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Authors: Hans Magnus Enzensberger

Tags: #Matemáticas

El diablo de los números (15 page)

BOOK: El diablo de los números
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(y vuelves a saltarte uno)

(y te saltas uno más)

sumas esos cuatro, ¿y qué te sale?

—Treinta y cuatro —dijo Robert.

—O sea el número de Bonatschi que sigue al 21. Si te resulta demasiado trabajoso, también se puede hacer saltando. Por ejemplo, coges el número de Bonatschi número cuatro y lo haces saltar. El cuarto es el 3, y ¿cuánto es 3
2
?

—Nueve —dijo Robert.

—Luego coges el siguiente número de Bonatschi, es decir, el quinto, y lo haces saltar.

— 5
2
= 25 —dijo Robert sin titubear.

—Bien, y ahora los sumas.

—Otro Bonatschi —exclamó Robert.

—Y además, como cuatro más cinco son nueve, el noveno —dijo el anciano frotándose las manos.

—Comprendo. Todo estupendo, pero dime para qué sirve.

—Oh —dijo el diablo de los números—, no te creas que las Matemáticas son sólo cosa de matemáticos. Tampoco la Naturaleza sale adelante sin números. Incluso los árboles y los moluscos saben contar.

—Tonterías —dijo Robert—. ¡Me quieres dar gato por liebre!

—También los gatos, supongo. Todos los animales. Por lo menos, se comportan como si tuvieran los números de Bonatschi en la cabeza. Es posible que hayan comprendido cómo funcionan.

—No me lo creo.

—O las liebres. Tomemos mejor las liebres, son más espabiladas que los moluscos. ¡En este campo de patatas tiene que haber liebres!

—Yo no veo ninguna —dijo Robert.

—Ahí hay dos.

De hecho, dos diminutas liebres blancas se acercaron dando brincos y se sentaron a los pies de Robert.

—Creo —dijo el anciano— que son un macho y una hembra. Así que tenemos
una
pareja. Como sabes, todo empieza con el uno.

—Quiere convencerme de que sabéis contar —dijo Robert a las liebres—. ¡Esto es demasiado! No le creo una sola palabra.

—Ah, Robert, qué sabrás tú de liebres —dijeron las dos liebres al unísono—. ¡No tienes ni idea! Probablemente te has creído que somos liebres de invierno.

—Liebres de invierno, claro —repuso Robert, que quería demostrarles que no era tan ignorante como parecía—. Solamente en invierno hay liebres de invierno.

—Justo. Nosotras sólo somos blancas mientras somos pequeñas. Pasa un mes hasta que llegamos a ser adultas. Luego nuestra piel se vuelve parda, y queremos tener hijos. Hasta que vienen al mundo, chico y chica, pasa cosa de un mes más. ¡Toma nota de esto!

—¿Sólo vais a tener dos? —dijo Robert—. Yo siempre había pensado que las liebres tenían un montón de hijos.

—Naturalmente que tenemos un montón de hijos —dijeron las liebres—, pero no de un golpe. Cada mes dos, con eso basta. Y nuestros hijos harán exactamente lo mismo. Ya lo verás.

—No creo que nos quedemos tanto tiempo aquí. Para entonces me habré despertado hace mucho. Mañana temprano tengo que ir al colegio.

—No hay problema —intervino el diablo de los números—. En este campo de patatas el tiempo va mucho más rápido de lo que tú piensas. Un mes dura sólo cinco minutos. Y para que lo creas he traído un reloj de liebre. ¡Mira!

Y con estas palabras, sacó un reloj de bolsillo considerablemente grande. Tenía dos orejas de liebre, pero sólo una aguja.

—Además, no marca horas, sino meses. Cada vez que pasa un mes, suena el despertador. Cuando aprieto el botón de arriba empieza a correr. ¿Lo hago?

—Sí —gritaron las liebres.

—Bien.

El diablo de los números apretó, el reloj hizo tic—tac, y la aguja empezó a desplazarse. Cuando hubo llegado al uno, sonó el timbre. Había pasado un mes, las liebres se habían hecho mucho más grandes y su piel había cambiado de color... ya no eran blancas, se habían vuelto pardas.

Cuando la aguja llegó al dos, habían pasado dos meses, y la liebre trajo al mundo dos diminutas liebres blancas.

Ahora había allí dos parejas de liebres, las jóvenes y las viejas. Pero estas últimas aún no estaban satisfechas. Querían tener más hijos, y cuando la aguja llegó al tres volvió a sonar el timbre, y la liebre vieja trajo otras dos más al mundo.

Robert contó las parejas de liebres. Ahora eran tres: las mayores (pardas), las crías de la primera camada, que entre tanto también habían crecido (y se habían vuelto pardas), y las más jóvenes, con su piel blanca.

Entonces la aguja se movió hasta el cuatro, y ocurrió lo siguiente: la liebre mayor trajo al mundo la siguiente parejita, sus primeros hijos también; los segundos tampoco habían sido perezosos, así que ahora eran cinco parejas las que brincaban por el sembrado: una pareja de padres, tres parejas de hijos y una pareja de nietos. Tres parejas eran pardas, y dos blancas.

—Yo en tu lugar —dijo el diablo de los números ya no intentaría diferenciarlas. ¡Vas a tener bastante con contarlas!

Cuando el reloj hubo llegado al cinco, Robert ya se las arreglaba bastante bien. Ahora había ocho pares de liebres.

Cuando sonó por sexta vez, ya había trece...

¡Un barullo increíble, pensó Robert, adónde irá a parar todo esto!

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