—Ah, sí. También es una hereje de la mermelada. Su alma corre más peligro de lo que yo creía. —Él sonrió y le dio un bocado a su pan.
—En efecto —dijo Shallan—. ¿Y qué más dice ese libro tuyo sobre mí, y la mitad de la población mundial, porque nos gusta la comida con azúcar?
—Bueno, el gusto por la simbaya se supone que indica también amor por estar al aire libre.
—Ah, el aire libre. Visité una vez ese mítico lugar. Fue hace tanto tiempo que casi lo he olvidado. Dime, ¿todavía brilla el sol, o es solo un recuerdo ensoñado por mi parte?
—Sin duda tus estudios no serán tan duros.
—A Jasnah le entusiasma el polvo —dijo Shallan—. Creo que vive de él, alimentándose de las partículas como los chulls aplastan los rocapullos.
—¿Y tú, Shallan? ¿De qué vives?
—Del carboncillo.
Él pareció confundido al principio, hasta que miró su carpeta.
—Ah, sí. Me sorprendió lo rápidamente que tu nombre y tus imágenes se extendieron por el Cónclave.
Shallan se terminó el pan, y luego se limpió las manos en una servilleta húmeda que Kabsal había traído.
—Haces que parezca una enfermedad. —Se pasó un dedo por el pelo rojo, sonriendo—. Supongo que tengo el color de un sarpullido, ¿no?
—Tonterías —dijo él con severidad—. No deberías decir esas cosas, brillante. Es irrespetuoso.
—¿Conmigo misma?
—No. Con el Todopoderoso que te creó.
—También creó a los cremlinos. Por no mencionar los sarpullidos y enfermedades. Así que ser comparada con uno es un honor.
—No comprendo esa lógica, brillante. Ya que creó todas las cosas, las comparaciones no tienen sentido.
—¿Como lo que dice tu libro de los
Paladares
?
—Buena respuesta.
—Hay cosas peores que ser una enfermedad —dijo ella, divagando—. Cuando tienes una, te recuerda que estás vivo. Te hace luchar por lo que tienes. Cuando la enfermedad ha agotado su curso, la vida sana normal parece maravillosa en comparación.
—¿Y no preferirías ser una sensación de euforia? ¿Y traer sensaciones placenteras y alegría a aquellos a quienes infectas?
—La euforia pasa. Suele ser breve, así que pasamos más tiempo anhelándola que disfrutándola. —Shallan suspiró—. Mira lo que hemos hecho. Ahora estoy deprimida. Al menos volver a mis estudios parecerá emocionante en comparación.
Él miró los libros con el ceño fruncido.
—Tenía la impresión de que disfrutabas con tus estudios.
—Yo también. Entonces Jasnah Kholin entró en mi vida y demostró que incluso algo agradable puede volverse aburrido.
—Ya veo. ¿Entonces es una maestra dura?
—En realidad, no. Es que me gustan las hipérboles.
—A mí no —dijo él—. Es una putada.
—¡Kabsal!
—Lo siento —dijo él. Entonces miró hacia arriba—. Lo siento.
—Estoy segura de que el techo te perdona. Para conseguir la atención del Todopoderoso, tal vez quieras quemar una plegaria.
—Le debo unas pocas ya. ¿Y estabas diciendo…?
—Bueno, la brillante Jasnah no es una maestra dura. Es todo lo que se dice de ella. Inteligente, hermosa, misteriosa. Soy afortunada al ser su pupila.
Kabsal asintió.
—Se dice que es una mujer invaluable, excepto por una cosa.
—¿Te refieres a la herejía?
Él asintió.
—Para mí no es tan malo como crees —dijo ella—. Rara vez habla de sus convicciones a menos que se la provoque.
—Se siente avergonzada, entonces.
—Lo dudo. Simplemente es considerada.
El la miró.
—No tienes que preocuparte por mí —dijo Shallan—. Jasnah no intenta convencerme para que abandone los devotarios.
Kabsal se inclinó hacia delante, más sombrío. Era mayor que ella: un hombre de veintipocos años, confiado, seguro de sí mismo y formal. Era prácticamente el único hombre cercano a su edad con quien había hablado sin la cuidadosa supervisión de su padre.
Pero también era fervoroso. Así que, naturalmente, de ahí no podía surgir nada. ¿No?
—Shallan —dijo Kabsal amablemente— ¿no ves cómo nosotros…, cómo yo, nos preocupamos? La brillante Jasnah es una mujer muy poderosa e intrigante. Es de esperar que sus ideas sean contagiosas.
—¿Contagiosas? Creí que dijiste que la enfermedad era yo.
—¡Yo nunca he dicho eso!
—Sí, pero pretendí que lo hiciste. Lo cual es virtualmente lo mismo.
Él frunció el ceño.
—Brillante Shallan, los fervorosos estamos preocupados por ti. Las almas de los hijos del Todopoderoso son nuestra responsabilidad. Jasnah tiene a sus espaldas una historia de corromper a aquellos con quienes entra en contacto.
—¿De veras? —preguntó Shallan, genuinamente interesada—. ¿Otras pupilas?
—No estoy en situación de decirlo.
—Podemos irnos a otra situación.
—Soy firme en este aspecto, brillante. No hablaré del tema.
—Escríbelo, entonces.
—Brillante… —dijo él, y su vez adquirió un tono sufriente.
—Oh, está bien —suspiró ella—. Bueno, puedo asegurarte que mi alma está bien y sin ninguna infección.
Él se acomodó en su silla y cortó otro pedazo de pan. Ella volvió a estudiarlo, pero le molestó su propia tontería infantil. Pronto regresaría con su familia, y él solo la visitaba por motivos relacionados con su Llamada. Pero le gustaba de verdad su compañía. Era la única persona en Kharbranth con quien le parecía que podía hablar. Y era guapo: aquella ropa sencilla y la cabeza rapada solo resaltaban sus fuertes rasgos. Como muchos jóvenes fervorosos, llevaba la barba corta y bien cuidada. Hablaba con voz refinada, y era muy culto.
—Bueno, si estás segura respecto a tu alma —dijo él, volviéndose para mirarla—. Entonces tal vez pueda interesarte en nuestro devotario.
—Ya tengo un devotario. El Devotario de la Pureza.
—Pero el Devotario de la Pureza no es sitio para una erudita. La Gloria que defiende no tiene nada que ver con tus estudios o tu arte.
—No es necesario un devotario enfocado directamente con su Llamada.
—Pero es bonito cuando coinciden.
Shallan contuvo una sonrisa. El Devotario de la Pureza, como cabía imaginar, se orientaba a emular la integridad y honestidad del Todopoderoso. Los fervorosos del salón devotario no supieron qué hacer con su fascinación por el arte. Siempre querían que hiciera dibujos de cosas que consideraban «puras». Estatuas de los Heraldos, representaciones del Ojo Doble.
Naturalmente, su padre había elegido su devotario por ella.
—Me pregunto si tomaste una decisión informada —dijo Kabsal—. Después de todo, se permite cambiar de devotario.
—Sí ¿pero no se desaconseja salir a reclutar? ¿Que los fervorosos compitan por conseguir miembros?
—Sí que se desaconseja. Es una costumbre deplorable.
—¿Pero la haces de todas formas?
—También maldigo ocasionalmente —admitió Kabsal.
—No me había dado cuenta. Eres un fervoroso muy curioso, Kabsal.
—Ni te lo imaginas. No somos un grupo tan compacto como parece. Bueno, excepto el hermano Habsant: ese se pasa todo el tiempo mirándonos a los demás —vaciló—. De hecho, ahora que lo pienso, puede que sí sea compacto. No lo he visto moverse desde…
—Nos estamos distrayendo. ¿No intentabas reclutarme para tu devotario?
—Sí. Y no es tan raro como piensas. Todos los devotarios lo hacen. Nos miramos todos con mala cara unos a otros por nuestra profunda falta de ética. —Kabsal se inclinó de nuevo hacia delante y se puso serio—. Mi devotario tiene relativamente pocos miembros, ya que no somos tan conocidos como los demás. Así que cada vez que viene alguien al Palaneo en busca de conocimiento, nos encargamos de informarle.
—De reclutarlo.
—Les hacemos ver qué es lo que les falta —dio un bocado a su pan con mermelada—. En el Devotario de la Pureza ¿os enseñan la naturaleza del Todopoderoso? ¿El prisma divino, con las diez facetas que representan a los Heraldos?
—Tocaron el tema —dijo ella—. Hablamos principalmente de conseguir mis objetivos de…, bueno, pureza. Un poco aburrido, lo admito, ya que no había muchas posibilidades de impureza por mi parte.
Kabsal sacudió la cabeza.
—El Todopoderoso da talentos a cada uno…, y cuando escogemos una Llamada que los capitaliza, lo adoramos de la forma más fundamental. Un devotario, y sus fervorosos, deberían ayudar a nutrir eso, animarte a fijar y conseguir objetivos de excelencia. —Señaló los libros apilados en la mesa—. En esto debería de estar ayudándote tu devotario, Shallan. Historia, lógica, ciencia, arte. Ser sincera y buena es importante, pero deberíamos trabajar más para potenciar los talentos naturales de la gente, en vez de obligarlos a adoptar las Glorias y Llamadas que consideramos más importantes.
—Supongo que es un argumento razonable.
Kabsal asintió, pensativo.
—¿Es extraño que una mujer como Jasnah Kholin se apartara de todo eso? Muchos devotarios animan a las mujeres a dejar a los fervorosos los estudios difíciles de teología. Si tan solo Jasnah hubiera podido ver la auténtica belleza de nuestra doctrina. —Sonrió, sacando un grueso volumen de la cesta del pan—. Esperaba, al principio, poder mostrarle lo que quiero decir.
—Dudo que reaccionara bien a eso.
—Tal vez —dijo él, ausente, sopesando el tomo—. ¡Pero ser quien finalmente la convenciera…!
—Hermano Kabsal, casi parece como si buscaras distinción.
Él se ruborizó, y ella se dio cuenta de que había dicho algo que lo había avergonzado profundamente. Se estremeció, maldiciendo su lengua.
—Sí —dijo él—. Busco distinción. No debería desear tanto ser quien la convierta. Pero lo deseo. Si tan solo escuchara mi prueba…
—¿Prueba?
—Tengo la prueba real de que el Todopoderoso existe.
—Me gustaría verla. —Alzó un dedo, interrumpiéndolo—. No porque dude de su existencia, Kabsal. Es solo curiosidad.
Él sonrió.
—Será un placer explicártelo. Pero primero ¿te gustaría otra rebanada de pan?
—Debería decir que no, y evitar el exceso, como me enseñaron mis tutoras. Pero en cambio diré que sí.
—¿Por la mermelada?
—Naturalmente —dijo ella, aceptando el pan—. ¿Cómo me describe tu libro de confituras oraculares? ¿Impulsiva y espontánea? Puedo hacerlo. Si hay mermelada de por medio.
Kabsal le untó una rebanada, se limpió los dedos en la servilleta y abrió su libro y fue pasando páginas hasta que llegó a una que tenía un dibujo. Shallan se acercó para verlo mejor. La imagen no era de una persona: describía una especie de pauta. Una forma triangular, con tres alas extendidas y un centro en pico.
—¿Reconoces esto? —preguntó Kabsal.
Parecía familiar.
—Creo que debería.
—Es Kholinar —dijo él—. La capital alezi, dibujada como se vería desde arriba. ¿Ves aquí los picos, las cordilleras? Fue construida alrededor de la formación rocosa allí existente —pasó la página—. Aquí está Vedenar, capital de Jah Keved —era una pauta hexagonal—. Akinah —una pauta circular—. Ciudad Thaylen —una estrella de cuatro puntas.
—¿Qué significa esto?
—Es la prueba de que el Todopoderoso está en todas las cosas. Puedes verlo aquí, en estas ciudades. ¿Ves lo simétricas que son?
—Las ciudades las construyeron los hombres, Kabsal. Querían simetría porque es sagrada.
—Sí, pero en cada caso construyeron alrededor de formaciones rocosas existentes.
—Eso no significa nada —dijo Shallan—. Yo creo, pero no sé si esto es una prueba. El viento y el agua pueden crear simetría: se ve en la naturaleza todo el tiempo. Los hombres escogieron zonas que eran más o menos simétricas, y luego diseñaron sus ciudades para compensar cualquier defecto.
Él se volvió a buscar de nuevo en su cesta. Salió con un plato de metal, nada menos. Mientras ella abría la boca para hacer una pregunta, él alzó de nuevo el dedo y colocó el plato sobre una pequeña peana de madera que se alzaba unos centímetros sobre la superficie de la mesa.
Kabsal espolvoreó el plato con arenilla blanca y lo cubrió. Luego sacó un arco, de los que se usan para tocar música de cuerda.
—Ya veo que venías preparado para esta demostración —advirtió Shallan—. Sí que querías demostrar tu caso ante Jasnah.
El sonrió y pasó el arco por el borde del plato metálico, haciéndolo vibrar. La arena saltó y se estremeció, como pequeños insectos dejados caer sobre algo caliente.
—Esto se llama cimática —dijo él—. El estudio de las pautas que hace el sonido cuando interactúa con un medio físico.
Cuando volvió a atraer el arco, el plato emitió un sonido, casi una nota pura. Fue suficiente para atraer a un único musispren, que giró en el aire un momento sobre él, y luego se desvaneció. Kabsal terminó y luego señaló el plato con una reverencia.
—¿Y…? —preguntó Shallan.
—Kholinar —dijo él, alzando su libro para que comparara. Shallan ladeó la cabeza. La pauta en la arena era exactamente igual que Kholinar.
Roció el plato con más arena y cruzó el arco en otro punto, y la arena se reagrupó.
—Vedenar —dijo.
Ella volvió a comparar. Era exacto.
—Ciudad Thaylen —dijo él, repitiendo el proceso en otro punto. Escogió con cuidado otro lugar en el borde del plato y tocó con el arco una última vez—. Akinah. Shallan, prueba de la existencia del Todopoderoso en las mismas ciudades en las que vivimos. ¡Mira la perfecta simetría!
Ella tuvo que admitir que había algo asombroso en las pautas.
—Podría ser una correlación falsa. Causadas ambas por la misma cosa.
—Sí. El Todopoderoso —dijo él, sentándose—. Nuestro lenguaje mismo es simétrico. Mira los glifos: todos pueden doblarse perfectamente por la mitad. Y el alfabeto también. Dobla cualquier línea de texto sobre sí misma, y encontrarás simetría. Sabrás sin duda la historia de que tanto glifos como letras proceden de los Cantores del Alba.
—Sí.
—Incluso nuestros nombres. El tuyo es casi perfecto. Shallan. Una letra distinta, un nombre ideal para una mujer ojos claros. No demasiado sagrado, pero casi. Los nombres originales de los diez Reinos Plateados. Alezela, Valhav, Shin Kak Nish. Perfectos, simétricos.
Kabsal le cogió la mano.
—Está aquí, a nuestro alrededor. No olvides eso, Shallan, no importa lo que ella diga.
—No lo haré —respondió Shallan, advirtiendo cómo había guiado la conversación. Había dicho que la creía, pero de todas formas había hecho su demostración. Era enternecedor y al mismo tiempo molesto. No le gustaba que fueran condescendientes con ella. Pero, claro, ¿se podía reprochar a un fervoroso que predicara?