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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (36 page)

BOOK: El caballero del rubí
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—¿Era alguna clase de monstruo?

—En cierto modo, sí —repuso Kalten.

—¿Lo habéis matado?

—Lo sepultamos —contestó Kalten encogiéndose de hombros y disponiéndose a quitarse la armadura.

—Bien hecho, mi señor.

—Oh, por cierto —dijo Sparhawk—, buscamos un lugar llamado el Túmulo del Gigante. ¿Sabéis dónde caer por azar?

—Me parece que está en la ribera oriental del lago —respondió el hombre—. Hay algunos pueblos por allí. Todos quedan un poco apartados de la orilla por las turberas. —Emitió una carcajada—. No será difícil encontrarlos. Los campesinos queman turba en lugar de leña y, con el humo que ésta desprende, no tenéis más que seguir las indicaciones de vuestro olfato.

—¿Qué vais a ofrecernos para cenar hoy? —le preguntó Kalten, ansioso.

—¿Es eso en lo que piensas constantemente? —lo recriminó Sparhawk.

—Ha sido un largo viaje, Sparhawk, y necesito tomar una comida como Dios manda. Sois todos buenos compañeros, pero vuestra cocina deja bastante que desear.

—Tengo un pernil de buey girando en el asador desde esta mañana, mi señor —explicó el posadero—. A estas horas ya debe de estar hecho.

Kalten esbozó una sonrisa beatífica.

Cumpliendo con su palabra, Bevier pasó la noche en una iglesia cercana y se reunió con ellos por la mañana. Sparhawk decidió no interrogarlo sobre el estado de su alma.

Salieron de Venne por el camino sur que bordeaba el lago y avanzaron a un ritmo mucho más rápido que el que habían seguido de viaje a la ciudad. En dicha ocasión, Kalten, Bevier y Tynian estaban reponiéndose de la pelea con el monstruoso ser que había surgido del túmulo funerario en la zona norte del lago Randera, pero ahora estaban completamente recuperados, en condiciones de ir al galope.

Era a última hora de la tarde cuando Kurik situó su montura junto a la de Sparhawk.

—Acabo de notar un atisbo de humo de turba en el aire —le comunicó—. Hay algún pueblo por los alrededores.

—Kalten —llamó Sparhawk.

—¿Sí?

—Hay un pueblo cerca. Kurik y yo iremos a echar un vistazo. Instalad el campamento y encended una buena hoguera. Tal vez ya haya anochecido cuando regresemos, y necesitaremos alguna señal para orientarnos.

—Sé lo que debo hacer, Sparhawk.

—Hazlo pues. —Sparhawk y su escudero se apartaron del camino y atravesaron al galope un campo en dirección a un bosquecillo situado a poco más de un kilómetro al este.

El olor a turba quemada era cada vez más intenso…, un aroma extrañamente hogareño. Sparhawk se arrellanó en la silla, experimentando una curiosa sensación de bienestar.

—No bajéis la guardia —lo previno Kurik—. El humo les produce extraños efectos en la cabeza. La gente que alimenta el fuego con turba no siempre es de fiar. En algunos sentidos, son peores que los lamorquianos.

—¿Dónde aprendiste todo eso, Kurik?

—Hay maneras de enterarse. La Iglesia y la nobleza obtienen la información por medio de partes e informes. La plebe va directamente al grano.

—Lo tendré en cuenta. Ahí está el pueblo.

—Será mejor que me dejéis hablar a mí —le aconsejó Kurik—. Por más que lo intentéis, no conseguiríais haceros pasar por un plebeyo.

La aldea tenía una sola calle en la que se alineaban casas bajas de piedra gris y techos de paja. Un corpulento paisano ordeñaba una vaca en un cobertizo.

—Hola, amigo —lo llamó Kurik, bajando del caballo.

El campesino se volvió y se quedó mirándolo fijamente con cara de estupidez.

—¿Conocéis por fortuna un sitio llamado el Túmulo del Gigante? —le preguntó Kurik.

El hombre siguió mirándolo embobado sin responder.

Entonces salió de una casa cercana un delgado individuo de ojos bizcos.

—No vale para nada que le habléis —le advirtió—. Un caballo le coceó la cabeza de joven y no quedó bien.

—¡Oh, qué pena! —exclamó Kurkik—. Quizá podríais asistirnos vos. Buscamos un lugar llamado el Túmulo del Gigante.

—¿No pensaréis ir allí de noche?

—No, teníamos intención de aguardar a la luz del día.

—Eso está mejor, aunque no mucho. Ese sitio está encantado, ¿sabéis?

—No, no lo sabía. ¿Por dónde cae?

—¿Veis esa senda que va hacia el sureste? —preguntó el hombre, señalando con el dedo.

Kurik asintió con la cabeza.

—Después de la salida del sol, seguidlo. Pasa por el montículo…, a unos siete u ocho kilómetros de aquí.

—¿Habéis visto a alguien merodeando por allí? ¿Cavando tal vez?

—Nunca oí decirlo a nadie. La gente tiene la sensatez de no acercarse a los sitios encantados.

—Hemos oído que tenéis un troll en esta comarca.

—¿Qué es un troll?

—Una fea bestia cubierta de pelo. Ése tiene el cuerpo grotescamente deforme.

—Oh, ese animal. Tiene la madriguera en algún sitio allá en las turberas. Sólo sale de noche y entonces deambula por la orilla del lago. Hace unos horribles ruidos durante un rato y luego aporrea el suelo como si estuviera furioso por algo. Yo mismo lo he visto un par de veces cuando cortaba turba. Yo de vos no me acercaría a él. Parece que tiene muy mal genio.

—Seguiré el consejo. ¿Habéis visto algún estirio por los alrededores?

—No, no vienen por aquí. A nosotros no nos gustan los paganos. No paráis de hacer preguntas, amigo.

Kurik se encogió de hombros.

—Es la mejor manera de enterarse de las cosas —replicó con ligereza.

—Bueno, id a preguntar a otro. Yo tengo trabajo. —Su expresión era ahora de completa hostilidad. Miró con entrecejo fruncido al idiota del cobertizo—. ¿Aún no has acabado de ordeñar? —le preguntó.

El estúpido sacudió la cabeza con aprensión.

—Pues afánate. No cenarás hasta que termines.

—Gracias por dedicarnos parte de vuestro tiempo, amigo —dijo Kurik, volviendo a montar.

El delgado campesino emitió un gruñido y entró nuevamente en la casa.

—Interesante —comentó Sparhawk mientras abandonaban el pueblo con el rojizo resplandor del sol poniente—. Al menos no hay zemoquianos en los contornos.

—No estoy tan seguro de ello —disintió Kurik—. No creo que ese hombre fuera la mejor fuente de información del mundo. No parece prestar gran interés a lo que ocurre a su alrededor. Además, los zemoquianos no son nuestro único motivo de preocupación. Ese Buscador podría hacer que nos ataque cualquiera y también debemos mantenernos en guardia a causa de ese troll. Si Sephrenia no se equivoca respecto a la inmediata resonancia que tendrá la reaparición de esa joya, el troll sería el primero en enterarse, ¿no creéis?

—No lo sé. Habremos de preguntárselo a ella.

—Es preferible suponer que ése será el caso. Si desenterramos la corona, hemos de estar prevenidos.

—No estás con ánimo alegre. Piensa que al menos hemos averiguado dónde está ese túmulo. Veamos si podemos encontrar el campamento antes de que oscurezca.

Kalten había levantado las tiendas en un bosquecillo de hayas emplazado a algo más de un kilómetro del lago y había encendido una gran hoguera en el linde de la arboleda, junto a la cual lo encontraron Sparhawk y Kurik al llegar.

—¿Cómo ha ido? —inquirió.

—Nos han indicado el camino para ir al montículo —respondió Sparhawk desmontando—. No está muy lejos. Vayamos a hablar con Tynian.

El alcione, acorazado con pesada armadura, se encontraba al lado del fuego, conversando con Ulath.

Sparhawk les transmitió la información recabada por Kurik y luego se dirigió a Tynian.

—¿Cómo os encontráis? —le preguntó sin rodeos.

—Bien. ¿Por qué? ¿Acaso tengo mal aspecto?

—No. Sólo me preguntaba si os sentíais con disposición de volver a practicar la nigromancia. Según recuerdo, la última vez salisteis bastante mal parado.

—Estoy en condiciones de hacerlo —le aseguró Tynian—, con tal que no me hagáis invocar regimientos enteros.

—No, sólo una persona. Necesitamos hablar con el rey Sarak antes de desenterrarlo. Él sabrá probablemente dónde fue a parar su corona y querría cerciorarme de que aprueba el traslado de sus restos a Thalesia. No sería agradable padecer el acoso de un fantasma enojado.

—Ciertamente —acordó con vehemencia Tynian.

Al día siguiente se levantaron antes de la salida del sol y aguardaron con impaciencia la aparición de sus primeros rayos en el horizonte antes de emprender la marcha por campos aún envueltos en tinieblas.

—Creo que habríamos debido esperar a que hubiera más luz, Sparhawk —gruñó Kalten—. En estas condiciones es difícil encontrar el camino.

—Vamos en dirección este, Kalten. Por ahí sale el sol. No tenemos más que cabalgar hacia la parte más luminosa del cielo.

Kalten murmuró algo para sus adentros.

—No he captado lo que decías —apuntó Sparhawk.

—No hablaba contigo.

—Oh. Perdona.

La pálida luz predecesora del alba fue incrementando gradualmente, y Sparhawk miró en derredor para orientarse.

—El pueblo queda allá —dijo señalando—. El sendero que hemos de seguir está al otro lado.

—No corramos demasiado —recomendó Sephrenia, arropando a Flauta con su blanca túnica—. Quiero que el sol esté bien alto cuando lleguemos al túmulo. Aun cuando el rumor de que está encantado se deba posiblemente a la superstición, no está de más tomar precauciones.

Sparhawk contuvo a duras penas su impaciencia.

Atravesaron la silenciosa aldea al paso y tomaron la vereda que les había indicado el desabrido campesino. Sparhawk puso a
Faran
al trote.

—No voy tan deprisa, Sephrenia —aseveró en respuesta al mohín de desaprobación de la mujer—. El sol estará alto para cuando lleguemos allí.

El sendero, flanqueado con paredes de piedra, era sinuoso como todos los caminos, debido al escaso interés de los campesinos por trazar líneas rectas y a su tendencia a seguir la ruta que presentaba menos obstáculos. El desasosiego de Sparhawk iba en aumento con cada kilómetro recorrido.

—Allí está —anunció al fin Ulath, apuntando al frente—. He visto cientos como éste en Thalesia.

—Esperemos a que el sol esté un poco más elevado —propuso Tynian, escrutando el horizonte—. No quiero que haya sombra alguna cuando lo invoque. ¿Dónde es más probable que esté enterrado el rey?

—En el centro —respondió Ulath—, con los pies apuntando hacia poniente. Sus hombres estarán alineados a ambos lados.

—Es una ayuda saberlo.

—Exploremos los contornos —sugirió Sparhawk—, para comprobar que no hay excavaciones y que nadie merodea por aquí. Este acto debe llevarse a cabo en privado.

Cabalgaron por los alrededores del túmulo sin hallar muestras de que alguien hubiera cavado allí. El montículo, de unos treinta metros de largo por seis de ancho, de forma simétrica y laderas cubiertas de hierba, tenía una considerable altura.

—Voy a subir —anunció Kurik al regresar al camino—. Éste es el punto más elevado de la zona y así podré ver si hay alguien.

—¿Vais a caminar sobre una tumba? —preguntó, estupefacto, Bevier.

—Todos vamos a hacerlo dentro dé poco, Bevier —señaló Tynian—. Habré de estar bastante cerca del lugar donde está enterrado el rey Sarak para llamar a su espíritu.

—No veo a nadie —informó Kurik después de avizorar desde lo alto del túmulo—, pero hay algunos árboles al sur. No sería mala idea ir a echar un vistazo antes de comenzar.

Sparhawk hizo rechinar los dientes, pero hubo de admitir que su escudero no carecía de razón.

—Sephrenia —propuso—, ¿por qué no os quedáis aquí con los niños?

—No, Sparhawk —rehusó ésta—. Si hay gente escondida en esos árboles, no nos conviene que sepan que tenemos un interés especial por este montículo.

—Buen argumento —acordó—. Cabalguemos hacia allí como si tuviéramos intención de continuar rumbo al sur.

Retomaron la tortuosa senda que discurría entre los campos.

—Sparhawk —advirtió en voz baja Sephrenia cuando se aproximaban al lindero de la arboleda—, hay gente en ese bosque, y no tienen una actitud amistosa.

—¿Cuántos son?

—Una docena como mínimo.

—Rezagaos un poco con Talen y Flauta —le indicó—. Bien, caballeros —agregó, dirigiéndose a los otros—, ya sabéis lo que hay que hacer.

Antes de que entraran en el bosque, un grupo de campesinos salió a su encuentro blandiendo toscas armas, con rostros inexpresivos que proclamaban su identidad. Sparhawk bajo la lanza y pasó a la carga flanqueado por sus compañeros.

La inexperiencia de los campesinos en el manejo de las armas, sumada a la desventaja de ir a pie, hizo que la refriega durara tan sólo breves minutos.

—Buen trabajo, caballerosss —alabó sarcásticamente bajo la sombra de los árboles una escalofriante voz metálica. Entonces el Buscador salió con su capucha y sayo negros a la luz del sol—. Pero no importa —prosiguió—. Ahora sssé dónde essstáisss.

Sparhawk entregó la lanza a Kurik y deslizó la de Aldreas por la faldilla de la silla.

—Y nosotros sabemos también dónde estáis vos, Buscador —replicó con voz ominosamente tranquila.

—No ssseáisss tan insssensssato, sssir Sparhawk —dijo con voz silbante la criatura—. No sssoisss un contrincante digno de mí.

—¿Por qué no lo probamos?

El rostro tapado de la figura encapuchada comenzó a irradiar un brillo verdoso. Después la luz vaciló y se apagó.

—¡Tenéisss losss anillosss! —musitó, mostrándose menos seguro.

—Pensaba que ya lo sabíais.

Sephrenia se acercó a ellos.

—Ha passsado bassstante tiempo, Sssephrenia —dijo la criatura.

—Me complacería que hubiera sido más largo —replicó fríamente la estiria.

—Osss perdonaré la vida sssi osss possstráisss adorándome.

—No, Azash. Nunca. Seré fiel a mi diosa.

Sparhawk miró con estupefacción a la mujer y al Buscador.

—¿Por ventura creéis que Aphrael puede protegerosss sssi yo decidiera que vuessstra vida ya no esss necesaria?

—Ya lo habéis hecho anteriormente sin obtener efectos espectaculares. Continuaré sirviendo a Aphrael.

Sparhawk se adelantó al paso, deslizando la mano adornada con el anillo por el asta de la lanza hasta dejarla reposar en el hierro, y nuevamente sintió un enorme flujo de poder.

—La partida essstá tocando a sssu fin y sssu conclusssión esss previsssible de antemano. Volveremosss a vernosss, Sssephrenia, y ssserá por última vez.

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