El complot de la media luna (40 page)

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Authors: Clive Cussler,Dirk Cussler

Tags: #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: El complot de la media luna
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—¿Está bien? —preguntó en voz baja.

Se acercó con paso titubeante; Dirk había cubierto la cabeza y el torso de la muchacha con una chaqueta. Fue entonces cuando Sam advirtió que los miembros laxos de Sophie estaban deformados y cubiertos por una gruesa capa de sangre y polvo.

Miró a Dirk para pedir una explicación y de inmediato se estremeció. Cualquier esperanza de que Sophie estuviese bien quedó eliminada al instante por el aspecto devastado de Dirk. El joven permanecía allí de pie, mirándolo, con el rostro magullado, ensangrentado, y los ojos perdidos, sin alma. Parecía como si le hubiesen arrebatado la vida, y Sam supo en el acto que Sophie estaba muerta.

50

Antes de que el humo se despejase quedó claro que la explosión debajo de Haram ash-Sharif casi había fracasado. La Cúpula de la Roca era el objetivo primario de Maria, y era allí donde había colocado la mayor parte de los explosivos. Pero no habían estallado porque Dirk había arrancado los detonadores. La segunda carga, mucho menor, colocada debajo de la mezquita de al-Aqsa, sí explotó, pero su efecto fue mínimo.

El suelo de la mezquita del siglo
VIII
se sacudió y sus ventanas temblaron, pero no surgió de la tierra una bola de fuego y la consumió. Segundos antes de que los explosivos detonasen, Sophie había retirado gran parte de ellos, los había arrojado hacia el túnel y después había intentado quitar los detonadores del material restante. La débil explosión solo produjo una grieta en la base de una fuente detrás de la mezquita. Los cuidadores palestinos de Haram apenas se percataron de ello, pues creyeron que la explosión había tenido lugar en otra parte de Jerusalén.

En el interior de la cantera, Sam Levine había actuado sin demora. La policía y las ambulancias llegaron enseguida. Los sanitarios atendieron las heridas de Dirk y se llevaron el cadáver de Sophie a la morgue. Los agentes de seguridad del Shin Bet no tardaron en hacer acto de presencia. Habían revisado la cantera a fondo y retirado los explosivos restantes. Todo el complejo quedó clausurado antes de que los ocupantes de Haram ash-Sharif se enterasen siquiera de lo sucedido.

La noticia del ataque frustrado no tardó en difundirse por Jerusalén y provocó un gran alboroto. Los musulmanes condenaban el asalto y los judíos de la ciudad se mostraban horrorizados ante la profanación del Monte del Templo. Cada facción culpaba a la otra y los ánimos se caldeaban en los dos bandos. El gobierno israelí, públicamente a la defensiva, mientras en privado aumentaba la seguridad alrededor de la ciudad, llevó con discreción a los líderes musulmanes a la cantera y acordaron cerrarla de forma permanente para evitar nuevas intrusiones.

La furia en las calles se mantenía al rojo, pero los arranques de ira fueron pocos y se evitó la violencia. En cuestión de días, las tensiones disminuyeron. Ningún grupo aceptó la responsabilidad de los ataques, y los verdaderos terroristas desaparecieron sin dejar rastro.

51

El general Braxton leyó el informe de la CIA sin decir palabra. Solo un esporádico movimiento de su bigote reveló un indicio de emoción. Al otro lado de la mesa, el oficial de inteligencia O'Quinn y un especialista de la CIA en temas israelíes se miraban los zapatos en silencio. Se irguieron en el acto en sus sillas al ver que Braxton se quitaba las gafas redondas.

—A ver si lo he entendido bien —dijo el general con su voz rasposa—. Unos chiflados estuvieron a punto de volar la mitad de Jerusalén, y ni el Mossad ni el Shin Bet tienen ni idea de quién fue. ¿Esa es la verdad o solo es lo que nos han dicho los israelíes?

—Es obvio que los israelíes no confían en la investigación —respondió el hombre de la
CIA
—. Creen que una red libanesa de traficantes de drogas y armas, conocida como los Mulos, son en parte responsables. Se sabe que los Mulos tienen vínculos con Hezbollah, y por lo tanto es posible que usen Jerusalén como objetivo en represalia por los continuados ataques de Israel en Gaza. El estadounidense involucrado en el incidente identificó a uno de los terroristas como participante en un atentado reciente en el yacimiento arqueológico de Cesarea.

—¿El estadounidense es uno de nuestros agentes? —preguntó Braxton.

—No, es un ingeniero naval que trabaja en la NUMA. Se está recuperando de heridas leves en un hospital militar israelí, en Haifa.

—¿Un ingeniero naval? ¿Y qué rayos estaba haciendo en Jerusalén?

—Al parecer tenía una relación sentimental con la agente de Antigüedades que resultó muerta en la explosión. La acompañó para una vigilancia rutinaria y se vio envuelto en la refriega. Lo cual resultó algo muy afortunado, pues él fue el que evitó que la carga principal de explosivos detonase debajo de la Cúpula de la Roca.

—La verdad es que nos hemos librado de una buena, señor —intervino O'Quinn—. Había explosivos suficientes para arrasar la estructura de la Cúpula y buena parte de la Ciudad Vieja. Hubiese provocado un conflicto regional sin precedentes. Estoy seguro de que, si hubieran destruido el santuario, ahora habría misiles volando sobre Israel.

Braxton gruñó y su mirada taladró a O'Quinn.

—Ya que hemos entrado en el tema de los explosivos, creo que tiene algunas conexiones locales poco agradables que añadir a la mezcla.

—Obtuvimos una muestra de los explosivos de los israelíes, y las pruebas de laboratorio han confirmado que es HMX. Lo fabricó una empresa local contratada por el ejército estadounidense —respondió O'Quinn, muy serio.

—¿Esos malditos explosivos son nuestros? —gritó el general.

—Eso me temo. Hemos hecho algunas averiguaciones, y al parecer la muestra de Jerusalén concuerda con un envío de HMX de máxima potencia que se vendió en secreto a Pakistán para su uso en el programa de armas nucleares a principios de los noventa. Los paquistaníes confirmaron que un contenedor de HMX desapareció poco después de recibirlo. Se cree que alguien del mercado negro, relacionado con los militares, lo vendió a compradores de fuera del país, pero hasta este año no se había encontrado ninguna prueba de su uso.

—Un contenedor de HMX. Increíble —dijo Braxton.

—Un contenedor con alrededor de cuatro mil kilos de explosivos. Eso representa un poder destructivo considerable.

El general cerró los ojos y sacudió la cabeza.

—Supongo que este ataque está vinculado con los recientes atentados contra las mezquitas... —dijo sin abrir los ojos.

—Sabemos que se utilizó HMX en la mezquita al-Azhar, en El Cairo, y en la mezquita Yesil, en Bursa, Turquía. Nadie ha reivindicado esos atentados. Al parecer, las mismas circunstancias se repiten en Jerusalén.

—¿Qué se sabe del palestino muerto que encontraron en el cementerio?

—Era un vulgar ladrón de tumbas sin ninguna vinculación terrorista conocida —contestó el hombre de la CIA—. Quizá tuvo algo que ver con el descubrimiento de la cantera, pero no se cree que haya participado en el ataque.

—Eso nos lleva de nuevo a la pregunta sin respuesta de quién y por qué.

O'Quinn miró al general con expresión afligida.

—Nadie ha reivindicado ninguno de los ataques, y no tenemos ninguna pista firme —dijo—. Como Joe puede confirmar, las agencias de inteligencia están investigando a sospechosos de todas partes, desde las sectas marginales cristianas y judías hasta al-Qaeda y otros grupos musulmanes fanáticos. Dependemos de las agencias de inteligencia extranjeras, y hasta el momento ellas tampoco han encontrado ninguna conexión sólida.

El hombre de la CIA asintió.

—General, los objetivos han sido todos lugares de importancia teológica para los musulmanes suníes —explicó—. Creemos que es muy posible que los ataques tengan su origen en una fuente chiita. La posible vinculación de Hezbollah en el ataque en Jerusalén confirma la teoría. Debo decir que dentro de la agencia cada vez son más los que creen que los iraníes están intentando distraer la atención de su programa de armamento.

—Es una motivación viable —convino Braxton—, pero si los pillan con las manos en la masa estarán jugando con fuego.

O'Quinn negó ligeramente con la cabeza.

—No estoy de acuerdo, señor —dijo—. Esos atentados no tienen la marca de los iraníes. Sin duda representarían un grado de extremismo exterior que no hemos visto antes.

—No me está aportando gran cosa para seguir adelante, O'Quinn —gruñó el general—. ¿Qué me dice de aquel turco, el muftí Battal, que tanto le preocupaba?

—Entró en la carrera presidencial, tal como suponíamos. El y su partido se beneficiarán de cualquier protesta que estos atentados puedan provocar entre la comunidad fundamentalista. Cabe la posibilidad de que estos ataques estén relacionados con unos objetivos políticos específicos, más que con una táctica terrorista general. En lo que se refiere a Battal, estamos vigilando sus actividades de cerca, pero hasta ahora no hemos visto ningún patrón de tácticas coercitivas. De momento no tenemos ninguna prueba en firme de que exista un vínculo.

—O sea que por ahí no hay nada. Quizá la pregunta que deberíamos plantearnos es dónde atacarán de nuevo.

—Cada vez eligen objetivos de mayor relevancia —señaló O'Quinn.

—Y en el último fracasaron. Lo que sea que estén planeando debería asustarnos.

—La Kaaba, en La Meca, podría ser un objetivo. Me ocuparé de avisar a los saudíes de que aumenten la seguridad —dijo O'Quinn.

—Tenemos a los analistas trabajando las veinticuatro horas del día en este asunto —aportó el hombre de la CIA. En una expresión de impotencia típica de Washington, añadió—: Estamos haciendo todo lo posible.

Braxton descartó el comentario con una mirada fulminante.

—Permítanme que les diga lo que van a hacer. —El general se inclinó sobre la mesa y miró a los dos hombres con verdadera furia—. Parar todo esto es de lo más sencillo. Lo único que tienen que hacer —elevó el tono de voz— ¡es encontrar el resto de los explosivos!

52

El
Estrella Otomana
entró en la bahía al norte de los Dardanelos a última hora de la tarde y atracó en el largo y vacío muelle. Bajo las olas, el remolcador continuaba hundido en el fondo de arena, a la espera de que una grúa en tierra y un equipo de buceadores lo sacara de las profundidades.

Maria, en el puente del barco, se llevó una sorpresa al ver el Jaguar de su hermano aparcado en el muelle. Celik observó cómo el barco se acercaba al muelle y, en cuanto ataron las amarras, salió del asiento trasero del Jaguar. Se acercó a paso rápido, con un maletín debajo del brazo, y subió a bordo.

—No esperaba encontrarte aquí, Ozden —dijo Maria a modo de saludo.

—El tiempo apremia —respondió él, y miró en derredor con expresión inquieta.

El capitán y el timonel advirtieron su mirada y se apresuraron a retirarse para dejar a Celik a solas con su hermana.

—Me han dicho que la policía entró en las instalaciones después de que nos marcháramos —comentó Maria—. ¿No es peligroso para ti estar aquí?

—La policía local está bien pagada para que cuide de nuestros intereses —respondió Celik en un tono burlón—. Hicieron una visita rápida y nosotros nos mantuvimos apartados de los depósitos. —Pensar en los investigadores de la policía le recordó el asalto por parte de los hombres de la NUMA y sin darse cuenta se pasó la mano por la cabeza, justo donde Dirk le había golpeado—. Esos estadounidenses pagarán cara su intromisión —añadió en un tono gutural—. Pero antes tenemos que ocuparnos de asuntos más importantes.

Maria se preparó para la reprimenda por el fracaso en Jerusalén; sin embargo, su hermano no estalló en el arrebato de rabia que ella esperaba. Celik miró a través de la ventana delantera y contempló el muelle vacío.

—¿Dónde está el
Sultana
?

—Lo dejé en Beirut para que acabasen las reparaciones. La tripulación lo llevará a Estambul dentro de unos días.

Celik asintió, y luego se acercó a su hermana.

—Ahora, dime, Maria, ¿por qué fracasó la misión?

—Ni siquiera yo lo sé —admitió ella con calma—. La carga principal no explotó. Puse varios detonadores, y estoy segura de que los coloqué correctamente. Tuvo que haber una interferencia exterior. Incluso la carga secundaria tendría que haber provocado más daño. Sospecho que la arqueóloga israelí que murió en la explosión consiguió desconectar alguna de las cargas.

—Los resultados han sido muy decepcionantes —Celik evitó mostrar su malhumor habitual—, pero doy gracias de que has regresado sana y salva.

—En el viaje de regreso desembarcamos a los contrabandistas libaneses en Trípoli, así que los israelíes no tienen dónde investigar ni ningún rastro que seguir.

—Siempre se te ha dado muy bien el no dejar rastro, Maria.

A pesar de la tranquilidad poco habitual que mostraba, la joven vio angustia en su rostro.

—¿Qué tal le va al muftí? —preguntó.

—Está haciendo la campaña como un político profesional y se ha ganado el apoyo público de varios miembros importantes de la Asamblea Nacional. Pero aún continúa cinco puntos por detrás en las encuestas, y solo quedan unos pocos días para las elecciones. —Miró a su hermana con reproche—. El atentado de Jerusalén no nos ha dado el empuje que necesitábamos para ganar.

—Quizá eso quede fuera de nuestro control —dijo Maria.

Sus palabras liberaron de pronto la cólera que Celik mantenía reprimida.

—¡No! —gritó—. Estamos muy cerca. Tenemos que aprovechar esta oportunidad. La restauración del imperio de nuestra familia está en juego. —Casi saboreaba ya el poder que esperaba conseguir. Sus ojos de loco brillaron, y su rostro enrojeció de furia—. No podemos permitir que esta ocasión se nos escape de las manos.

—¿El Cuerno de Oro?

—Sí —contestó él. Abrió el maletín y sacó un mapa—. La intercepción se realizará mañana por la noche. —Le dio una carpeta—. Dentro está el horario y la ruta del barco que es nuestro objetivo. ¿Podrás hacerlo?

Maria miró a su hermano con inquietud.

—Sí, creo que sí —respondió en voz baja.

—Bien. Un equipo de jenízaros aguarda para subir a bordo. Actuarán como soporte de la operación. Cuento contigo.

—Ozden, ¿estás seguro de que quieres hacer esto? —preguntó Maria—. Los riesgos son muy altos. Significará la muerte de muchísimos de nuestros compatriotas. Temo las repercusiones si no tenemos éxito.

Celik miró a su hermana con una mirada nacida de la locura y después asintió con firmeza.

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