El fantasma de Harlot (103 page)

Read El fantasma de Harlot Online

Authors: Norman Mailer

Tags: #Policíaco

BOOK: El fantasma de Harlot
3.65Mb size Format: txt, pdf, ePub


Jorosho
—replica en una especie de gruñido ronco.

Significa que está bien, sólo eso.

—Soy una deshonra para mi familia —dice Zenia.


Jorosho.

—Eres un perro.


Jorosho.

—Eres un cerdo.


Jorosho.

—Espécimen de gula.


Jorosho, jorosho.

Me pongo a pensar en Peones. ¿Habrá alguna regla en esto? A los brutos, ¿les gusta que les peguen? ¿Existe una escala de justicia interior?

—Dime más —dice él—. Estoy aquí para escuchar.

—Eres indigno.

—Vale.

—Indigno de mi marido.

—Entendido.

—Me das asco.

—Eso no —dijo Varjov.

—No, eso no. Ven aquí. Te necesito.

Gruñidos, respiración pesada, ruido de muelles del colchón. Gritos maníacos al final. (Sí, estoy escuchando la grabación.) No siempre es posible distinguir de quién es la voz. Zenia Arkadiova le pide a gritos que la penetre. «Eres mi libertad, mi mierda», grita; sí, es su voz, que se extiende desde el agujero que hay en el centro de su ser para alcanzar ese lugar del universo donde quizás haya algo más que un agujero. No sé si estoy conmovido o consternado. Al escuchar la cinta, puedo sentir la dulce náusea de su deseo y me pregunto si algún nervio antinatural se habrá despertado en mí.

Hunt visita mi despacho de vez en cuando exhortándome a que extraiga la esencia. «Restríngete a lo fundamental. Nada de esa basura fraudulenta de "qué maravilloso es mi marido". Diablos, Harry, teniendo en cuenta la perversidad humana, un hombre puede perdonar a una mujer que no hace más que hablar de él cuando está con otro tío. De modo que concéntrate en el "dámela, hijo de puta". Los buenos pasajes. Le aplastaremos el corazón a Brishka, ese pobre, incomprendido hijo de puta asesino del KGB.»

De modo que empiezo a corregir. El resultado es un producto terrible. Otro ejemplo, digamos, de la validez de la tesis de K. Gardiner Montague sobre A y O. Si me lo permitiera, me sentiría perturbado por lo que estoy haciendo, pero Alfa se ha apoderado de mí. Alfa parece disfrutar con la excitación que se experimenta al hacer un buen trabajo con material duro, incluso repelente. Aunque éste no es del todo repelente. Sinceramente, Kittredge, la profundidad de la voz de Zenia no deja de conmoverme. ¿Puedes imaginar que sea capaz de reconocer esto ante otra persona que no seas tú? Pero nuestro buen Reverendo Hubbard tiene que confesar que hasta los gruñidos de Varjov, si se los escucha lo suficiente, terminan por afectar una cuerda humana: en medio de su avidez animal hay ternura, y dolor en el corazón de todas sus ásperas maldiciones. Cuando se corre —bien, te lo diré todo— grita: «Puta, madre de cerdos, basura». Algo increíble, terrible, que provoca en ella un aria de éxtasis como respuesta. Podría sentirme disminuido por la fuerza de su carnalidad. Pero tengo mi Alfa, ese buen soldado, tan decidido, que es quien dirige la operación. Incluso llega a ser tedioso recomponer la trascripción con los «buenos pasajes». Con la ayuda de Gohogon, encuentro los pasajes en la cinta y los empalmo. Después los escucho como si se tratase de música. Por supuesto, los cortes no siempre funcionan. Por eso, debo volver a escuchar las cintas originales para tratar de encontrar otros momentos que puedan servir de puente o transición. Como no entiendo ruso, lo que elijo no siempre tiene sentido; aun así, obtengo una versión que responde a lo que Hunt desea. A pesar de que no ha parado de quejarse por el tiempo que me consume, el viejo y parco Howard es generoso con sus elogios y me dice que he hecho un buen trabajo. Estoy satisfecho. En lo más profundo de mi desesperadamente aprisionada Omega, una subpartícula de mi alma se lamenta por Brishka, pero Alfa ha salido airosa. Me siento como un técnico de sonido o un director de radio. He creado una interesante obra vocal. Te juro que en presencia de un trabajo difícil que se ha hecho bien, los escrúpulos morales son como briznas de hierba ante la cortadora de césped. O por lo menos, así parece mientras se trabaja.

Ahora, por supuesto, el problema es qué hacer con el producto final. Como era predecible, Hunt quiere arruinar a Masarov. Se le enviará la cinta, y entonces, no importa lo que suceda, podremos esperar algún tipo de beneficio. Cuando menos, si Masarov decide tragárselo, tendrá que seguir trabajando junto a Varjov. Pero lo más probable es que intente que envíen a Varjov de regreso a Moscú o de lo contrario pedirá ser trasladado, lo cual significará una pérdida de tiempo para el equipo soviético.

Por supuesto, siempre estamos a tiempo de intentar chantajear a Varjov y conseguir que trabaje para nosotros. Y otro tanto con Masarov. ¿Podría ¡a cinta desmoralizarlo hasta el punto de que considere la posibilidad de desertar?

Hunt, muy sensatamente, sostiene que es probable que Boris nos vea ahora como un enemigo mayor que antes. Hjalmar Omaley, que ha regresado de la división de la Rusia soviética, es de la idea de que trabajemos para hacerlo desertar. Ésa es la posición de los Avinagrados. Se suceden discusiones entre Omaley y Hunt que sin duda deben de reflejar lo que ocurre en Washington, donde existe una vieja rivalidad entre la división del Hemisferio Occidental y la división de la Rusia soviética. No te aburriré enumerando el resto de las discusiones, situaciones, lagunas y, de parte de Omaley, acusaciones paranoicas. Hjalmar ve a Nancy Waterston todas las noches y Hunt ya no sabe si puede confiar en ella.
Un tour de drôle
.

En medio de todo esto, llega el siguiente cable. Descodificado, dice:

A: AV/HACENDADO

DE: KU/VAMPIRO

FELICITACIONES POR RATONERA. ESPLENDIDO OPDEMO.

Opdemo, Kittredge, significa «opciones de demolición», es decir, causar estragos en la oposición.

Hunt está exultante.

—Éste es el primer reconocimiento de tu amigo desde que me invitó a comer hace dos años. —Se aclaró la garganta—. Pensándolo mejor, Harry, tú sabes cómo interpretar al hombre. ¿Qué se propone Harlot? ¿Quiere participar de esto?

—Nunca lo abordaría directamente si se propusiera tomar el control —improviso.

Es sorprendente, Kittredge, el modo en que llega uno a convertirse en un experto. Yo, que jamás he comprendido a Hugh ni por un instante, ahora se lo estoy explicando a los demás.

—Bien, ¿qué está diciendo? —pregunta Hunt.

—Está felicitándonos sinceramente, creo. Después de todo, es una buena operación.

—Mejor que nos cuidemos, si no es así —dice Hunt. No confía plenamente en mí cuando se trata de Hugh Montague, pero, por otra parte, le estoy diciendo lo que quiere oír. De modo que se inclina a creerme. —Luego sacude la cabeza—. Debe de haber algo más en este cable.

—¿Por qué no lo llama? —pregunto. Suspira. Creo que no lo he convencido.

—Esto exige el uso del teléfono rojo —dice finalmente.

Salgo del despacho de Howard. A los quince minutos, me llama. Está radiante.

—Montague no es del todo malo cuando decide ser amable. Quiere felicitarte a ti también.

Como podrás imaginarte, cuando llego al teléfono seguro Howard sigue revoloteando por la oficina. De modo que no me atrevo a cerrar la puerta. Tu querido marido me saluda con su voz subterránea.

—Di en voz alta lo contento que estás de que a mí me guste la operación.

—Sí, señor —digo — . Me alegra mucho que la apruebe.

—Muy bien —dice Hugh—, basta de eso. El cable no fue más que un pretexto para poder hablar contigo por el teléfono seguro. No estoy muy entusiasmado con RATONERA. Promete poco. Masarov y Varjov están hechos de pasta más resistente. Jamás desertarán. De todos modos, no es mi terreno. Te llamo para hacerte una propuesta. ¿Te gustaría un traslado a Israel?

—¿Lo dice en serio? ¡Es ideal!

—Tómalo con calma. Allá es Angleton quien manda. Como mi representante, se te haría todo bastante cuesta arriba. Sin embargo, domino un par de canales. No todas las almas del Mossad están enamoradas de Madre. Hay un par de israelíes que prefieren trabajar conmigo.

—Supongo que sería mejor pensarlo un poco.

—Es mejor que lo hagas. En el aspecto positivo, los agentes del Mossad son los diamantes del juego de Inteligencia.

—Sí, señor.

—Regresarás de allí hecho un maestro, o destrozado.

—¿Destrozado?

—Aplastado. —Hizo una pausa, luego prosiguió — : No hay duda. Es el feudo de Angleton. Tú serás el enemigo, en lo que respecta a James
Jesús
Angleton.

—Entonces, ¿por qué me propone que vaya? —dije en un susurro, por temor a que Howard me oyera.

—Porque puedes sobrevivir.
Jesús
no tiene todas las cartas. Yo mismo he marcado algunas.

—¿Puedo pensarlo un poco?

—Hazlo. Estás ante una encrucijada. Medita acerca de ello.

—¿Cómo nos mantendremos en contacto?

—Llama a Rosen. Ahora es mi esclavo Viernes. Llámalo a ST-Terciario por un teléfono abierto. Charla un poco. Asuntos inofensivos de compañeros. Si estás decidido a ir a Israel, sólo debes decirle: «Cuánto echo de menos Maine, ahora que estoy en Montevideo». Yo me ocuparé del resto.

—¿Y si me decido por la negativa?

—Entonces, muchacho, no uses el código. Rosen no tendrá nada que informarme.

—Sí, señor.

—Dos días para tomar una decisión.

Colgó antes de que pudiera preguntarle por ti, Kittredge. Aunque no me habría dicho mucho.

No trataré de describir las siguientes cuarenta y ocho horas. Me sentía exaltado; vivía aterrorizado. La reputación de Angleton es tan terrible como la de tu marido, pero los dos se sienten orgullosos de que en la Agencia se refieran a ellos como leyendas, aunque nadie sepa muy bien qué hacen.

En esos dos días logré aprender un par de cosas sobre mí. Mi querida Dama Casada: entré en el abismo de mi cobardía y olí sus perniciosas emanaciones; ascendí a los picos más altos de mi ambición desmedida, hasta entonces desconocidos. Incluso llegué a pensar en el momento que viví durante el partido de polo. Terminé por llamar a Arnie Rosen desde un teléfono abierto de la estación, resuelto a decirle cuánto echaba de menos Maine.

Sin embargo, apenas mencioné el tema, él me interrumpió.

—Olvídate de tus vacaciones —dijo—. Tu petición de licencia queda cancelada.

—¿Qué?

—Sí.

—¿Por qué?

—Ay, ay, ay —dijo él.

—No puedo soportarlo —dije—. Dame una idea.

—Es por tu madre. Tu madre impide tu viaje a Maine.

—¿Mi madre? ¿Jessica?

—Sí.

—No puede.

—Bien, ella es el motivo, aunque no es quien ejecuta la decisión.

—¿Quién la ejecuta?

—Digamos que tu padre. —Una pausa — . Sí. Paradigmáticamente hablando. —Otra pausa—. Y te pide que lo perdones por no poder enviarte el dinero del pasaje.

Pensé que estaba viendo una imagen, pero no estaba seguro.

—Arnie, dime más.

Rosen es excelente para esta clase de juegos.

—Bien —dijo como si estuviera abriendo una puerta—. A mí, por ejemplo, jamás me permitirían ir a esos bosques.

—¿Por qué no?

—Hay demasiado antisemitismo en Maine.

Eso explicaba bastante.

—Sí. ¿Cómo está Kittredge? —pregunté—. ¿Habéis hecho las paces ya?

—Me encantaría, pero ella está lejos.

—¿Qué tan lejos?

—Si piensas en Australia, te equivocarías. Y lo mismo con Polonia. Ojalá pudiera decirte dónde está —y colgó.

Dos días después me llegó una caja de Churchill por correo diplomático. Dentro había una tarjeta con un mensaje de Harlot, escrito con su letra inmaculadamente prolija: «Tu errante padrino». Para entonces yo ya había resuelto el problema. Así como Hugh es Harlot para algunos, Angleton es Madre para muchos. Pero él no es mi madre, Jessica Silverfield Hubbard. Sin duda, Rosen quería recordarme que por mis venas corre un octavo de sangre judía. ¿Y mi padre? ¡Paradigmáticamente hablando! Sin duda era a causa de la política de la Compañía. Por supuesto. La Compañía no podía enviar un oficial de caso judío a Israel. Conflicto de intereses. Yo no tenía idea de si esto se debía a una decisión de la Agencia, o a una petición del Mossad, o a ambas cosas a la vez. De todos modos, Kittredge, tu sin par Harlot se había olvidado de que una pequeña parte de él era judía hasta que los de Personal, benditos sean, se lo recordaron. Por unos días me resultó curioso pensar en mí como israelita.

Por otra parte, aunque el trabajo de RATONERA me ha mantenido ocupadísimo, ahora me resulta difícil creer que estoy totalmente en Uruguay. Debo confesarte que tengo una teleología privada. Todavía creo que he nacido con un propósito y que no cejaré hasta lograr cierto objetivo, aunque no pueda ver el final ni darle un nombre. Han transcurrido cuarenta y ocho horas en el escenario-fábrica de mi mente para que llegase a la conclusión de que debo aceptar un empleo dudoso, que presumiblemente arruinará mi carrera, sólo porque mi destino era ir a Israel. Luego, de repente, descubrí que no era ése mi destino. Fue desmoronado por un tecnicismo, lo cual ha hecho que asuma una actitud distante hacia RATONERA. ¿Sabes, Kittredge? Es mejor así. RATONERA parece estar en peligro de descomposición.

Los Avinagrados han ganado la batalla. Su decisión ha prevalecido: debemos conseguir un desertor, y se ha decidido que sea Varjov. Masarov, el hombre más antiguo, resultaría demasiado complicado, un disparate, sencillamente. De modo que la estación discutió distintas maneras de abordar a Georgi. Porringer propone que uno de los taxis de AV/EMARÍA siga al coche de Varjov. Tarde o temprano, Varjov se detendrá en un café para almorzar, y entonces el conductor del taxi podrá avisar por radio a Omaley y Gohogon, quienes, acompañados por Porringer o por mí, podrán acercarse a Varjov, entregarle la cinta y un número de teléfono, y advertirle que sólo él debe oírla. Esta operación podría llamarse «Todos podemos ser buenos amigos». Pero Hjalmar aborrece esta manera tan abrupta y directa de abordaje, y además cuenta con el apoyo de la división de la Rusia soviética. Sostienen que las reuniones deben limitarse a lo imprescindible. Por supuesto, podríamos enviar la cinta a la Embajada rusa a nombre de Varjov, pero ¿cómo estar seguros de que la recibiría?

Por mi parte, sugiero que dejemos las cintas en el nido de amor, del que poseemos llaves. Si Varjov ha cambiado la combinación de la cerradura, podemos recurrir a un cerrajero. Desventaja: el cerrajero atraería la atención de los vecinos. Si eso sucediera, todo se arruinaría.

Other books

Sadie Walker Is Stranded by Madeleine Roux
Breath of Fire by Liliana Hart
The Best Halloween Ever by Barbara Robinson
Phosphorescence by Raffaella Barker