El camino de los reyes (21 page)

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Authors: Brandon Sanderson

Tags: #Fantástico

BOOK: El camino de los reyes
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—Práctica —dijo Shallan—. Tengo la impresión de que es así como al final aprende todo el mundo.

—Sabias palabras, nuevamente. Empiezo a preguntarme cuál de nosotros es el fervoroso. Pero sin duda tuviste un maestro que te enseñó.

—Dandos el Sagaz.

—Ah, un verdadero maestro de los lápices si alguna vez ha habido uno. No es que dude de tu palabra, brillante, pero me intriga cómo Dandos Heraldin pudo enseñarte arte cuando, la última vez que lo comprobé, sufre de aislamiento terminal y perpetuo. Es decir, está muerto. Desde hace trescientos años.

Shallan se ruborizó.

—Mi padre tenía un libro con sus enseñanzas.

—Aprendiste esto —dijo Kabsal, alzando su dibujo de Jasnah—, de un libro.

—Er… ¿sí?

Él volvió a mirar el dibujo.

—Tengo que leer más.

Shallan no pudo evitar echarse a reír ante la expresión del fervoroso, y ella cogió un recuerdo suyo sentado allí, la admiración y la perplejidad mezclándose en su rostro mientras estudiaba el dibujo y se frotaba la barbilla poblada con un dedo.

Él sonrió agradablemente, y soltó el dibujo.

—¿Tienes barniz?

—Sí —respondió ella, sacándola del zurrón. Estaba guardada en un rociador en forma de pera de los que a menudo se usan para el perfume.

Él aceptó el frasquito y giró el cierre, y luego lo sacudió y probó el barniz en el dorso de su mano. Asintió satisfecho y echó mano al dibujo.

—Una obra como esta no debería correr el riesgo de perderse.

—Puedo barnizarla yo —dijo Shallan—. No hace falta que te molestes.

—No es ninguna molestia. Es un honor. Además, soy fervoroso. No sabemos qué hacer si no estamos ocupados, haciendo cosas que los otros pueden hacer ellos solitos. Es mejor seguirme la corriente.

Empezó a aplicar el barniz, espolvoreando la página con cuidadosos apliques.

Por fortuna, las manos de él eran cuidadosas y aplicó el barniz con regularidad. Obviamente había hecho esto antes.

—¿Eres de Jah Keved, supongo? —preguntó.

—¿Lo dices por el pelo? —dijo ella, llevándose una mano a sus rojos mechones—. ¿O por el acento?

—Por la manera en que tratas a los fervorosos. La Iglesia de Veden es con diferencia la más tradicional. He visitado tu hermoso país en dos ocasiones: mientras vuestra comida le sienta muy bien a mi estómago, la cantidad de reverencias que le hacéis a los fervorosos me incomoda.

—Tal vez tendrías que haber bailado en unas cuantas mesas.

—Lo llegué a pensar —dijo él—, pero los hermanos y hermanas fervorosos de tu país se habrían muerto de vergüenza. Odiaría tener eso sobre mi consciencia. El Todopoderoso no es amable con los que matan a sus sacerdotes.

—Yo pensaba que matar en general está mal —respondió ella, todavía observando cómo aplicaba el barniz. Le resultaba extraño que otra persona trabajara en su obra.

—¿Qué piensa de tu habilidad la brillante Jasnah? —preguntó mientras trabajaba.

—No creo que le importe —respondió Shallan, haciendo una mueca y recordando su conversación con la mujer—. No parece apreciar demasiado las artes visuales.

—Eso he oído decir. Es uno de sus pocos defectos, por desgracia.

—¿Aparte de esa pequeña cuestión de la herejía?

—Ciertamente —dijo Kabsal, sonriendo—. He de admitir que entré aquí esperando indiferencia, no deferencia. ¿Cómo te convertiste en parte de su séquito?

Shallan se sobresaltó, advirtiendo por primera vez que el hermano Kabsal debía de haber pensado que era una de las ayudantes de la brillante dama Kholin. Tal vez una pupila.

—Hermano —dijo para sí.

—¿Hmmm?

—Parece que te he confundido inadvertidamente, hermano Kabsal. No tengo ninguna relación con la brillante Jasnah. No todavía, al menos. Estoy intentando que me acepte como pupila.

—Ah —dijo él, terminando el barnizado.

—Lo siento.

—¿Por qué? No has hecho nada malo —sopló el dibujo, y luego lo volvió para que ella lo viera. Estaba perfectamente barnizado, sin ninguna mancha—. ¿Quieres hacerme un favor? —dijo, apartando la página.

—Lo que quieras.

Él alzó una ceja.

—Cualquier cosa razonable —corrigió ella.

—¿Según qué medida?

—Mía, supongo.

—Lástima —dijo él, poniéndose en pie—. Entonces me limitaré. ¿Serías tan amable de hacerle saber a la brillante Jasnah que he venido a verla?

—¿Te conoce?

¿Qué asuntos tenía un fervoroso herdaziano con Jasnah, una atea confirmada?

—Oh, yo no diría eso —replicó él—. Pero espero que haya oído mi nombre, ya que he solicitado una audiencia con ella varias veces.

Shallan asintió y se puso en pie.

—¿Quieres intentar convertirla?

—Es un desafío único. No creo que pudiera vivir conmigo mismo si al menos no intentara persuadirla.

—Y no queremos que seas incapaz de vivir contigo mismo —advirtió Shallan—, ya que la alternativa nos devuelve a tu desagradable costumbre de casi matar fervorosos.

—Exactamente. De todas formas, creo que un mensaje personal por tu parte podría ayudar donde las solicitudes por escrito han sido ignoradas.

—Yo…, lo dudo.

—Bueno, si se niega, eso solo significa que volveré —sonrió—. Eso significaría, espero, que volveremos a vernos. Así que lo espero con ansia.

—Yo también. Lamento de nuevo el malentendido.

—¡Brillante! Por favor, no te hagas responsable de mis suposiciones.

Ella sonrió.

—No vacilaría en hacerme responsable de ti en cualquier modo o consideración, hermano Kabsal. Pero sigue pareciéndome mal.

—Pasará —advirtió él, los ojos azules chispeando—. Pero haré cuanto pueda para que te vuelvas a sentir bien. ¿Hay algo que te guste? Aparte de respetar a los fervorosos y hacer dibujos sorprendentes, quiero decir.

—La mermelada.

Él ladeó la cabeza.

—La mermelada…

—Me gusta —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Has preguntado qué me gusta.

La mermelada.

—Así sea.

Él se retiró al oscuro pasillo, rebuscando en los bolsillos de su túnica la esfera para darse luz. En unos instantes, se marchó.

¿Por qué no había esperado a que regresara Jasnah? Shallan sacudió la cabeza, y luego barnizó sus otros dos dibujos. Acababa de terminar de dejarlos secar y de guardarlos en su zurrón cuando oyó de nuevo pisadas en el pasillo y reconoció la voz de Jasnah.

Shallan recogió apresuradamente sus cosas, dejando la carta sobre la mesa, y luego se fue a esperar a la salita de al lado. Jasnah Kholin entró un momento después, acompañada por un grupito de sirvientes.

No parecía nada contenta.

«¡Victoria! ¡Nos hallamos en la cima de la montaña! ¡Los dispersamos ante nosotros! ¡Sus casas se convierten en nuestras moradas, sus tierras son ahora nuestras granjas! Y ellos arderán, como nosotros lo hicimos una vez, en un lugar que es vacío y triste.»

Recogido en Ishashan, año 1172, 18 segundos antes de la muerte. El sujeto era una solterona ojos claros del octavo dahn.

Los temores de Shallan quedaron confirmados cuando Jasnah la miró directamente, y luego bajó la mano segura en un gesto de frustración.

—Así que estás aquí.

Shallan se estremeció.

—¿Los sirvientes te lo han dicho, entonces?

—¿Crees que no iban a dejar a alguien entrar en mi salita y no advertirme?

Tras Jasnah, un pequeño grupo de parshmenios esperaba en el pasillo, cada uno de ellos portando un montón de libros.

—Brillante Kholin —dijo Shallan—. Yo solo…

—Ya he desperdiciado suficiente tiempo contigo —dijo Jasnah, los ojos llenos de furia—. Te retirarás, joven Davar. Y no volveré a verte de nuevo durante mi estancia aquí. ¿Comprendido?

Las esperanzas de Shallan se desmoronaron. Se arrugó. Jasnah Kholin hablaba con gravedad. No se la desobedecía. Solo había que mirar a aquellos ojos para entenderlo.

—Lamento haberte molestado —susurró Shallan. Recogió su zurrón y se marchó con toda la dignidad de la que fue capaz. Apenas pudo controlar las lágrimas de vergüenza y decepción que brotaban de sus ojos mientras recorría el pasillo, sintiéndose como una auténtica idiota.

Llegó al hueco de los porteros, aunque ya habían bajado después de subir a Jasnah. No tiró de la campana para llamarlos. En cambio, apoyó la espalda en la pared y se sentó en el suelo, las rodillas contra el pecho, el zurrón en su regazo. Se abrazó las piernas, la mano libre agarrando la mano segura a través del tejido del puño, respirando levemente.

Las personas furiosas la inquietaban. No podía dejar de pensar en su padre en uno de sus arrebatos, no podía dejar de oír gritos, chillidos y gemidos. ¿Era débil porque la confrontación la inquietaba de esa manera? Le parecía que sí.

«Muchacha necia e idiota —pensó, mientras unos cuantos dolospren salían de la pared cerca de su cabeza—. ¿Qué te hizo pensar que podías hacer esto? Solo has puesto el pie fuera de los terrenos de tu familia media docena de veces durante tu vida. ¡Idiota, idiota, idiota!»

Había persuadido a sus hermanos para que confiaran en ella, para que pusieran sus esperanzas en su ridículo plan. ¿Y qué había hecho ahora? Malgastados seis meses durante los cuales sus enemigos se acercaban cada vez más.

—¿Brillante Davar? —preguntó una voz vacilante.

Shallan alzó la cabeza, advirtiendo que estaba tan envuelta en su tristeza que no había visto acercarse al sirviente. Era un hombre joven que llevaba un uniforme todo negro, sin ningún emblema en el pecho. No era un maestro-siervo, sino tal vez uno en proceso de formación.

—A la brillante Kholin le gustaría hablar contigo. —El joven indicó el pasillo.

«¿Para ridiculizarme aún más?», pensó Shallan con una mueca. Pero una alta dama como Jasnah conseguía lo que quería. Shallan se obligó a dejar de temblar, luego se levantó. Al menos había podido controlar las lágrimas: no había estropeado su maquillaje. Siguió al sirviente hasta la salita iluminada, el zurrón agarrado ante ella como un escudo en un campo de batalla.

Jasnah Kholin estaba sentada en la silla que antes había utilizado ella, con montones de libros sobre la mesa. Se frotaba la frente con la mano libre. La animista descansaba contra el dorso de su mano, el cuarzo oscuro y agrietado. Aunque parecía fatigada, su postura era perfecta, su fino vestido de seda le cubría los pies, la mano segura sobre el regazo.

Jasnah miró a Shallan, bajando la mano libre.

—No debería de haberte tratado con tanta ira, joven Davar —dijo con voz cansada—. Estabas simplemente mostrando insistencia, una tendencia que normalmente animo. Tormentas encendidas, a menudo soy culpable de testarudez yo también. A veces nos resulta difícil aceptar en los demás lo que guardamos para nosotros. Mi única excusa puede ser que he experimentado una inusitada cantidad de tensión últimamente.

Shallan asintió agradecida, aunque se sentía completamente incómoda.

Jasnah volvió a mirar a través del balcón la oscura extensión del Velo.

—Sé lo que dice la gente de mí. Espero no ser tan dura como algunos creen, aunque una mujer puede tener fama de cosas mucho peores que la severidad. Puede venir bien.

Shallan tuvo que obligarse a no mostrar su nerviosismo. ¿Debería retirarse?

Jasnah sacudió la cabeza para sí, aunque Shallan no pudo imaginar qué pensamientos habían causado aquel gesto inconsciente. Finalmente, se volvió hacia Shallan e indicó el gran cuenco en forma de copa de la mesa. Contenía una docena de esferas suyas.

Shallan se llevó sorprendida la mano libre a los labios. Se había olvidado por completo del dinero. Hizo una reverencia de agradecimiento a Jasnah, y luego recogió rápidamente las esferas.

—Brillante, antes de que se me olvide, debo mencionar que un fervoroso, el hermano Kabsal, vino a verte mientras yo esperaba aquí. Me pidió que te transmitiera su deseo de hablar contigo.

—No me extraña —dijo Jasnah—. Pareces sorprendida por las esferas, joven Davar. Di por hecho que estabas esperando fuera para recuperarlas. ¿No es por eso por lo que estabas tan cerca?

—No, brillante. Tan solo estaba apaciguando mi nerviosismo.

—Ah.

Shallan se mordió los labios. La princesa parecía haber superado su enfado original.

—Brillante —dijo Shallan, temblando ante su descaro— ¿qué te pareció mi carta?

—¿Tu carta?

—Yo… —Shallan miró la mesa—. Bajo ese montón de libros, brillante.

Un sirviente retiró rápidamente el montón de libros; el parshmenio debía de haberlos colocado encima del papel sin darse cuenta. Jasnah cogió la carta, alzando una ceja, y Shallan abrió rápidamente su zurrón y guardó las esferas en su monedero. Luego se maldijo a sí misma por ser tan rápida, ya que ahora no tenía nada que hacer sino permanecer allí de pie y esperar a que Jasnah terminara de leer.

—¿Esto es verdad? —preguntó Jasnah, alzando la cabeza—. ¿Eres autodidacta?

—Sí, brillante.

—Eso es notable.

—Gracias, brillante.

—Y esta carta fue una maniobra astuta. Asumiste correctamente que responderé a una petición por escrito. Esto me demuestra tu habilidad con las palabras, y la retórica de la carta prueba que puedes pensar de manera lógica y presentar un buen argumento.

—Gracias, brillante —dijo Shallan, sintiendo otro arrebato de esperanza, mezclado con fatiga. Sus emociones se habían sacudido de un lado a otro como una cuerda usada en un juego de fuerza.

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