El gran espectáculo secreto (78 page)

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Authors: Clive Barker

Tags: #Terror

BOOK: El gran espectáculo secreto
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—Tenemos linternas —prosiguió Hotchkiss—, dos cada uno. Una, para el bolsillo; la otra, para colgárnosla del cuello. No pudimos encontrar nada eficaz que nos protegiera la cabeza, de modo que deberemos conformarnos con estos gorros de punto. Tenemos guantes, botas, jerseis y dos pares de calcetines por persona, de modo que, adelante.

Llevaron su equipo bosque adentro, hasta el claro, que permanecía tan silencioso entonces como lo estaba por la mañana temprano. El sol, que les golpeaba la espalda, con tanta fuerza, haciéndoles sudar en cuanto se pusieron ropa extra, no conseguía persuadir a un solo pájaro para que saliera a cantar. Una vez vestidos para el descenso, se ataron las sogas a la cintura, con casi dos metros de separación uno de otro, y Hotchkiss, que sabía hacer nudos, y alardeaba mucho de ello, fue atándoles uno tras otro, nudo a nudo, deteniéndose sobre todo en los de Tesla y afectando estudiada frialdad. Grillo, el último que se ató a aquella cadena humana, sudaba más que los otros tres, y las venas de sus sienes eran casi tan gruesas como las sogas mismas.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Tesla, mientras Hotchkiss se sentaba en el borde de la grieta y agitada los pies en el interior del hoyo.

—Perfectamente —respondió Grillo.

—Nunca has sido un buen mentiroso —observó ella.

Hotchkiss tenía una última instrucción que dar.

—Cuando estemos abajo —dijo— tendremos que reducir la conversación al mínimo, ¿de acuerdo? Hay que conservar la energía. Recordad que el descenso es sólo la mitad del camino.

—Siempre es más rápido el camino de casa —dijo Tesla.

Hotchkiss la miró con expresión de censura, y comenzó a bajar

Los primeros pasos fueron relativamente fáciles, pero los problemas comenzaron a sólo tres metros de profundidad, cuando, tratando de maniobrar en un espacio que apenas les dejaba moverse, la luz del sol desapareció tan súbita y totalmente como si nunca hubiera existido. Sus linternas eran malas sustituías del sol.

—Esperaremos aquí un momento —les gritó Hotchkiss, miran do hacia arriba—. Así acostumbraremos a nuestros ojos a la oscuridad.

Tesla oía a Grillo respirando ruidosamente a sus espaldas, casi como si jadeara.

—Grillo —murmuró.

—Estoy bien. Estoy bien.

Era fácil decirlo, pero realmente nada más lejos de la verdad. Los síntomas eran familiares por ataques anteriores sufridos en ascensores que se atascaban entre dos pisos, o en el Metro abarrotado de gente. Su corazón se agitaba, el pecho se le llenaba de sudor, y se sentía como si alguien estuviera apretándole un alambre en torno al cuello. Pero éstos no eran más que los síntomas externos. El miedo real era un auténtico pánico que lo llevaba tan insoportable tesitura que su cordura se apagaba como una bombilla y la oscuridad lo invadía, tanto por dentro como por fuera. Tenía un régimen de remedios —píldoras, respirar hondo, y, en ultimo término, rezar—, pero de nada iba a servirle en aquel momento. Lo único que le quedaba era aguantar. Dijo la palabra para sí. Tesla lo oyó.

—¿Has dicho disfrutar? —preguntó—. Pues sí que éste es un viaje de placer.

—Silencio, allá arriba —gritó Hotchkiss desde la vanguardia Nos ponemos de nuevo en camino.

Siguieron el descenso en medio de un silencio interrumpido sólo por gruñidos, y por un grito de Hotchkiss advirtiéndoles que la bajada iba a hacerse más difícil. Lo que había comenzado como una bajada en zigzag, apretujados entre rocas vomitadas por el violento chorro de agua cuando los nunciatos se escaparon, se convertía ahora en una bajada en vertical y por un pozo a cuyo fondo no llegaba la luz de sus linternas. Hacía un frío mortal, y todos se alegraron de las prendas que Hotchkiss les había obligado a ponerse, aunque tanta ropa les dificultara los movimientos. La roca que sus guantes tocaban estaba húmeda a trechos, y dos veces les salpicaron chorros de agua que salían de la pared opuesta del pozo.

El cúmulo de tantas incomodidades indujo a Tesla a preguntarse qué imperativo obligaba a los hombres (porque, sin duda, se trataba sólo de hombres; las mujeres no podían ser tan perversas) a dedicarse a este deporte. ¿Sería, como Hotchkiss había dicho cuando ella y Witt fueron a su casa, que todos los grandes secretos estaban
bajo tierra?
De ser así, pensó Tesla, estaba en buena compañía. Tres hombres que tenían las mejores razones del mundo para querer conocer esos secretos y, quizá, sacar uno de ellos a la luz del sol. Grillo, con su pasión por contarlo todo al Mundo. Hotchkiss, obsesionado aún por el recuerdo de su hija, muerta por causa de acontecimientos ocurridos allí mismo. Y Witt, que conocía Grove a lo ancho y a lo largo, pero no sus profundidades, comenzaba a adquirir una íntima visión de la ciudad que había amado como a una esposa. Hotchkiss, de pronto, volvió a llamarles, pero para decirles algo agradable.

—Hay un saliente aquí abajo —dijo—. Podemos descansar un poco.

Todos, uno a uno, fueron reuniéndosele. El saliente estaba húmedo, y era angosto; apenas había el sitio justo para acomodarse los cuatro. Se quedaron allí, silenciosos, casi en equilibrio. Grillo sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo trasero del pantalón y encendió uno.

—Creí que habías dejado de fumar —dijo Tesla.

—También yo —contestó él.

Le pasó el cigarrillo, y ella le dio una larga chupada, llenándose los pulmones de humo y saboreándolo antes de devolvérselo.

—¿Tenéis alguna idea de si nos queda mucho por bajar? —preguntó Witt.

Hotchkiss movió la cabeza.

—No, aunque creo que habrá un fondo, por lejos que esté.

—Ni siquiera de eso estoy seguro.

Witt se agachó y tanteó a su alrededor.

—¿Qué buscas? —le preguntó Tesla.

Witt se incorporó, con la respuesta en la mano: un pedazo de roca del tamaño de una pelota de tenis. La tiró a la oscuridad. Hubo varios segundos de silencio, luego el ruido que hizo al chocar contra el fondo de roca, rompiéndose y esparciendo sus fragmentos en todas direcciones. El eco tardó bastante tiempo en extinguirse, lo que les impidió calcular bien la distancia que les faltaba por descender.

—Buena idea —dijo Grillo—. En las películas da resultado hacer…

—Calla —lo interrumpió Tesla—. Oigo agua.

En el silencio general observaron que tenía razón. Había una corriente de agua cerca.

—¿Está debajo de nosotros o detrás de una de las paredes? —preguntó Witt—. No lo distingo.

—Quizás ambas cosas —explicó Hotchtkiss—. No hay más que dos obstáculos que podrían cortarnos el paso. Un atasco cualquiera, o agua. Si el sistema se inunda, entonces no habrá manera de seguir.

—No seamos pesimistas —dijo Tesla—. Lo mejor será que continuemos.

—Da la impresión de que llevamos horas aquí —observó Witt.

—El tiempo es distinto aquí abajo —dijo Hotchkiss—. No tenemos las guías de costumbre. Por ejemplo, el sol sobre nuestras cabezas.

—Yo no calculo el tiempo por el sol.

—Tu cuerpo sí lo hace.

Grillo iba a encender el segundo cigarrillo cuando Hotchkiss le dijo:

—No hay tiempo. —Se levantó para bajar del saliente.

El descenso, a partir de allí, no era en vertical, ni mucho menos. De haberlo sido, su falta de experiencia y de equipo apropiado les hubiera despeñado pozo abajo después de dar unos pasos. Pero tenía bastante pendiente, y ésta aumentaba; en algunos trechos había fracturas y asideros que facilitaban algo el camino, pero otros trechos estaban lisos, y eran resbaladizos y traicioneros. En estos casos bajaban casi centímetro a centímetro, y Hotchkiss advertía a Witt dónde debía poner el pie. Witt entonces, pasaba el recado a Tesla, y así acababa por llegar a Grillo. Todos reducían sus comentarios al mínimo imprescindible; lo esencial eran la respiración y la concentración.

Llegaban ya al final de uno de estos trechos cuando Hotchkiss dio la orden de detenerse.

—¿Qué ocurre? —preguntó Tesla, mirando hacia abajo.

La respuesta de Hotchkiss fue una palabra siniestra.

—Vance.

Tesla oyó que Witt exclamaba:
¡Dios mío!,
en plena oscuridad

—Pues eso significa que hemos llegado al fondo —dijo Grillo.

—No —fue la respuesta de Hotchkiss—. Se trata de otro saliente.

—¡Mierda!

—¿Hay algún camino para rodearlo? —preguntó Tesla.

—Dadme tiempo —gruñó Hotchkiss, cuya voz revelaba el
shock
recibido.

Durante lo que a ellos les parecieron varios minutos (aunque, en realidad, no debió pasar de uno) permanecieron asidos a la roca como pudieron, mientras Hotchkiss examinaba las accesibles rutas. Cuando hubo elegido una, les ordenó proseguir el descenso.

La escasez de luz que las linternas brindaban había sido muy molesta, pero ahora, por el contrario, les resultaba excesiva. Al bajarse del saliente, no pudieron por menos que mirar el cadáver. Allí, extendido sobre la reluciente roca, se veía un montón de carne muerta. La cabeza se había abierto contra la roca, como un huevo cascado. Sus miembros estaban doblados en todas las direcciones, con los huesos, sin duda, rotos de juntura a juntura. Tenía una mano sobre la nuca, con la palma abierta vuelta hacia arriba. La otra justo sobre el rostro, los dedos un poco separados, como hubiera estado jugando a tapárselo.

Aquel espectáculo supuso un recordatorio, si es que lo necesitaban, de lo que podría resultar su expedición. Siguieron con más cuidado a partir de entonces.

El ruido producido por el agua corriente había bajado durante un rato, pero comenzaba de nuevo. Esto vez no estaba acallada por el grosor de la roca, era evidente que corría por debajo de ellos. Siguieron descendiendo. Cada diez pasos o así se detenían para dar tiempo a que Hotchkiss examinara la oscuridad que se extendía a sus pies. Él no tuvo nada que decir hasta la cuarta de esas paradas, cuando los llamó, dominando con su voz el ruido del agua, para decirles que había noticias, buenas y malas. Las buenas: el pozo terminaba allí; las malas: estaba inundado.

—¿No hay suelo sólido en el fondo? —quiso saber Tesla.

—No mucho —respondió Hotchkiss—, y, desde luego, no parece de confianza.

—No podemos volver arriba como si nada —dijo Tesla.

—¿No? —fue la respuesta.

—No —insistió ella—, después de haber bajado hasta aquí.

—El Jaff no se encuentra en este agujero —gritó Hotchkiss desde el fondo.

—Prefiero verlo por mí misma.

Hotchkiss no contestó, pero Tesla se le imaginó maldiciéndola en la oscuridad. Al cabo de unos momentos, sin embargo, él siguió bajando. El ruido del agua era tan ensordecedor que no les era posible hablar entre ellos hasta que se reunieran en el fondo y pudieran estar cerca unos de otros.

Hotchkiss tenía razón. La pequeña plataforma del fondo del pozo no era más que un montón de detritos que el torrente estaba despejando con rapidez.

—Esto es reciente —dijo Hotchkiss.

Y, como para darle la razón, la pared de la que el agua salía se desmoronó un poco mientras él hablaba, de modo que la fuerza del agua se llevó consigo un buen pedazo de roca, lanzándolo a la atronadora oscuridad. El agua golpeaba con renovado ímpetu la orilla misma donde ellos estaban.

—Si no nos vamos de aquí en seguida, el agua se nos va a llevar por delante contra el ruido del torrente —gritó Witt.

—Pienso que deberíamos volver por donde hemos venido —dijo Hotchkiss, mostrándose de acuerdo—. Hay una larga ascensión por delante. Todos tenemos frío, y estamos cansados.

—¡Esperad! —protestó Tesla.

—¡Pero si él no está aquí! —replicó Witt.

—Eso no me lo creo.

—¿Y qué propone usted, Miss Bombeck? —aulló Hotchkiss.

—Podíamos empezar por dejar el
Bombeck
de mierda a un lado, ¿vale? ¿No creéis este arroyo acabará secándose tarde o temprano?

—Tal vez. Dentro de unas pocas horas. Pero lo malo es que nos moriremos de frío mientras esperamos. Y aunque se seque…

—¿Qué?

—Pues eso, que no tenemos la menor idea de en qué dirección se fue el Jaff.

Hotchkiss movió el rayo de su linterna en torno al pozo. La luz apenas era lo bastante potente para llegar a las cuatro paredes, pero estaba claro que varios túneles salían de allí.

—¿Quiere adivinar? —gritó Hotchkiss.

La perspectiva del fracaso se levantó ante Tesla, mirándola a los ojos. Trató de hacer caso omiso de su mirada, pero era difícil Había puesto demasiadas esperanzas en esta expedición, pensando que el Jaff estaría allí sentado, como una rana en un pozo, esperándoles. Pero lo cierto era que podía haber escapado por cualquiera de los túneles que se abrían al otro lado del torrente. Algunos de ellos serían callejones sin salida; otros, conducirían a cavernas secas. Pero, incluso si fueran capaces de andar sobre el agua (y ella tenía poca práctica en esto), ¿cuál de los túneles eligió?. Tesla encendió su linterna para escrutarlos bien, pero tenía los dedos entumecidos de frío, y, mientras movía la linterna de un lado a otro, se le deslizó de la mano, cayendo contra la roca y rebotando hacia el agua. Se inclinó, para no perderla, y a punto estuvo de precipitarse ella también, encaramada como estaba en el borde de la plataforma, deslizándose sobre la roca húmeda. Grillo la cogió por el cinturón, tiró de ella, y volvió a ponerla en pie. La linterna se perdió en el torrente, y Tesla la vio desaparecer. Entonces se volvió hacia Grillo para darle las gracias, mas la expresión de alarma que leyó en su rostro desvió su mirada al suelo, ante sus pies, y sus gracias se convirtieron en un grito de alarma que no llegó a proferir, mientras el agua empujaba las piedras de la pequeña playa y encontraba la piedra clave del conjunto, la que, si se salía de su sitio, dejaba sin apoyo a todas las demás.

Tesla vio a Hotchkiss tirarse contra la pared del pozo intentando encontrar un asidero antes de que el agua se apoderase de ellos. Pero no fue lo bastante rápido, y el suelo cedió bajo sus pies, bajo los de todos ellos, arrojándolos al agua, brutalmente helada. El golpe fue tan violento como frío, aferrándolos en un instante, llevándoselos hacia delante, jugando con ellos, hacia delante, hacia atrás, en una confusión oscura de agua dura y roca más dura aún.

Tesla consiguió aferrarse al brazo de alguien en pleno torrente. Pensó que sería el de Grillo. Se las arregló para seguir asida a él durante dos segundos enteros, lo que no era nada fácil, y luego una curva de la corriente excitó al agua a nuevos furores, separándoles uno de otro. Hubo un trecho de confusión total, y, entonces el agua, de frenética que se había puesto, volvió, de súbito, a calmarse, y su velocidad se redujo lo bastante para permitir a Tesla extender los brazos a ambos lados y afianzarse donde estaba. No había nada de luz, pero Tesla sintió el peso de los otros cuerpos tirando de la soga, y oyó a Grillo jadear a sus espaldas.

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