El descubrimiento de las brujas (64 page)

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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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—¿Qué pasa? —Frunció el ceño.

—Estoy un poco nerviosa, eso es todo.

—¿Por qué?

—Nunca he tenido antes relaciones sexuales con un vampiro.

Matthew se mostró auténticamente escandalizado.

—Y no vas a tenerlas esta noche tampoco.

Me olvidé de la sábana y me alcé apoyándome sobre los codos.

—Te metes en mi baño, me observas cuando salgo desnuda y empapada, dejas que te desnude ¿y luego me dices que no vamos a hacer el amor esta noche?

—Ya te dije que no hay razón para que nos apresuremos. Las criaturas modernas están siempre aceleradas —susurró, llevando la sábana caída hasta mi cintura—. Llámame anticuado si quieres, pero deseo disfrutar de cada momento de nuestro noviazgo.

Traté de coger el borde de las mantas para cubrirme con ellas, pero sus reflejos eran más rápidos que los míos. Empujó la sábana lentamente más abajo, fuera de mi alcance, y lanzó una minuciosa mirada.

—¿Noviazgo? —grité indignada—. Ya me has traído flores y vino. Ahora eres mi marido, o por lo menos eso es lo que has dicho hoy. —Retiré con un solo movimiento las sábanas de su torso. Mi pulso se aceleró otra vez al verlo.

—Como historiadora debes saber que son muchas las bodas que no se consuman de inmediato. —Su atención se detuvo en mis caderas y mis muslos, haciendo que se pusieran fríos y luego cálidos, de una manera absolutamente agradable—. En algunos casos se requieren años de noviazgo.

—La mayoría de esos
noviazgos
condujeron a derramamientos de sangre y lágrimas. —Puse un ligero énfasis en la palabra en cuestión. Matthew sonrió y me acarició el pecho con sus dedos ligeros como plumas hasta que un entrecortado gemido mío lo hizo ronronear con satisfacción.

—Te prometo no derramar sangre si tú prometes no llorar.

Fue más fácil ignorar sus palabras que sus dedos.

—¡El príncipe Arturo y Catalina de Aragón! —exclamé triunfalmente, encantada con mi habilidad para recordar información histórica relevante en esas condiciones con tantas distracciones—. ¿Los conociste?

—A Arturo no. Yo estaba en Florencia. Pero a Catalina sí. Era casi tan valiente como tú. Hablando del pasado —Matthew deslizó el dorso de su mano por mi brazo—, ¿conoces la antigua costumbre inglesa del
bundling?

Me giré sobre un costado y pasé la punta de mi dedo lentamente por su mandíbula.

—Conozco esa costumbre. Pero tú no eres inglés y tampoco eres menonita. ¿Me estás diciendo que, al igual que los votos matrimoniales, la práctica de que dos personas se metan en la cama para conversar toda la noche pero sin tener relaciones sexuales fue inventada por los vampiros?

—Las criaturas modernas no solamente tienen prisa, sino que además están excesivamente enfocadas al acto sexual. Ésa es una definición demasiado clínica y estrecha. Hacer el amor debe ser algo relacionado con la intimidad, con conocer el cuerpo del otro tanto como el tuyo.

—Responde a mi pregunta —insistí, incapaz de pensar con claridad en ese momento en que me estaba besando el hombro—: ¿Los vampiros inventaron el
bundling?

—No —dijo en voz baja, con los ojos lanzando destellos mientras la punta de mi dedo pasaba por su barbilla. Lo mordisqueó con sus dientes. Tal como había prometido, no derramó sangre—. Hace mucho tiempo, era algo que todos hacíamos. Los holandeses y luego los ingleses inventaron la variante de poner tablas entre los miembros de la futura pareja. El resto de nosotros lo hacía a la antigua usanza…, simplemente nos envolvíamos en mantas, encerrados en una habitación al anochecer para abandonarla al amanecer.

—Eso suena espantoso —dije con severidad. Su atención bajó por mi brazo y sobre la curva de mi vientre. Traté de apartarme con un movimiento, pero su mano libre me cogió por la cadera, inmovilizándome—. ¡Matthew! —protesté.

—Tal como lo recuerdo —dijo, como si yo no hubiera hablado—, era una manera muy agradable de pasar una larga noche de invierno. La parte más difícil era parecer inocente al día siguiente.

Sus dedos jugaron sobre mi vientre, haciendo que el corazón saltara en mi pecho. Miré el cuerpo de Matthew con interés, escogiendo mi próximo blanco. Detuve mi boca en su clavícula mientras mi mano serpenteó descendiendo por encima de su vientre plano.

—Estoy segura de que algo dormían —dije cuando él consideró necesario coger mi mano y sujetarla durante varios minutos. Con mi cadera libre, apreté todo mi cuerpo contra él. Su cuerpo respondió, y mi cara mostró mi satisfacción ante su reacción—. Nadie puede hablar toda la noche.

—¡Ah, pero los vampiros no necesitan dormir! —me recordó, justo antes de apartarse, doblar la cabeza y depositar un beso debajo de mi esternón.

Le agarré la cabeza y lo levanté.

—Sólo hay un vampiro en esta cama. ¿Es así como imaginas que me vas a mantener despierta?

—Desde el primer momento en que te vi no he imaginado casi ninguna otra cosa. —Los ojos de Matthew brillaron oscuros cuando bajó la cabeza. Mi cuerpo se arqueó hacia arriba para encontrar su boca. Pero él, suavemente aunque con firmeza, me apoyó sobre mi espalda, agarrando mis dos muñecas con su mano derecha e inmovilizándolas sobre la almohada.

Matthew sacudió la cabeza.

—Sin apresurarse, ¿recuerdas?

Yo estaba acostumbrada a la clase de sexo que implica alivio físico sin demoras innecesarias ni complicaciones emocionales superfluas. Como una atleta que pasaba gran parte de mi tiempo con otros atletas, conocía bien mi cuerpo y sus necesidades, y generalmente había alguien por ahí que me ayudaba a satisfacerlas. Nunca mis relaciones sexuales ni mi elección de pareja fueron casuales, pero la mayoría de mis experiencias habían sido con hombres que compartían mi actitud franca y se contentaban con disfrutar algunos ardientes encuentros para luego volver a ser amigos otra vez, como si nada hubiera ocurrido.

Matthew estaba dejando claro que esos días y esas noches eran cosa del pasado. Con él ya no iba a haber sexo puro, y yo no conocía otra cosa. Podría haber sido virgen perfectamente. Mis profundos sentimientos por él estaban ligados inseparablemente a las respuestas de mi cuerpo, sus dedos y boca los iban uniendo con nudos complicados y difíciles.

—Tenemos todo el tiempo que necesitamos —dijo, acariciando la parte interna de mis brazos con las puntas de sus dedos, entretejiendo el amor y el anhelo físico hasta que sentí mi cuerpo tenso.

Matthew se dedicó a estudiarme con la actitud embelesada de un cartógrafo que se encuentra en las orillas de un nuevo mundo. Traté de imitarlo y descubrir su cuerpo mientras él investigaba el mío, pero me sujetó las muñecas firmemente contra la almohada. Cuando empecé a quejarme en serio sobre la injusticia de esa situación, encontró una manera eficaz de hacerme callar. Sus dedos fríos se hundieron entre mis piernas y tocaron los únicos centímetros de mi cuerpo que seguían inexplorados.

—Matthew —susurré—, no creo que eso tenga que ver con el
bundling
.

—En Francia sí —dijo con suficiencia y un brillo pícaro en los ojos. Soltó mis muñecas, convencido, con toda la razón, de que ya no habría ningún intento de escaparme, y tomé su cara entre mis manos. Nos besamos, larga y profundamente, mientras mis piernas se abrían como las tapas de un libro. Los dedos de Matthew persuadieron, provocaron y bailaron entre ellas hasta que el placer fue tan intenso que me dejó temblando.

Me sostuvo hasta que los temblores se fueron desvaneciendo y mi corazón volvió a su ritmo normal. Cuando finalmente recuperé la energía suficiente como para mirarlo, él tenía la expresión presumida de un gato.

—¿Qué es lo que piensa ahora del
bundling
la historiadora? —preguntó.

—Es mucho menos puro moralmente de lo que se asegura en la literatura erudita —dije, tocándole los labios con mis dedos—. Si esto es lo que los amish menonitas hacen por la noche, no me sorprende que no necesiten televisión.

Matthew se rió entre dientes, sin que la expresión de satisfacción abandonara su rostro.

—¿Tienes sueño ahora? —quiso saber, pasando sus dedos por entre mi pelo.

—Oh, no. —Lo empujé para acostarlo de espaldas. Cruzó las manos debajo de la cabeza y me miró con otra gran sonrisa—. Para nada. Además, es mi turno.

Lo estudié con la misma intensidad que él me había prodigado. Mientras subía lentamente por el hueso de su cadera, una sombra blanca con forma de triángulo atrajo mi atención. Estaba muy por debajo de la superficie de su piel suave y perfecta. Con el ceño fruncido, miré por encima de su pecho. Había más marcas extrañas, algunas con forma de copos de nieve, otras en líneas entrecruzadas. Ninguna de ellas estaba sobre la piel, sin embargo. Estaban todas en lo más profundo, dentro de él.

—¿Qué es esto, Matthew? —Toqué un copo de nieve particularmente grande bajo su clavícula izquierda.

—Es sólo una cicatriz —dijo, estirando el cuello para ver—. Ésa fue hecha con la punta de una espada ancha de dos filos. Tal vez en la Guerra de los Cien Años. No puedo recordarlo.

Me deslicé hasta subirme a su cuerpo para ver mejor, apretando mi cálida piel contra él, y suspiró con satisfacción.

—¿Una cicatriz? Date la vuelta.

Hizo breves ruidos de placer mientras mis manos le recorrían la espalda.

—Oh, Matthew. —Mis peores temores se convirtieron en realidad. Había docenas, si no centenares, de marcas. Me arrodillé y empujé la sábana hasta sus pies. Había marcas sobre sus piernas también.

Giró la cabeza.

—¿Qué pasa? —La expresión de mi cara era respuesta suficiente, y se dio la vuelta para incorporarse—. No es nada,
mon coeur
. Sólo mi cuerpo de vampiro, que resiste las lesiones.

—Hay tantas… —Había otra sobre la curva de los músculos donde su brazo se unía a los hombros.

—Te dije que los vampiros son difíciles de matar. A pesar de ello, las criaturas hacen todo lo posible por lograrlo.

—¿Te dolió cuando fuiste herido?

—Tú sabes que siento el placer. ¿Por qué no el dolor también? Sí, me dolió. Pero se curaron rápidamente.

—¿Por qué no las he visto antes?

—Tiene que haber una luz adecuada, y hay que mirar bien. ¿Te molestan? —preguntó Matthew con tono vacilante.

—¿Las cicatrices en sí? —Sacudí la cabeza—. No, por supuesto que no. Sólo quiero salir a perseguir a todas las personas que te las hicieron.

Como el Ashmole 782, el cuerpo de Matthew era un palimpsesto con su piel brillante que oscurecía el relato de su vida insinuado por todas aquellas cicatrices. Temblé ante la idea de las batallas que Matthew ya había librado, en guerras declaradas y no declaradas.

—Ya has peleado demasiado. —Mi voz tembló con enfado y remordimiento—. Ya es suficiente.

—Es un poco tarde para eso, Diana. Soy un guerrero.

—No. No lo eres —dije con firmeza—. Eres un científico.

—He sido guerrero durante más tiempo. Soy difícil de matar. He aquí la prueba. —Señaló su largo cuerpo blanco. Como pruebas de su indestructibilidad, las cicatrices resultaban extrañamente reconfortantes—. Además, la mayoría de las criaturas que me hirieron hace mucho que desaparecieron. Tendrás que abandonar ese deseo de venganza.

—¿Con qué lo voy a reemplazar? —Alcé las sábanas por encima de mi cabeza, formando una tienda de campaña. Luego sólo hubo silencio, salvo por algún entrecortado y ocasional suspiro de Matthew, el crujido de los troncos en la chimenea y, en su momento, su propio grito de placer. Metida debajo de su brazo, puse mi pierna sobre la suya. Matthew bajó la mirada hacia mí, con un ojo abierto y otro cerrado.

—¿Esto es lo que están enseñando en Oxford en estos tiempos? —preguntó.

—Es magia. Nací sabiendo cómo hacerte feliz. —Mi mano descansaba sobre su corazón, encantada de haber comprendido instintivamente dónde y cómo tocarlo, cuándo ser suave y cuándo dejar que mi pasión fluyera libremente.

—Si es magia, entonces estoy todavía más encantado de compartir el resto de mi vida con una bruja —aseguró, mostrándose tan contento como yo.

—Querrás decir el resto de
mi vida,
no el resto de la tuya.

Matthew se quedó sospechosamente silencioso, y me erguí para ver su expresión.

—Esta noche me siento como si tuviera treinta y siete años. Y lo que es más importante, el año que viene sentiré como si tuviera treinta y ocho.

—No comprendo —dije con cierto recelo.

Me atrajo otra vez hacia él y puso mi cabeza bajo su barbilla.

—Durante más de mil años, he estado fuera del tiempo, viendo pasar los días y los años. Desde que estoy contigo, soy consciente de su paso. Es fácil para los vampiros olvidar tales cosas. Ésa es una de las razones por las que Ysabeau está tan obsesionada con leer los periódicos…, para no olvidar que siempre hay cambio, aunque el tiempo no la cambie a ella.

—¿Nunca te has sentido así antes?

—Unas cuantas veces, muy fugazmente. Una o dos veces en alguna batalla, cuando temí estar a punto de morir.

—Entonces es por el peligro, no precisamente por el amor. —Una nube fría de miedo se apoderó de mí ante esa manera tan concreta y práctica de hablar de la guerra y de la muerte.

—Mi vida ahora tiene un principio, un medio y un fin. Todo lo anterior no fue más que el preámbulo. Ahora te tengo a ti. Un día tú desaparecerás y mi vida habrá acabado.

—No necesariamente —me apresuré a decir—. Yo sólo tengo un puñado de décadas por delante…, pero tú podrías continuar para siempre. —Un mundo sin Matthew era inimaginable.

—Ya veremos —dijo en voz baja, acariciándome el hombro.

De pronto, su seguridad fue la máxima preocupación para mí.

—¿Tendrás cuidado?

—Nadie ve tantos siglos como los que yo he visto sin tener cuidado. Siempre tengo cuidado. Ahora más que nunca, pues es mucho lo que tengo que perder.

—Yo prefiero haber tenido este momento contigo…, sólo esta noche, y no siglos con otra persona —susurré.

Matthew consideró mis palabras.

—Supongo que si he tardado solamente algunas semanas en volver a sentir que tenía treinta y siete años otra vez, podría llegar al punto en el que un momento contigo sea suficiente —dijo, abrazándome más contra su cuerpo—. Pero esta conversación es demasiado seria para una cama de matrimonio.

—Creía que la conversación era el objetivo del
bundling
—dije remilgadamente.

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