Authors: David Leavitt
Y Sheppard:
—«Cuando ya me había calentado a fuerza de frotarme me soltó, y nos quedamos mirándonos con una sonrisa tácita en los ojos, y nuestro amor fue perfecto un momento, más perfecto que cualquier amor que haya conocido desde entonces, ya fuera de hombre o de mujer.»
Y Lawrence:
—Y las mujeres también deberían recibir una paga hasta su muerte, trabajen o no, siempre que trabajen mientras puedan.
Y Sheppard:
—«La fragancia fresca y húmeda de la mañana, la intencionada quietud de todo, de aquellos árboles altos y azulados, de las flores mojadas y sinceras…» ¿A que es una maravilla lo de «las flores mojadas y sinceras»? «…de las confiadas mariposas que se abrían y se cerraban en las ringleras caídas, eran el medio perfecto para el cariño.»
Y Lawrence:
—Pero ahora vivimos encerrados en una concha. Y la concha es una cárcel de por vida. Si no rompemos la concha, nuestras vidas se vuelven sobre sí mismas. Pero, si podemos romper la concha, cualquier cosa es posible. Sólo entonces empezaremos a vivir. Podemos analizar el matrimonio, y el amor, y todo. Pero hasta entonces estamos atrapados en esa concha dura, impenetrable y privada de vida.
Hardy, imitando a Ramanujan, menea la cabeza. Lawrence frunce el ceño.
—Debe tener paciencia conmigo. Sé que a veces no hablo con claridad.
Hardy no espera volver a ver a Lawrence. Sin embargo, la tarde siguiente, mientras está cruzando Great Court, oye que alguien grita su nombre, y se vuelve para ver a Lawrence corriendo hacia él con sus patas de cigüeña.
—¡Qué alegría! —dice, cogiendo a Hardy del brazo—. He tenido una mañana horrible. ¿Puedo acompañarle, por favor?
—Naturalmente.
—Ha sido uno de los peores momentos de mi vida.
Se encaminan hacia el río, con Hardy sintiéndose a la vez halagado e incómodo por la rapacidad con la que Lawrence lo tiene agarrado.
—No sé si Keynes es amigo suyo —dice Lawrence—. Y si lo es, y eso le hace odiarme, será una pena, pero tengo que contárselo a alguien o me va a dar algo.
—Diga lo que diga quedará entre nosotros. Faltaría más.
—Russell quería que lo conociera…, a Keynes —dice—. Así que esta mañana fuimos a sus habitaciones, pero no estaba allí. Hacía mucho sol, y Russell le estaba escribiendo una nota cuando Keynes salió del dormitorio, con los ojos medio guiñados de sueño. Y estaba en… pijama. Y mientras se quedaba allí parado se me encendió una especie de bombilla. No puedo describirlo. Ha sido una sensación de repulsión horrible. Como ante la carroña. Un buitre produce la misma sensación.
—¡Cielo santo!
—Y el pijama… —Se estremece—. De rayas. Estos horribles personajillos decadentes, los hombres que aman a otros hombres, me producen una sensación de corrupción, casi de putrefacción. Me hacen soñar con cucarachas. En una cucaracha que pica como un escorpión. En el sueño la mato, a una cucaracha muy grande, la hiero y sale corriendo, pero vuelve, y tengo que matarla otra vez.
—Qué espanto… y con un pijama a rayas…
—He pensado mucho en la sodomía. El amor es así: te acercas a una mujer para conocerte a ti mismo, y tras conocerte a ti mismo exploras lo desconocido, que es la mujer. Te aventuras en las costas de lo desconocido, y haces partícipe de tus descubrimientos a toda la humanidad. Pero lo que hacen la mayoría de los ingleses es acercarse a una mujer, poseerla, y limitarse a repetir una reacción conocida, no buscar ninguna reacción nueva. Y eso es pura masturbación. Los ingleses corrientes de las clases educadas se acercan a las mujeres para masturbarse. Y la sodomía no es más que una forma más accesible de masturbación, porque hay dos cuerpos en vez de uno, pero aun así sigue teniendo el mismo objeto. Un hombre de espíritu fuerte siente demasiado respeto por otro cuerpo, así que permanece neutral. Célibe. Forster, por ejemplo.
Han dado toda la vuelta alrededor de Trinity. Y de camino no se han encontrado a nadie, pero dos soldados pasan junto a ellos, soldados estudiantes, de uniforme debajo de sus togas.
—Qué horribles son —prosigue Lawrence—. Me recuerdan esa frase de Dostoievski: «A los insectos…, la lujuria.» Un insecto montando sobre otro. ¡Dios mío, los soldados! Qué horror. Son como chinches o sabandijas. ¡Aléjeme de ellos! —Hardy se lo lleva hacia Nevile's Court, y él se suelta por fin de su brazo—. Ya me encuentro mejor —dice—. El lazo de la hermandad de sangre es de suma importancia. —Entonces se acerca más—. ¡Pero cómo puede soportar esto! Odio Cambridge, huele a corrupción, a cenagal. Venga a vernos a Frieda y a mí. Vivimos en Greatham. En Sussex. El aire es limpio y la comida sencilla. Venga a vernos.
—Lo haré —dice Hardy, mientras se frota el brazo, que se le ha quedado dormido. Y luego Lawrence le da la mano (pero lo hace de una manera tan suave, tan poco efectiva, tan pegajosa, que Hardy recula) y cruza la puerta que lleva a la escalera de Russell.
Cucarachas con pijamas a rayas…
Una vez más, se encuentra a Ramanujan con sus amigos indios. En esta ocasión están sentados a la orilla del río. La sombra de un olmo le da la oportunidad de examinarlos con mayor atención. El encorvado del turbante está leyéndoles algo en voz alta a los otros. El más joven (al que el viento le tiró el birrete) tiene una mirada intensa, vivaz, como de fauno. Cuando se fija en Hardy, la aparta.
A la mañana siguiente, Ramanujan le dice:
—Ananda Rao le tiene mucho respeto.
—¿Por qué?
—Porque estudia matemáticas, y usted es el gran matemático. El gran Hardy. Pero le da vergüenza presentarse.
—Pues no debería.
—Eso le digo, pero no me hace caso. Es muy joven.
—Dígale que puede venir a verme cuando quiera.
Hardy abre su cuaderno para dar a entender que ya es hora de ponerse a trabajar.
—Ananda Rao está preparando un ensayo para el Smith's Prize —dice Ramanujan.
—Ah, qué bien.
—¿Yo también podría mandar un ensayo al Smith's Prize? —dice Ramanujan.
—Pero el Smith's Prize es para estudiantes. Usted está muy por encima de eso.
—No soy licenciado.
—Es que en su caso se prescindió de ese requisito.
—Me gustaría ser licenciado.
—Supongo que podríamos arreglarlo.
—¿Cómo?
—Podría conseguirlo con alguna «investigación», como dicen ellos. Tal vez su artículo sobre los números altamente compuestos. Tendrá que preguntárselo a Barnes.
A la mañana siguiente, Ramanujan dice:
—Le he preguntado a Barnes y está de acuerdo. Puedo conseguir la licenciatura por «investigación» con el artículo sobre los números altamente compuestos.
—Estupendo.
—¿Entonces puedo mandar mi investigación al Smith's Prize?
—¡Pero si está usted a años luz de ese premio! ¿Para qué iba a molestarse siquiera en mandar algo al Smith's Prize?
—Usted lo ganó.
—Los premios no significan nada. Sólo sirven para coger polvo en la repisa de la chimenea.
Luego se corta. Porque cómo va a explicarle la inutilidad de los premios a alguien que ha sufrido tanto por no haber ganado los suficientes…
—Hardy —dice Ramanujan—, ¿le puedo pedir un favor?
—Dígame.
—Me pregunto si me permitiría… no venir a verle los próximos tres días.
—Ah, ¿y eso por qué?
—Chatterjee me ha invitado a ir a Londres con él.
—¿A Londres?
—Con él, y con Mahalanobis y Ananda Rao. Ha encontrado una pensión con una dueña muy agradable que, según él, sirve una comida vegetariana excelente.
—¿Y qué van a hacer ustedes en Londres?
—Vamos a ver
La tía de Carlos
.
—¡
La tía de Carlos
! —Hardy reprime una carcajada—. No me lo puedo creer… Quiero decir, claro, tienen que empezar a aprender otro inglés además del que se habla en los pasillos de Trinity.
—Gracias. Le prometo que continuaré trabajando en Londres. Tengo las mañanas libres.
—Tampoco hace falta. Dese un descanso. Le aclarará las ideas.
—No, trabajaré todas las mañanas de ocho a doce.
Cuatro días después ha vuelto junto a la chimenea de Hardy.
—¿Qué tal en Londres, entonces?
—Muy agradable, gracias.
—¿Y le gustó La tía de Carlos?
—Me reí mucho.
—¿Qué más cosas hizo?
—Fui al zoo.
—¿Al zoo de Regent's Park?
—Sí. Y vi al señor Littlewood y a su amiga. Me llevaron a tomar el té. —Menea la cabeza—. Es muy amable la amiga del señor Littlewood.
—Eso me han dicho.
—Y luego, después del té, me llevaron a ver a Winnie.
—¿Quién es Winnie?
—Winnie es una osita negra que trajeron de Canadá. La trajo un soldado. El nombre es una abreviatura de Winnipeg, no de Winifred. Pero a la brigada del soldado la mandaron a Francia, y ahora Winnie vive en el zoo.
—¿Y cómo es Winnie?
—Muy mansa. Un caballero del zoo le da de comer. Me quedé una hora mirándola con el señor Littlewood y su amiga.
—Entonces, ¿va a volver a Londres?
—Eso creo, sí. La pensión era muy acogedora. Está en Maida Vale.
—Muy cerca del zoo.
—Y la dueña de la pensión, la señora Peterson, ha aprendido cocina india. Hasta nos hizo
sambar
una noche. Bueno, una especie de
sambar
.
—Eso le encantará a su madre.
—Sí, le gustará. ¿Le puedo pedir consejo en un asuntillo?
—Cómo no.
—En el tren de vuelta, Mahalanobis nos enseñó un problema de la revista Strand. Publican todos los meses puzzles matemáticos, pero él no era capaz de resolver éste.
—¿En qué consistía?
Ramanujan saca una revista del bolsillo y se la pasa a Hardy.
Enigmas de la posada del pueblo
; el escenario, que Hardy conoce, es el Red Lion en el pueblo de Litde Wurzelfold. Sólo que ahora los personajes hablan de la guerra.
—«El otro día estuve hablando con un caballero —les dijo William Rogers a los otros vecinos del pueblo congregados en torno al fuego— de un sitio llamado Lovaina, que los alemanes habían quemado por completo. Decía que lo conocía bien, que solía ir a visitar a un amigo belga que vivía allí. Me contó que la casa de su amigo estaba en una calle larga, numerada de ese lado, uno, dos, tres, etcétera, y que todos los números que quedaban antes que el suyo sumaban exactamente lo mismo que los que quedaban después. Curioso, ¿no? Decía que sabía que había más de cincuenta casas a ese lado de la calle, pero que no llegaban a quinientas. Le he comentado el asunto a nuestro párroco, y ha cogido un lápiz y averiguado el número de la casa donde vivía el belga. Pero no sé cómo lo ha hecho»
—Bueno —dice Hardy—, ¿y cuál es la solución? No debería ser difícil… para usted.
—La solución es que la casa es el número 204 de 288. Pero eso no es lo interesante.
—¿Y qué es lo interesante, entonces?
—Que es una fracción continua. El primer término es la solución del problema tal como está planteado. Pero cada uno de los términos sucesivos es la solución para el mismo tipo de relación entre dos números mientras el número de casas aumente hasta el infinito.
—Buena idea.
—Creo que me gustaría publicar un artículo sobre las fracciones continuas. Tal vez esta fracción continua. Ya ve que con mi teorema podría resolver el problema independientemente de cuántas casas hubiera. Incluso en una calle infinita.
Una calle infinita, piensa Hardy, de casas belgas. Y Ramanujan caminando entre los cascotes, sosteniendo su fracción continua ante él como un sextante. Y todas las casas ardiendo.
—Imagino que sería un artículo excelente —dice.
—¿Podría ser un artículo —pregunta Ramanujan— con el que ganara el Smith's Prize?
Ver a Ramanujan con Chatterjee le produce a Hardy una sensación extraña: se acuerda de cuando, antes de conocerlo, intentaba formarse una imagen del aspecto que tendría Ramanujan, y de observar a Chatterjee. Y ahora Ramanujan está con Chatterjee, y es como contemplar dos encarnaciones de la misma persona. Por mucho que lo intente, no consigue recuperar la imagen de la sala de profesores que se hizo después de leer
A Fellow of Trinity
; la sala de profesores real la ha borrado. Chatterjee, en cambio, sigue existiendo, y mientras lo haga, lo hará también la imagen de Ramanujan que Ramanujan, con su llegada, debería haber borrado.
¿Está celoso? No es exactamente que eche de menos los días de verano en los que él y Ramanujan se paseaban a solas por la orilla del río. Ni tampoco le envidia sus nuevas amistades. Sin embargo no puede evitar sentirse… ¿cómo diría? ¿Excluido? Trata de ser lógico consigo mismo. Se pregunta: ¿pero qué quieres? ¿Que los indios te inviten a unirte a ellos en una de sus excursiones a Londres? ¿Compartir una habitación con Ramanujan en la pensión de la señora Peterson? ¿Ir con él al zoo a ver a Winnie, la osita negra de Canadá, y tomar el té con Littlewood y la señora Chase?
Por supuesto que no. Al fin y al cabo, tiene su propio piso. Su propia vida.
Siempre que se encuentran en público, Ramanujan le hace un gesto de saludo a Hardy, Hardy asiente con la cabeza, y siguen andando. No obstante, una tarde en Great Court, Ramanujan lo saluda realmente con la mano. A Hardy no le queda más remedio que atravesar el césped, donde Ramanujan le presenta a sus nuevos amigos. Chatterjee le estrecha fuerte la mano, Mahalanobis hace una inclinación de cabeza, y Ananda Rao no le mira a los ojos. Hablan de la campaña de Gallípoli un rato, y luego Chatterjee dice:
—Bueno, tengo que irme. Adiós, querido Jam.
—Adiós —contesta Ramanujan.
«¿Querido Jam?»
—¿Qué es eso, un apodo?
—Es como me llaman ellos.
«Querido Jam». Que Hardy sepa, a Ramanujan ni siquiera le gusta la mermelada
[14]
. Por lo menos la ha rechazado siempre que Hardy se la ha ofrecido. Cierto que en esas palabras
[15]
hay un vago eco de su nombre. Incluso un anagrama parcial. ARJAM está en RAMANUJAN. ¿Viene de ahí, entonces, el nombre? ¿Y el hecho de haberlo oído le da a Hardy derecho a emplearlo?
—Querido Jam. —Hace la prueba cuando regresa a sus habitaciones—. Querido Jam. —Apenas se atreve a pronunciarlo. —¿Por qué preocuparse? —le pregunta Gaye—. Los indios siempre andan poniéndose apodos estúpidos. Pookie y Bonky y Oinky y Binky. Cursilerías del internado.