El clima de China es tal que favorece prodigiosamente la propagación de la especie humana. Las mujeres son de una fecundidad tan pasmosa que no hay en toda la tierra otro ejemplo semejante. La tiranía más cruel no detiene el progreso de la propagación. Allí el príncipe no puede decir, como decía Faraón:
Oprimamos con prudencia
. Más bien se vería obligado a formular el deseo de Nerón, de que el género humano no tuviera más que una cabeza. A pesar de la tiranía, China se poblará más y más, por la fuerza del clima, y acabará por triunfar del despotismo.
China, como todos los países en que se produce arroz, está sujeta a pasar años de hambre; en China son frecuentes. Cuando el pueblo se muere de hambre, se dispersa para buscarse la vida; por todas partes se forman cuadrillas de tres, cuatro o cinco bandoleros, que son al principio exterminadas; surgen otras más nutridas, y suelen ser exterminadas también. Pero siendo tantas las provincias, y algunas tan lejanas, quedan cuadrillas que engrosan poco a poco y se hace difícil acabar con ellas. Al contrario, son ellas las que se fortalecen y se organizan, forman un cuerpo de ejército, caen sobre la capital y su jefe sube al trono.
Así es castigado el mal gobierno en China; el desorden nace de que el pueblo carece de subsistencias. En otros países no se remedian tan rápidamente los abusos, porque sus efectos son menos sensibles: el príncipe no es advertido de una manera tan súbita como en el
Celeste imperio
.
El monarca chino estará muy lejos de pensar, como nuestros reyes, que si gobierna mal será castigado en la otra vida; lo que sin duda piensa es que, si su gobierno es malo, perderá su trono y su cabeza.
Como, a pesar de lo que se hace con los niños
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, la población de China aumenta siempre, se hace necesario un trabajo infatigable para conseguir que la tierra produzca lo preciso; esto exige gran cuidado por parte del gobierno, interesado en que todo el mundo pueda trabajar sin ver frustrado su esfuerzo. Debe ser un gobierno doméstico más que un gobierno civil.
He aquí lo que ha producido la reglamentación tan ponderada. Se ha pretendido que a la vez reinaran las leyes y el despotismo, cuando con el despotismo no hay leyes ni reglamentos: no cabe más que la fuerza. En vano ese despotismo, escarmentado por sus desaciertos, ha querido encadenarse: convertidas en arma sus cadenas, se hace aún más terrible.
China, pues, es un Estado despótico; y su principio es el temor. Puede ser que en las primeras dinastías, cuando el imperio no era tan extenso, declinara el gobierno un poco de su espíritu: hoy, no.
LIBRO IX
De las leyes en sus relaciones con la fuerza defensiva
CAPÍTULO ISi una República es pequeña, será destruida por la fuerza; si es grande la destruirá un vicio interior.
Este doble inconveniente infecta lo mismo las democracias que las aristocracias, sean buenas o malas; no hay forma que lo remedie.
Parece, pues, que los hombres se hubieran visto obligados a vivir gobernados por uno solo, si no hubiesen imaginado una manera de constitución que tiene todas las ventajas interiores de la República y la fuerza exterior de la monarquía. Hablo de la República federal.
Esta forma de gobierno es una convención, mediante la cual diversas entidades políticas se prestan a formar parte de un Estado más grande, conservando cada una su personalidad. Es una sociedad de sociedades, que puede engrandecerse con nuevos asociados hasta constituir una potencia que baste a la seguridad de todos los que se hayan unido. Estas federaciones fueron las que hicieron durar tanto las Repúblicas de Grecia. Gracias a ellas pudieron los Romanos conquistar el mundo, y por ellas pudo el mundo defenderse de los Romanos: y cuando Roma llegó al colmo de su grandeza, pudo defenderse de los bárbaros por haber formado análogas asociaciones al otro lado del Rin y del Danubio.
Por igual medio han conseguido Holanda
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, Alemania y las ligas Suizas que Europa las mire como Repúblicas eternas.
Las asociaciones de ciudades eran en otros tiempos más necesarias que hoy. Una ciudad sin fuerza corría grandes peligros. Si era conquistada, no perdía solamente el poder legislativo y el ejecutivo, como sucede ahora, sino todo lo que es propiedad del hombre
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.
La República federativa es capaz de resistir a una fuerza exterior y de mantenerse en toda su integridad, sin que se corrompa interiormente. No hay inconveniente que no evite la federación.
Un usurpador no podría serlo en todos los Estados; no sería igualmente popular en todos; el prestigio y la fuerza que alcanzara en uno alarmaría a los demás; si lograba subyugar a una parte, se resistirían las otras con fuerzas independientes de las sometidas, haciendo fracasar cualquier intento sin que hubiera llegado a consumarse.
Cuando ocurra en uno de los Estados alguna sedición que el mismo Estado no pueda apagar con sus propios medios, recibirá el auxilio de los otros Estados federados. Si alguno de ellos se desmoraliza introduciendo abusos, lo corregirán los otros. El Estado federal no puede perecer; aunque sucumbiera alguna de sus partes, quedarían las otras. Aun disolviendo la federación, cada uno de los federados y todos ellos seguirían siendo Estados soberanos.
Compuesta de pequeñas Repúblicas, goza la confederación de todo lo bueno que haya en cada una en lo referente a su gobierno interior; y respecto a lo exterior, la fuerza de la asociación le ofrece las ventajas de las grandes monarquías.
Los Cananeos fueron destruidos, porque formaban monarquías pequeñas y no se habían federado; la defensa no fue común. Y es que la federación no está en la naturaleza de las pequeñas monarquías.
La República federativa de Alemania se compone de ciudades libres y de Estados pequeños sometidos a príncipes reinantes. La experiencia ha demostrado que esta República mixta es más imperfecta que las de Suiza y Holanda.
El espíritu de la monarquía es la guerra y el engrandecimiento; el espíritu de la República es la paz y la moderación. Estos gobiernos heterogéneos, sólo de una manera forzada pueden entrar y subsistir en una federación.
Así vemos en la historia romana que, cuando los
Veyos
eligieron un rey, todas las Repúblicas de Toscana los abandonaron. Y en Grecia pudo darse todo por perdido, desde el momento que los reyes de Macedonia obtuvieron un puesto en el
Consejo de los Anfictiones
.
La República federal de Alemania, compuesta de príncipes y de ciudades libres, subsiste porque tiene un jefe que es un magistrado de la unión y en cierto modo el monarca.
En la República de Holanda, una provincia no puede pactar alianzas de ningún género sin el consentimiento de las demás provincias. Es una ley muy buena, y aun necesaria en la República federativa. Se la echa de menos en la constitución germánica, en la que tal vez evitaría contratiempos que pueden ocurrirles a todos los miembros de la confederación por la imprudencia, la ambición o la avaricia de uno solo.
Es difícil que los Estados que se asocian tengan la misma importancia e igual fuerza. La República de los Licios
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era una confederación de veintitrés ciudades; tenían un consejo común, en el cual las ciudades grandes tenían tres votos, las medianas dos, las pequeñas uno. La República de Holanda se compone de siete provincias; grandes o pequeñas, cada una tiene un voto.
Las ciudades de Licia pagaban sus tributos proporcionalmente al número de sufragios. Las provincias de Holanda no pueden ajustarse a la misma proporción, puesto que tienen un solo voto las grandes y las chicas; pagan según su riqueza.
En Licia eran elegidos los jueces y magistrados por el consejo común. Y en la proporción que ya hemos dicho. En la República de Holanda no son elegidos por el consejo común; cada ciudad elige sus magistrados. Si he de dar un modelo de buena República federativa, es la de Licia la que señalaré.
Así como las Repúblicas proveen a su seguridad uniéndose, los Estados despóticos lo hacen separándose, aislándose, por así decirlo. Sacrifican una parte del país, asuelan el territorio fronterizo dejándolo desierto, y de este modo el cuerpo del imperio se hace inaccesible. Está admitido en geometría que, cuanto más extensos sean los cuerpos más pequeña es su circunferencia relativa. Así la práctica de devastar las fronteras es más tólerable en los grandes Estados que en los medianos.
Con esa devastación, el Estado se hace a sí mismo todo el daño que pudiera hacerle un cruel enemigo; mas no será el enemigo quien se lo haga.
El Estado despótico suele emplear otro medio para el mismo objeto de no estar en contacto con los pueblos vecinos: poner las provincias fronterizas en manos de un príncipe que sea su feudatario. Es lo que hacen Persia, el Mogol y los monarcas de China. Y a los Turcos les va bien desde que han puesto entre ellos y sus enemigos, a los Tártaros, a los Moldavos, a los Valaquios, como en otro tiempo a los Transilvanos.
La monarquía no se devora a sí misma como el Estado despótico; pero su territorio podría ser invadido. Por eso, tiene plazas fuertes en las líneas fronterizas y ejércitos para defender las plazas. El terreno más pequeño se disputa con arte y con tesón. Los Estados despóticos se invaden unos a otros; solamente las monarquías hacen la guerra.
Las plazas fuertes pertenecen a las monarquías; los Estados despóticos temen tenerlas. No se atreven a confiárselas a nadie, porque, donde impera el despotismo, nadie ama al príncipe ni al Estado.
Para que un Estado sea fuerte, lo primero que se necesita es que las distancias estén en proporción con la rapidez que exija la ejecución de cualquier plan, y con la prontitud indispensable para estorbar cualquiera empresa enemiga. Como un ataque puede venir por diferentes lados, la defensa exige que a todos lados pueda acudirse a tiempo. Esto quiere decir que la extensión del Estado no conviene que sea mucha, sino que esté en relación con la rapidez que la naturaleza le permite a los hombres trasladarse de un lugar a otro.
Francia y España son precisamente del tamaño requerido. Las fuerzas pueden estar en comunicación, concentrarse o disgregarse pronto, y pasar de una frontera a otra en pocos días.
En Francia, por fortuna, la capital se encuentra bien situada; el príncipe, desde ella, puede verlo todo.
Pero en Estados tan grandes como Persia, para acudir a una frontera atacada se necesitan algunos meses. Las tropas dispersas tardan en reunirse, ya que no es posible hacerlo a marchas forzadas durante meses como lo es durante quince días. Si el ejército de la frontera es derrotado, vendrá la dispersión por estar sus reservas muy distantes y ser la retirada muy difícil. Un ejército invasor avanzará, después de su primera victoria, sin encontrar apenas resistencia, y en pocas jornadas estará a la vista de la capital. Podrá sitiarla antes que los gobernadores de provincias reciban órdenes de mandar socorros. Aun avisados, los que juzguen próxima la revolución la precipitarán no obedeciendo; porque las gentes que son fieles cuando temen el castigo, dejan de serlo cuando lo ven lejano; y trabajan por sus intereses particulares más bien que por los del príncipe. Disuelto el imperio, tomada la capital, el conquistador disputará las provincias a los gobernadores.
El verdadero poder de un príncipe soberano, consiste menos en la facilidad de conquistar que en las dificultades que pueda oponer a quien le ataque; en la inmutabilidad de su condición, digámoslo así. El engrandecimiento de los Estados aumenta sus puntos débiles.
Si los monarcas deben ir con tiento para aumentar sus dominios, también deben ser prudentes a fin de limitarlos. Para quitar los inconvenientes de la pequeñez, es necesario no apartar los ojos de los inconvenientes de la magnitud.
Los enemigos de un gran príncipe que ha reinado mucho tiempo, le han acusado mil veces, yo creo que más bien por sus temores que por razones fundadas, de haber concebido y perseguido la monarquía universal. Si lo hubiera logrado, pienso que nada hubiera sido más funesto para Europa y para sus mismos súbditos, para él y para su familia. El cielo, conociendo mejor que él lo que le convenía, le ha favorecido más consintiendo sus derrotas, que lo hubiese hecho dándole victorias. En lugar de hacerle único rey de Europa, le hizo lo que vale más: el más poderoso de todos.
Su nación, que en los países extranjeros no piensa más que en el suyo; que no se conmueve más que por lo perdido; que al salir de su país no busca más que la gloria y la mira como el supremo bien, y luego, en los países lejanos, como un obstáculo para volver al suyo; que indispone hasta por sus buenas cualidades, porque parece agregarles el desprecio; que puede soportar las heridas, los peligros, las fatigas, y no la pérdida de sus placeres; que no ama de veras más que su alegría, y se consuela de la pérdida de una batalla cantando al general; un pueblo así, no hubiera podido nunca llevar a cabo semejante empresa, una empresa que no puede fracasar en un país sin fracasar en todos a la vez, ni fracasar un momento sin que el fracaso sea definitivo.
He aquí la frase de sir Coucy al rey Carlos V:
Los Ingleses no son nunca tan débiles y fáciles de vencer como en su patria
. Es lo mismo que se decía de los Romanos; lo que experimentaron los Cartagineses; lo que le ocurrirá a toda potencia que mande al exterior ejércitos expedicionarios, para unir por la fuerza de la disciplina y del poder militar a los que están desunidos por intereses políticos o civiles. El Estado sigue siendo débil, porque el mal persiste; y el remedio lo debilita más.
La máxima de sir Coucy es una excepción de la regla general, que no recomienda expediciones lejanas; y es una excepción confirmatoria de la regla, puesto que se aplica singularmente a los mismos que han violado dicha regla.