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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (39 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—¿Fue entonces cuando decidiste casarte con ella?

—Poco tiempo después. Cuando llegué a casa, me llevó al pajar de su padre y utilizó métodos bastante convincentes. Aslade puede ser muy persuasiva cuando se lo propone.

—¡Kurik! —Sparhawk estaba realmente estupefacto.

—No seáis niño, Sparhawk. Aslade es una mujer de campo y a la mayoría de las muchachas campesinas ya ha comenzado a crecerles la barriga cuando se casan. Es una forma un tanto directa de cortejar, pero tiene sus compensaciones.

—¿En un pajar?

Kurik esbozó una sonrisa.

—A veces uno tiene que improvisar, Sparhawk.

Capítulo 19

Sparhawk estaba sentado en la habitación que compartía con Kalten, examinando detenidamente su mapa mientras su amigo roncaba en la cama contigua. Ulath había tenido una buena idea al proponer alquilar un barco y era tranquilizante que Sephrenia afirmara que así burlarían los métodos más peligrosos de que disponía el Buscador para seguir su rastro. Podrían regresar a esa solitaria playa cenagosa donde había perecido el conde de Heid y proseguir con su interrumpida búsqueda sin tener que preocuparse de que una figura encapuchada olisqueara el suelo tras ellos. La calavera de zemoquiano que Berit había encontrado en las fangosas profundidades había revelado con precisión casi certera la ubicación de Bhelliom. Con un poco de suerte, podrían localizarlo en una tarde. Aun así, habrían de regresar a Venne, a recoger los caballos, y eso representaba un problema. Si, tal como suponían, las cohortes del Buscador permanecían al acecho en los campos y bosques que rodeaban la ciudad, habrían de enfrentarse a ellas para salir de allí. En circunstancias ordinarias, a Sparhawk no le hubiera inquietado la perspectiva de tener que luchar, pues ésa era una actividad que había practicado durante toda su vida, pero, con el Bhelliom en sus manos, no sería tan sólo su propia vida la que arriesgaría, sino también la de Ehlana, y ello era inaceptable. Por otra parte, tan pronto como Azash detectara la reaparición de Bhelliom, el Buscador los hostigaría con verdaderos ejércitos en un desesperado intento de arrebatarles la joya.

La solución era simple. Únicamente habían de hallar la manera de trasladar los caballos a la ribera occidental del lago, en cuyo caso el Buscador podría rastrear los alrededores de Venne hasta morir de viejo sin mayores consecuencias para ellos. El bote que habían alquilado, no obstante, no podía transportar más de dos monturas a la vez y la perspectiva de hacer ocho o nueve viajes para descargar los caballos en una solitaria playa de la orilla oeste del lago exacerbaba en extremo su impaciencia. Asimismo, existía la posibilidad de alquilar varias barcas, pero tenía el inconveniente de que una flotilla atraería demasiado la atención. Tal vez lograran encontrar a alguna persona a quien confiarle la tarea de conducir los caballos hasta la ribera occidental, pero el problema era que Sparhawk no tenía garantías de que el Buscador no fuera capaz de identificar el olor de los caballos al igual que el de las personas que los montaban. Se rascó distraídamente el dedo en que llevaba el anillo, en el cual sentía un hormigueo y palpitaciones inusuales.

Entonces sonó un golpecillo en la puerta.

—Estoy ocupado —respondió Sparhawk, irritado.

—Sparhawk. —La voz era suave y melodiosa y tenía el peculiar deje de los estirios. Sparhawk frunció el entrecejo. No reconocía esa voz.

—Sparhawk, he de hablar con vos.

Se levantó y fue a abrir la puerta. Para su sorpresa era Flauta, que se deslizó en el interior y cerró la puerta tras ella.

—¿De modo que sabes hablar? —preguntó con perplejidad.

—Por supuesto que sí.

—¿Y por qué no lo habías hecho antes?

—Entonces no era necesario. Los elenios parloteáis en exceso. —A pesar de que su voz era la una niña, las palabras y las inflexiones utilizadas correspondían más a un adulto—. Escuchadme, Sparhawk. Esto es muy importante. Debemos partir de inmediato.

—Es media noche, Flauta —objetó.

—Que gran perspicacia —replicó con sarcasmo, observando la ventana—. Ahora, por favor, callad y escuchad. ¡Ghwerig ha recuperado el Bhelliom! Hemos de detenerlo antes de que llegue a la costa del norte y embarque en dirección a Thalesia. Si no logramos encontrarlo antes, habremos de seguirlo hasta su cueva en las montañas de Thalesia y ello nos llevaría bastante tiempo.

—Según afirma Ulath, nadie sabe siquiera dónde está esa cueva.

—Yo sé dónde está. Ya he estado allí.

—¿Cómo?

—Sparhawk, estamos perdiendo el tiempo. Hemos de abandonar esta ciudad. Hay demasiadas cosas que distraen mis sentidos para que pueda detectar lo que acontece. Poneos vuestro traje de hierro y partamos. —Su tono era brusco, casi imperioso. Lo miró gravemente con sus grandes y oscuros ojos—. ¿Es posible que seáis tan zoquete que no notéis que el Bhelliom se está moviendo por el mundo? ¿Acaso no os advierte de nada ese anillo?

Con un ligero sobresalto dirigió la mirada al anillo de rubí que adornaba su mano izquierda. La joya parecía latir y la niñita que tenía delante parecía saber mucho más de lo que en ella cabía esperar.

—¿Está Sephrenia al corriente de la situación?

—Desde luego. Ya está preparando el equipaje.

—Vayamos a hablar con ella.

—Estáis comenzando a irritarme, Sparhawk. —Sus oscuros ojos despidieron un destello y su rosada boquita hizo una mueca.

—Lo siento, Flauta, pero he de hablar con Sephrenia.

La pequeña alzó los ojos al cielo.

—¡Elenios! —exclamó en un tono tan similar al de Sephrenia que Sparhawk casi se echó a reír.

La tomó de la mano y la llevó al corredor.

Sephrenia introducía a toda prisa sus ropas y las de Flauta en una bolsa de lona.

—Entrad, Sparhawk —indicó cuando éste se detenía en el umbral—. Os estaba esperando.

—¿Qué está ocurriendo, Sephrenia? —inquirió el caballero con tono desconcertado.

—¿No se lo has explicado? —preguntó la mujer a Flauta.

—Sí, pero por lo visto no me cree. ¿Cómo podéis tolerar a esta gente tan obstinada?

—Tienen un cierto encanto. Creedle, Sparhawk —recomendó gravemente—. Sabe de qué habla. Bhelliom ha salido del lago, yo misma lo he notado, y ahora está en poder de Ghwerig. Debemos salir al campo para que Flauta y yo podamos averiguar adónde se dirige con él. Id a despertar a los otros y ordenad a Berit que ensille los caballos.

—¿Estáis segura de esto?

—Sí. Apresuraos, Sparhawk, o de lo contrario Ghwerig huirá.

Se volvió con presteza y salió al pasillo. Todo se precipitaba tan vertiginosamente que no tenía tiempo para pensar. Fue de puerta en puerta, llamando a sus compañeros e indicándoles que se reunieran en la habitación de Sephrenia. Mandó a Berit al establo y por último despertó a Kalten.

—¿Qué pasa? —preguntó el rubio pandion, incorporándose con ojos soñolientos.

—Ha ocurrido algo —respondió Sparhawk—. Nos vamos.

—¿En mitad de la noche?

—Sí. Vístete, Kalten, y yo recogeré las cosas.

—¿Qué está sucediendo, Sparhawk? —Kalten se sentó al borde de la cama.

—Sephrenia lo explicará. Date prisa, Kalten.

Gruñendo, Kalten comenzó a vestirse mientras Sparhawk metía sus escasas ropas en la alforja que habían llevado al dormitorio. Después volvieron al corredor y Sparhawk llamó a la puerta de la habitación de Sephrenia.

—Oh, entrad, Sparhawk. No es momento de andar con ceremonias.

—¿Quién ha hablado? —preguntó Kalten.

—Flauta —repuso Sparhawk, abriendo la puerta.

—¿Flauta? ¿Sabe hablar?

Los demás ya estaban adentro mirando con estupefacción a la niña que hasta entonces habían considerado muda.

—Para no perder más tiempo —anunció ésta—, sí, sé hablar, y no, no quería hacerlo antes. ¿Quedan con ello respondidas todas esas fatigosas preguntas? El troll enano Ghwerig ha logrado recuperar nuevamente el Bhelliom e intenta llevarlo a su cueva de las montañas de Thalesia. A menos que obremos con celeridad, se nos escapará de las manos.

—¿Cómo ha logrado sacarlo del lago cuando no lo había conseguido en todos estos años? —interrogó Bevier.

—Lo han ayudado. —Les miró la cara uno a uno y murmuró una palabrota en estirio—. Será mejor que se lo mostréis, Sephrenia, si no estarán toda la noche haciendo estúpidas preguntas.

Había un gran espejo —una plancha de latón pulido en realidad— en una de las paredes de la habitación.

—¿Sois tan amables de venir aquí? —Les pidió Sephrenia, acercándose a la brillante superficie.

Cuando todos se hallaron alrededor del espejo, dio inicio a un encantamiento que Sparhawk no había oído antes y después gesticuló. El espejo se enturbió por unos instantes y, cuando se aclaró, vieron el lago.

—Ahí está la balsa —observó Kalten con asombro—, y ése que sale a la superficie es Sparhawk. No lo entiendo, Sephrenia.

—Estamos mirando sucesos acaecidos poco antes del mediodía de ayer —precisó la estiria.

—Ya sabemos lo que ocurrió entonces.

—Sabíamos lo que hacíamos nosotros —lo corrigió—. Pero también había otros allí.

—Yo no vi a nadie.

—Eso era lo que pretendían. Seguid mirando.

La imagen reflejada en el latón se modificó, apartándose del lago para centrarse en la espesura de juncias que crecían en las turberas. Una forma tapada con un oscuro sayo se acurrucaba entre ellas.

—¡El Buscador! —exclamó Bevier—. ¡Estaba espiándonos!

—No era el único —declaró Sephrenia.

La perspectiva cambió de nuevo, desplazándose varios centenares de metros en dirección norte hasta unos árboles achaparrados en los que se ocultaba una peluda figura grotescamente deforme.

—Y ése es Ghwerig —les dijo Flauta.

—¿Y eso es un enano? —exclamó Kalten—. Es tan grande como Ulath. ¿Qué tamaño tiene un troll normal?

—Casi el doble que el de Ghwerig —repuso Ulath con indiferencia—. Los ogros son aún mayores.

El espejo volvió a nublarse al tiempo que Sephrenia murmuraba unas rápidas palabras en estirio.

—Como no sucedió nada importante durante un rato, nos saltamos esa parte —explicó.

El metal adoptó su brillo habitual.

—Ahí vamos nosotros, alejándonos del lago —señaló Kalten.

Entonces el Buscador se levantó entre las hierbas y con él emergieron unos diez hombres de semblante imperturbable que parecían ser siervos kelosianos, los cuales se encaminaron con gestos maquinales a la orilla del lago y entraron vadeando en el agua.

—Ese era uno de nuestros temores —señaló Tynian.

El espejo se enturbió una vez más.

—Prosiguieron la búsqueda el resto del día de ayer, anoche y hoy —refirió Sephrenia—. Entonces, hace tan sólo una hora, uno de ellos encontró el Bhelliom. Esto no se verá muy bien porque ya había oscurecido. Procuraré iluminar la imagen.

Resultaba difícil distinguirlo, pero parecía que uno de los siervos salía del lago llevando en la mano un objeto rebozado de barro.

—La corona del rey Sarak —lo identificó Sephrenia.

El Buscador corrió por la orilla del lago, con las garras de escorpión extendidas y chasqueando ansiosamente la lengua, pero Ghwerig alcanzó al siervo antes que la criatura de Azash. Con un poderoso golpe asestado con su nudoso puño, aplastó la cabeza del siervo y agarró la corona. Después huyó a la carrera antes de que el Buscador conminara a salir del lago a sus seguidores. Ghwerig corría apoyándose en las dos patas y en un brazo extraordinariamente largo, con un peculiar paso de amplia zancada cuya velocidad apenas conseguiría superar un hombre.

La imagen se desvaneció.

—¿Qué ha pasado después? —inquirió Kurik.

—Ghwerig se ha parado varias veces, cuando uno de los siervos estaba a punto de darle alcance —respondió Sephrenia—. Parecía como si redujera deliberadamente el paso. Los ha matado a todos.

—¿Dónde está Ghwerig ahora? —preguntó Tynian.

—No lo sabemos —repuso Flauta—. Es muy difícil seguir a un troll en la oscuridad. Por ese motivo debemos ir a campo abierto. Sephrenia y yo somos capaces de detectar el Bhelliom, pero sólo cuando hay poca gente alrededor.

—El Buscador se encuentra ya más o menos fuera de combate —reflexionó Tynian—. Habrá de salir en busca de más gente antes de perseguir a Ghwerig.

—Es un consuelo —reconoció Kalten—. No me gustaría tener que habérmelas con ambos a un tiempo.

—Será mejor que nos pongamos en camino —urgió Sephrenia—. Poneos la armadura, caballeros —sugirió—. Es posible que la necesitemos cuando encontremos a Ghwerig.

Regresaron a sus habitaciones para recoger sus cosas y revestirse de acero. Sparhawk bajó las escaleras con metálico tintineo para pagar la cuenta al gordo posadero, el cual permanecía apoyado en la jamba de la puerta de la vacía cervecería, bostezando con ojos soñolientos.

—Nos vamos —le comunicó Sparhawk.

—Todavía es de noche, caballero.

—Lo sé, pero ha ocurrido algo.

—Habéis oído la noticia entonces.

—¿Qué noticia es ésa? —inquirió con cautela Sparhawk.

—Hay disturbios en Arcium. No he podido sacar mucho en claro, pero corren incluso rumores de que podría tratarse de una guerra.

Sparhawk frunció el entrecejo.

—Eso no tiene mucho sentido, compadre. Arcium no es como Lamorkand. Hace muchos años que los nobles arcianos renegaron bajo juramento de sus rencillas hereditarias a instancias del rey.

—Sólo puedo repetiros lo que he oído, caballero. De creer lo que me dijeron, los reinos de Eosia occidental están movilizándose. Esta misma noche han pasado por Venne a toda prisa unos hombres, que no parecían ser de los que sienten interés por ir a combatir en el extranjero, y han afirmado que hay un gran ejército que recluta en la región oeste del lago a todo hombre que encuentra.

—Los reinos occidentales no se movilizarían porque hubiera una guerra civil en Arcium —arguyó Sparhawk—. Ese tipo de contiendas son un asunto interno.

—Eso es lo que también me extraña a mí —acordó el posadero—, pero lo que me extraña más es que algunos de esos individuos han dicho que una buena parte de ese ejército se compone de thalesianos.

—Debían de estar en un error —observó Sparhawk—. El rey Wargun es un gran bebedor, pero aun así no invadiría un reino amigo. Si esos hombres de que habláis intentaban no incorporarse a filas, seguramente no se habrían parado a examinar a los hombres que los perseguían, y los hombres que llevan cota de malla se parecen mucho entre sí.

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