El Consuelo (64 page)

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Authors: Anna Gavalda

Tags: #Romántica

BOOK: El Consuelo
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Reconoció esa risa.

 

Al cabo de unos cuantos pasos silenciosos.
—¿No crees que se parece a mi madre?
—No —se protegió.
—Sí... Yo encuentro que sí. Es igual. Sólo que más fuerte...

 

15

 

Pasó a recogerlo a la estación y fueron directamente al vertedero. Vestían los dos camisa blanca y chaqueta clara.

 

Cuando llegaron, ya había ahí dos tíos grandotes quitando la lápida.
Con las manos a la espalda y sin pronunciar una sola palabra, los observaron subir el ataúd a la superficie. Alexis lloraba, Charles no. Recordaba lo que había consultado la víspera en el diccionario:
Exhumar
, v.
tr. Volver a la actualidad cosas ya olvidadas. Desenterrar, recordar, rememorar, resucitar, revivir
.

 

Los encorbatados de las pompas fúnebres se encargaron del resto de la operación. La llevaron hasta el coche y cerraron las puertas con los tres dentro.
Estaban sentados uno en frente del otro y separados por una extraña mesa baja de madera de abeto...
—De haberlo sabido, me habría traído una baraja —bromeó Alexis.
—No, por favor... ¡Aún habría sido capaz de hacernos trampas!

 

En los baches y en las curvas apoyaban instintivamente la mano sobre aquella que iba sujeta y requetesujeta para que no resbalara. Y, una vez que ya estaban allí, las manos, me refiero, las dejaban largo rato y, con el pretexto de seguir con los dedos los dibujos de la madera, la acariciaban a escondidas.

 

Hablaron poco entre ellos y de temas sin importancia. Del trabajo de ambos, de sus problemas de espalda, de dolores de muelas, de la diferencia de precio entre un puente de un dentista de ciudad y de otro de campo, del coche que se tenía que comprar, de los mejores concesionarios de automóviles de ocasión, del abono de aparcamiento en la estación y de esa grieta en el hueco de la escalera de Alexis... De lo que había opinado el perito y del modelo de carta que Charles le daría para el seguro.
Ni uno ni otro, era obvio, tenía ganas de exhumar nada más que el cuerpo de esa mujer que los había querido tanto.
Aunque en un momento dado, y tenía que sacar él el tema porque era siempre él quien determinaba los ambientes y tamizaba la iluminación, evocaron el recuerdo de Nounou.
No. El recuerdo, no; la presencia más bien. La vitalidad, el brío de ese personajillo enjoyado que siempre les traía un bollo relleno de chocolate a la salida del colegio.
—Nounou... ya estamos hasta las narices de bollos con chocolate... ¿La próxima vez no nos puedes traer otra cosa?
—¿Y el mito qué, pequeñines míos? ¿Y el mito qué? —contestaba él, sacudiendo con la mano las migas de las pecheras de sus camisas—. Si os traigo otra cosa, terminaréis por olvidaros de mí, mientras que así, ya lo veréis, ¡os dejo migas para toda la vida!
Ya lo veían, sí.

 

—Un día tendríamos que ir a verlo con los niños —propuso Alexis más alegre.
—Pfff... —suspiró, exagerando ese «pfff» (era un pésimo actor)—, ¿tú sabes dónde está?
—No... Pero podríamos preguntárselo a...
—¿A quién? —replicó el fatalista—. ¿Al Círculo de Amigos de los Viejos Mariposones?
—¿Cómo se llamaba...?
—Gigi Rubirosa.
—¡Joder, sí, eso es! ¿Y todavía te acuerdas?
—Pues no, justamente. He estado tratando de acordarme desde que recibí tu carta, pero me acaba de volver a la memoria en este preciso momento.
—¿Cuál era su verdadero nombre?
—Nunca lo supe...
—Gigi... —murmuró Alexis pensativo—, Gigi Rubirosa...
—Sí, Gigi Rubirosa, el gran amigo de Orlanda Marshall y de Jackie la Moule...
—¿Cómo te acuerdas de todo eso?
—Nunca olvido nada. Por desgracia.
Silencio.
—Bueno... nada de lo que merece la pena recordar...
Silencio.
—Charles... —murmuró el ex yonqui.
—Calla.
—Tendrá que salir, sin embargo...
—Vale, pero otro día, ¿eh? Una vez tú y una vez yo... Es que es verdad, joder —fingió enfadarse—, ¡qué pesados sois los Le Men con vuestros psicodramas! ¡Lleváis así cuarenta años! ¡¿¿¿Y qué pasa con el descanso de los vivos, eh???!

 

Levantó del suelo su maletín. Tras un segundo de vacilación, lo dejó delante de él, sacó sus proyectos y le demostró a Anouk, apoyándose sobre ella, que no,
tu vois, je n’ai pas changé, je suis toujours ce jeune homme étranger qui
, etc.
[7]
A Nounou le había gustado esa canción más que a nadie...
Y los manuales de instrucciones, mira, siempre los hay a montones... También los recuerdos y los anhelos...
Et la vie separe ceux qui...
ni ni ni...
Tout doucement, sansfaire de bruit...
[8]
Lo de Cora Vaucaire era diferente. La había conocido bien...
—¿Qué estás tarareando?
—Chorradas.

 

* * *
Era casi la una cuando llegaron al pueblo. Alexis propuso a los enterradores invitarlos a almorzar en el bar.
Éstos vacilaron. Tenían prisa y no les gustaba dejar la mercancía al sol.
—Vamos... si es un momento nada más... —insistió.
—Luego podrán marcharse a tumba abierta —bromeó.
—Nadie se enterará de que se han entretenido un rato, somos una tumba —añadió Alexis.
Y ambos se partieron de risa como los dos jóvenes idiotas que nunca habían dejado de ser.
Tras el último sorbo de cerveza, volvieron a sus cuerdas y sus poleas.

 

* * *
Cuando Anouk estuvo de nuevo al fresco, Alexis se acercó a la fosa, se quedó parado, bajó la cabeza y...
—¿Le importa apartarse, señor? —lo turbaron.
—¿Cómo?
—Mire, es que ahora ya sí que tenemos la hora pegada... Así que vamos a meter el otro ahora mismo, y así ya podrá recogerse luego...
—¿El otro qué? —se sorprendió Alexis.
—Pues... el otro...

 

Alexis se dio la vuelta, descubrió un segundo ataúd apoyado sobre unos caballetes junto a la familia Vanneton-Marchanboeuf, volvió a dar un respingo y captó la sonrisa de su amigo.
—¿Qué... quién es?
—Vamos... Haz un esfuerzo... ¿Es que no ves las boas y los lazos rosas en las asas?

 

Alexis se derrumbó, y tardó mucho en consolarlo de esa sorpresa.
—¿Có... cómo lo has hecho? —tartamudeó, mientras los profesionales guardaban su material.
—Lo compré.
—¿Eh?
—Para empezar recordaba muy bien su nombre. También es que le he dado bastante al coco estos últimos meses... Luego fui a ver a su sobrino y lo compré.
—No te entiendo.
—No hay nada que entender. Estábamos sentados bebiendo una copa, hablando; el normando no estaba de acuerdo, se le hacía raro, decía, y a mí me hacía gracia que esta gente que se había metido tanto con él cuando estaba vivo se mostrara de pronto tan delicada con sus restos mortales... Entonces me puse a la altura de su zafiedad y saqué el talonario.
»Fue muy fuerte, Alex... Fue grandioso. Fue... como en un relato de Maupassant... El idiota del sobrino trataba de envolverse en esa burda estupidez que le hacía las veces de dignidad, pero al cabo de un rato su mujer intervino y le dijo: "Hombre, Jeannot... Tendríamos que cambiar la caldera... ¿Y qué más te da que el Maurice descanse ahí o en otro sitio, eh? Total, los sacramentos los ha recibido ya... ¿Eh?" Los sacramentos... ¿No te parece sublime? Entonces pregunté cuánto costaba una caldera nueva. Me dijeron una cantidad, y yo la copié en el talón sin decir ni mu. ¡A ese precio, me parece que estoy calentando la región entera!
Alexis se lo estaba pasando pipa.
—Espera, que ahora viene lo mejor... Lo había rellenado todo bien, el talón, la fecha, el lugar, pero justo cuando estaba a punto de firmar, levanté el bolígrafo:
»"Les diré una cosa... visto lo que esto me cuesta, necesito al menos..." largo silencio... "seis fotos".
»"¿Cómo?"
»"Quiero seis fotos de Nou... de Maurice", repetí. "Las seis fotos o no hay trato."
»Tendrías que haber visto el jaleo que se armó en un momento... ¡Sólo encontraban tres! ¡Había que llamar a la tía Fulanita! ¡Que sólo tenía una! ¡Pero puede que la Bernadette también tenga alguna! ¡Y el hijo se fue a toda pastilla donde la Bernadette! Y mientras tanto, los demás registraban todos los álbumes poniéndose nerviosos con el papel de calco. Ah... Qué bueno... Por una vez era yo el que le ofrecía un show a Nounou... Bueno, total, que esto...
Se sacó un sobre del bolsillo.
—Aquí están... Verás qué lindo sale... Por supuesto, en la que mejor se lo reconoce es en la que sale de bebé, y en bolas, sobre una piel de fiera... ¡Sí, sí, ahí se ve que está en su salsa!

 

Alexis las pasaba una tras otra sonriendo.
—¿No quieres alguna?
—No... Quédatelas...
—¿Por qué?
—Es tu única familia...
—Y la de Anouk también, de hecho... Por eso fui a buscarlo...
—No... —dijo Alexis—, no sé qué decirte, Charles...
—No digas nada. Lo he hecho por mí.

 

Luego se inclinó de repente hacia delante e hizo como si se estuviera atando un zapato.
Alexis acababa de cogerlo por el hombro en plan «compañero de fatigas», y ese abrazo lo había importunado.
Lo de Nounou lo había hecho por él mismo. El resto, su complicidad, ya no era de este mundo.

 

Como Alexis se sorprendió al verlo alejarse hacia el coche fúnebre, lo llamó:
—¿Adónde vas?
—Me vuelvo con ellos.
—Pero... ¿y...?
No tuvo el valor de escuchar el final de su frase. Tenía una reunión en la obra al día siguiente a las siete de la mañana y no le bastaría con la noche para prepararla como es debido.

 

Se instaló junto a los dos carroñeros y, cuando el cartel tachado en rojo de Les Marzeray desaparecía a su derecha, sintió el único momento de tristeza del día.
Haber estado tan cerca de ella y no haberla besado era... mortificante.

 

Por suerte sus compañeros de viaje resultaron ser de lo más animados.
Empezaron por zafarse de esas caras de circunstancias, se aflojaron el nudo de la corbata, se quitaron la chaqueta y se desmadraron del todo. Le contaron a su pasajero un montón de historias a cuál más sórdida y salaz.
Que si muertos que se tiran pedos, que si móviles que suenan, que si amantes ocultas que salen a la luz con el hisopo, que si las últimas voluntades de algunos bromistas difuntos que,
sic
, «los habían matado» de risa, que si las reacciones de unos vivos chalados, un montón de anécdotas para entretenerse cuando les tocara jubilarse, y todo lo que uno pueda evocar que sea para morirse de risa.
Una vez agotada la fuente de anécdotas, un programa humorístico de la radio cogió el relevo.
Vulgar, machista y cojonudo.

 

Charles, que les había aceptado un cigarrillo, aprovechó que tiraba la colilla por la ventanilla para deshacerse también de su brazal de luto.
Se rió, le pidió a Jean-Claude que subiera el volumen, se liberó del aura de duelo y se concentró en la nueva pregunta del oyente, el señor François Macías.
Gayolas.

 

16

 

La escena tiene lugar a mediados de septiembre. El fin de semana anterior, cogió dos kilos de moras, forró veinticuatro libros de texto (¡veinticuatro!) y ayudó a Kate a recortarle las pezuñas a la cabra. Claire vino con él y sustituyó a
Dad
ante las ollas de cobre, mientras charlaba durante horas con Yacine.
La víspera, había sentido un flechazo total por el herrero y estaba pensando en reconvertirse y dedicarse a ser la nueva Lady Chatterley.
—¿Habéis visto ese pecho debajo del delantal de cuero? —se extasió hasta la noche—. ¿Lo has visto, Kate? ¿Lo has visto?
—Olvídalo. En lugar de cerebro tiene un martillo en la cabeza...
—¿Cómo lo sabes? ¿Lo has comprobado?
Kate esperó a que Charles estuviera en la habitación de al lado para decirle que sí, que había pasado por ese yunque...
—Sí, bueno, da igual —suspiraba nuestra picapleitos preferida—, ese pecho...

 

Unas horas más tarde, sobre unas almohadas tan felices como ellos, Kate le preguntaría a Charles si iba a pasar el invierno.
—No comprendo el sentido de tu pregunta...
—Entonces olvídala —murmuró ella dándose la vuelta y devolviéndole el brazo para poder tumbarse boca abajo.
—¿Kate?
—¿Sí?
—Es que es una expresión ambigua...
—¿De qué tienes miedo, amor mío? ¿De mí? ¿Del frío? ¿O del tiempo?
—De todo.

 

Como única respuesta, la acarició largo rato.
El pelo, la espalda, el
bottom
.
Ya no luchaba con las palabras.
No había nada que decir.
Volver a hacerla gemir.
Hasta que se quedara dormida.

 

Ahora estaba en su despacho y trataba de comprender los resultados gráficos del análisis de los arcos sometidos a cargas desiguales provoc...
—¿Qué es toda esta mierda? —Philippe surgió de pronto de su despacho tendiéndole un taco de papeles.
—No lo sé —contestó, sin apartar los ojos de la pantalla de su ordenador—, pero me lo vas a decir tú...
—¡La confirmación de una inscripción a un concurso de mierda para hacer una sala de fiestas de mierda en un agujero perdido entre vacas y paletos! ¡Eso es lo que es!
—No va a ser ninguna mierda mi sala de fiestas —replicó él muy tranquilo inclinándose sobre sus gráficos.
—Charles... ¿de qué va esto? ¿Descarrilas o qué? Me entero de que estabas en Dinamarca la semana pasada, que a lo mejor vas a volver a trabajar para el viejo Siza, y ahora est...

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