El descubrimiento de las brujas (62 page)

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Authors: Deborah Harkness

Tags: #Fantástico

BOOK: El descubrimiento de las brujas
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El vampiro se agachó, con ambas rodillas dobladas en una posición que habría sido insoportable para cualquier humano al cabo de unos cuatro minutos. Se mantuvo así durante casi dos horas. Se me durmieron los pies y los desperté flexionando los tobillos en los estribos.

Matthew no había exagerado la diferencia entre su manera de cazar y la de su madre. Para Ysabeau se trataba principalmente de satisfacer una necesidad biológica. Necesitaba sangre, los animales la tenían y ella la tomaba de ellos de la manera más eficiente posible sin sentir remordimientos por que su supervivencia necesitara de la muerte de otra criatura. Para su hijo, sin embargo, las cosas eran evidentemente más complicadas. Él también necesitaba el alimento físico que la sangre de sus presas suministraba. Pero Matthew sentía una estrecha relación con su presa que me hizo recordar el tono de respeto que había detectado en sus artículos sobre los lobos. Para Matthew, cazar era principalmente un asunto de estrategia, de poner a prueba su inteligencia salvaje contra algo que pensara y sintiera el mundo tal y como él lo pensaba y sentía.

Recordé nuestros juegos en la cama aquella mañana y mis ojos se cerraron ante una repentina oleada de deseo. Lo quería tan intensamente, allí, en el bosque, cuando estaba a punto de matar algo, como lo había deseado esa mañana, y empecé a comprender lo que le preocupaba a Matthew acerca de cazar conmigo. Supervivencia y sexualidad estaban unidas de maneras que nunca había apreciado hasta ese momento.

Respiró sin hacer ruido y se alejó de mi lado sin avisar, con su cuerpo deslizándose por las lindes del bosque. Cuando Matthew cruzó la cresta de la colina, el ciervo alzó la cabeza, lleno de curiosidad al ver a aquella extraña criatura.

El ciervo sólo tardó unos segundos en calcular que Matthew era una amenaza, que era más de lo que yo habría necesitado. Mi vello estaba erizado y sentí por aquel animal la misma preocupación que había sentido por el venado de Ysabeau. El ciervo entró en acción de un salto, lanzándose hacia abajo por la ladera. Pero Matthew era más rápido, y cortó el paso al animal antes de que pudiera acercarse demasiado al lugar donde yo estaba escondida. Lo persiguió colina arriba y otra vez sobre la cima. Con cada paso, Matthew se le acercaba más y el ciervo se ponía más nervioso.

«Sé que estás asustado —dije en silencio, con la esperanza de que el ciervo pudiera escucharme—. Él tiene que hacer esto. No lo hace por deporte ni para hacerte daño, sino para seguir con vida».

Rakasa
movió la cabeza en todas direcciones y me miró nerviosa. Estiré la mano para tranquilizarla y la mantuve sobre su pescuezo.

«Quédate quieto —le indiqué al ciervo—. Deja de correr. Ni siquiera tú eres lo suficientemente veloz como para superar a esta criatura». El animal disminuyó la velocidad y tropezó con un agujero en el suelo. Estaba corriendo directamente hacia mí, como si pudiera escuchar mi voz y la estuviera siguiendo hasta el lugar de donde salía.

Matthew estiró la mano, agarró los cuernos del ciervo y le torció la cabeza a un lado. El ciervo cayó sobre el lomo, moviendo sus costados por el esfuerzo. Matthew cayó de rodillas y sujetó bien la cabeza a unos seis metros de la espesura. El ciervo trató de patear para levantarse.

«No insistas —dije con tristeza—. Ha llegado la hora. Ésta es la criatura que terminará con tu vida».

El ciervo dio una patada final de frustración y miedo, y luego se calmó. Matthew miró profundamente en los ojos de su presa, como si esperara un permiso para terminar el trabajo, luego se movió tan rápidamente que sólo hubo una mancha de blanco y negro cuando se lanzó sobre el pescuezo del ciervo.

Mientras él se alimentaba, la vida del ciervo se apagaba y una oleada de energía entraba en Matthew. Había un limpio y penetrante olor a hierro en el aire, aunque ni una gota de sangre se había derramado. Cuando la fuerza vital del ciervo se agotó, Matthew permaneció inmóvil, arrodillado tranquilamente junto al cuerpo sin vida del animal, con la cabeza inclinada.

Golpeé con el tacón a
Rakasa
para que se pusiera en marcha. La espalda de Matthew se puso tensa cuando me acerqué. Levantó la vista, con sus ojos gris verdoso pálido brillantes de satisfacción. Saqué la fusta de mi bota y la arrojé lo más lejos que pude en dirección contraria. Terminó perdida en la maleza y quedó finalmente enredada entre las espinas de las zarzas. Matthew observó con interés, pero el peligro de que pudiera confundirme con una hembra de venado evidentemente había pasado.

Con toda determinación me quité el casco y desmonté dándole la espalda. Incluso en ese momento, confiaba en él, aunque él no confiaba en sí mismo. Apoyé mi mano ligeramente sobre su hombro, me arrodillé y puse el casco en el suelo, cerca de los ojos abiertos del ciervo.

—Me gusta más tu manera de cazar que la de Ysabeau. Y creo que al venado también.

—¿Cómo mata mi madre?, ¿por qué es tan diferente de mí? —El acento francés de Matthew era más fuerte, y su voz parecía todavía más fluida e hipnotizante que de costumbre. Olía diferente también.

—Ella caza por necesidad biológica —dije simplemente—. Tú cazas porque te hace sentirte completamente vivo. Y vosotros dos llegasteis a un acuerdo. —Señalé al ciervo—. Al final estaba en paz, creo.

Matthew me miró con intensidad, y la nieve se convirtió en hielo sobre mi piel cuando lo hizo.

—¿Hablabas con este ciervo del mismo modo que te comunicas con
Balthasar
y con
Rakasa?

—No interferí, si es eso lo que te preocupa —dije apresuradamente—. La presa era tuya. —Tal vez esas cosas les importaban a los vampiros.

Matthew se estremeció.

—No llevo la cuenta. —Apartó los ojos del ciervo y se puso de pie con uno de esos movimientos suaves que lo identificaban de manera inconfundible como vampiro. Estiró hacia abajo una mano larga y esbelta—. Ven, estás cogiendo frío así arrodillada en el suelo.

Puse mi mano en la suya y me levanté, preguntándome quién se iba a hacer cargo de eliminar el cuerpo sin vida del ciervo. Suponía que entre Georges y Marthe lo harían.
Rakasa
estaba pastando alegremente, sin que le preocupara el animal muerto tendido tan cerca. Inexplicablemente, yo estaba hambrienta.

«¡Rakasa!»,
grité en silencio. Levantó la vista y caminó hacia mí.

—¿Te molesta si como? —pregunté vacilante, sin saber cuál sería la reacción de Matthew.

Hizo un movimiento nervioso con la boca.

—No. Después de lo que has visto hoy, lo menos que puedo hacer es observarte cuando comes un sándwich.

—No hay ninguna diferencia, Matthew. —Abrí la hebilla en la alforja de
Rakasa
y pronuncié una palabra silenciosa de agradecimiento. Marthe, bendita sea, había puesto sándwiches de queso. Sacié mi hambre y sacudí las migas de mis manos.

Matthew me estaba observando como un halcón.

—¿Te molesta? —preguntó en voz baja.

—¿Molestarme qué? —Ya le había dicho que no estaba molesta por el venado.

—Blanca y Lucas. Que yo estuviera casado y tuviera un hijo alguna vez, hace tanto tiempo.

Estaba celosa de Blanca, pero Matthew no iba a comprender cómo ni por qué. Recogí mis pensamientos y mis emociones y traté de ordenarlos en algo que fuera a la vez verdad y tuviera sentido para él.

—No me molesta ningún momento de amor que hayas compartido con cualquier criatura, viva o muerta —dije con énfasis—, siempre que quieras estar conmigo en este preciso momento.

—¿Sólo en este momento? —preguntó con su ceja arqueada como un signo de interrogación.

—Éste es el único momento que importa. —Todo parecía muy simple—. Nadie que haya vivido tanto como tú viene sin un pasado, Matthew. Tú no eras un monje, y no espero que no lamentes las cosas que has perdido por el camino. ¿Cómo podrías no haber sido amado antes, cuando yo te amo tanto?

Matthew me acercó a su corazón. Y yo fui bien dispuesta, contenta de que el día de caza no hubiera terminado en desastre y de que su cólera se estuviera desvaneciendo. Todavía había algo de ella, lo cual era evidente en cierta tensión aún presente en su rostro y en sus hombros, pero ya no amenazaba con rodearnos. Envolvió mi barbilla con sus largos dedos e inclinó mi cara hacia la suya.

—¿Te molestaría mucho si te beso? —Matthew apartó la mirada por un momento cuando me lo preguntó.

—Por supuesto que no. —Me puse de puntillas para que mi boca estuviera más cerca de la suya. De todos modos, él vaciló, así que estiré mis manos hacia arriba y las entrelacé detrás de su cuello—. No seas tonto, bésame.

Lo hizo, brevemente pero con firmeza. Los últimos vestigios de sangre todavía estaban sobre sus labios, pero no fue ni espantoso ni desagradable. Simplemente era Matthew.

—Sabes que no habrá hijos entre nosotros —dijo mientras me mantenía cerca, con nuestras caras casi tocándose—. Los vampiros no pueden procrear hijos de la manera tradicional. ¿Te importa eso?

—Hay más de una manera de hacer hijos. —A decir verdad, yo no había pensado hasta ese momento en los hijos—. Ysabeau te hizo a ti, y tú le perteneces tanto como Lucas os pertenecía a ti y a Blanca. Y hay muchos niños en el mundo que no tienen padres. —Recordé el momento en que Sarah y Em me dijeron que los míos habían desaparecido y no regresarían nunca más—. Podríamos traerlos a nuestras vidas…, todo un aquelarre de ellos, si quisiéramos.

—No he hecho un vampiro desde hace años —dijo—. Todavía puedo hacerlo, pero espero que tú no pretendas que tengamos una gran familia.

—Mi familia se ha duplicado en las últimas tres semanas añadiendo la tuya, a Marthe y a Ysabeau. No sé cuántos miembros más puedo incorporar.

—Tienes que añadir uno más a ese número.

Abrí los ojos como platos.

—¿Hay más?

—Oh, siempre hay más —dijo irónicamente—. Las genealogías de los vampiros son mucho más complicadas que las genealogías de las brujas, al fin y al cabo. Tenemos parientes consanguíneos por tres lados, no sólo dos. Pero éste es un miembro de la familia al que ya conoces.

—¿Marcus? —pregunté, pensando en el joven vampiro estadounidense y en sus zapatillas altas.

Matthew asintió con la cabeza.

—Él tendrá que contarte su propia historia…, yo no soy un iconoclasta tan grande como mi madre, a pesar de haberme enamorado de una bruja. Yo lo hice a él, hace más de doscientos años. Y estoy orgulloso de él y de lo que ha hecho con su vida.

—Pero tú no querías que él me sacara sangre en el laboratorio —dije frunciendo el ceño—. Es tu hijo. ¿Por qué no podías confiar en él respecto a este asunto? —Se supone que los padres confían en sus hijos.

—Fue hecho con mi sangre, querida mía —explicó Matthew, mostrándose paciente y posesivo al mismo tiempo—. Si yo te encuentro tan irresistible, ¿por qué no le iba a ocurrir lo mismo a él? Recuérdalo, ninguno de nosotros es inmune al atractivo de la sangre. Podría confiar en él más que en un desconocido, pero nunca estaré del todo a gusto cuando algún vampiro ande demasiado cerca de ti.

—¿Ni siquiera Marthe? —Me sentí muy sorprendida. Yo confiaba absolutamente en Marthe.

—Ni siquiera Marthe —aseguró con firmeza—. Aunque, en realidad, tú no eres su tipo. Ella prefiere la sangre de criaturas mucho más corpulentas.

—No tienes que preocuparte por Marthe, ni por Ysabeau tampoco. —Me mostré igualmente firme.

—Ten cuidado con mi madre —advirtió Matthew—. Mi padre me dijo que nunca le diera la espalda, y tenía razón. Siempre se ha sentido fascinada por las brujas y os tiene envidia. En ciertas circunstancias y en determinado estado de ánimo… —Sacudió la cabeza.

—Además está lo que ocurrió con Philippe. —Matthew se quedó helado—. Estoy viendo cosas ahora, Matthew. Vi que Ysabeau te hablaba sobre las brujas que capturaron a tu padre. No tiene motivos para confiar en mí, pero me dejó entrar en su casa de todos modos. La verdadera amenaza es la Congregación. Y no habría peligro por parte de ellos si me haces vampiro.

Su cara se ensombreció.

—Mi madre y yo vamos a tener que mantener una larga charla sobre algunos temas de conversación apropiados.

—No puedes mantener el mundo de los vampiros, tu mundo, lejos de mí. Estoy en él. Tengo que saber cómo funciona y cuáles son las reglas. —Mi mal genio se expandió, la furia se deslizó por mis brazos hacia mis uñas, donde estalló en forma de arcos de fuego azul.

Matthew abrió los ojos desmesuradamente.

—Vosotros no sois las únicas criaturas que asustan por aquí. —Agité mis manos encendidas entre nosotros hasta que el vampiro sacudió la cabeza—. De modo que deja de mostrarte heroico y hazme partícipe de tu vida. No quiero estar con sir Lancelot. Sé tú mismo…, Matthew Clairmont. Completo, con tus afilados dientes de vampiro y tu aterradora madre, tus probetas llenas de sangre y tu ADN, tu irritante autoritarismo y tu exasperante sentido del olfato.

Cuando hube soltado todo eso, las chispas azules se retiraron de las puntas de mis dedos. Esperaron, en algún lugar a la altura de mis codos, para el caso de que volviera a necesitarlas.

—Si me acerco —dijo Matthew con tono despreocupado, como quien pregunta la hora o se interesa por el tiempo—, ¿te volverás de color azul otra vez, o eso es todo por ahora?

—Creo que he terminado por el momento.

—¿Crees? —Enarcó de nuevo su ceja.

—Tengo todo perfectamente controlado —dije con más convicción, recordando con pesar el agujero en su alfombra, en Oxford.

Matthew puso sus brazos alrededor de mí en un instante.

—¡Ay! —me quejé cuando aplastó mis codos sobre mis costillas.

—Vas a conseguir que me salgan canas (algo imposible entre los vampiros, dicho sea de paso) con tu coraje, con tus manos como petardos y las cosas imposibles que dices. —Para asegurarse de estar a salvo de esto último, Matthew me besó intensamente. Cuando terminó, yo no tenía muchas ganas de decir nada, sorprendente o no. Tenía mi oreja apoyada sobre su esternón, esperando pacientemente a que su corazón latiera. Cuando lo hizo, le di un apretón de satisfacción, feliz de no ser la única cuyo corazón estaba lleno.

—Tú ganas,
ma vaillante fille
—dijo, acunándome contra su cuerpo—. Trataré…, trataré de no mimarte tanto. Y tú no debes subestimar lo peligrosos que pueden ser los vampiros.

Era difícil poner las palabras «peligro» y «vampiro» en un mismo pensamiento mientras estaba abrazada con tanta firmeza a él.
Rakasa
nos miró con indulgencia con la hierba saliéndole por ambos lados de la boca.

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