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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

El caballero del rubí (43 page)

BOOK: El caballero del rubí
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Bevier lo miró con impotencia y luego se echó a reír.

—Me parece que evolucionará bien, Sparhawk —sentenció Ulath—, pero guardemos en reserva a vuestra amiga Naween… por si acaso.

—¿Quién es Naween? —preguntó con perplejidad Bevier.

—Una conocida mía —contestó con aire distante Sparhawk—. Puede que os la presente algún día.

—Sería un honor —afirmó sinceramente Bevier.

Al reunirse a última hora de la tarde con la muchedumbre de desconsolados kelosianos reclutados a la fuerza, constataron lo que ya temía Sparhawk: el perímetro de su campamento estaba patrullado por thalesianos armados hasta los dientes.

Al ponerse el sol entraron en un pabellón que los soldados habían dispuesto para ellos y allí Sparhawk sustituyó la armadura por una cota de malla.

—Los demás esperadme aquí —indicó—. Voy a echar un vistazo antes de que anochezca. —Se ciñó el cinto de la espada y salió de la tienda.

Afuera había dos soldados de fiero aspecto.

—¿Adónde creéis que vais? —espetó uno de ellos.

Sparhawk le asestó una mirada hostil y aguardó.

—Mi señor —añadió de mala gana el individuo.

—Quiero comprobar la condición de mis caballos —anunció.

—Tenemos herreros que se encargan de ellos, caballero.

—No vamos a sostener una disputa por eso, ¿verdad, compadre?

—Ah… no, no creo, caballero.

—Bien. ¿Dónde están atados los caballos?

—Os lo enseñaré, sir Sparhawk.

—No es preciso. Sólo habéis de decirme dónde están.

—De todas maneras debo acompañaros, caballero. Órdenes del rey.

—Ya veo. Id delante pues.

Cuando emprendían camino, Sparhawk oyó una estrepitosa voz.

—¡Eh, caballero! —Miró en torno a sí.

—Veo que también os han cogido a vos y a vuestros amigos. —Era Kring, el
domi
de la banda nómada de keloi.

—Hola, amigo —saludó Sparhawk al guerrero de cuero cabelludo rapado—. ¿Atrapasteis a esos zemoquianos?

—Tengo un saco lleno de orejas —explicó, riendo, Kring—. Intentaron resistirse. Son unos estúpidos esos zemoquianos. Pero entonces llegó el rey Soros con su ejército de desharrapados y no tuvimos más remedio que sumarnos a él para recoger la recompensa. —Se acarició la afeitada cabeza—. Aunque tampoco está mal. De todas maneras no teníamos nada urgente que hacer en casa ahora que ya han parido todas las yeguas. Decidme, ¿aún va con vosotros ese joven ladrón?

—La última vez que he echado una ojeada todavía estaba por ahí. Claro que puede que haya robado algunas cosas y se haya largado. Es muy hábil desapareciendo cuando las circunstancias así lo exigen.

—Apuesto a que sí, caballero. ¿Cómo está mi amigo Tynian? Os he visto a todos al llegar y me dirigía a visitarlo.

—Está bien.

—Estupendo. —El
domi
miró seriamente a Sparhawk—. Tal vez podáis darme alguna información acerca de la etiqueta militar, caballero. Nunca había formado parte de un ejército regular. ¿Cuáles son las normas básicas sobre el pillaje?

—No creo que nadie se escandalice —respondió Sparhawk—, siempre que os limitéis a saquear a los muertos enemigos. Se considera de mal gusto atracar los cadáveres de nuestros propios soldados.

—Estúpida norma ésa —suspiró Kring—. ¿Qué le importan a un muerto sus posesiones? ¿Y qué hay de la violación?

—Se ve con malos ojos. Estaremos en Arcium y ése es un país pacífico. Los arcianos son susceptibles en lo que respecta a sus mujeres. Wargun ha reunido un buen número de cantineras si sentís apremios de esa clase.

—Las cantineras resultan tan aburridas… Dadme una bonita y joven virgen cada vez. Veréis, esta campaña se está volviendo terriblemente tediosa. ¿Y qué me decís de los incendios? Me encanta el fuego.

—No os lo aconsejaría. Como os he dicho, estaremos en Arcium, y todas las ciudades y casas pertenecen a las gentes que viven allí. Estoy seguro de que no les gustaría.

—Las guerras civilizadas dejan mucho que desear, ¿no creéis, caballero?

—¿Qué puedo deciros, domi? —se disculpó Sparhawk, extendiendo las manos.

—Si no os molesta que lo diga, creo que se debe a la armadura. Estáis tan constreñidos dentro del acero que perdéis de vista lo esencial: el botín, las mujeres, los caballos. Es una pena, Sparhawk.

—Es una pena,
domi
—concedió Sparhawk—. Son siglos de tradición, comprendedlo.

—Las tradiciones no tienen nada malo… con tal que no interfieran en las cosas importantes.

—Reflexionaré sobre ello, domi. Nuestra tienda está justo allí. Tynian se alegrará de veros. —Sparhawk siguió al centinela thalesiano hasta el lugar donde se encontraban los caballos y, una vez allí, simuló comprobar el estado de las herraduras de
Faran
, mientras observaba los límites del campamento con la luz del crepúsculo. Al igual que antes, había docenas de hombres cabalgando en derredor—. ¿Por qué hay tantas patrullas? —preguntó al thalesiano.

—Los reclutas kelosianos no sienten ningún entusiasmo por esta campaña, caballero —repuso el guerrero—. No nos tomamos todas esas molestias haciendo la leva para dejar que se escabullan por la noche.

—Comprendo —dijo Sparhawk—. Ya podemos volver.

—Sí, mi señor.

Las patrullas de Wargun complicaban seriamente las cosas, por no mencionar la presencia de los dos centinelas fuera de su tienda. Ghwerig estaba alejándose con el Bhelliom y no parecía que Sparhawk pudiera hacer nada para remediarlo. Sabía que él solo podría escapar del campamento valiéndose de la astucia y la fuerza, pero ¿de qué le serviría? Sin Flauta, tenía escasas posibilidades de seguir al troll, y llevársela sin disponer de los otros para protegerla sería exponerla a un peligro inaceptable. Habrían de concebir un plan más viable.

El guerrero thalesiano lo guiaba frente a una tienda de reclutas kelosianos cuando vio una cara conocida.

—¿Occuda? —preguntó con incredulidad—. ¿Sois vos?

El hombre de prominente mandíbula vestido con armadura de cuero de buey se puso en pie, sin expresar en su triste semblante ningún asomo de placer por el encuentro.

—Me temo que así es, mi señor —contestó.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué os obligó a abandonar al conde Ghasek?

Occuda lanzó una breve ojeada a los hombres con quienes compartía tienda.

—¿Podríamos hablar a solas de esto, sir Sparhawk?

—Ciertamente, Occuda.

—Por allí, mi señor.

—Estaré en lugar visible —señaló Sparhawk a su escolta.

Sparhawk y Occuda se dirigieron a un bosquecillo de abetos tan espeso que no permitía plantar tiendas entre ellos.

—El conde ha caído enfermo, mi señor —informó sombríamente Occuda.

—¿Y lo dejasteis solo con esa loca? Me decepcionáis, Occuda.

—Las circunstancias han cambiado, mi señor.

—¿Oh?

—Lady Bellina está muerta ahora.

—¿Que le sucedió?

—Yo la maté —confesó con voz inexpresiva Occuda—. Ya no podía soportar más sus incesantes gritos. Al principio las hierbas que prescribió lady Sephrenia la tranquilizaron un poco, pero al cabo de poco tiempo, pareció que ya no le hacían efecto. Traté de aumentar la dosis, pero fue en vano. Entonces una noche, cuando introducía la cena por esa rendija de la pared de la torre, la vi. Deliraba y echaba espumarajos por la boca como un perro rabioso. Su padecimiento era evidente. Fue entonces cuando tomé la decisión de concederle el reposo.

—Todos sabíamos que existía esa posibilidad —observó gravemente Sparhawk.

—Quizá. Sin embargo, no me atrevía a darle muerte cara a cara. Las hierbas ya no la calmaban, pero la belladona sí. Dejó de gritar poco después de que se la administré. —Había lágrimas en los ojos de Occuda—. Tomé la almádena y abrí un agujero en la pared de la torre. Después, con el hacha, seguí las instrucciones que vos me habíais dado. En toda mi vida no había acometido tarea tan difícil. Envolví su cuerpo con una lona, lo saqué del castillo y lo quemé. Después de lo que había hecho, no podía enfrentarme al conde. Le dejé una nota confesando mi crimen y me dirigí a un pueblo cercano al castillo, donde empleé criados para que atendieran al conde. Incluso asegurándoles que ya no había ningún peligro en Ghasek, hube de pagarles el doble para conseguir que aceptaran el puesto. Luego me alejé de ese lugar y me enrolé en este ejército. Espero que la batalla no tarde en iniciarse. Mi vida ya no tiene sentido. Sólo quiero morir.

—Cumplisteis con vuestro deber, Occuda.

—Tal vez, pero ello no me absuelve de mi delito.

Sparhawk tomó una pronta decisión.

—Venid conmigo —dijo.

—¿Adónde vamos, mi señor?

—A ver al patriarca de Emsat.

—No compareceré ante un prelado con las manos mancilladas con la sangre de lady Bellina.

—El patriarca Bergsten es thalesiano y dudo que sea demasiado escrupuloso. Hemos de ver al patriarca de Emsat —comunicó al escolta thalesiano—. Llevadnos a su tienda.

—Sí, mi señor.

El centinela los condujo al pabellón del patriarca Bergsten, cuyo brutal rostro de prominentes pómulos y mandíbulas aparecía particularmente thalesiano a la luz de las velas. Todavía llevaba la cota de malla, aunque se había quitado el yelmo con cuernos de ogro y su hacha permanecía apoyada en un rincón.

—Ilustrísima —expuso Sparhawk con una reverencia—, este amigo mío tiene un problema de cariz espiritual. ¿Podríais ayudarlo?

—Ése es mi deber, sir Sparhawk —replicó el patriarca.

—Gracias. Su Ilustrísima. Occuda fue monje antaño. Luego entró al servicio de un conde en el norte de Kelosia. La hermana del conde se entregó a un culto maligno y comenzó a practicar ritos en los que se llevaban a cabo sacrificios humanos, lo cual le otorgó ciertos poderes.

A Bergsten se le desorbitaron los ojos.

—El caso es que —prosiguió Sparhawk—, cuando la hermana del conde fue despojada al fin de dichos poderes, enloqueció, y su hermano se vio obligado a confinarla. Occuda se ocupó de ella hasta que no pudo soportar por más tiempo su sufrimiento y le dio muerte movido por la compasión.

—Una terrible historia, sir Sparhawk —opinó Bergsten con voz profunda.

—Fue un encadenamiento de terribles acontecimientos —acordó Sparhawk—. Occuda se siente abrumado por el remordimiento ahora y está convencido de la condena de su alma. ¿Podríais absolverlo para que pueda afrontar el resto de sus días?

El patriarca observó pensativamente el pesaroso semblante de Occuda, con mirada a un tiempo astuta y compasiva. Reflexionó unos momentos y luego se irguió con expresión severa.

—No, sir Sparhawk, no puedo —declaró con firmeza.

Cuando Sparhawk se disponía a protestar, el patriarca alzó una recia mano y dirigió la mirada al corpulento kelosiano.

—Occuda —inquirió con dureza—, ¿fuisteis monje?

—Lo fui, Ilustrísima.

—Bien. Esta será vuestra penitencia pues. Volveréis a adoptar el hábito monacal, hermano Occuda, y entrareis a mi servicio. Cuando yo haya decidido que habéis expiado vuestro pecado, os daré la absolución.

—I… Ilustrísima —sollozó Occuda, postrándose de rodillas—, ¿cómo podré agradecéroslo?

Bergsten esbozó una leve sonrisa.

—Puede que cambiéis de opinión con el tiempo, hermano Occuda. Comprobaréis que soy un superior muy exigente. Habréis pagado con creces vuestro pecado antes de que vuestra alma recupere su pureza. Ahora id a buscar vuestras pertenencias. Os trasladaréis aquí conmigo.

—Sí, Ilustrísima. —Occuda se levantó y abandonó la tienda.

—Perdonad mi franqueza, Ilustrísima —dijo Sparhawk—, pero sois un hombre muy tortuoso.

—No, no es así, sir Sparhawk —replicó el fornido eclesiástico sonriendo—. Ello se debe a que la experiencia me ha enseñado que el espíritu humano es muy complejo. Vuestro amigo siente que ha de sufrir para expiar su falta y, si yo lo absolviera sin más, siempre dudaría de que se hubiera borrado la mancha de su pecado. Como él cree que ha de padecer, yo me ocuparé de que sufra… con moderación, claro está. En fin de cuentas, no soy un monstruo.

—¿Cometió realmente un pecado?

—Por supuesto que no. Actuó por piedad. Será un buen monje, y, cuando considere que ya ha sufrido bastante, le buscaré un monasterio tranquilo situado en un hermoso lugar y lo nombraré abad. Él estará demasiado ocupado para sumirse en cavilaciones y la Iglesia tendrá un buen y fiel abad. De ningún modo debe mencionarse esto en el transcurso de los años que estará a mi servicio.

—No sois una persona muy amable, Ilustrísima.

—Nunca he pretendido serlo, hijo mío. Esto es todo, sir Sparhawk. Partid con mi bendición. —El patriarca le dedicó un malicioso guiño.

—Gracias, Ilustrísima —dijo Sparhawk, sin esbozar un asomo de sonrisa.

Mientras recorría el campamento en compañía del centinela experimentó una gran satisfacción. Aun cuando no siempre le era dado solucionar sus propios problemas, parecía tener la capacidad de arreglar los de los demás.

—Kring nos ha informado de que los alrededores del campamento están patrullados —le anunció Tynian cuando entró en la tienda—. Eso nos dificultará la huida, ¿no es cierto?

—Sin duda —convino Sparhawk.

—Oh —añadió Tynian—, Flauta ha estado haciendo preguntas sobre distancias. Kurik ha ido a buscar el mapa, pero no lo ha encontrado.

—Está en mi alforja.

—Debí suponerlo —reconoció Kurik.

—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó Sparhawk a la niña.

—¿A qué distancia está Agnak de Acie?

Sparhawk extendió el mapa en la mesa que había en el centro del pabellón.

—Es un dibujo muy bonito, pero no me ofrece ninguna respuesta —objetó Flauta.

Sparhawk calculó la distancia.

—Unas trescientas leguas —respondió.

—Eso tampoco aclara mi pregunta. He de saber cuánto tiempo tardaremos.

—Unos veinte días.

—Quizá pueda hacerlo menguar un poco —aventuró.

—¿De qué hablas? —inquirió Sparhawk.

—Acie está en la costa, ¿no es cierto?

—Sí.

—Necesitaremos un barco para llegar a Thalesia. Ghwerig está llevando Bhelliom a su cueva.

—Somos suficientes para dominar a los centinelas —aseveró Kalten— y no es tan complicado enfrentarse a las patrullas en noche cerrada. Ghwerig no ha tomado tanta distancia como para que no podamos alcanzarlo.

—Debemos hacer algo en Acie —le anunció la niña—. Al menos yo…, y se trata de algo que debe llevarse a cabo antes de volver a iniciar la persecución de Ghwerig. Ahora sabemos dónde está y no será difícil encontrarlo. Ulath, id a comunicar a Wargun que lo acompañaremos a Acie. Inventad algún motivo razonable.

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