Read El camino de los reyes Online

Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

El camino de los reyes (84 page)

BOOK: El camino de los reyes
12.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Ya lo verás. ¿Cómo te llamas?

—Lopen —respondió el hombre—. Algunos de mis primos me llaman «el Lopen», porque no conocen a nadie más llamado así. He preguntado mucho, tal vez a un centenar…, o dos centenares de personas, fijo. Y nadie ha oído ese nombre.

Kaladin parpadeó ante el torrente de palabras. ¿Se paraba alguna vez a respirar?

La cuadrilla del Puente Cuatro estaba descansando, a la sombra la enorme estructura tendida sobre un cotado. Los cinco heridos se habían unido a ellos y charlaban. Incluso Leyten se había levantado, lo cual era buena señal. Había tenido muchos problemas para caminar, con aquella pierna aplastada. Kaladin había hecho lo que había podido, pero se quedaría cojo.

El único que no hablaba con los demás era Dabbid, el hombre que se había conmocionado tanto con la batalla. Seguía a los demás, pero no hablaba. Kaladin empezaba a temer que no se recuperaría nunca de su fatiga mental.

Hobber, el tipo de la cara redonda y la mella que había recibido un flechazo en la pierna, caminaba sin muleta. Pronto podría empezar a correr con los puentes, otra buena cosa. Necesitaban todas las manos que pudieran conseguir.

—Ve a aquel barracón —le dijo a Lopen—. Hay una manta, sandalias y un chaleco para ti en la pila del fondo.

—Muy bien —dijo Lopen, echando a andar. Saludó a unos cuantos hombres al pasar.

Roca se acercó a Kaladin y se cruzó de brazos.

—¿Un nuevo miembro?

—Sí.

—El único que nos quiso dar Gaz, supongo —Roca suspiró—. No es muy útil, ¿no? Es…

Se interrumpió cuando un cuerno sonó sobre el campamento y su eco se escuchó en los edificios de piedra como el bramido de un conchagrande lejano. Kaladin se puso tenso. Sus hombres estaban de guardia. Esperó a que sonara el tercer grupo de cuernos.

—¡Alineaos! —gritó Kaladin—. ¡A moverse!

Al contrario que las otras diecinueve cuadrillas de guardia, los hombres de Kaladin no corrieron confundidos de un lado a otro, sino que se alinearon de modo ordenado. Lopen salió, con un chaleco puesto, y luego vaciló al mirar a los cuatro pelotones, sin saber adónde ir. Lo harían trizas si Kaladin lo ponía delante, pero probablemente los retrasaría si lo colocaba en cualquier otro sitio.

—¡Lopen! —gritó Kaladin.

El manco saludó. «¿Se cree que está en el ejército?»

—¿Ves ese barril de agua de lluvia? Pide algunos odres a los ayudantes de la carpintería. Me dijeron que podíamos coger algunos. Llena tantos como puedas y luego alcánzanos.

—Claro, gancho —dijo Lopen.

—¡Alzad el puente! —gritó Kaladin, colocándose en su puesto delante—. ¡Al hombro!

El Puente Cuatro se puso en marcha. Mientras algunas de las otras cuadrillas esperaban en sus barracones, el equipo de Kaladin cruzó corriendo el patio. Bajaron los primeros la pendiente y llegaron al primer puente permanente antes incluso de que el ejército formara. Allí, Kaladin les ordenó que bajaran el puente y esperaran.

Poco después, Lopen bajó corriendo la colina…, y, sorprendentemente, Dabbid y Hobber lo acompañaban. No podían moverse rápido, no con la cojera de Hobber, pero habían construido una especie de litera con un toldo y dos trozos de madera. En el centro había unos veinte odres de agua. Llegaron trotando hasta la cuadrilla.

—¿Qué es esto? —dijo Kaladin.

—Me dijiste que trajera toda el agua que pudiera —dijo Lopen—. Bueno, los carpinteros nos dieron esto. Lo usan para transportar trozos de madera, dijeron, y como no lo estaban usando, lo cogimos y aquí estamos. ¿Verdad, muli? —le dijo a Dabbid, que tan solo asintió.

—¿Muli? —preguntó Kaladin.

—Significa mudo —dijo Lopen, encogiéndose de hombros—. Porque no parece hablar mucho.

—Comprendo. Bien, buen trabajo. Puente Cuatro, de nuevo en posición. Aquí viene el resto del ejército.

Las siguientes horas fueron lo que se habían acostumbrado a esperar de las cargas con los puentes. Condiciones extremas, llevando el pesado puente por las mesetas. El agua resultó de una gran ayuda. El ejército suministraba ocasionalmente agua a los hombres de los puentes durante las cargas, pero nunca todo lo a menudo que era necesaria. Poder echar un trago después de cruzar cada meseta era tan bueno como disponer de media docena de hombres más.

Pero la verdadera diferencia la producía la práctica. Los hombres del Puente Cuatro ya no se sentían agotados cada vez que soltaban el puente. El trabajo seguía siendo difícil, pero sus cuerpos estaban preparados. Kaladin advirtió más de una mirada de sorpresa o de envidia por parte de las otras cuadrillas mientras sus hombres reían o bromeaban en vez de desplomarse. Correr con un puente una vez a la semana o así, como hacían los otros hombres, no era suficiente. Una comida extra cada noche, combinada con el entrenamiento, había reforzado los músculos de sus hombres y los había preparado para trabajar.

La marcha fue larga, la más larga que Kaladin había hecho. Se dirigieron hacia el este durante horas. Eso era mala señal. Cuando se dirigían a las mesetas más cercanas solían llegar antes que los parshendi. Pero hasta tan lejos corrían solp para impedir que los parshendi escaparan con la gema corazón: no había ninguna posibilidad de que llegaran antes que el enemigo.

Eso significaba que probablemente sería una aproximación peligrosa. «No estamos preparados para la carga lateral», pensó Kaladin nervioso, mientras se acercaban por fin a una enorme meseta que se alzaba con forma extraña. Había oído hablar de ella: la Torre, la llamaban. Ningún ejército alezi había conseguido jamás una gema corazón ahí.

Soltaron el puente ante el penúltimo abismo, lo colocaron en posición, y Kaladin sintió un mal presagio mientras los exploradores lo cruzaban. La Torre tenía forma de cuña, irregular, con la punta suroriental alzándola al aire y creando una empinada falda. Sadeas había traído a gran número de soldados: esta meseta era enorme y permitía el despliegue de fuerzas más grandes. Kaladin esperó, ansioso. Tal vez tendrían suerte y los parshendi ya se habrían marchado con la gema corazón. Era posible, tan lejos.

Los exploradores regresaron corriendo.

—¡Líneas enemigas al otro lado! ¡Todavía no han abierto la crisálida!

Kaladin gimió para sus adentros. El ejército empezó a cruzar el puente, y sus hombres lo miraron, solemnes, con expresiones sombrías. Sabían lo que vendría a continuación. Algunos de ellos, quizá muchos, no sobrevivirían.

Iba a ser muy duro esta vez. En carreras anteriores, habían tenido un límite. Cuando perdían cuatro o cinco hombres, todavía podían continuar. Ahora solo corrían con treinta miembros. Cada hombre que perdieran los retrasaría enormemente, y la pérdida de cuatro o cinco más los haría avanzar a trompicones, quizás incluso volcar. Cuando eso sucediera, los parshendi lo lanzarían todo contra ellos. Kaladin lo había visto antes. Si uña cuadrilla empezaba a titubear, los parshendi machacaban.

Además, cuando una cuadrilla tenía un número visiblemente bajo, siempre era blanco de los parshendi. El Puente Cuatro tenía problemas. Podían acabar fácilmente con quince o veinte muertos. Había que hacer algo.

Eso era.

—Acercaos —dijo Kaladin.

Los hombres fruncieron el ceño y se acercaron.

—Vamos a cargar el puente de lado —dijo Kaladin en voz baja—. Yo iré primero. Y guiaré; estad preparados para seguir la dirección que tome.

—Kaladin, la posición lateral es lenta —dijo Teft—. Es una idea interesante, pero…

—¿Confías en mí, Teft?

—Bueno, supongo que sí. —El hombre miró a los demás. Kaladin pudo ver que muchos de ellos no lo hacían, o al menos no del todo.

—Funcionará —insistió—. Vamos a usar el puente como escudo para bloquear las flechas. Tenemos que correr más que los demás puentes. Será duro dejarlos atrás mientras cargamos de lado, pero es lo único que se me ocurre. Si no sale bien, yo iré delante, así que seré el primero en caer. Si muero, cargad al hombro. Hemos practicado esa maniobra… Y os habréis librado de mí.

Los hombres del puente guardaron silencio.

—¿Y si no queremos librarnos de ti? —preguntó el narigudo Natam.

Kaladin sonrió.

—Entonces corred rápido y seguid mis indicaciones. Voy a hacer correcciones inesperadas durante la carrera: estad preparados para cambiar de dirección.

Volvió al puente. Los soldados rasos ya habían cruzado, y los ojos claros (incluyendo a Sadeas con su ornamentada armadura esquirlada) cruzaban a caballo. Kaladin y los hombres del Puente Cuatro los siguieron, y luego retiraron el puente tras ellos. Lo cargaron al hombro hasta la vanguardia del ejército y lo soltaron, esperando a que colocaran los otros puentes en su sitio. Lopen y los otros aguadores se quedaron atrás con Gaz: parecía que no iban a meterse en líos por no correr. Un pequeño consuelo.

Kaladin sintió que el sudor perlaba su frente. Apenas podía distinguir las filas parshendi delante, al otro lado del abismo. Hombres de negro y escarlata, los arcos cortos preparados, las flechas dispuestas. La enorme pendiente de la Torre se alzaba tras ellos.

El corazón le latió más rápido. Los expectaspren brotaban alrededor de los hombres del ejército, pero no de su equipo. Había que reconocer que tampoco había miedospren: no es que no sintieran miedo, es que no tenían tanto pánico como las otras cuadrillas, así que los miedospren iban allí.

«Cuidado —pareció susurrarle Tukk desde el pasado—. La clave para luchar no es la falta de pasión, sino la pasión controlada. Preocúpate por ganar. Preocúpate por aquellos a quienes defiendes. Tienes que preocuparte por algo.»

«Me preocupo —pensó Kaladin—. Que las tormentas me lleven por idiota, pero me preocupo.»

—¡Puentes arriba! —la voz de Gaz resonó en las primeras filas, repitiendo la orden que le había dado Lamaril.

La cuadrilla de Kaladin se puso en movimiento, giró de lado rápidamente el puente y los hombres lo alzaron. Los más bajos formaron una línea, sujetando el puente a la derecha, mientras que los más altos formaban otra línea más compacta detrás, estirando las manos y sujetando el puente. Lamaril les dirigió una dura mirada, y Kaladin contuvo la respiración.

Gaz se acercó y le susurró algo a Lamaril. El noble asintió lentamente y no dijo nada. El ataque parecía seguro.

El Puente Cuatro cargó.

Tras ellos, las flechas volaban en oleadas sobre las cabezas de los hombres de la cuadrilla, arqueándose en el cielo antes de caer hacia los parshendi. Kaladin corrió, los dientes apretados. Era difícil correr sin tropezar con los rocapullos y los cortezapizarra. Por suerte, aunque su equipo era más lento que de ordinario, su práctica y capacidad de aguante significaban que eran todavía más rápidos que las otras cuadrillas. Con Kaladin a la cabeza, el Puente Cuatro consiguió adelantarse a los demás.

Eso era importante, porque Kaladin dirigió a su equipo ligeramente hacia la derecha, como si estuviera un poco desviado respecto al pesado puente de al lado. Los parshendi se arrodillaron y empezaron a cantar. Las flechas alezi caían entre ellos, distrayendo a algunos, pero los otros alzaron sus arcos.

«Prepárate…», pensó Kaladin. Aceleró, y sintió un súbito arrebato de fuerza. Sus piernas dejaron de esforzarse, su respiración dejó de silbar. Tal vez era la ansiedad de la batalla, quizás el aturdimiento que se apoderaba de él, pero la fuerza inesperada le produjo una leve sensación de euforia. Sentía como si algo zumbara en su interior, mezclándose con su sangre.

En ese momento parecía como si estuviera tirando del puente él solo, como un velero que remolca al barco que lo sigue. Se volvió más a la derecha, en ángulo, poniéndose junto con sus hombres a plena vista de los arqueros parshendi.

Los parshendi continuaban cantando, sabiendo de algún modo, sin tener que recibir órdenes, cuándo tenían que disparar sus flechas. Se llevaron las flechas a las mejillas moteadas, apuntando a los hombres de los puentes. Como era de esperar, muchos apuntaban a los hombres de Kaladin.

«¡Casi estamos lo bastante cerca ya!»

Solo unos segundos más…

«¡Ahora!»

Kaladin se volvió bruscamente a la izquierda justo cuando los parshendi disparaban. El puente se movió con él, cargando ahora con la cara del artefacto apuntando hacia los arqueros. Las flechas volaron, se quebraron contra la madera, se clavaron en ella. Algunas temblaron contra el suelo de piedra bajo sus pies. El puente resonaba con los impactos.

Kaladin oyó gritos desesperados de dolor en las otras cuadrillas. Los hombres caían, algunos de ellos probablemente en su primera carrera. En el Puente Cuatro, nadie gritó. Nadie cayó.

Kaladin giró de nuevo el puente, corriendo en ángulo en otra dirección, con los hombres de nuevo al descubierto. Los sorprendidos parshendi prepararon sus flechas. Normalmente, disparaban en oleadas. Eso daba a Kaladin una oportunidad, pues en cuanto vio que los parshendi apuntaban, se dio la vuelta, usando el recio puente como escudo.

De nuevo las flechas se clavaron en la madera. De nuevo, las cuadrillas de los otros puentes gritaron. De nuevo, la carrera en zigzag de Kaladin protegió a sus hombres.

«Una más», pensó Kaladin. Esta sería la más dura. Los parshendi sabrían lo que iba a hacer. Estarían preparados para disparar cuando se gira.

Se giró.

Nadie disparó.

Sorprendido, advirtió que los arqueros parshendi habían vuelto toda su atención a las otras cuadrillas, buscando otros blancos más fáciles. El espacio delante del Puente Cuatro estaba virtualmente despejado.

El abismo estaba cerca y, a pesar de su desvío, Kaladin llevó a su equipo al lugar adecuado. Todos tenían que estar alineados juntos para que la caballería pasara. Kaladin dio rápidamente la orden de soltar el puente. Algunos de los arqueros parshendi volvieron la atención hacia ellos, pero la mayoría los ignoró y siguieron disparando sus flechas contra las otras cuadrillas.

Un estrépito tras ellos anunció que un puente caía. Kaladin y sus hombres empujaron, los arqueros alezi de detrás asaetearon a los parshendi para distraerlos y permitirles seguir empujando el puente. Kaladin, sin dejar de empujar, se arriesgó a mirar por encima del hombro.

El siguiente puente en línea estaba cerca. Era el Puente Siete, pero vacilaban, alcanzados por una flecha tras otra. Cayeron mientras ellos miraban, y el puente se estrelló contra las rocas. Ahora el Puente Veintisiete vacilaba. Otros dos puentes habían caído ya. El Puente Seis había llegado al abismo, pero a duras penas, abatidos la mitad de sus hombres. ¿Dónde estaban las otras cuadrillas? No podía verlo, y tuvo que volver a su trabajo.

BOOK: El camino de los reyes
12.66Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Howard Hughes by Clifford Irving
Nacidos para Correr by Christopher McDougall
Tales of Jack the Ripper by Laird Barron, Joe R. Lansdale, Ramsey Campbell, Walter Greatshell, Ed Kurtz, Mercedes M. Yardley, Stanley C. Sargent, Joseph S. Pulver Sr., E. Catherine Tobler
Too Close For Comfort by Eleanor Moran
Stargirl by Jerry Spinelli
The Traveling Corpse by Double Edge Press
H. M. S. Ulysses by Alistair MacLean
Mrs. Fry's Diary by Mrs Stephen Fry