El circo de los extraños (23 page)

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Authors: Darren Shan

Tags: #Terror, Infantil y Juvenil

BOOK: El circo de los extraños
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Me desilusioné un poco al oír eso. Una de las cosas que más me gustaban de aquellos viejos vampiros de las películas era lo guay que eran cuando mostraban sus colmillos.

Pero después de pensarlo un poco, decidí que era mejor así. Ya era bastante malo agujerearme la ropa con las uñas. ¡Sería un verdadero problema que mis dientes crecieran y empezara a destrozarme los carrillos a trocitos!.

La mayoría de las viejas historias de vampiros no eran ciertas. No podíamos cambiar de forma ni volar. Las cruces y el agua bendita no nos hacían daño. Los ajos sólo nos producían mal aliento. Podíamos reflejarnos en los espejos, y proyectábamos sombra.

Pero algunos mitos eran ciertos. Un vampiro no podía ser fotografiado ni filmado con una videocámara. Había algo extraño en los átomos de un vampiro, lo que provocaba que sólo apareciera en la película un borrón oscuro.
Yo
aún podía ser fotografiado, pero no conseguirías una imagen clara de mí, por mucha luz que hubiera.

Los vampiros eran amigos de las ratas y los murciélagos. No podíamos transformarnos en ellos, como decían los libros y las películas, pero les gustábamos (por el olor de nuestra sangre nos distinguían de los humanos) y a menudo se nos acercaban mientras dormíamos, o venían a buscar los restos de nuestra comida.

Los perros y los gatos, por alguna razón, nos detestaban.

La luz del Sol
podría
matar a un vampiro, pero no enseguida. Un vampiro podía andar durante el día, si se protegía con bastante ropa. Se broncearía muy rápido y empezaría a ponerse rojo en quince minutos. Cuatro o cinco horas de exposición a la luz solar lo matarían.

Una estaca atravesándonos el corazón nos mataría, naturalmente, pero también las balas, o los cuchillos, o las descargas eléctricas. Podíamos ahogarnos, o morir a causa de un golpe contundente, o pillando ciertas enfermedades. Éramos más difíciles de matar que los seres humanos normales, pero no indestructibles.

Aún tenía mucho que aprender. Mucho más. Mr. Crepsley dijo que habrían de pasar muchos años antes de que fuera capaz de valerme por mí mismo. Decía que un semi-vampiro que no supiera lo que hacía estaría muerto en un par de meses, así que tenía que pegarme a él como una lapa, aunque no quisiera.

Cuando me acabé las tostadas, me senté y mordí mis uñas durante algunas horas. No había nada entretenido en televisión, pero no quería salir fuera sin Mr. Crepsley. Estábamos en una ciudad pequeña, y la gente me ponía nervioso. Temía que vieran a través de mí, que supieran lo que era y me persiguieran con estacas.

Al caer la noche, Mr. Crepsley despertó y apareció frotándose el estómago.

—Me muero de hambre —dijo—. Sé que todavía es temprano, pero salgamos ya. Debería haber bebido más de aquel tonto Scout adulto. Creo que me buscaré a otro humano. —Me miró alzando una ceja—. Tal vez te apetezca unirte a mí esta vez.

—Tal vez —respondí, aunque sabía que no lo haría. Era la única cosa que me prometí no hacer jamás. Bebería sangre de animales para sobrevivir, pero nunca la tomaría de alguien de mi propia especie, no importaba lo que dijera Mr. Crepsley, ni cuánto me rugieran las tripas. Yo era un semi-vampiro, sí, pero también era medio humano, y la idea de atacar a una persona me llenaba de horror y repugnancia.

CAPÍTULO 4

Sangre...

Mr. Crepsley pasó mucho tiempo enseñándome cosas sobre la sangre. Es vital para los vampiros. Sin ella crecemos débiles, y envejecemos deprisa, y morimos. La sangre nos mantiene jóvenes. Los vampiros envejecen una décima parte de lo habitual en los humanos (por cada diez años los vampiros sólo envejecen uno), pero sin sangre humana, envejecemos incluso más aprisa que ellos, quizá unos veinte o treinta años en el espacio de uno o dos años. Como semi-vampiro, que crecía un año por cada cinco, no necesitaba beber tanta sangre humana como Mr. Crepsley... pero debería hacerlo para sobrevivir.

La sangre de los animales (perros, vacas, ovejas) mantiene bien a los vampiros, pero hay algunos animales de los cuales no pueden (
no podemos
) beber: gatos, por ejemplo. Si un vampiro bebe la sangre de un gato, sería como tomar veneno. Tampoco podemos beber de los monos, las ranas, la mayoría de los peces o las serpientes.

Mr. Crepsley no me dijo cuales eran todos los animales peligrosos. Había muchos, y me llevaría mucho tiempo aprender a conocerlos. Me advirtió que le preguntara siempre primero antes de probar algo nuevo.

Los vampiros tenían que alimentarse de los humanos al menos una vez al mes. La mayoría lo hacía una vez a la semana. De ese modo, no necesitan beber tanta sangre. Si sólo te alimentas una vez al mes, podrías beber demasiada sangre de una vez.

Mr. Crepsley dijo que era peligroso pasar demasiado tiempo sin beber. Decía que la sed podía obligarte a beber más de la cuenta, y entonces era muy probable que acabaras matando a la persona de la que te estabas alimentado.

—Un vampiro que se alimenta a menudo puede controlarse mejor —dijo—. El que bebe sólo cuando lo necesita acabará absorbiendo de forma salvaje. El hambre debe ser aplacada para controlarla.

La sangre fresca era la mejor. Si bebes de un humano vivo, la sangre está llena de nutrientes y no necesitas tomar mucha. Pero la sangre empieza a agriarse cuando una persona muere. Si bebes de un cadáver, tienes que beber mucho más.

—La regla es no beber nunca de una persona que lleva muerta más de un día —explicó Mr. Crepsley.

—¿Cómo sabemos cuánto tiempo lleva muerta una persona? —pregunté.

—Por el sabor de la sangre —dijo—. Aprenderás a distinguir la sangre buena de la mala. La sangre mala es como la leche agria, pero peor.

—¿Beber sangre mala es peligroso? —pregunté.

—Sí. Te haría caer enfermo o te volvería loco, y hasta podría llegar a matarte.

¡Brrrr!

Podíamos embotellar sangre fresca y conservarla tanto como quisieras para consumirla en caso de emergencia. Mr. Crepsley tenía algunas botellas de sangre guardadas en su capa. A veces sacaba una durante la comida, como si se tratara de una pequeña botella de vino.

—¿Uno puede mantenerse a base de sangre embotellada? —le pregunté una noche.

—Durante un tiempo —dijo—. Pero no demasiado.

—¿Cómo la embotella? —inquirí, examinando una de las botellas de cristal. Parecía una probeta, pero el cristal era más grueso y oscuro.

—Es complicado —dijo—. Te enseñaré cómo se hace, la próxima vez que tenga que llenar las botellas.

Sangre...

Era lo que más necesitábamos, pero también lo que yo más temía. Si bebía sangre humana, no habría vuelta atrás. Sería un vampiro para siempre. Si la rechazaba, quizá podría volver a ser humano. Quizá la sangre de vampiro que fluía por mis venas desaparecería. Quizá no muriera. Quizá sólo lo hiciera el vampiro que había en mí, y entonces podría volver a casa con mi familia y mis amigos.

No confiaba mucho en ello (Mr. Crepsley dijo que era imposible que pudiera volver a ser humano), pero era el único sueño al que podía aferrarme.

CAPÍTULO 5

Pasaron los días, pasaron las noches, y seguíamos viajando. Recorrimos aldeas, pueblos y ciudades. No me llevaba muy bien con Mr. Crepsley. Era amable, pero yo no podía olvidar que había sido él quien traspasara su sangre vampírica a mis venas y hecho imposible que me quedara con mi familia.

Le odiaba. A veces, durante el día, pensaba en atravesarle el corazón con una estaca mientras dormía, y escapar. Lo hubiera hecho, de no ser porque sabía que no podría sobrevivir sin él. Por el momento necesitaba a Larten Crepsley. Pero cuando llegara el día en que pudiera apañármelas solo...

Yo me encargaba de Madam Octa. Buscaba comida para ella, y la entrenaba y limpiaba su jaula. No quería hacerlo (odiaba a la araña casi tanto como al vampiro), pero Mr. Crepsley decía que fui yo quien la robé, y por lo tanto debía ocuparme de ella.

De vez en cuando practicaba algunos trucos con ella, pero no ponía en ello el corazón. Ya no me interesaba, y según pasaban las semanas jugaba con ella cada vez menos.

Lo único bueno de viajar era visitar lugares donde nunca antes había estado y disfrutar de paisajes estupendos. Me encantaba viajar. Pero, como nos movíamos de noche, no podía ver bien mucho de lo que nos rodeaba... ¡Qué lata!

Un día, mientras Mr. Crepsley dormía, me cansé de estar encerrado. Le dejé una nota sobre la televisión, por si no volvía antes de que despertara, y salí. No tenía mucho dinero y ni ida de a dónde ir, pero me daba igual. Sólo salir del hotel y poder pasar un rato a solas era maravilloso.

Era una ciudad grande pero muy tranquila. Visité algunas alas de juegos y me entretuve con los videojuegos. Nunca se me habían dado bien los videojuegos, pero con mis nuevos reflejos y habilidades podía hacer lo que quisiera.

Me pasé todos los niveles, noqueé a cada adversario en los torneos de artes marciales, y liquidé a todos los alienígenas que me atacaban desde el cielo en una aventura de ciencia ficción.

Después recorrí la ciudad. Había muchas fuentes, y estatuas, y parques, y museos, que admiré con interés. Pero los museos me recordaron a mamá (a ella le encantaba llevarme a ver museos), y eso me puso triste: siempre me sentía solo y desdichado cuando pensaba en mamá, papá o Annie.

Divisé a un grupo de muchachos de mi edad jugando al jockey en un patio de cemento. Cada equipo tenía ocho jugadores. La mayoría tenía bastones de plástico, pero algunos los tenían de madera. Utilizaban una vieja pelota de tenis como disco.

Me detuve a mirar, y tras unos minutos uno de los chicos se acercó a mí.

—¿De dónde eres? —preguntó.

—De otra ciudad —dije—. Me alojo en un hotel con mi padre. —Odiaba llamar así a Mr. Crepsley, pero era más seguro decir eso.

—¡Es de fuera! —dijo el chico volviéndose hacia los demás, que habían interrumpido el juego.

—¿Eres un miembro de la familia Addams? —gritó uno, y los demás rieron.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunté, ofendido.

—¿Te has mirado al espejo últimamente? —dijo el chico.

Eché un vistazo a mi traje polvoriento y entendí por qué se reían: parecía un personaje de
Beetlejuice
.

—Perdí mi equipaje con toda mi ropa —mentí—. Esto es todo lo que tengo. Pero pronto me comprarán ropa nueva.

—Eso espero —sonrió el chico, y me preguntó si sabía jugar al jockey. Respondí que sí, y me invitó a jugar con ellos.

—Puedes ser de mi equipo —dijo, tendiéndome un bastón de sobra— Vamos perdiendo seis a dos. Me llamo Michael.

—Y yo, Darren —contesté, probando el bastón.

Me remangué el vuelto de los pantalones y me aseguré de que los cordones de los zapatos tenían un doble nudo. Mientras lo hacía, el otro equipo se apuntó otro tanto. Michael soltó un exabrupto y devolvió la pelota al centro del campo.

—¿Ya estás listo? —preguntó.

—¡Claro!

—¡Pues adelante! —dijo. Me pasó la pelota y avanzó, esperando mi pase.

Hacía mucho tiempo que no jugaba al jockey (en el colegio, en Educación Física, solíamos elegir entre jugar al jockey o al fútbol, y nunca dejaba pasar la oportunidad de jugar un partido de fútbol), pero con el bastón en mis manos y la pelota a mis pies, parecía que hubiera sido ayer.

Golpeé la pelota de izquierda a derecha unas cuantas veces, asegurándome de que no me había olvidado de cómo controlarla, y luego miré hacia la portería y apunté.

Había siete jugadores entre el portero y yo. Ninguno me marcaba. Imaginé que estar ganando por cinco tantos les hacía sentirse seguros.

Empecé a correr. Un chico corpulento (el capitán del otro equipo) intentó cerrarme el paso, pero le esquivé fácilmente. Sorteé a otros dos antes de que pudieran reaccionar, y driblé a un cuarto. El quinto jugador me puso el bastón a la altura de las rodillas, pero lo salté con facilidad, engañé al sexto, y disparé antes de que el séptimo y último defensor se interpusiera en mi camino.

Aunque golpeé la bola con mucha suavidad, fue mucho más fuerte de lo que el portero esperaba y voló alto hacia la esquina derecha de la portería. Rebotó en la pared y la cacé en el aire.

Me di la vuelta, sonriendo, y miré a mis compañeros de equipo. Aún seguían en su mitad del campo, clavando en mí sus miradas de asombro. Llevé la pelota a la línea de centro y la dejé en el suelo sin decir una palabra. Entonces me volví hacia Michael y dije:

—Siete a tres.

Parpadeó lentamente, y luego sonrió.

—¡Oh sí! —exclamó suavemente, y volviéndose hacia sus compañeros gritó—: ¡Creo que nos lo vamos a pasar muy bien!

Me lo pasé de miedo, dominando el juego, bajando a defender, lanzando pases certeros a mis compañeros. Marqué un par de tantos y luego cuatro más. Íbamos ganando nueve a siete y sin esfuerzo. El otro equipo echaba chispas. Nos hicieron darles a dos de nuestros mejores jugadores, pero eso no cambió nada. Podía haberles dado a todos menos a nuestro portero y aun así patearles el culo.

Entonces las cosas se pusieron feas. El capitán del otro equipo (Danny) estuvo durante un rato intentando hacerme faltas, pero yo era demasiado rápido para él y esquivaba fácilmente su bastón y sus zancadillas. Pero empezó a darme puñetazos en las costillas y pisotones y codazos. No me hacía daño, pero me molestaba. Detesto a los malos perdedores.

¡El colmo fue cuando Danny me dio un golpe en un lugar
muy
doloroso! Hasta los vampiros tienen sus límites. Solté un grito y me doblé con una mueca de dolor.

Danny se rió y se apoderó de la pelota.

Me levanté tras unos segundos, loco de furia. Danny estaba en medio del campo. Corrí hacia él a toda velocidad. Golpeé a los jugadores que se interponían entre nosotros (sin importarme de qué equipo fueran), le alcancé y le pegué en las piernas con mi bastón. Habría sido una entrada peligroso si hubiera venido de un humano. Viniendo de un semi-vampiro...

Se escuchó un crujido seco. Danny chilló y cayó al suelo. Los jugadores se detuvieron de inmediato. Todos en el campo conocían la diferencia entre un grito de dolor y un alarido de auténtica agonía.

Bajé la vista, confuso, a mis pies, ya arrepentido por lo que había hecho, deseando dar marcha atrás. Miré mi bastón, esperando verlo partido en dos, esperando que fuera eso lo que había producido aquel crujido. Pero no lo era.

Le había roto a Danny las espinillas.

La parte inferior de sus piernas se había doblado de un modo muy desagradable y la piel alrededor de las espinillas estaba desgarrada. Pude ver la blancura del hueso en medio del rojo.

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