—Nadie es más simple que yo.
—Bueno, vale, tal vez tenga razón. Tal vez Lissy venga y vea a Sylvie y se ría en su cara y luego vaya a volarme los sesos de un tiro. Si lo hace, entonces ya no me importará, ¿no?
—Mire quién se las da ahora de valiente.
—Tengo que hacer algo por Sylvie antes de que se vaya, si se va.
—Se va, y ya ha hecho usted algo. Le dio amor a esa chica. ¿Qué cree que quiere nadie más que eso? ¿Cree que le importa una mierda de rata ver a Lissy? Es por usted, señor Lark. Lo hace por usted.
—De acuerdo, tal vez —dijo Don—. Quizá sea por mí. Quizá por una vez quiero mirar al mal a la cara y nombrar lo que es.
—Sólo que usará el nombre equivocado. Ese cuerpo que atravesará la puerta será Sylvie Delaney. Y no espere que aparezca a mediodía. ¿Cree que está loca? ¿La llamó cuándo, hace diez minutos? Viene ya por la carretera. ¡No en avión! No va a poner su nombre en ningún billete de avión. Viene conduciendo, pero no despacio, no. A todo gas. ¿Cuánto se tarda desde Rhode Island? Apuesto que diez horas. Paga la gasolina en efectivo. Llega a la ciudad a medianoche. Entonces se asusta. Medianoche, mucha gente. Espera que se vaya usted a dormir. Aparca en la calle. Se acerca a la casa a pie. Por detrás. Tal vez llega al barranco, tal vez sube por el túnel. Tal vez intenta sacar ese cadáver. Destruir las pruebas, como dicen en las películas de policías. Obstrucción a la justicia.
—No lo había pensado.
—No había pensado usted nada. Ahora actúa con el corazón, no con la cabeza.
—Sí.
—No, no, eso está bien, siga haciéndolo. Las buenas personas no pueden ser más listas que el mal, porque el mal piensa cosas que no se le ocurren a las buenas personas. En su cabeza no puede entrar lo que hace el mal.
—Se sorprendería usted.
—Pero el corazón bueno, ése sí que piensa cosas buenas que el mal no puede imaginar, porque el mal no tiene corazón. ¿Qué le parece? Eso es filosofía. Es profundo.
O era demasiado profundo para Don, o no lo suficiente, no podía estar seguro. Pero se alegraba de haber vuelto a hablar con Gladys. Aquella entrada trasera al túnel tenía que desaparecer antes de esta noche. Había que sellarlo.
—No sabe cuánto desearía no estar tan gorda —dijo Gladys.
—Se lo oigo decir a un montón de gente.
—Ojalá cupiera por esa puerta. Ojalá pudiera bajar las escaleras. Ojalá pudiera estar en esa casa de al lado.
—¿Por qué? ¿No puede saber lo que pasa desde aquí?
—Oh, claro que puedo. Pero verá, nunca he conocido nada igual antes. No creo que haya sucedido jamás. Alguien viviendo bajo el nombre de una persona muerta durante años y años, y viene a enfrentarse cara a cara con el espíritu de esa persona muerta. Quién sabe lo que irá a pasar.
—¿Qué quiere decir?
—Bueno, ese espíritu de Sylvie va a encontrarse con un cuerpo de Sylvie. Y viceversa. Van a saber que se pertenecen. Si el espíritu de Sylvie aún tuviera su propio cuerpo, ¿qué más daría? Eso ha pasado antes, muchas veces. Pero el espíritu de Sylvie no tiene ningún cuerpo. ¿Entonces qué? Y ese cuerpo de Sylvie lleva mucho tiempo ansioso de un espíritu de Sylvie. Quiere ser de nuevo un alma, no estar sólo poseído.
—No me estará diciendo que el cuerpo de Lissy podría capturar el espíritu de Sylvie.
—No estoy diciendo nada. Sólo me lo pregunto. Estaba pensando que sería buena cosa que le dijera a esa chica muerta que no toque a Lissy cuando llegue.
—¿Podría quedar atrapada en el mismo cuerpo con la mujer que la mató?
La idea lo asqueó profundamente. ¿En qué la había metido?
—Dígale que se mantenga alejada. Es un fantasma, señor Lark. Esa chica, Lissy, no puede tocarla si ella no quiere ser tocada.
—Gracias por la advertencia.
—Estas señoras le hicieron un montón de advertencias, y usted no escuchó ninguna.
—Tal vez estoy aprendiendo a hacer un poco más de caso —dijo Don.
—Tal vez, pero no es probable —dijo Gladys—. Pero si no está muerto cuando todo esto acabe, venga a verme, cuénteme qué pasó. No puedo ver excepto con los ojos de la magia, y quiero saber cómo fue.
Don extendió la mano y se acercó a la cama para que ella pudiera alcanzarla. Estrecharon las manos, aunque la de ella era tan gruesa y llena de grasa que él apenas pudo sujetarla.
—Tenemos un trato —dijo Gladys.
—Mejor que eso —respondió Don—. Tenemos una amistad.
—Bien, es una buena noticia. Porque sé que es usted un hombre que cuida de sus amigos.
—Nadie hace eso mejor que usted.
—Ahora vaya y no se deje matar si puede evitarlo. —Agitó ante él sus dedos como morcillas.
Don se llevó la mano a su sombrero imaginario. Luego se dirigió a Miz Evelyn y Miz Judea.
—Me marcho —dijo.
Ellas también le dijeron adiós, y Don regresó a la casa Bellamy.
Reencuentro
No tardó mucho en explicarle a Sylvie lo que había hecho.
—¿Por qué la has llamado? —dijo Sylvie. Parecía triste.
—Ahora ya no puede hacerte nada —respondió Don—. No tienes nada que temer.
—Sí que tengo. Puede matarte.
—Eh, eres la prueba viviente. La muerte no es lo peor del mundo.
—Sí que lo es. Lo pierdes todo.
—Conservas tus recuerdos —dijo Don—. En el fondo, es todo lo que tenemos.
Ella alzó las manos.
—Y nuestras manos. Y nuestros pies. Nuestros ojos. Nuestros oídos. El tacto de las cosas, su sabor y su olor. —Sonrió débilmente—. Yo no puedo oler nada.
—Tenemos lo que tenemos. Si sigo vivo cuando te marches, te recordaré siempre. Te añoraré todo ese tiempo.
—Así que me las arreglé para quedarme por aquí lo suficiente para arruinar la vida de otra persona.
—Sylvie, me devolviste la vida. —Extendió la mano hacia ella, para besarla.
Ella volvió la cabeza.
—No quiero besarte, Don.
—¿Estás enfadada conmigo?
—No quiero besarte y no sentirte.
Él se volvió para que no le viera la cara. Por costumbre, en realidad, su viejo hábito de ocultar sus emociones. No había nada que ella no hubiera visto ya de sus emociones. Ninguna debilidad que no supiera ya.
—Tienes que dormir un poco —dijo Sylvie.
—¿Crees que puedo dormir?
—Apenas descansaste anoche. Esta madrugada. Sigues siendo mortal, Don. ¿No crees que necesitas estar alerta para cuando ella llegue?
—Tengo que hacer algo primero.
—¿Qué?
—Sellar el extremo del túnel que da al barranco.
—¿Qué importa por dónde entre en la casa?
—No quiero que mancille tu cuerpo.
La palanqueta no sería suficiente. Sacó otra, casi tan pesada como la maza. Cogió también la maza, y la sierra mecánica y los dos cables de extensión más largos. Sylvie bajó al sótano para verlo conectar la sierra y tender los cables. Pero Don no la dejó entrar con él en el túnel.
—El túnel está fuera de la casa. No quiero que desaparezcas de nuevo.
—Así que la mujercita se sienta en casa y espera mientras su hombre marcha a la guerra.
—Más bien que baje a la mina.
—Qué verde era mi valle.
Él no lo pilló.
—Una vieja película sobre unos mineros galeses —explicó Sylvie—. Salía Roddy McDowall, cuando era mono y todo.
—Algún día tendrás que llevarme a verla —dijo él. Sonrieron, incluso se rieron un poco ante la imposibilidad de lo mencionado. Entonces él se internó en el oscuro túnel.
El cable era lo bastante largo, con suficiente extensión. No había un segundo cadáver cerca de la entrada. Hiciera lo que hiciera Lissy con el cadáver de Lanny, no lo había dejado aquí. El techo de madera terminaba cuando el túnel se estrechaba hasta convertirse en un retorcido pasadizo donde no llegaba la luz del día. Tenía que haber algún tipo de obstáculo fuera, algo que impedía que los niños del barrio descubrieran y redescubrieran este túnel constantemente. Pero Lissy sabría cómo encontrarlo, incluso a oscuras, y abrirlo. Cuando llegara aquí, descubriría que las cosas habían cambiado un poco.
Don se puso las gafas esta vez: los escombros caerían de arriba. Quitó el seguro a la sierra eléctrica. Ahora era sólo una hoja desnuda, girando, letal. Empezó por la viga más cercana a la entrada, y cortó con facilidad la vieja madera podrida. Naturalmente, era imposible que la hoja pudiera llegar a la mitad de las vigas, así que no cayeron más que trozos de serrín. Sin embargo, expuesta al terreno húmedo durante tanto tiempo, era imposible que la antigua madera estuviera seca y libre de termitas. El milagro era que hubiera durado tanto. Tal vez el túnel era una estructura en sí misma. Gladys dijo que era un lugar de libertad. Si era más antiguo que la mansión Bellamy, eso sólo podía significar que lo utilizaban los esclavos para escapar. Gente que entraba y salía, y se marchaba feliz. Un lugar construido por el amor. Tenía todos los ingredientes para ser fuerte, ¿no? Tal vez por eso había durado mientras que cualquier otra estructura se habría podrido hacía mucho tiempo.
Lo que estoy cortando aquí es historia, pensó Don. Es un lugar con vida propia. Soy constructor, no destructor. Pero ahora mismo es destrucción lo que necesitamos.
No quería cortar demasiado. Cuando el túnel se desplomara, no quería que creara una depresión en el césped. Sólo necesitaba desprender lo suficiente para impedirle la entrada a Lissy. No harían falta más que unos pocos metros para bloquearle por completo el paso. En la oscuridad, no querría excavar. Sin duda vendría armada… pero no con un pico y una pala.
Cogió la maza y comenzó la ardua tarea de romper la madera de encima. Plantó la maza ante él, y luego la lanzó hacia arriba, los brazos extendidos. Sus músculos no estaban preparados para descargar mucha fuerza en esa dirección. Por fortuna, la madera estaba tan podrida como esperaba, y la mayor parte de las veces la maza se hundía en ella y cuando salía se llevaba la mitad de la viga consigo. Empezó a caer tierra como si fuera lluvia. Ahora le tocaba a la palanca. Don la hundió en la tierra sobre los fragmentos podridos de viga y tiró, hasta soltarla. Cayó más y más tierra. Retrocedió y siguió martilleando la madera, arrancando más tierra. Por fin llegó a algún tipo de masa crítica y con un rumor y una gran nube de tierra húmeda, el techo de la boca del túnel se desplomó por completo.
La fuerza del desplome le hizo perder el equilibrio. Cayó. Trató de quitarse de en medio. El techo seguía derrumbándose. Tenía las piernas cubiertas de tierra. Durante un momento no pudo moverlas. Entonces tiró con fuerza con los brazos y las liberó. Otra sección del techo se desplomó, justo donde había cortado. Ojalá no hubiera cortado tanto, pensó. Regresó por el túnel, buscando sus herramientas, tratando de recopilarlas. Encontró la maza; la palanca estaba enterrada y no tuvo tiempo de cogerla. Había dejado la linterna de trabajo en el saliente de piedra un poco más abajo. Podía recuperarla escalando la tierra caída. Pero decidió no hacerlo. Menos mal. Otros dos metros de techo cedieron justo entonces, y la luz se apagó.
Apenas podía respirar con el denso polvo húmedo. Todavía tenía la maza. Y la sierra tenía que estar por aquí, en el suelo.
Notó el cable bajo el pie, lo siguió. Desaparecía en un montón de tierra. ¿De verdad que había dejado la sierra tan adentro? Olvídala, déjala. No era tan caro comprar otra.
No, no seas estúpido. La parte del techo que cortaste se ha desplomado entera. La sierra debe estar a unos pocos palmos de profundidad.
Probó con el mango de la maza. En efecto, la sierra estaba allí mismo. Rebuscó entre la tierra hasta que la cogió por el mango y la sacó.
Sólo que ahora había perdido el sentido de la dirección. Blandió la maza hasta que resonó contra la piedra. Aquí está la pared. La pared izquierda, mientras subía por el túnel. No quería pegarse al lado derecho, donde sus pies tropezarían con el colchón, con el cuerpo consumido de Sylvie. Podía oír crujidos y temblores arriba. ¿Iba a seguir desplomándose el túnel? ¿Aunque no hubiera cortado la madera? Esto iba a salir un poco mejor de lo planeado.
Finalmente vio la luz en la salida del túnel, justo cuando oía la madera podrida chasquear y rasgarse como si fuera velero mientras toneladas de tierra se desplomaban en el túnel y se extendían hacia él. Corrió, más rápido, tropezando. Pensó en soltar las herramientas, pero no pudo conseguir que sus dedos se abrieran, tan fuerte las sujetaba. Una enorme nube de polvo asfixiante venía hacia él. No podía respirar. Tropezó, cayó, se incorporó y tanteó hasta que chocó con algo duro en su camino. ¿Con qué podría haber dado?
La caldera de carbón. Había salido del túnel. Pero seguía sin poder ver. El fino polvo húmedo que había corrido hacia arriba por el túnel flotaba en el aire del sótano. Parpadeó; tenía tierra en los ojos. Le lagrimeaban, no podía ver. Todavía tirando de la sierra, rodeó la caldera y salió del túnel. Pero la sierra se atascó de pronto. Naturalmente. El cable había quedado enterrado. Don lo agarró y tiró con fuerza. Se soltó. Pero era sólo el cable corto de la sierra. El cable de la alargadera seguía atrapado en el túnel.
—¡Don!
Sylvie lo llamaba. Parecí muy lejana.
—No puedo ver —dijo—. Tengo tierra en los ojos.
—Yo te guiaré.
Don sintió su suave contacto tirándole del brazo. Seguía perdiéndose. No. No perdiéndose. Su mano se deslizaba. Se volvía cada vez menos sustancial. Menos real.
No podía pensar en esos términos. Ella no se hacía menos real, sino más libre. Se marcharía de esta casa que la había atrapado durante tanto tiempo. Eso era bueno para ella. No es que fuera a perderla, pues nunca la había tenido. Sólo su sueño, su idea. Tenerla en sus brazos parecía muy real, pero en el fondo ella siempre había sido un fantasma. Y aquí, ahora, con los ojos cerrados, rodeado de oscuridad, podía creerlo. Esto era la realidad, esta asfixiante ceguera. Lo que era Sylvie, lo que significaba para él, era un momento de claridad en la oscuridad. Ella sería su recuerdo de la luz. Podría vivir con eso.
A duras penas.
Al menos estaban en las escaleras del sótano. Ella lo condujo al cuarto de baño.
—Ya no puedo abrir los grifos —dijo.
—¿No puedes lograr que la casa lo haga por ti?
—Oh —dijo ella. Entonces se echó a reír—. Me estaba acostumbrando a ser real.
Él todavía pugnaba con el grifo cuando lo sintió abrirse solo y correr el agua. Se llenó las manos una y otra vez, para derramarla sobre su cara. Finalmente, pudo abrir los ojos sin dolor. Tenía las manos sucias. Se las enjabonó hasta los codos, y luego se lavó la cara con jabón. Después de enjuagarse, mientras se secaba, se miró en el espejo. Tenía el pelo lleno de pegotes de barro. Y las ropas completamente cubiertas.