mundo establecido con los medios que él mismo ha proveído y conservado. El grado de verificabilidad en este sentido crece en el curso de la historia. Así, las especulaciones acerca de la Buena Vida, la Buena Sociedad, la Paz Permanente alcanzan un contenido realista cada vez mayor; sobre una base tecnológica, lo metafísico tiende a convertirse en físico.

Más aún, si la verdad de las proposiciones metafísicas está determinada por su contenido histórico (esto es, por el grado en que definen posibilidades históricas), la relación entre metafísica y ciencia es estrictamente histórica. En nuestra propia cultura, al menos, todavía se da por sentada la parte de la ley de los tres estadios de Saint-Simon que estipula que el estado metafísico
precede
al científico de la civilización. ¿Pero es esto definitivo?, ¿o la transformación científica del mundo contiene su propia trascendencia metafísica?

En el estadio avanzado de la civilización industrial, la racionalidad científica, traducida en poder político, parece ser el factor decisivo en el desarrollo de las alternativas históricas. Surge entonces la pregunta sobre si este poder tiende hacia su propia negación; esto es, hacia la promoción del «arte de la vida». Dentro de las sociedades establecidas, la aplicación continuada de la racionalidad científica alcanzará un punto final con la mecanización de todo el trabajo socialmente necesario pero individualmente represivo (el término «socialmente necesario» incluye aquí todas las acciones que pueden ejercerse con mayor efectividad por máquinas, incluso si estas actuaciones producen lujos y despilfarro más que necesidades). Pero este estado será también el fin y el límite de la racionalidad científica en su estructura y dirección establecidas. El progreso ulterior implicaría la
ruptura
, la conversión de la cantidad en calidad. Abriría la posibilidad de una realidad humana esencialmente nueva; la de la existencia en un tiempo libre sobre la base de las necesidades vitales satisfechas. Bajo tales condiciones, el mismo proyecto científico estará libre de fines trans-utilitarios, y libre para el «arte de vivir» más allá de las necesidades y el lujo de la dominación. En otras palabras, la consumación de la realidad tecnológica sería no sólo el prerrequisito, sino también lo racional para
trascender
la realidad tecnológica.

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