Eso tampoco era una buena señal: me estaba mintiendo.
—Sí que lo hacen —reaccioné en voz baja—. Tú vas de caza con Hamish.
—Eso es diferente. Lo conozco desde hace años, y no comparto cama con él. —Había aspereza en su voz y miraba atentamente sus estanterías.
Comencé a acercarme a él, lentamente.
—Si Hamish puede cazar contigo, yo también.
—No. —Los músculos de sus hombros se pusieron tensos debajo del jersey.
—Ysabeau me llevó con ella.
El silencio en la habitación era absoluto. Matthew aspiró una vez, con un ruido áspero, y los músculos en su hombro temblaron. Di otro paso.
—No sigas —me detuvo bruscamente—. No te quiero cerca de mí cuando estoy enfadado.
Me recordé a mí misma que él no estaba al mando ese día y di mis siguientes pasos a un ritmo mucho más rápido hasta quedarme directamente detrás de él. De ese modo, no podía evitar mi olor ni el ruido de mis latidos, que eran mesurados y firmes.
—No quería hacerte enfadar.
—No estoy enfadado contigo. —Sonaba amargado—. Mi madre, sin embargo, tiene mucho que explicar. Ha hecho muchas cosas para poner a prueba mi paciencia durante siglos, pero que te haya llevado a cazar es imperdonable.
—Ysabeau me preguntó si quería volver al
château
.
—¡No debió de darte la oportunidad de elegir! —gritó, dándose la vuelta para mirarme—. Los vampiros no controlan sus actos cuando están cazando…, no del todo. Ciertamente no se puede confiar en mi madre cuando huele sangre. Para ella todo es cuestión de matar y comer. Si el viento le hubiera llevado tu olor, se habría alimentado de ti también, sin pensárselo dos veces.
Matthew había reaccionado más negativamente de lo que yo había esperado. Pero después de haber dado ya mi primer paso, bien podía dar el segundo.
—Tu madre simplemente te estaba protegiendo. Le preocupaba que yo no comprendiera los riesgos. Tú habrías hecho lo mismo por Lucas. —Otra vez el silencio fue profundo y prolongado.
—No tenía derecho a hablarte de Lucas. Él me pertenecía a mí, no a ella. —La voz de Matthew era suave, pero contenía más veneno del que yo jamás había escuchado en ella. Parpadeó, y dirigió la mirada al estante donde estaba la torre.
—A ti y a Blanca —insistí, con mi voz igualmente suave.
—La historia de la vida de un vampiro debe contarla él…, sólo él. Nosotros tal vez seamos proscritos, tú y yo, pero mi madre también ha violado unas cuantas reglas en los últimos días. — Estiró la mano otra vez en busca de la ausente
ampulla
de Betania.
Atravesé la pequeña distancia que nos separaba, moviéndome silenciosamente, con seguridad, como si él fuera un animal nervioso, como para evitar que arremetiera de una manera que después pudiera lamentar. Cuando estuve a unos pocos centímetros de él, le cogí los brazos.
—Ysabeau también me dijo otras cosas. Hablamos de tu padre. Me dijo todos tus nombres, y cuáles no te gustan, y sus nombres también. Realmente no comprendo su significado, pero eso es algo que ella no cuenta a todo el mundo. También me relató la historia de tu conversión. La canción que cantó para hacer que mi manantial de brujos desapareciera era la misma que te cantaba a ti cuando acababas de renacer como vampiro. —«Cuando no podías dejar de alimentarte».
Matthew me miró a los ojos con dificultad. Estaban llenos de dolor y de una vulnerabilidad que había escondido cuidadosamente hasta ese momento. Me rompió el corazón.
—No puedo correr ese riesgo, Diana —dijo—. Te quiero… más que a nadie que haya conocido nunca. Te quiero físicamente, te quiero emocionalmente. Si mi concentración se desvía por un instante mientras estamos fuera cazando, el olor de los venados podría confundirse con el tuyo, y mi deseo de cazar un animal podría mezclarse con mi deseo de tenerte a ti.
—Ya me tienes —dije, aferrándome a él con mis manos, mis ojos, mi mente, mi corazón—. No hay necesidad de que me caces. Soy tuya.
—Las cosas no funcionan así —dijo—. Nunca te poseeré completamente. Siempre querré más de lo que puedes dar.
—No ha sido así en mi cama esta mañana. —Mis mejillas se enrojecieron al recordar su más reciente rechazo—. Yo estaba más que dispuesta a entregarme a ti, y tú dijiste que no.
—No dije que no…, dije más tarde.
—¿Así es como cazas, también? ¿Seducción, postergación, luego rendición?
Se estremeció. Ésa era la única respuesta que yo necesitaba.
—Enséñame —insistí.
—No.
—¡Enséñame!
Gruñó, pero me mantuve firme. Aquel sonido era una advertencia, no una amenaza.
—Sé que estás asustado. Yo también. —El pesar se reflejó en sus ojos, y yo hice un ruido de impaciencia—. Te lo digo por última vez, no tengo miedo de ti. Es mi propio poder lo que me asusta. Tú no viste el manantial de brujos, Matthew. Cuando el agua se movió dentro de mí, podría haber destruido todo y a todos y no sentir ni un ápice de remordimiento. Tú no eres la única criatura peligrosa en esta habitación. Pero tenemos que aprender a estar el uno con el otro a pesar de quiénes somos.
Dejó escapar una risa mordaz.
—Tal vez ésa sea la razón por la que hay reglas que prohíben a los vampiros y a las brujas estar juntos. Tal vez sea demasiado difícil cruzar estas líneas después de todo.
—Tú no crees en eso —reaccioné ferozmente, cogiendo su mano en la mía y llevándola hasta mi rostro. El choque de lo frío contra lo caliente envió una sensación deliciosa a través de mis huesos, y mi corazón dio su acostumbrado salto sordo al reconocerla—. Lo que nosotros sentimos el uno por el otro no es un error, no puede ser un error.
—Diana… —empezó a decir, sacudiendo la cabeza y apartando sus dedos.
Lo aferré con más fuerza y giré su mano para verle la palma. Su línea de la vida era larga y suave, y después de seguirla con los dedos, los apoyé sobre sus venas. Éstas parecían negras debajo de la piel blanca, y Matthew tembló ante mi roce. Todavía había dolor en sus ojos, pero ya no estaba tan furioso.
—Esto no es un error. Tú lo sabes. Ahora tienes que saber también que puedes confiar en mí. —Entrelacé mis dedos con los suyos y le di el tiempo necesario para pensar. Pero no lo solté.
—Te llevaré a cazar —accedió finalmente—, siempre que no estés cerca de mí y no bajes de
Rakasa.
Si percibes el más remoto gesto de que te estoy mirando, de que estoy pensando en ti, da media vuelta y corre directo a la casa, junto a Marthe.
Una vez tomada la decisión, Matthew bajó con paso majestuoso, esperando pacientemente cada vez que se daba cuenta de que yo me rezagaba. Cuando pasó con rapidez por la puerta del salón, Ysabeau se levantó de su asiento.
—¡Vamos! —dijo con voz tensa, cogiéndome por el codo y conduciéndome abajo.
Ysabeau estaba sólo unos centímetros detrás de nosotros cuando llegamos a las cocinas; Marthe se encontraba en la entrada de la despensa de comidas frías, mirándonos como si estuviera viendo la última telenovela de la tarde en la televisión. Ninguno necesitaba que le dijeran que algo no iba bien.
—No sé cuándo volveremos —anunció Matthew por encima del hombro. No soltó mi brazo ni me dio oportunidad de hacer otra cosa que volverme hacia ella con cara de arrepentimiento y mover los labios diciendo en silencio: «Lo siento».
—Elle a plus de courage que j’ai pensé —le murmuró Ysabeau a Marthe.
Matthew se detuvo bruscamente con el labio fruncido y soltando un desagradable gruñido dijo:
—Sí, mamá. Diana tiene más valor del que nos merecemos tú y yo. Y si en otra ocasión vuelves a ponerlo a prueba, será la última vez que nos veas a ninguno de los dos. ¿Comprendes?
—Por supuesto, Matthew —susurró Ysabeau. Era su respuesta evasiva favorita.
Matthew no me dirigió la palabra de camino a las cuadras. Media docena de veces, me dio la impresión de que iba a dar media vuelta para hacernos volver al
château
. En la puerta del establo me cogió por los hombros, buscando en mi rostro y en mi cuerpo señales de miedo. Alcé la barbilla.
—¿Vamos? —Señalé hacia el picadero.
Hizo un ruido de exasperación y gritó llamando a Georges.
Balthasar
bramó como respuesta y atrapó la manzana que arrojé en su dirección. Afortunadamente, no necesité ninguna ayuda para ponerme las botas, aunque tardé más tiempo del que le llevó a Matthew. Me observó cuidadosamente mientras cerraba los broches del chaleco y ajustaba la cincha del casco.
—Toma esto —dijo, pasándome un látigo corto.
—No lo necesito.
—Llevarás la fusta, Diana.
La cogí, resuelta a deshacerme de ella entre la maleza a la primera oportunidad.
—Y si la tiras a un lado cuando entremos en el bosque, volvemos a casa.
¿Pensaba realmente que yo iba a usar la fusta contra él? La metí en mi bota, con el mango saliendo junto a mi rodilla, y me apresuré hacia el picadero.
Los caballos se movieron nerviosamente cuando aparecimos nosotros. Como Ysabeau, ambos sabían que algo no iba bien.
Rakasa
tomó la manzana que yo le debía, y le pasé los dedos sobre la crin, hablándole en voz baja en un esfuerzo por calmarla. Matthew no se preocupó por
Dahr.
Era pura actividad, controlando los arreos del caballo con la velocidad del rayo. Cuando terminó, Matthew me alzó hacia el lomo de
Rakasa.
Sus manos me sostenían firmes por la cintura, pero no me agarró ni un momento más de lo necesario. Ya no quería que mi olor lo impregnara.
En el bosque Matthew se aseguró de que la fusta todavía estuviera en mi bota.
—Tienes que acortar tu estribo derecho —señaló cuando pusimos los caballos al trote. Quería que mis arreos estuvieran listos como para una carrera en caso de que tuviera que salir galopando. Detuve a
Rakasa
con un gesto de desagrado y ajusté las correas del estribo.
El ya familiar campo se abrió ante mí, y Matthew olfateó el aire. Agarró las riendas de
Rakasa
e hizo que me detuviera. Todavía tenía un sombrío aspecto a causa de la cólera.
—Hay un conejo por ahí. —Matthew hizo un gesto con la cabeza hacia el extremo occidental del campo.
—He presenciado lo del conejo —dije tranquilamente—. Y una marmota, una cabra y un venado hembra.
Matthew soltó algunas imprecaciones. Fue conciso y exhaustivo, y tuve la esperanza de que estuviéramos fuera del alcance del agudo oído de Ysabeau.
—Lo mejor es no dar más rodeos, ¿verdad?
—Yo no cazo venados como mi madre, asustándolos hasta morir y lanzándome sobre ellos. Puedo matar un conejo si quieres, o incluso una cabra. Pero no voy a acechar a un venado mientras estás conmigo. —Apretó la mandíbula en una obstinada línea.
—Deja de fingir y confía en mí. —Señalé mi alforja—. Estoy preparada para la espera.
Sacudió la cabeza.
—No contigo a mi lado.
—Desde que te conozco —dije en voz baja—, me has mostrado todas las partes agradables de ser un vampiro. Tú pruebas cosas que yo no puedo siquiera imaginar. Recuerdas hechos y personas que yo sólo puedo conocer a través de los libros. Puedes oler cuando cambio de idea o quiero besarte. Tú me has despertado a un mundo de posibilidades sensoriales que nunca soñé que pudiera existir.
Me detuve un instante, con la esperanza de estar haciendo progresos. Pero no era así.
—Al mismo tiempo, tú me ha visto vomitar, prenderle fuego a tu alfombra y ponerme totalmente fuera de mí al recibir algo inesperado por correo. Te perdiste los juegos de agua, pero no fueron agradables. A cambio, te estoy pidiendo que me dejes ver cómo te alimentas. Es una cosa básica, Matthew. Si no puedes soportarlo, entonces podemos contentar a la Congregación y dar todo por terminado.
—
Dieu
. ¿Nunca vas a dejar de sorprenderme? —Matthew levantó la cabeza y miró a la lejanía. Su atención fue atraída por un ciervo joven en la cima de la colina. El ciervo estaba pastando y el viento soplaba hacia nosotros, así que todavía no había percibido nuestro olor.
«Gracias», respiré en silencio. Era un regalo de los dioses que el ciervo apareciera de ese modo. Matthew fijó sus ojos en la presa y el enfado lo abandonó para ser sustituido por un conocimiento sobrenatural de su entorno. Fijé mi mirada en el vampiro, atenta a pequeños cambios que indicaran lo que estaba pensando o sintiendo, pero había muy pocas pistas.
«No te atrevas a moverte», le advertí a
Rakasa
cuando se puso tensa preparándose para agitarse inquieta. Clavó las pezuñas en la tierra y permaneció atenta.
Matthew olió el cambio en el viento y tomó las riendas de
Rakasa.
Lentamente movió a los dos caballos hacia la derecha, manteniéndolos dentro de la dirección de la brisa descendente. El ciervo levantó la cabeza y miró colina abajo, luego reanudó su silencioso mordisqueo de la hierba. Matthew recorrió con la mirada el terreno a toda velocidad, fijándose momentáneamente en un conejo y abriendo mucho los ojos cuando un zorro asomó la cabeza por un agujero. En lo alto se movía un halcón, flotando entre las corrientes de aire como un surfista entre las olas, y el vampiro también lo percibió. Comencé a entender de qué manera había dirigido a las criaturas en la Bodleiana. No había ningún ser vivo en ese campo que él no hubiera situado, identificado y estuviera preparado para matar tras unos pocos minutos de observación. Matthew movió lentamente los caballos hacia los árboles, camuflando mi presencia, poniéndome en medio de los otros olores y ruidos de los animales.
Mientras nos movíamos, Matthew no dejó de advertir que al halcón se le unió otra ave, o que un conejo desaparecía en un agujero y aparecía otro para ocupar su lugar. Sobresaltamos a un animal moteado que parecía un gato, con una larga cola rayada. Por la tensión del cuerpo de Matthew, estaba claro que quería perseguirlo, y si hubiera estado solo lo habría cazado antes de volverse hacia el ciervo. Con dificultad, apartó la mirada del animal cuando saltó.
Tardamos casi una hora en abrirnos paso desde el fondo del campo alrededor de los límites del bosque. Cuando estábamos cerca de la cima, Matthew recurrió a su peculiar manera de desmontar con la cara hacia delante. Le dio a
Dahr
una palmada sobre el anca y el caballo se volvió obedientemente para dirigirse de regreso a casa.
Matthew no había soltado las riendas de
Rakasa
durante estas maniobras, y no las soltó luego. La llevó al borde del bosque y respiró hondo, absorbiendo todo rastro de olor. Sin hacer ruido, nos dejó dentro de un pequeño grupo de abedules bajos.