El bosque encantado (5 page)

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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

BOOK: El bosque encantado
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Y siguieron subiendo, sin dificultad, agarrados a la soga. Llegaron a la casa de Seditas y llamaron a la puerta. Estaba cocinando en el horno.

—¡Hola! —los saludó con una dulce sonrisa—. Llegáis en buen momento, porque estoy haciendo las galletas que estallan, ¡y están calentitas y deliciosas!

Su cabello dorado y sedoso perfilaba su carita, roja por el calor del horno. Tom sacó la bolsa de caramelos de café con leche.

—Se los hemos traído a Cara de Luna. Pero puedes comerte uno, si quieres Seditas cogió un caramelo y les dio tres galletas a cada uno. ¡Qué deliciosas estaban, especialmente cuando estallaba la miel en la boca!

—Seditas, tenemos prisa —se disculpó Bessie—. Aún nos falta mucho por subir.

—Tened cuidado con el agua de la señora Lavarropas —advirtió Seditas—. De noche, es aún más terrible. Sabe que hay muchas personas subiendo y bajando, y disfruta mojando a todo el mundo con el agua sucia.

Los niños pasaron por donde estaba el señor Cómosellama, que seguía roncando en su hamaca, profundamente dormido. Se protegieron rápidamente detrás de una rama cuando escucharon caer el agua de la señora Lavarropas. Nadie se mojó esa vez, y Fanny se partía de risa.

—Éste es el árbol más gracioso que he visto en mi vida —comentó entre carcajadas—. ¡Nunca sabes lo que va a suceder!

Continuaron subiendo por la soga hasta que al fin llegaron a la copa. Llamaron a la puerta amarilla de Cara de Luna.

—¡Entrad! —se oyó decir, y ellos empujaron la puerta.

Cara de Luna estaba sentado sobre su cama curvada, arreglando uno de los cojines.

—¡Hola! —saludó alegremente—. ¿Me habéis traído el caramelo de café con leche que me debéis?

—Sí —enseguida Tom le entregó la bolsa—. Te hemos traído bastantes, Cara de Luna, la mitad para pagarte por haber bajado por el Resbalón-resbaladizo la semana pasada, y la otra mitad para que nos dejes bajar de nuevo esta noche.

—¡Huy, cuántos! —exclamó Cara de Luna mientras se le hacía la boca agua—. ¡Qué caramelos de café con leche más ricos!

Se metió cuatro grandes pedazos en la boca y empezó a chuparlos con avidez.

—¿Te gusta? —sonrió Bessie.

—¡Uugle-uugle-uugle-uugle! —balbució Cara de Luna, sin poder hablar con claridad porque se le habían pegado los dientes con el caramelo de café con leche. Los niños se echaron a reír.

—¿Es el País del Carrusel el que está en la copa del Árbol Lejano? —preguntó Tom. Cara de Luna movió la cabeza.

—¡Uuugle!

—¿Qué país está ahora? —insistió Fanny. Cara de Luna hizo una mueca, y arrugó la cara.

—¡Uuugle-uugle-uugle-uugle-uugle! —continuó, subiendo el tono de voz.

—Cielos, no vamos a entender nada de lo que dice mientras se esté comiendo el caramelo de café con leche —susurró Bessie—. ¡Qué pena! Me hubiera gustado saber qué país está en la copa esta noche.

—¡Iré a ver! —Tom dio un salto. Cara de Luna se alarmó. Sacudió su cabeza y detuvo a Tom.

—¡Uuugle-uugle-uugle! —exclamó.

—Está bien, Cara de Luna, sólo voy a mirar —suspiró Tom—. No voy a entrar en el país.

—¡
UUGLE-UUGLE-UUGLE
! —gritó Cara de Luna, asustado, tratando de tragarse el caramelo de café con leche para hablar—. ¡Uuugle!

Tom no esperó más. Salió por la puerta, junto con sus hermanas, y subió por) la última rama del Árbol Lejano. ¿Con qué extraño país se encontraría? Tom miró a través del agujero oscuro de la nube, iluminado por la luna.

Llego hasta la escalera pequeña que atravesaba el agujero de nube. Subió los peldaños y se asomó al país que estaba encima. Dio un grito.

—¡Bessie! ¡Fanny! ¡Es un país de hielo y nieve! ¡Hay enormes osos blancos por todos lados! ¡Oh, venid a ver!

Entonces sucedió algo terrible. Tom desapareció de la escalera y se marchó hacia el País de Hielo y Nieve, que estaba sobre la nube.

—¡Vuelve, Tom, vuelve! —gritó Cara de Luna, asustado, después de tragarse, por fin, todo el caramelo de café con leche—. ¡Que no te vean. Si te ve, el hombre de nieve te atrapará!

Pero ya no había rastro de Tom. Bessie miró a Cara de Luna, aterrorizada.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó.

Tom y el Hombre de Nieve

Cara de Luna se entristeció mucho al ver que Tom había desaparecido.

—¡Le advertí que no fuera, se lo dije! —gemía.

—No se lo advertiste —le reprochó Fanny—. Tenías la boca llena de caramelo de café con leche y lo único que decías era uugle-uugle-uugle. ¿Cómo íbamos a entenderte?

—¿Dónde está Tom ahora? —preguntó Bessie, pálida de miedo.

¿Dónde estaría Tom? Alguien lo había levantado de la escalera para llevarlo al País de Hielo y Nieve. Allí, curiosamente, el sol y la luna estaban en el cielo, uno en cada extremo, brillando a la vez con una luz pálida.

Tom no hacía más que temblar de frío. Levantó la vista para ver quién le había capturado desde la escalera. ¡Vio frente a él un gigantesco hombre de nieve! Se parecía a los muñecos de nieve que Tom había hecho tantas veres durante el invierno, redondo, gordo y blanco, con un viejo sombrero sobre la cabeza y una pipa en la boca.

—¡Qué suerte! —dijo el hombre de nieve, con una voz suave que parecía de nieve—. He estado en este agujero durante muchos días esperando que suba una foca, ¡y has venido tú!

—Oh —exclamó Tom recordando que las focas subían a respirar por los agujeros en el hielo—. Ése no es un agujero en el que haya agua, sino que comunica con el Árbol Lejano. Por favor, déjame regresar.

—El agujero se ha cerrado —dijo el hombre de nieve.

Tom miró y, para su desilusión, vio que una espesa capa de hielo se había formado sobre el agujero, tan gruesa que era imposible perforarla.

—¿Y ahora qué hago? —dijo a media voz.

—Lo que yo te diga —contestó el hombre de nieve con una sonrisa—. ¡No sardes cuánto me alegro de tenerte aquí conmigo! En este país aburrido y silencioso no hay más que osos polares, focas y pingüinos. Muchas veces he deseado tener alguien con quien hablar.

—¿Cómo has llegado aquí? —preguntó Tom, abrochándose el abrigo porque sentía mucho frío.

—Ah —suspiró el hombre de nieve—, ésa es una larga historia. Hace mucho tiempo, unos niños me hicieron, y cuando terminaron se rieron de mí y lanzaron piedras para deshacerme. Así que aquella noche me vine aquí y me convertí en el rey. ¿Pero de qué vale ser rey si sólo puedes hablar con osos? Lo que siempre he deseado es tener un buen siervo que hable en mi idioma. ¡Es una suerte que hayas llegado tú!

—Pero yo no quiero ser tu siervo —protestó Tom, indignado.

—¡Tonterías! —dijo el hombre de nieve, y le dio un empujón tan fuerte que casi lo tira al suelo. Entonces, con sus enormes y planos pies de nieve, se fue adonde había una muralla baja de nieve.

—Constrúyeme una buena casa —le ordenó.

—¡No sé cómo se hace! —gimió Tom.

—Oh, sólo tienes que cortar bloques de esta nieve firme y colocarlos uno sobre otro —le explicó el hombre de nieve—. Cuando hayas terminado, te daré un abrigo de piel para que no pases frío.

Tom vio que no tenía más remedio que obedecer. Cogió una pala pequeña que estaba al lado de la muralla y cortó unos ladrillos grandes de hielo. Cuando ya había cortado unos veinte bloques, se detuvo y los colocó uno sobre otro hasta que completó un tabique del iglú. Después siguió cortando más bloques de nieve, con el único pensamiento de escapar de aquel país tan extraño.

Tom había construido en el invierno muchas casas de nieve con la nieve suave de su jardín. Ahora había hecho una casa grande, con buenos bloques de hielo, tan duros como ladrillos. Estaba disfrutando, aunque echaba de menos a sus hermanas. Cuando terminó, tras ponerle un techo redondo muy bonito, se le acercó el hombre de nieve.

—Muy bien —aplaudió—. Te ha quedado francamente bien. Aunque no sé si podré entrar.

Entró a duras penas, con su enorme cuerpo de nieve, en la casita, y le arrojó afuera a Tom un abrigo de piel de oso polar. Tom se lo puso y sintió un suave calorcito. Luego trató de entrar a la casita del hombre de nieve, para protegerse del viento frío.

Pero había tan poco espacio que apenas podía respirar.

—No me empujes —protestó el desagradable hombre de nieve—. ¡Muévete!

—¡No puedo! —se disculpó el pobre Tom. Estaba seguro de que lo echaría de la casa de nieve.

En ese momento se escuchó un curioso gruñido en la puerta. Inmediatamente el hombre de nieve contestó.

—Peludo, ¿eres tú? Lleva a este chico a tu casa bajo el hielo. Me estorba. ¡Me está aplastando!

Tom miró para ver quién era Peludo, y vio un enorme oso blanco. El oso tenía una mirada inexpresiva, pero era amable.

—¡Uuuuumff! —el oso sacó a Tom de la casita. Tom sabía que no merecía la pena luchar. Nadie podría es-raparse de un oso tan grande. Pero el oso era muy pacífico.

—¡Uuuuumff! —gruñó a Tom.

—No sé lo que quieres decir —dijo Tom.

El oso ya no abrió la boca. Se llevó a Tom con él, casi a la rastra, porque el camino era muy resbaladizo.

Llegaron a un agujero que había en el hielo. El oso empujó a Tom hacia adentro y, para sorpresa suya, Tom descubrió que abajo había una habitación grande, ¡con cinco osos grandes y pequeños! Dentro hacía calor. Tom se sorprendió porque no había fuego.

—Uuuuumff —saludaron todos los osos cortésmente.

—¡Uuuuumff! —repitió Tom, y a los osos les agradó mucho. Se le acercaron y le dieron la garra con amabilidad, diciéndole:

—Uuuumff.

A Tom le parecieron más simpáticos los osos que el hombre de nieve. Pensó que tal vez ellos le ayudarían a escapar de ese ridículo país de hielo y nieve.

—¿Me podéis decir cómo puedo regresar al Árbol Lejano? —preguntó a los osos con cortesía. Los osos se miraron unos a otros. Estaba claro que no le entendían.

—No os preocupéis —suspiró Tom, desalentado. Y decidió esperar pacientemente hasta encontrar la forma de escaparse.

El hombre de nieve resultó muy molesto. Cuando Tom se acostó para echar una siesta, recostando su cabeza contra el enorme y caliente cuerpo del oso, escuchó que lo llamaban desde la casa de nieve.

—¡Oye, muchacho! ¡Ven aquí a jugar al dominó conmigo!

Así que Tom tuvo que ir a jugar con él pero, como el hombre de nieve no le permitía entrar en la cabaña porque decía que le estorbaba, Tom tuvo que jugar desde fuera, y estuvo a punto de congelarse.

Otra vez, mientras comía un sabroso pez frito, que uno de los osos amablemente le había cocinado en aceite, el hombre de nieve le gritó que fuera para hacer una ventana en su casa. Así que Tom se apresuró a cortar un pedazo de hielo transparente y ponerlo de ventana en uno de los lados de la casa. ¡El hombre de nieve era un auténtico pelmazo!


Ojalá no me hubiera asomado para ver este horrible país
—pensaba una y otra vez—.
Menos mal que los osos se portan muy bien conmigo. Aunque me gustaría que dijeran algo diferente a «uuuumff»
.

Tom se preguntaba qué estarían haciendo Bessie y Fanny. ¿Estarían muy preocupadas porque él no había regresado? ¿Se habrían vuelto a casa para contarles a sus padres lo que había sucedido?

Bessie y Fanny sí que estaban muy preocupadas, y asustadas. Fue horrible ver al pobre Tom desaparecer de esa forma por la nube.

También Cara de Luna se sentía muy triste. Ya podía hablar bien porque se había tragado todo el caramelo de café con leche.

—Tenemos que ir a rescatarlo —dijo muy seriamente Con su brillante cara de luna.

—¿Cómo? —preguntaron las chicas.

—Dejadme pensar —Cara de Luna cerró los ojos. Siempre que pensaba, se le hinchaba la cabeza. Por fin abrió los ojos y sonrió.

—Iremos a ver a Ricitos de Oro y a los tres osos. Esos osos conocen a los del País de Hielo y Nieve. Tal vez puedan ayudar a Tom.

—¿Dónde vive Ricitos de Oro? —preguntó Bessie, asombrada—. Yo pensaba que se trataba de un cuento.

—¡Huy, no! —se rió Cara de Luna—. Vamos, tenemos que tomar el tren.

—¿Qué tren? —preguntó Fanny, aún más asombrada.

—¡Oh, ya lo veréis! —contestó Cara de Luna—. ¡Daos prisa, bajad por el Resbalón-resbaladizo y esperadme abajo!

La casa de los tres osos

Bessie agarró un cojín, lo puso en el Resbalón-resbaladizo y dio un salto. Descendió rápidamente, ¡Uisssss! Salió disparada hacia abajo, atravesó la puertecita y cayó sobre la alfombra de musgo. Casi no le da tiempo a levantarse antes de que Fanny también saliera volando por la puertecilla.

—¿Sabes? El Resbalón-resbaladizo me resulta muy divertido —dijo Bessie—. ¡Me gustaría pasar el día deslizándome por él!

—Sí, a mí también, si no fuera porque tendríamos que subir primero hasta la copa del árbol —comentó Fanny.

La puertecilla se abrió y Cara de Luna salió disparado sobre un cojín amarillo. Recogió los tres cojines, llamó a la ardilla roja que los cuidaba, y se los tiró. Después se dirigió hacia donde lo estaban esperando las niñas.

—Hay un tren a medianoche. Tendremos que apresurarnos.

El bosque aún estaba bañado por la luz de la luna. Los tres echaron a correr por entre los árboles. De repente Bessie escuchó el sonido de un tren, y ella y Fanny se detuvieron sorprendidas. Vieron un pequeño tren que avanzaba serpenteando por entre los árboles. Parecía de juguete. ¡La máquina llevaba incluso una llave a un lado!

Cerca había una estación pequeña. Cara de Luna les dio la mano a las niñas y los tres echaron a correr en esa dirección. El tren estaba a punto de salir.

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