El circo de los extraños (22 page)

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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

BOOK: El circo de los extraños
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El camino que llevaba a su casa estaba flanqueado por grandes árboles que se cernían a ambos lados sumiéndolo en la más completa oscuridad, por lo que resultaba peligroso para cualquiera que no lo conociese bien. Pero Stanley no tenía miedo. Al contrario, le encantaba la noche. Le gustaba oír el sonido de la hierba y los matojos crujiendo bajo sus pies.

Crunch. Crunch. Crunch
.

Sonrió. Cuando sus hijos eran pequeños y recorrían juntos aquel camino, a menudo les hacía creer que había monstruos al acecho en los árboles. Hacía ruidos espeluznantes y agitaba las hojas de las ramas más bajas cuando los chicos no miraban. A veces, chillando de miedo, echaban a correr a toda velocidad hacia su casa, mientras Stanley les seguía riendo.

Crunch. Crunch. Crunch
.

En algunas ocasiones, cuando tenía problemas para conciliar el sueño, le bastaba con imaginar el sonido de sus pies camino de casa: eso siempre le ayudaba a hundirse en un sueño profundo y agradable.

Crunch. Crunch. Crunch
.

En su opinión, era el sonido más agradable del mundo. Saberse solo y completamente a salvo le proporcionaba una maravillosa sensación de seguridad.

Crunch. Crunch. Crunch
.

Crac
.

Stanley se detuvo y frunció el ceño. Aquello había sonado como un palo al quebrarse, pero... ¿cómo era posible? Si hubiera pisado una ramita lo habría notado. Y no había vacas ni ovejas en los campos vecinos.

Se quedó quieto y en silencio durante casi medio minuto, escuchando atentamente. Cuando estuvo seguro de que no se oían más ruidos extraños, sacudió la cabeza y sonrió. La imaginación le había jugado una mala pasada, eso era todo. Al llegar a casa se lo contaría a su esposa y se reirían juntos.

Echó a andar de nuevo.

Crunch. Crunch. Crunch.

Perfecto. De nuevo envuelto en sonidos familiares. No había nadie más por allí. De lo contrario habría oído algo más, aparte de una simple ramita quebrándose. Nadie podía coger por sorpresa a Stanley J. Collins. Él era Jefe Boy Scout y estaba bien entrenado. Tenía un oído más fino que el de un zorro.

Crunch. Crunch. Crunch. Crunch. Cru
...

Crac.

Stanley se detuvo de nuevo y, por primera vez, sintió los fríos dedos del miedo atenazarle el corazón.

Eso
no había sido su imaginación. Lo había oído con toda claridad. Una ramita quebrándose, en algún lugar por encima de su cabeza. Y antes del crujido, ¿no le había parecido oír un ligerísimo murmullo, como si algo se moviera?

Stanley alzó la vista y escrutó entre los árboles, pero no se veía nada, estaba demasiado oscuro. Allá arriba podría haberse ocultado un monstruo del tamaño de un coche y Stanley no habría sido capaz de distinguirlo. ¡Diez monstruos! ¡Cien! ¡Mil...!

Oh, ¡qué estupidez! No había monstruos en los árboles. Los monstruos no existían. Todo el mundo lo sabía. Los monstruos no eran reales. Sin duda se trataría de una ardilla, o un búho, algo tan corriente como eso.

Stanley adelantó un pie dispuesto a emprender la marcha de nuevo.

Crac
.

Se quedó con el pie suspendido en el aire, y el corazón desbocado. ¡Aquello no era ninguna ardilla! Era un sonido demasiado penetrante. Se trataba de algo
grande
. Algo que no debía estar allí. Algo que nunca antes había estado allá arriba. Algo que...

¡Crac!
.

Esta vez había sonado más cerca, más bajo, y de repente Stanley no pudo soportarlo más.

Echó a correr.

Stanley era un hombre corpulento, pero estaba en buena forma para su edad. Aún así, hacía mucho tiempo que no corría tanto, y tras haber recorrido cien metros, empezó a faltarle el aire y sintió una punzada en el costado.

Aminoró la marcha hasta detenerse y se dobló por la cintura, intentando recuperar el aliento.

Crunch
.

Tuvo la sensación de que iba a estallarle la cabeza.

Crunch. Crunch. Crunch
.

¡Oía pasos que se acercaban a él! Pasos lentos y pesados. Stanley escuchó, aterrorizado, cómo se iban acercando más y más. ¿Había saltado el monstruo desde los árboles y ahora lo tenía frente a él? ¿Habría descendido a tierra? ¿Se disponía a acabar con él? ¿Acaso...?

Crunch. Crunch
.

El sonido de los pasos cesó y Stanley distinguió una figura en la oscuridad. Era más pequeña de lo que había esperado, no abultaba más que un niño. Respiró hondo, se irguió, hizo acopio de valor y avanzó para verlo con mayor claridad.

¡
Era
sólo un niño! Un chiquillo asustado, con la ropa sucia y desastrada.

Stanley sonrió y sacudió la cabeza. ¡Qué tonto había sido! Su esposa se moriría de la risa cuando se lo contara.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó Stanley.

El chico no respondió.

Stanley no reconoció a aquel crío, pero había muchas familias recién llegadas por allí. Ya no conocía a todos los niños del vecindario.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó—. ¿Te has perdido?

El chico negó lentamente con la cabeza. Había algo raro en él. Algo que de repente hizo que Stanley se sintiera inquieto. Quizá fuera el efecto de la oscuridad y las sombras... pero lo cierto era que el chico parecía muy pálido, muy delgado, muy...
hambriento
.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar Stanley, acercándose aún más—. ¿Puedo...?

¡Crac!
.

El ruido sonó por encima de su cabeza, fuerte y amenazador. El chico se hizo a un lado rápidamente.

Stanley alzó la vista y sólo tuvo tiempo de ver de refilón una forma grande y roja, que podría haber sido una especie de murciélago, descolgándose de las ramas de los árboles, tan rápido que casi no pudo seguirla con la vista.

Y antes de que pudiera reaccionar tenía aquella cosa roja encima. Stanley quiso gritar, pero el monstruo se lo impidió tapándole enseguida la boca con sus... ¿manos?... ¿zarpas? Stanley forcejeó brevemente antes de caer al suelo inconsciente, sin ver, sin saber nada más.

Las dos criaturas de la noche se abalanzaron sobre él en busca de alimento.

CAPÍTULO 2

—Imagínate, un hombre de su edad llevando el uniforme de los Boy Scouts —bufó Mr. Crepsley al darle la vuelta a nuestra víctima.

—¿Ha estado alguna vez en los Scouts? —pregunté.

—No los había en mis tiempos —respondió.

Dio unas palmadas en las carnosas piernas del hombre, y emitió un gruñido.

—En ésta hay sangre de sobra —dijo.

Observé a Mr. Crepsley mientras buscaba una vena en la pierna y la abría (un corte pequeño), utilizando una de sus uñas. Tan pronto como empezó a fluir la sangre, pegó la boca a la herida y sorbió. No le gustaba desperdiciar ni un gramo del “precioso mercurio rojo”, como a veces la llamaba.

Permanecí a su lado, inquieto, mientras bebía. Esta era la tercera vez que yo tomaba parte en un ataque, pero todavía no acababa de acostumbrarme a la visión del vampiro succionando la sangre de un ser humano indefenso.

Habían pasado casi dos meses desde mi “muerte”, pero me resultaba muy difícil adaptarme al cambio. Me costaba creer que mi antigua vida se había terminado que era un semi-vampiro y nunca podría regresar. Sabía que finalmente acabaría por dejar atrás mi lado humano. Pero decirlo era más fácil que hacerlo.

Mr. Crepsley alzó la cabeza mientras se lamía los labios.

—Buena cosecha —bromeó, apartándose del cuerpo—. Tu turno —dijo.

Di un paso hacia delante, me detuve y sacudí la cabeza.

—¡
No puedo
! —dije.

—No seas estúpido —gruñó él—. Has evitado beber dos veces. Ya es hora de que lo hagas.

—¡No puedo! —lloriqueé.

—Has bebido sangre de animales —dijo él.

—Eso es distinto. Éste es un ser humano.

—¿Y qué? —masculló Mr. Crepsley—.
Nosotros
no lo somos. Tienes que empezar a ver a los humanos como a los animales, Darren. Los vampiros no podemos vivir solamente de sangre animal. Si no empiezas a beber sangre humana, crecerás débil. Y si sigues empeñado en no hacerlo, morirás.

—Ya lo sé —dije, tristemente—. Ya me lo ha explicado. Y sé que no hacemos daño a aquéllos de quienes bebemos, a menos que bebamos demasiado. Pero... —Me encogí de hombros, con expresión desdichada.

Él lanzó un suspiro.

—Muy bien. Esto es duro, especialmente porque sólo eres un semi-vampiro y tu hambre no es tan intensa. Dejaré que te abstengas esta vez. Pero debes alimentarte pronto. Por tu propio bien.

Se volvió hacia la herida que había practicado en la pierna del hombre y limpió la sangre (que había seguido manando mientras hablábamos). Luego escupió encima y dejó que la saliva resbalara lentamente sobre el corte. La frotó con el dedo, se echó hacia atrás y observó.

La herida se cerró y sanó. En un minuto ya no había más que una pequeña cicatriz que el hombre, probablemente, ni siquiera notaría cuando despertara.

Así es como se protegen los vampiros. Al contrario que en las películas, no matan a la gente de la que beben, a menos que estén realmente hambrientos y se dejen llevar. Beben en pequeñas dosis, un poco aquí, un poco allí... A veces atacan a la gente en campo abierto, como acabábamos de hacer nosotros. Otras veces, se cuelan en las habitaciones bien entrada la noche, o en las clínicas de guardia, o en las comisarías.

La gente de la que beben casi nunca se da cuenta de que han sido víctimas de un vampiro. Cuando este hombre despertara, sólo recordaría una sombra ropa descendiendo. No acertaría a explicar por qué se desmayó ni lo que le ocurrió mientras estaba inconsciente.

Si encontraba la cicatriz, lo más probable era que pensara antes en que se la había hecho un extraterrestre que un vampiro.

¡Ja! ¡
Extraterrestres
! Casi nadie sabe que fueron los vampiros los que empezaron con las historias de los OVNIS. Era la excusa perfecta. Gente del mundo entero encontrando extrañas marcas en sus cuerpos al despertar y culpando de ello a imaginarios alienígenas.

Mr. Crepsley había puesto fuera de combate al Jefe Boy Scout con su aliento. Los vampiros exhalan un tipo especial de gas, que hace que la gente se desmaye. Cuando Mr. Crepsley quería dormir a alguien, soplaba un poco en la palma de su mano y la ponía sobre la nariz y la boca de la persona. Segundos después se desvanecían, y no despertaban al menos en veinte o treinta minutos.

Mr. Crepsley examinó la cicatriz y se aseguró de que había sanado adecuadamente. Se ocupaba bien de sus víctimas. Parecía un buen tipo, por lo que había visto hasta hora (¡salvo por el hecho de ser un vampiro!).

—Vamos —dijo, levantándose—. La noche es joven. Iremos a buscar un conejo o un zorro para ti.

—¿No le importa que no beba de él? —pregunté.

Mr. Crepsley negó con la cabeza.

—Ya beberás —dijo—. Cuando estés lo suficientemente hambriento.


No
—musité tras él, cuando se dio la vuelta y echó a andar—. No lo haré. No de un humano. Nunca beberé de un humano. ¡
Nunca
!

CAPÍTULO 3

Me desperté pronto aquella tarde, como de costumbre. Me había ido a la cama poco antes del amanecer, al mismo tiempo que Mr. Crepsley. Pero mientras él seguía durmiendo hasta que cayera la noche, yo era libre de levantarme y pasearme por ahí a la luz del día. Era una de las ventajas de ser sólo un semi-vampiro.

Preparé un desayuno tardío a base de tostadas con mantequilla (incluso los vampiros hemos de tomar alimentos normales; sólo con sangre no nos mantendríamos), y me dejé caer en el sillón delante de la tele del hotel. A Mr. Crepsley no le gustaban los hoteles. Normalmente dormía a la intemperie, en algún viejo granero o en un edificio en ruinas, o en un gran panteón, pero yo no compartía sus gustos. Tras una semana durmiendo congelado, le dije claramente que ya había tenido bastante. Él rezongó un poco, pero finalmente claudicó.

Los dos últimos meses habían transcurrido rápidamente, pues había estado demasiado ocupado aprendiendo a ser asistente de vampiro. Mr. Crepsley no era un buen profesor y no le gustaba repetir las cosas, así que yo debía poner atención y aprender deprisa.

Yo era ahora realmente fuerte. Era capaz de levantar pesos enormes y de triturar el mármol con los dedos. Si le estrechaba la mano a un ser humano debía tener cuidado de no romperle los dedos. Podía hacer flexiones durante toda la noche y lanzar una pelota de béisbol más lejos que cualquier adulto (un día, a propósito de mis lanzamientos, ojeé un libro ¡y descubrí que había batido un nuevo record mundial! Me excité mucho al principio, pero entonces me di cuenta de que no podía contárselo a nadie. De todos modos, era bonito saber que era un campeón mundial).

Mis uñas eran verdaderamente duras, y el único modo de cortarlas era con mis dientes; los cortaúñas y las tijeras nada podían contra mis nuevas y poderosas uñas. Era una lata: me desgarraban la ropa cuando me vestía o me la quitaba, y me agujereaban los bolsillos cuando metía las manos en ellos.

Habíamos cubierto una gran distancia desde aquella noche en el cementerio. Al principio, nos movíamos a la velocidad máxima de un vampiro, con Mr. Crepsley llevándome sobre su espalda, invisibles a los ojos humanos, deslizándonos sobre la tierra como un par de vertiginosos fantasmas. A eso se le llamaba
cometear
. Pero cometear resultaba agotador, así que tras un par de noches empezamos a tomar trenes y autobuses.

No sabía de dónde sacaba Mr. Crepsley el dinero que empleábamos en transporte, alojamiento y comida. No llevaba cartera, que yo supiera, ni tarjetas de crédito, pero cada vez que tenía que pagar algo, lo hacía en efectivo.

No me habían crecido los colmillos. Había esperado verlos alargarse, y durante tres semanas me los inspeccioné cada noche en el espejo, hasta que Mr. Crepsley me pilló.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó.

—Me miro los colmillos —respondí.

Me miró fijamente durante unos minutos, y entonces se echó a reír.

—¡No nos crecen los colmillos, idiota! —replicó a carcajadas.

—Pero... ¿cómo mordemos a la gente? —pregunté, confuso.

—No lo hacemos —contestó, aún riendo—. Les hacemos cortes con las uñas y chupamos la sangre. Sólo utilizamos los dientes en casos de emergencia.

—¿Entonces no van a crecerme los colmillos?

—No. Tus dientes serán más duros que los de cualquier humano, y podrás atravesar piel y huesos si lo deseas, pero eso es bastante sucio. Sólo los vampiros estúpidos utilizan sus dientes. Y los vampiros estúpidos no suelen durar mucho. Los persiguen y los cazan.

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