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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2 (33 page)

BOOK: El beso del arcángel: El Gremio de los Cazadores 2
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Elena se concentró en la zona que por lo general revelaba más cosas: los ojos. Se quedó sin aliento ante el primer contacto. Su cerebro aún tenía problemas para aceptar lo que veía cuando miraba a Veneno a los ojos. Justo entonces, las pupilas verticales se contrajeron y ella dio un paso atrás.

Una pequeña risotada.

El cabrón estaba jugando con ella. Elena apretó los dientes y enfrentó de nuevo su mirada mientras seguían moviéndose en círculos. Fue durante la segunda rotación cuando sintió que se le cerraban los ojos, que se tambaleaba un poco.

¡Joder!

Arrojó una de las espadas sin avisar. El vampiro se movió hacia un lado con la rapidez de una serpiente, pero aun así acabo de espaldas sobre el suelo, con un corte muy feo en el brazo.

Galen se acercó a ellos en un instante.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó con tono brusco y la mandíbula apretada—. Lanzar tu arma antes de que comience la lucha te restará muchas posibilidades de seguir con vida.

Elena no apartó los ojos de Veneno. El vampiro tenía una mano apretada contra el corte del brazo, pero su sonrisa... Lánguida. Provocadora. Una sonrisa que la retaba a pedirle respuestas. Elena agachó la cabeza, se abalanzó hacia delante... y clavó la hoja que le quedaba justo entre sus piernas.

—¡Joder! —El vampiro retrocedió a rastras, y se puso en pie de una forma completamente inhumana. Los cuerpos normales no se movían con esa fluidez líquida.

Galen miró a Veneno.

—¿Has intentado hipnotizarla?

—Debe estar preparada para lo inesperado. —Los ojos de Veneno tenían un color verde brillante cuando miraron a Elena—. Media vuelta más y lo habría conseguido.

—Yo también podría haberte cortado las pelotas de cuajo si hubiera apuntado un poco más arriba —dijo Elena antes de recoger sus armas—. ¿Quieres seguir con los jueguecitos o podemos volver al trabajo? La fecha se nos echa encima.

—Esto tardará unos minutos en curarse. —Apartó la mano para mostrar que la herida aún sangraba—. Ahora puedo comparar impresiones con Dmitri.

Elena pasó por alto ese comentario ladino y empezó a practicar los movimientos que Galen le había enseñado cuando no estaba lanzándole cuchillos a Illium. El pelirrojo la observó ejecutar la serie de movimientos e inclinó con sequedad la cabeza cuando acabó. Satisfecha, Elena apuntó a Veneno con el extremo de una de sus espadas.

—¿Estás listo?

El vampiro hizo girar las armas que tenía en las manos.

—Aún no he probado tu sangre.

«Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala.»

Todo se quedó inmóvil, en silencio. Elena ya no era consciente de la mirada burlona de Veneno, de la ligera capa de nieve que cubría el suelo ni de la presencia vigilante de Galen. Solo era consciente de la caza.

Veneno atacó sin previo aviso, moviéndose con la rapidez de la serpiente que estaba patente en muchas partes de su cuerpo además de en sus ojos. Sin embargo, Elena se movió antes y cruzó las espadas por delante de ella antes de adelantar una para dibujar una línea de sangre en el pecho del vampiro.

Veneno dijo algo cuando recibió la estocada. Ella no lo oyó. Su mente estaba concentrada en matar.

En esa ocasión, el monstruo no lo conseguiría, no mataría a Ari y a Belle, no le rompería tanto el corazón a su madre como para que no quisiera abandonar nunca esa cocina llena de la sangre y los gritos de sus hijas.

Percibió el instante en el que los músculos de los muslos de Veneno se tensaron, y atacó antes de que él pudiera hacerlo. Esa vez, el vampiro esquivó las hojas de acero, pero no el pie que ella había adelantado para hacerlo tropezar. Sin embargo, Elena cometió un error. Un reguero de fuego le recorrió el costado.

Estúpida. Había olvidado que ahora tenía alas.

Echó un vistazo rápido al ala para asegurarse de que los daños no eran graves y luego hizo girar una espada para que cantara en el gélido aire de la montaña. A continuación, volvió a fijar la vista en esos ojos escalofriantes. Si se los sacaba, estaría acabado. Una idea de lo más despiadada.

Las pupilas de Veneno se contrajeron en ese instante, y sus espadas se alzaron en una postura defensiva para bloquear los intentos de Elena de causarle un daño mortal. Sin embargo, la cazadora estaba más allá de cualquier pensamiento y se movía con la fuerza veloz de una cazadora nata. Veneno le gritó algo, pero lo único que oyó ella fue un frío siseo.

Apuntó a sus ojos.

Un estallido negro explotó en su cabeza. Luego no hubo nada.

Rafael aterrizó junto al cuerpo inconsciente de Elena, enfurecido.

—¿Tú incitaste esto? —preguntó mientras la cogía en brazos con mucho, mucho cuidado.

Veneno se limpió la sangre de la cara.

—No le he dicho nada peor que otras veces. —La mirada del vampiro se concentró en Elena—. Creo que hice un comentario sobre probarla o algo así.

—Sabes que yo te mataría si lo intentaras.

—Nuestro deber es protegerte de las amenazas, en especial de aquellas que puedes pasar por alto. —Veneno enfrentó su mirada—. Michaela, Astaad, Charisemnon..., todos ellos intentarán matarla en algún momento, porque saben que eso te desequilibrará. Es mejor librarse del problema ahora.

Rafael extendió las alas en preparación para el vuelo.

—Ella es más importante para mí que cualquiera de vosotros. No lo olvidéis nunca.

—Y tú eres un arcángel. Si caes, millones de personas morirán.

Lo que quedaba implícito era que la muerte de un ángel que antes era mortal sería preferible a la muerte de un arcángel.

—Elige dónde está tu lealtad, Veneno.

—Hice esa elección hace dos siglos. —Las pupilas verticales se fijaron en Elena—. Pero si ella juega con la muerte, yo no me contendré.

Muy consciente de lo que el vampiro quería decir, Rafael se elevó hacia los cielos con Elena apretada contra su pecho. Era inevitable que recordara la última vez que la había abrazado de esa forma. La inmortalidad no había hecho que estuviera a salvo, tan solo que tuviera más probabilidades de sobrevivir a las heridas que a buen seguro recibiría. Sin embargo, no podía hacer nada para protegerla de los recuerdos que la atormentaban.

La llamada mental de Galen había llegado casi demasiado tarde. Si Elena hubiera conseguido rozar los ojos de Veneno, la criatura de sangre fía que moraba dentro del vampiro habría atacado sin vacilar y habría clavado los colmillos en su vulnerable carne.

Eso la habría dejado paralizada, sumida en la agonía.

Y, atrapado por el trance de la cobra, era muy posible que Veneno le hubiera cortado la cabeza a Elena antes de que Galen pudiera intervenir, lo que la habría matado sin remisión.

Tras dejarla sobre la cama, Rafael buscó su mente.

Elena
.

Ella movió la cabeza de un lado a otro con un gemido, como si librara una salvaje batalla interna. La promesa que le había hecho (la de no colarse en su mente) pugnaba con la necesidad de protegerla que había anidado en su alma. El impulso era incluso más fuerte que el día anterior. Habría sido muy sencillo introducirse en su cabeza y borrar lo que le hacía daño.

«Preferiría morir como Elena que vivir como una sombra.»

Rafael apartó los mechones de cabello que cubrían su rostro y repitió la orden en voz alta.

—Elena.

La cazadora separó los párpados por un instante, y Rafael pudo ver que sus ojos no tenían el color plateado de costumbre: habían adquirido el tono de la medianoche y estaban llenos de los ecos de la pesadilla. Sin embargo, volvieron a la normalidad en cuanto parpadeó un par de veces. Elena lo miró con expresión confundida y se frotó la frente.

—Me siento como si me hubiera caído encima una viga. ¿Qué ha ocurrido?

—Tuve que intervenir cuando decidiste convertir el entrenamiento en un combate mortal.

Ella apartó la mano de su frente.

—Lo recuerdo. —Un susurro—. ¿Veneno está bien?

—Sí. —No obstante, a Rafael quien le preocupaba era ella—. Los recuerdos empiezan a aflorar mientras estás despierta.

Elena se sentó en la cama.

—Fue como si me convirtiera en una persona diferente. No, ni siquiera eso... Fue como si me convirtiera en una máquina concentrada en una única cosa.

—Se parece al estado Silente.

Elena tembló al recordar en qué se había convertido él durante el período Silente, al recordar a esa criatura sin alma que acababa con las vidas humanas con la misma facilidad con la que se sofocan unas pequeñas llamas.

—¿Crees que se debe al cambio, a la inmortalidad?

—Es uno de los factores. —Asintió con la cabeza—. Aunque tal vez sea que ha llegado el momento.

El momento de que recordara todas las cosas que había decidido olvidar.

—Quiero hablar con mi padre.

30

—N
o merece recibir tus disculpas.

Elena levantó la cabeza de golpe.

—¿Cómo lo has sabido?

—Tienes la culpabilidad incrustada en el alma. —Deslizó los dedos desde su rostro hasta su garganta y se inclinó hasta que sus labios estuvieron separados por apenas un centímetro—. No te postrarás ante él.

Elena dio un respingo.

—Pero soy la razón por la que Slater eligió a nuestra familia. —No había nada que pudiera cambiar eso.

—Y tu padre es la razón por la que lo que queda de tu familia sigue dividido en dos.

Para eso no tenía respuesta, porque Rafael tenía razón. Jeffrey había divido la familia el día que la echó, el día que arrojó sus cosas sobre el césped verde del Caserón como si fueran basura. Los vecinos de su elegante barrio habían sido demasiado educados como para observar abiertamente, pero Elena había notado sus ojos vigilantes. Aunque le había dado igual. Lo único que le importaba en aquellos momentos era que su padre había destruido lo poco que quedaba de su relación cuando intentó doblegarla.

«Si te arrodillas y suplicas, tal vez lo reconsidere.»

—Es una herida supurante abierta entre nosotros —dijo mientras colocaba una mano sobre el pecho de Rafael—. Ahora sé que me odia porque fui yo quien atrajo a Slater. —Al igual que Dmitri, Patalis era capaz de hipnotizar a los cazadores con su esencia, aunque ese no era su único don—. ¿Dmitri puede rastrearme? —preguntó al sentir que, de repente, algo encajaba en su interior.

—Sí.

Ningún mortal, pensó Elena, ningún cazador sabía eso.

—Así fue como lo hizo Slater. Percibió mi esencia de algún modo y puso rumbo hacia nuestro barrio. —Slater no debería haber poseído la capacidad de percibir las esencias, era demasiado joven. Sin embargo, aquel vampiro no era normal en ningún sentido—. Sentí que se acercaba, saboreé su esencia en el ambiente. —Había intentado convencer a su padre, le había suplicado, rogado, a gritos al final.

«—Ya basta, Elianora. —Una orden furiosa—. Marguerite, creo que debes acabar con esos cuentos de hadas.

—Pero papá...

—Eres una Deveraux. —Una mirada de acero—. Nadie en esta familia ha sido jamás un vulgar cazador. Tú no vas a ser la primera, y contarme esos cuentos no te ayudará en nada.

Más tarde, su madre la había abrazado y le había dicho que hablaría con Jeffrey.

—Dale tiempo,
azeeztee
. Tu padre fue educado para aferrarse a las tradiciones, le cuesta mucho aceptar las nuevas ideas.

—Mamá, el monstruo...

—Tal vez los percibas, cariño. Pero ellos no hacen más que vivir su vida. —Una cariñosa lección maternal—. Los vampiros no tienen por qué ser malvados.

En aquellos momentos, Elena no había sabido explicarle que conocía la diferencia, que el que se acercaba era malvado. Para cuando encontró las palabras necesarias para explicarse, ya era demasiado tarde.»

Los días siguientes pasaron en un abrir y cerrar de ojos, ya que Elena consumió la mayor parte del tiempo en los entrenamientos de vuelo con Rafael. Durante el poco tiempo libre del que dispuso, paseó por el Refugio, escuchando y aprendiendo. Según la información de Jason, tanto Anoushka como Dahariel carecían de coartada el día que se robaron las dagas, pero no había forma de culpar a ninguno de ellos. Lo bueno era que las dagas habían dejado de aparecer, y que Anoushka, Dahariel y Nazarach se habían marchado a sus territorios.

Aun así, Elena no bajó la guardia.

La vigilancia constante, sumada a un riguroso entrenamiento de vuelo, resultó agotadora, pero Elena recibió el cansancio de buena gana, ya que no quería pararse a pensar en el papel que había jugado en la muerte de sus hermanas (y al final también en la de su madre). Así pues, se concentró en la caza, en el baile y en las visitas a Sam.

Fue mientras avanzaba por el pasillo después de una de esas visitas cuando las cosas empezaron a ponerse feas.

—Michaela. —Abrió los ojos de par en par al ver los cuerpos esparcidos por detrás de la arcángel. Uno de ellos era la versión angelical de un enfermero y su cabello estaba manchado de algo pegajoso. Había una línea roja en la pared contra la que se había desplomado.

—Cazadora. —La arcángel empezó a avanzar, ataviada con un vestido vaporoso de color rojo que cubría sus pechos en una exuberante caricia antes de abrirse en el muslo izquierdo, donde mostraba una esbelta porción de carne. No se podía negar que Michaela era deslumbrante.

Pero ese día... Elena tragó saliva. Ese vestido no era rojo. En un principio había sido blanco. Era la sangre lo que le había dado ese tono, y algunas partes todavía estaban tan húmedas que se le pegaban a la piel. El rostro de la arcángel estaba limpio, pero sus uñas también tenían rastros de sangre.

Irradiaba muerte por todos los poros de su piel.

—He venido a ver al niño.

Elena no cometió el error de pensar que Michaela le estaba dando una explicación. No, lo que acababa de oír era una orden. Debería haber permitido que la arcángel siguiera adelante, pero (dejando a un lado la locura que evidenciaba su vestido) había algo extremadamente perverso en Michaela en esos instantes, algo que no podía acercarse a un niño indefenso.

—¿Has concertado una visita? —Cerró la mano en torno a la empuñadura de la pistola que había sacado del bolsillo lateral de sus pantalones.

Michaela le hizo un gesto con la mano, un gesto igual que el que había hecho en una ocasión anterior. Sin embargo, esa vez Rafael no estaba allí para detenerla. Una línea húmeda atravesó la mejilla de Elena, y su carne se dividió como si la hubieran cortado con una hoja de afeitar.

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