Read El bosque encantado Online
Authors: Enid Blyton
Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil
—Todavía no hay nada —observó el primero de los conejos, mientras sacaba un pañuelo para limpiarse las patas sucias—. Tendremos que esperar un poco. ¡Espero que no nos hayamos alejado por completo del Árbol Lejano!
La música del carrusel continuó sin cesar, y de pronto comenzó a sonar más despacio. Uno de los conejos miró por el agujero y gritó:
—La tierra ha dejado de dar vueltas, y el Árbol Lejano está muy cerca, ¡pero no lo podemos alcanzar!
Los chicos miraron a través de la nube la escalera que había debajo y vieron que el Árbol Lejano estaba cerca, pero no lo suficiente como para saltar a él. ¿Qué podían hacer?
—No se os ocurra saltar —les advirtieron los conejos—, porque os caeríais por la nube.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Bessie, un poco más animada—. ¡Tenemos que bajar al árbol antes de que la tierra se ponga a girar otra vez!
—Tengo una soga —dijo de pronto uno de los conejos, y metió su pata dentro de un enorme bolsillo y sacó una soga amarilla. Le hizo un nudo y la lanzó con cuidado a la copa del árbol. Se agarró al árbol y se quedó fija. ¡Qué bien!
—Fanny, deslízate tú primero por la soga —le aconsejó Tom—. Yo la sostendré por este extremo.
Así que Fanny, con mucho miedo, se deslizó por la soga amarilla hasta el árbol, y entonces, al llegar, la música del carrusel empezó a sonar fuerte y rápidamente, y el País del Carrusel se puso a dar vueltas.
—¡Rápido! ¡Rápido! —gritó Fanny mientras la tierra giraba hacia el Árbol Lejano—. ¡Saltad! ¡Saltad!
Saltaron los niños, y los conejos tras ellos. El País del Carrusel desapareció. La inmensa nube blanca lo cubrió todo. Los chicos y los conejos se quedaron agarrados a la copa del árbol mirándose unos a otros.
—Parecemos monos en un palo —dijo Tom, y todos se echaron a reír—. ¡Qué aventura! Propongo que no volvamos aquí.
Pero, como podéis imaginar, sí volvieron.
Los chicos se quedaron quietos en la copa del Árbol Lejano, mientras los conejos bajaban un poco más. Aún se oía la alegre música del País del Carrusel mientras giraba sobre sus cabezas.
—Será mejor que nos vayamos a casa —susurró Tom—. Hemos tenido demasiadas emociones por hoy.
—Sí, vamos —aceptó Bessie, mientras comenzaba a descender—. ¡Será más fácil bajar que subir!
Pero Fanny estaba muy cansada. Rompió a llorar sin soltarse de la rama en la que estaba. Era la más pequeña, y no tenía tanta fuerza como Tom y Bessie.
—Me voy a caer —decía entre sollozos—. Sé que me voy a caer.
Tom y Bessie se miraron alarmados. Aquello podía ser un desastre. ¡Era demasiado peligroso caer desde esa altura!
—¡Fanny, bonita, haz un último esfuerzo! —la animó Tom suavemente—. Tenemos que llegar a casa sanos y salvos.
Pero Fanny seguía agarrada a la rama, sin dejar de llorar. Los dos conejos la miraron muy serios. Uno le extendió la pata.
—Yo te ayudaré —se ofreció.
Pero Fanny no aceptó la ayuda. Estaba agotada y temblando de miedo. Lloró tan fuerte que dos pájaros que estaban al lado salieron volando del susto.
Estaban todos a punto de perder la paciencia, cuando de pronto, no muy lejos de ellos, se abrió una puertecita en el tronco del árbol, y se" asomó una cabeza redonda como la luna llena.
—¿Qué sucede? —gritó el hombre de la cara redonda—. ¡No puedo dormir con el alboroto que estáis armando!
Fanny dejó de llorar y miró al hombrecito, sorprendida.
—Estoy llorando porque me da miedo bajar del árbol —le explicó—. Siento mucho haberte despertado.
Cara de Luna le sonrió.
—¿Tenéis algún caramelo de café con leche? —preguntó.
—¡Caramelo de café con leche! —exclamaron todos, sorprendidos—. ¿Para qué quieres un caramelo de café con leche?
—Para comérmelo, naturalmente —se rió Cara de Luna—. Si me dais un caramelo de café con leche, yo os dejaré bajar por mi tobogán, el Resbalón-resbaladizo; así podréis bajar rápidamente.
—¡Un tobogán que desciende por todo el Árbol Lejano! —exclamó Tom, sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando—. ¿A quién se le ha ocurrido hacer un tobogán dentro del tronco del árbol?
—¡A mí! —sonrió de nuevo Cara de Luna, pareciendo así la luna llena—. Dejo que la gente lo use si me pagan con un caramelo de café con leche.
—¡Ay! —los tres chicos se miraron, desilusionados. Ninguno tenía un caramelo de café con leche. Tom negó con la cabeza.
—No tenemos un caramelo de café con leche —se lamentó—, pero tengo una tableta de chocolate, que, aunque un poco aplastada, está muy rica.
—No me sirve —dijo Cara de Luna—. No me gusta el chocolate. ¿Y los conejos? ¿Tampoco tienen un caramelo de café con leche?
Los conejos se vaciaron los bolsillos. Tenían muchas cosas interesantes, pero ningún caramelo de café con leche.
—Lo siento —se disculpó Cara de Luna, y cerró la puerta de golpe. Fanny rompió a llorar otra vez.
Tom fue hacia la puerta y llamó.
—Oye, Cara de Luna —gritó—. Te traeré un caramelo de café con leche, riquísimo, hecho en casa, la próxima vez que venga a este árbol si nos dejas bajar por el Resbalón-resbaladizo.
La puerta se abrió de nuevo, y Cara de Luna sonrió satisfecho.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó—. Entrad.
Uno por uno, los conejos y los chicos descendieron hasta donde estaba la puerta y entraron. La casa-árbol de Cara de Luna era muy original. Tenía una habitación redonda, y en el centro empezaba el Resbalón-resbaladizo, que descendía por todo el tronco del árbol dando vueltas y vueltas como una escalera de caracol.
Al lado del Resbalón-resbaladizo había una cama, una mesa y dos sillas, todo en forma curvada, adaptado a la redondez del tronco. Los chicos se quedaron asombrados. Les apetecía quedarse un buen rato pero Cara de Luna los empujó hacia el Resbalón-resbaladizo.
—Tomad un cojín cada uno —les ofreció—. Oye tú, conejo, toma el primer cojín y baja.
Uno de los conejos tomó un cojín de color naranja y se sentó. Parecía un poco nervioso.
—¡Vamos, deprisa! —le animó Cara de Luna—. ¿Piensas quedarte aquí toda la noche?
Le dio al conejo un fuerte empujón, y el conejo salió disparado por el Resbalón-resbaladizo, con los bigotes y orejas hacia atrás, por el viento. A Tom le pareció divertidísimo. Él fue el siguiente en descender.
Tomó un cojín azul, se sentó en él y se deslizó a toda velocidad, con el pelo hacia atrás, por el viento, a través del enorme tronco del viejo árbol. Estaba muy oscuro y silencioso y tardó mucho tiempo en llegar abajo del todo. Tom disfrutó cada segundo del viaje.
Dio con los pies en una puerta, que se abrió inmediatamente. Tom fue a caer sobre un montículo de musgo, sembrado allí mismo para amortiguar la caída. Se quedó sentado un momento para recobrar la respiración, y luego se levantó rápidamente para evitar que Bessie o Fanny cayeran sobre él.
Bessie fue la siguiente. Descendió sobre un cojín grueso de color rosa, y llegó casi sin aliento, debido a la velocidad. Después bajó Fanny, sobre un cojín verde, y por último el otro conejo. Uno por uno iban saliendo por la extraña puerta, que se volvía a cerrar en cuanto la atravesaban.
Todos se sentaron sobre el suelo, sofocados y muertos de risa, ya que era muy divertido bajar por el tronco de un árbol, sobre un cojín.
Los conejos fueron los primeros en ponerse de pie.
—Tenemos que irnos —se disculparon—. Ha sido un placer conoceros.
Desaparecieron metiéndose en la madriguera más cercana, mientras los chicos les decían adiós con la mano. Entonces Tom se puso de pie.
—Vamos. Tenemos que regresar ^casa. ¡Quién sabe qué hora será!
—¡Qué maravilla bajar del Árbol Lejano por el Resbalón-resbaladizo! —Bessie dio un suspiro—. ¡Fue tan rápido!
—A mí me encantó —añadió Fanny—. Me gustaría subir al árbol todos los días para poder bajar por ese maravilloso tobogán. ¿Qué hacemos con los cojines?
En ese momento una ardilla roja, vestida con un jersey viejo, salió de un agujero que había en el tronco.
—¡Por favor, dadme los cojines! —les pidió. Los chicos los recogieron y se los entregaron. Ya se estaban acostumbrando a oír hablar a los animales.
—¿Vas a subir a Cara de Luna todos esos cojines por el árbol? —preguntó Fanny, perpleja.
La ardilla se echó a reír.
—¡Huy, no! Cara de Luna me lanza una soga para subirlos. Mirad, ¡aquí viene!
A través de las ramas descendió una soga. La ardilla la agarró y ató los cojines fuertemente. Dio tres tirones, y la soga fue subiendo con los cojines.
—¡Qué buena idea! —dijo Tom, y entonces todos se dirigieron a casa. Caminaban en silencio, recordando los sucesos maravillosos que habían tenido lugar aquel día.
Llegaron a la zanja y la saltaron. Luego fueron por el caminito hasta llegar al portón pequeño que estaba en la parte trasera de la casa. Cuando llegaron a la casita se sentían tan cansados que casi se caen. Sus padres aún no habían llegado.
A pesar del sueño Bessie preparó pan y leche. Se desvistieron mientras la leche se calentaba y cenaron sen-lados en la cama.
—No volveré al Árbol Lejano —dijo Fanny al acostarse.
—¡Pues yo sí! —dijo Tom—. ¡No olvidéis que prometimos al viejo Cara de Luna un caramelo de café con leche, hecho en casa! Podemos subir y darle el caramelo de café con leche, y descender de nuevo por el Resbalón-resbaladizo. No necesitamos ir hasta la copa del árbol.
Bessie y Fanny no tardaron en dormirse. Sin embargo, a Tom le costó conciliar el sueño. Soñó con el extraño Árbol Lejano, y con los personajes tan curiosos que vivían en el enorme tronco.
Durante muchos días después de su aventura, los niños no hablaron de otra cosa que no fuera del Árbol Lejano y de las personas extrañas que vivían allí. Bessie les recordó la promesa que le habían hecho a Cara de Luna.
—Las promesas deben cumplirse. Yo misma haré el Caramelo de café con leche si mamá me da un poco de melaza. Cuando esté listo, se lo llevaremos a Cara de Luna.
La madre les dio permiso para hacer el caramelo de café con leche el miércoles, una vez que trajeran los comestibles. Bessie se esmeró en que le saliera el caramelo más rico que había hecho en su vida.
Lo hizo en una sartén y luego lo dejó enfriar. Después, lo partió en trozos y los metió en una bolsa de papel, dio un pedazo a sus hermanos y ella se comió otro.
—Creo que tendré que ir por la noche —dijo Tom—. En esta semana no tendré otra ocasión porque tengo demasiado trabajo en el jardín.
Esa misma noche, con el claro resplandor de la luna, Tom se levantó de la cama. Bessie y Fanny se despertaron al oír el ruido. No habían pensado en acompañarlo pero, al ver cómo brillaba la luna, pensaron en el Árbol Lejano y decidieron ir con Tom. ¿Vosotros no hubierais hecho lo mismo?
Se vistieron rápidamente y llamaron a la puerta de la habitación de Tom.
—Tom, nosotras también vamos —susurraron—. ¡Espéranos!
Tom aguardó un momento, y los tres bajaron sigilosamente por las escaleras y salieron al jardín, iluminado por la luna. Las sombras eran muy oscuras, como si estuvieran hechas de tinta negra. No se distinguía ningún color, sólo la pálida luz de la luna, fría y plateada.
Llegaron pronto al Bosque Encantado. ¡Qué diferente se veía por la noche! ¡Por todas partes pululaban animales y otros personajes! En los lugares más oscuros del bosque había pequeños farolillos colgados en fila. En los sitios iluminados por la luna no había farolillos, y por todos lados se escuchaban alegres voces.
Nadie se fijaba en los niños pero tampoco se sorprendían al verlos. En cambio, ellos estaban asombrados de todo lo que veían.
—¡Aquí hay un mercado! —susurró Tom a Bessie—. ¡Mira! ¡Hay collares de bellotas pintadas y broches de rosas silvestres!
Pero Bessie estaba distraída, observando una danza en un claro iluminado por la luna, donde hadas y duendecillos hablaban y se reían. Cuando algunos se cansaban de bailar, flotaban en el aire, meciéndose suavemente.
Fanny observó que algunos duendes hacían crecer hongos. Cuando salía un hongo, un duende ponía sobre él un mantel y encima colocaba vasos con limonada y galletas pequeñas. Todo era como un sueño extraordinario.
—¡Cómo me alegro de haber venido! —suspiró Bessie—. ¿Quién podía imaginar que el Bosque Encantado tu viera tanta vida por la noche?
Pasaron mucho tiempo contemplando ensimismados manto sucedía a su alrededor, pero al final fueron al Árbol Lejano. ¡Qué diferente estaba, todo lleno de luces de hadas, brillando suavemente como un enorme árbol de navidad!
Tom se fijó en una soga gruesa que iba de rama en rama para que se agarrara todo el que quisiera subir al árbol.
—¡Mirad! —señaló con el dedo—. Es mucho más fácil subir de noche. No tenemos más que agarrarnos a la soga. ¡Vamos!
Había otras personas, y algunos animales también, que subían al árbol. No iban al país que estaba en la copa sino a visitar a los amigos que vivían en el tronco del viejo árbol. Todas las puertas y ventanas estaban abiertas, y se escuchaban voces y risas por todas partes.
Los chicos fueron subiendo. Al llegar a la ventana del duende Furioso, vieron que estaba sentado, sonriendo alegremente bajo su ventana abierta, charlando con tres búhos. Pero Tom pensó que sería mejor continuar, por si acaso el duendecillo los reconocía y les tiraba agua otra vez.