—¿Recuerdas el estreno de
Billy the Kid
? La Liga para la Moralidad se paró frente a Grauman's gritándome «indecente» y unas ancianas de Pasadena le tiraron tomates a Jane Russell. Amenazas de muerte, todo eso.
Buzz cruzó las piernas y se quitó un hilo del dobladillo.
—Estaba allí, jefe.
Hughes sopló el humo imaginario que le brotaba de los dedos.
—Buzz, ésa fue una noche agitada, pero nunca la describí como peligrosa o grande, ¿verdad?
—No, jefe. Claro que no.
—Cuando arrestaron a Bob Mitchum por esos cigarrillos de marihuana, te llamé para que ayudaras con las pruebas. ¿Describí eso como grande o peligroso?
—No.
—Cuando
Confidential Magazine
se disponía a publicar ese artículo donde se afirmaba que me gustan las menores bien provistas, tú fuiste con tu porra a la oficina para razonar con el jefe de redacción. ¿Lo describí como grande o peligroso?
Buzz hizo una mueca. Era a finales del 47, las guaridas de Howard estaban llenas, Howard era un derviche en la cama y filmaba los testimonios de las adolescentes que confirmaban su potencia, un truco destinado a conseguir una cita con Ava Gardner. Alguien robó una cinta del departamento de montaje de la RKO y la llevó a
Confidential
; Buzz partió las manos de tres redactores, luego desperdició la recompensa de Hughes apostando estúpidamente en la pelea Louis-Walcott.
—No, Howard.
Hughes le disparó a Buzz con sus pistolas imaginarias.
—¡Pum, pum, pum! Pues ahora te digo, Turner, que este espectáculo sedicioso que ves en la calle es grande y peligroso, y por eso te he llamado.
Buzz miró al piloto-inventor-magnate, agotado por su histrionismo, tratando de ir al grano.
—Howard, ¿hay dinero involucrado en este gran peligro? Si me estás pidiendo que machaque cabezas, piénsatelo dos veces, porque estoy demasiado viejo y gordo.
—Sol Gelfman no estaría de acuerdo —rió Howard Hughes.
—Sol Gelfman es demasiado amable. Howard, ¿qué quieres?
Hughes apoyó las piernas en el escritorio de Herman Gerstein.
—¿Qué opinas del comunismo, Buzz?
—Creo que apesta. ¿Por qué?
—Esos tipos de la UAES. Son todos comunistas, rojos, camaradas. La ciudad de Los Ángeles está organizando un gran jurado para investigar la influencia comunista en Hollywood, concentrándose en la UAES. Un grupo de jefes de estudios, entre ellos Herman, yo y algunos otros, hemos formado una organización llamada «Amigos de lo Americano en el Cine» para ayudar a la ciudad. Herman y yo hemos aportado fondos. Hemos pensado que a ti también te gustaría colaborar.
Buzz rió.
—¿Con una parte de mi magro salario?
Hughes imitó la risa con exagerado acento de Oklahoma.
—Sabía que apelar a tu patriotismo sería demasiado.
—Howard, tú sólo eres leal al dinero, las mujeres y los aviones, y en mi opinión eres tan amigo de lo americano como creo capaz a Drácula de rechazar un empleo en un banco de sangre. Así que este asunto del gran jurado tiene que ver con una de esas tres cosas, y apostaría cuanto tengo a que hay dinero por medio.
Hughes se sonrojó y señaló su accidente aéreo favorito, un accidente del que una muchacha de Wisconsin estaba enamorada.
—¿Nos centramos en los detalles prácticos?
—Adelante.
—La UAES —dijo Hughes— está metida en Variety International, RKO, otros tres estudios de Gower y dos de los grandes. Su contrato es fuerte y no expirará hasta dentro de cinco años. Ese contrato es caro, y las cláusulas de aumento nos costarán una fortuna en los próximos años. Ahora el maldito sindicato protesta por los extras: bonificaciones, asistencia médica y participación en las ganancias. Totalmente inaceptable. Inaceptable.
Buzz clavó los ojos en Hughes.
—Pues no les renueves el contrato, o deja que hagan huelga.
—Eso no basta. Las cláusulas son demasiado caras, y no quieren hacer huelga. Prefieren las maniobras sutiles. Cuando firmamos con la UAES en el 45, nadie sabía que la televisión adquiriría tanta importancia. Tenemos problemas de taquilla, y queremos la colaboración de los Transportistas, a pesar de los malditos rojos de la UAES y su maldito contrato.
—¿Cómo vas a librarte de ellos?
Hughes guiñó el ojo; a pesar de las cicatrices, el gesto le daba un aire infantil.
—El contrato incluye una cláusula en letra pequeña donde se estipula que los miembros de la UAES pueden ser despedidos si se prueba que han intervenido en un acto delictivo, lo cual incluye traición. Y los Transportistas trabajarán por menos dinero, si compensamos a ciertos colaboradores discretos.
—¿Como Mickey Cohen? —aventuró Buzz, guiñando el ojo.
—No puedo mentirle a un mentiroso.
Buzz apoyó los pies en el escritorio de Gerstein, lamentando no tener un puro.
—Así que quieres ensuciar a la UAES antes de que el gran jurado se reúna o durante el proceso. Así podrás despedirlos por la cláusula delictiva y meter a los muchachos de Mickey sin que los comunistas te pongan un pleito, por temor a salir más perjudicados.
Con sus inmaculados zapatos, Hughes apartó los pies de Buzz del escritorio.
—«Ensucian» no es la palabra adecuada. Aquí hablamos del patriotismo al servicio de los buenos negocios, ya que la UAES es una banda de comunistas subversivos.
—Y me darás una compensación para…
—Y te daré permiso para unas buenas vacaciones y una compensación en efectivo para que ayudes al equipo de investigación del gran jurado. Ya tienen a dos policías como interrogadores políticos, y el ayudante del fiscal que dirige el espectáculo ahora quiere un tercer hombre que busque situaciones comprometidas y recaude dinero. Buzz, hay dos cosas que tú conoces muy bien: Hollywood y los elementos criminales de nuestra bella ciudad. Puedes ser de gran ayuda en esta operación. ¿Puedo contar contigo?
Signos de dólar bailaron en la cabeza de Buzz.
—¿Quién es el ayudante del fiscal?
—Un hombre llamado Ellis Loew. En el 48 se presentó para el puesto de su jefe y perdió.
El judío Loew, que tenía una colosal obsesión por el estado de California.
—Ellis es un primor. ¿Los dos policías?
—Un detective del Departamento llamado Smith y un hombre de la Fiscalía de Distrito llamado Considine. Buzz, ¿cuento contigo?
Las probabilidades de siempre: cincuenta por ciento. O Jack Dragna o Mal Considine habían preparado el atentado donde le habían metido dos balas en el hombro, una en el brazo y otra en el cachete izquierdo del trasero.
—No sé, jefe. Considine y yo no estamos en buenas relaciones.
Cherchez la femme,
si entiendes a qué me refiero. Tendría que necesitar mucho el dinero para decir que sí.
—Entonces no hay problema. Ya te meterás en algún lío. Siempre lo haces.
—Recibí cuatro llamadas acerca de tus incursiones nocturnas en territorio de la ciudad —dijo el capitán Al Dietrich—. Las recibí ayer, en casa. En mi día libre.
Danny estaba de pie, en posición de descanso, frente al escritorio del comandante, dispuesto a presentar un resumen oral del caso Goines: un discurso memorizado al final del cual solicitaba más hombres del Departamento del sheriff y una colaboración con el Departamento de Policía. Mientras Dietrich despotricaba, Danny eliminó el final y se concentró en presentar pruebas lo bastante contundentes como para que el viejo le dejara ocuparse exclusivamente del caso durante por lo menos dos semanas más.
—… y si querías información acerca de los vendedores de heroína, tendrías que haber pedido que nuestra gente de Narcóticos se pusiera en contacto con la de ellos. No se puede aporrear a los vendedores, sean de color o no lo sean. El gerente de Bido Lito's dirige otro club en el condado, y anda en muy buenas relaciones con el sargento de guardia de Firestone. Además, te vieron bebiendo mientras estabas de servicio, cosa que yo también hago, pero de forma más discreta. ¿Entiendes por dónde voy?
Danny puso una expresión compungida, un pequeño truco que había aprendido por su cuenta: mirada baja, cara fruncida.
—Sí, señor.
Dietrich encendió un cigarrillo.
—Cuando me llamas señor, sé que te traes algo entre manos. Tienes la suerte de caerme bien, agente. Tienes la suerte de que a mi entender tu talento es superior a tu arrogancia. Dame tu informe. Omite los hallazgos del doctor Layman. He leído tu resumen y no me gustan las narraciones sangrientas a esta hora de la mañana.
Danny se puso tieso por reflejo: quería enfatizar los aspectos horroríficos para impresionar a Dietrich.
—Capitán, hasta ahora tengo dos descripciones más o menos precisas del asesino: alto, canoso, maduro. Por el semen, sabemos que su tipo sanguíneo es cero positivo, muy común entre los blancos. No creo que ninguno de los dos testigos pueda identificarlo en fotografía. Esos clubes de jazz son oscuros y su iluminación distorsiona las imágenes. El técnico que examinó el coche no encontró más huellas que las del propietario y su novia. Las descubrió gracias a los registros de Defensa Civil: tanto Albanese como la chica trabajaron en Defensa Civil durante la guerra. Examiné las hojas de servicios de las compañías de taxis correspondientes a la hora en que abandonaron el cadáver y el coche, y sólo había parejas saliendo de los clubes de Strip. Las hojas de servicios corroboran que Albanese regresó al distrito negro en busca del coche, lo cual lo descarta como sospechoso. Ayer me pasé todo el día y la mayor parte de la noche recorriendo Central Avenue, y no pude encontrar más testigos que hubieran visto a Goines con el hombre alto y canoso. Busqué a los dos testigos presenciales que mencioné antes con la intención de hacer un retrato-robot del sospechoso, pero se habían ido. Al parecer los jazzistas son pájaros nocturnos.
Dietrich apagó el cigarrillo.
—¿Qué harás ahora?
—Capitán, esto es un asunto entre homosexuales. El mejor de mis dos testigos describió a Goines como un pervertido, y las mutilaciones lo respaldan. Goines murió de sobredosis de heroína. Quiero mostrar fotos de homosexuales conocidos a Otis Jackson y otros proveedores locales. Quiero…
Dietrich meneó la cabeza.
—No, no puedes volver a territorio de la ciudad e interrogar al hombre que sacudiste, y Narcóticos de la ciudad nunca colaborará con una lista de proveedores locales… gracias a tu graciosa intervención. —Levantó un ejemplar del
Herald
del escritorio, lo plegó y señaló un artículo de una columna—: «Cuerpo de vagabundo hallado cerca de Sunset Strip en Noche Vieja.» Conservémoslo así: discreto, sin el nombre de la víctima. En esta sección tenemos mucho trabajo, prosperamos con el turismo, y no quiero echarlo a perder porque un marica despachó a otro marica drogadicto que tocaba el trombón. ¿Entendido?
Danny juntó los dedos detrás de la espalda y soltó una máxima de Vollmer a su comandante:
—Los códigos uniformes de investigación constituyen el cimiento moral de la criminología.
—La basura humana es basura humana —replicó el capitán Al Dietrich—. Manos a la obra, agente Upshaw.
Danny regresó a la oficina y se puso a trabajar en su cubículo, encerrado entre tabiques. Los otros tres detectives del escuadrón —todos ellos le llevaban por lo menos diez años de antigüedad— escribían a máquina y parloteaban por teléfono. El bullicio le llegaba como una ráfaga que pronto se redujo a un murmullo parecido al silencio.
Una foto ampliada de Harlan «Buddy» Jastrow, el asesino del condado de Kern y el principal motivo por el que se había hecho policía, dominaba la pared del escritorio; un agente que había oído hablar de su obsesión con ese hombre le había dibujado un bigote de Hitler, con un globo de diálogo que le salía de la boca: «¡Hola! ¡Soy la némesis del agente Upshaw! ¡Quiere liquidarme, pero no le cuenta a nadie por qué! ¡Ojo con Upshaw! ¡Es un muchacho culto que se cree mejor que los demás!» El capitán Dietrich había descubierto aquel trabajo artístico; sugirió que Danny lo dejara allí para recordarle que debía refrenar su temperamento y no darse aires de superioridad. Danny lo aceptó; oyó el rumor de que a los demás detectives les agradaba la actitud: les hacía creer que Danny tenía un sentido del humor del que carecía, lo cual le irritaba y le permitía concentrarse más en su trabajo.
En dos días y medio había reunido los elementos básicos. Había investigado los clubes de jazz de Central Avenue las veinticuatro horas; cada camarero, portero, músico y personaje raro de la zona había sido interrogado; y el mismo procedimiento había seguido con la zona donde habían arrojado el cadáver. Karen Hiltscher había llamado a San Quintín y al Hospital Estatal de Lexington pidiendo información sobre Goines y sus amigotes de allí, si los tenía; esperaban los resultados de esas pesquisas. Por el momento no podía acuciar a los proveedores de heroína de la ciudad, pero podía enviar un mensaje a Narcóticos del Departamento del sheriff pidiendo una lista de vendedores del condado, estudiarla y ver si encontraba pistas que llevaran al territorio del Departamento de Policía. El sindicato de músicos donde estaba Goines volvería a abrir esa mañana después del día festivo, y por ahora Danny sólo contaba con su instinto: qué era verdad, qué no lo era, qué era demasiado rebuscado para ser cierto y qué era tan horrible que tenía que serlo. Mirando de hito en hito a Buddy Jastrow, Danny reconstruyó el crimen.
El homicida se encuentra con Goines frente a los clubes de jazz y lo persuade para inyectarse, a pesar de que Martin acaba de dejar la droga. Ya tiene el Buick preparado: forzó la puerta o la cerradura, dejó los cables listos para un arranque rápido. Viajan hasta un lugar tranquilo, un sitio equidistante del distrito negro y del Sunset Strip. El homicida inyecta a Goines cerca de la columna vertebral, metiéndole suficiente heroína como para reventarle las arterias. Ya tiene una toalla preparada para metérsela en la boca e impedir que la sangre lo empape. A juzgar por el cálculo del camarero del Zombie, el homicida y Goines se fueron de Central Avenue entre las doce y cuarto y la una menos cuarto, tardaron media hora en llegar a destino. Luego, diez minutos para preparar el homicidio y llevarlo a cabo.
Una a una y media de la madrugada.
El homicida folla a su víctima después de la muerte; le acaricia los genitales hasta magullarlos, le hiere la espalda con una hoja de afeitar, le arranca los ojos, eyacula en las cuencas por lo menos dos veces, le muerde —o hace que un animal le muerda— el estómago hasta llegar a los intestinos, lo limpia y lo lleva a la calle Allegro. Noche lluviosa, pero el cadáver no tiene humedad, pues la lluvia cesó poco después de las tres. El cuerpo fue descubierto a las cuatro.