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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

El Bastón Rúnico (59 page)

BOOK: El Bastón Rúnico
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—En cualquier caso, debemos dirigirnos hacia el sur y averiguar si Narleen es un lugar, una persona o una cosa. Vamos. —Se inclinó sobre el cadáver de Mygan de Llandar y empezó a quitarle los anillos de cristal de los dedos—. Por lo que he podido ver de su caverna, es casi seguro que todo esto lo ha encontrado en la ciudad de Halapandur. Es evidente que el equipo que tenía en la caverna procedía de la ciudad. Todo esto ha tenido que ser inventado por aquellas gentes mucho antes de que se produjera el Milenio Trágico…

Pero Hawkmoon apenas si le escuchaba. Se incorporó y señaló a través de la llanura. —¡Mirad!

El viento empezaba a soplar con fuerza.

En la distancia, algo gigantesco y de un color púrpura rojizo se acercaba hacia ellos, emitiendo relámpagos.

Libro segundo
1. Zhenak–Teng

Mygan de Llandar servía al Bastón Rúnico (aunque sabiéndolo), al igual que Dorian Hawkmoon. El filósofo de Yel había depositado a Hawkmoon en un país extraño y hostil, dándole muy poca información, para que siguiera la causa del Bastón Rúnico. De modo que ahora se hallaban entrelazados muchos destinos —el de Camarga con Granbretan, el de Granbretan con Asiacomunista, el de Asiacomunista con Amarehk, el de Hawkmoon con D'Averc, el de D'Averc con Plana, el de Plana con Meliadus, el de Meliadus con el rey Huon, el del rey Huon con Shenegar Trott, el de Shenegar Trott con Hawkmoon—, todos ellos entretejidos para realizar el trabajo del Bastón Rúnico, iniciado cuando Meliadus juró por el Bastón Rúnico su gran juramento de venganza contra los habitantes del castillo de Brass, poniendo así en marcha la cadena de acontecimientos. En el tejido eran aparentes las paradojas e ironías, que se harían cada vez más claras para aquellos cuyos destinos se hallaban entrelazados en él. Y mientras Hawkmoon se preguntaba dónde se encontraba, en el tiempo o en el espacio, los científicos del rey Huon perfeccionaban máquinas de guerra cada vez más poderosas, capaces de ayudar a los ejércitos del Imperio Oscuro a extenderse con más y más rapidez por todo el globo, manchándolo todo de sangre…

—LA ALTA HISTORIA DEL BASTÓN RÚNICO

Hawkmoon y D'Averc vieron aproximarse la extraña esfera y, con un gesto de fatiga, desenvainaron las espadas.

Estaban andrajosos, con los cuerpos ensangrentados, los rostros pálidos, con los signos de la tensión del combate y con muy pocos signos de esperanza en los ojos.

—Ah, qué bien nos vendría ahora el poder del amuleto —dijo Hawkmoon del Amuleto Rojo que, de acuerdo con el consejo del Guerrero, había dejado en el castillo de Brass.

—A mí me bastaría con un poco de energía mortal —comentó D'Averc sonriendo débilmente—. Sin embargo, debemos hacer todo lo que podamos— añadió, enderezando los hombros.

La ruidosa esfera se acercó más, balanceándose sobre el césped. Se trataba de una cosa enorme, llena de colores relampagueantes, y era evidente que las espadas no le liarían el menor daño.

La esfera se detuvo cerca de ellos con una especie de chirrido, dominándolos con su enormidad.

Después, empezó a zumbar y en el centro apareció una hendidura que se fue ampliando hasta que pareció como si la esfera fuera a partirse en dos. De su interior surgió un humo blanco y delicado que osciló en el aire, formando una pequeña nube, hasta que se depositó en el suelo.

A continuación, la nube empezó a dispersarse, dejando al descubierto a una figura alta y bien proporcionada, con el largo pelo rubio apartado de los ojos por una pequeña corona de plata. El bronceado cuerpo se cubría con un corto kilt dividido, de color marrón suave. No parecía llevar armas consigo.

Hawkmoon contempló la figura con cautela. —¿Quién sois? —preguntó—. ¿Qué queréis?

El ocupante de la esfera sonrió.

—Esa pregunta os la debería hacer yo —contestó con un acento peculiar—. Por lo que veo, habéis participado en una lucha… y uno de los vuestros ha resultado muerto. Parece muy viejo para haber sido un guerrero. —¿Quién sois? —volvió a preguntar Hawkmoon.

—Sois muy resuelto, guerrero. Soy Zhenak–Teng, de la familia de los Teng. Decidme contra quién habéis luchado aquí. ¿Ha sido contra los charkis?

—Ese nombre no significa nada para nosotros. Aquí no hemos luchado contra nadie —contestó D'Averc—. Somos viajeros. Aquellos contra los que luchamos se hallan a una gran distancia. Hemos llegado hasta aquí huyendo de ellos…

—A pesar de lo cual vuestras heridas parecen frescas. ¿Me acompañaréis a TengKampp? —¿Es así como se llama vuestra ciudad?

—Nosotros no tenemos ciudades. Vamos. Podemos ayudaros…, curar vuestras heridas, e incluso quizá revivir a vuestro amigo.

—Imposible. Está muerto.

—Con mucha frecuencia podemos revivir a los muertos —dijo el hombre elegante sin darle ninguna importancia—. ¿Queréis venir conmigo? —¿Por qué no? —replicó Hawkmoon encogiéndose de hombros.

Él y D'Averc levantaron el cuerpo de Mygan y avanzaron hacia la esfera. Zhenak–Teng iba delante de ellos.

Vieron que el interior de la esfera era, en realidad, una cabina en la que podían permanecer cómodamente sentados varios hombres. Sin duda alguna, aquel artefacto era allí un medio de transporte habitual. Zhenak–Teng no hizo el menor esfuerzo por ayudarles, dejando que fueran ellos mismos los que decidieran dónde debían sentarse y qué posición debían adoptar.

Pasó la mano por el panel de control de la esfera, y la hendidura empezó a cerrarse.

Después iniciaron el viaje, rodando suavemente sobre el césped a una velocidad fantástica, viendo confusamente el paisaje a medida que pasaban.

La llanura se extendía más y más. Nunca vieron en ella ni árboles, ni rocas, colinas o ríos. Hawkmoon empezó a preguntarse si no se trataría, de hecho, de una pradera artificial…, o que quizá hubiera sido artificialmente nivelada en el pasado.

Zhenak–Teng observaba con atención uno de los instrumentos, gracias al cual, presumiblemente, veía el camino que seguían. Tenía las manos situadas sobre una palanca ajustada a una rueda que él hacía girar de vez en cuando en un sentido u otro, dirigiendo así el extraño vehículo.

Pasaron a cierta distancia ante un grupo de objetos en movimiento, que ellos no pudieron definir a través de las paredes de la esfera. Hawkmoon señaló en su dirección.

—Charkis —dijo Zhenak–Teng—. Si tenemos suerte, no nos atacarán.

Parecía tratarse de cosas grises, con el color de la piedra oscura, pero dotados de numerosas patas y protuberancias oscilantes. Hawkmoon no pudo saber si se trataba de criaturas, de máquinas, o de ninguna de las dos cosas.

Transcurrió una hora y finalmente, la esfera empezó a aminorar la velocidad.

—Estamos cerca de Teng–Kampp —dijo.

Poco después la esfera se detuvo y el hombre bronceado se echó hacia atrás, suspirando con alivio.

—Bien —dijo—. He encontrado lo que andaba buscando. Esa fuerza de charkis avanza, alimentándose, en una dirección suroeste, por lo que no creo que se acerquen demasiado a Teng–Kampp. —¿Qué son los charkis? —preguntó D'Averc con un gesto de dolor al moverse de nuevo, a causa de sus heridas.

—Los charkis son nuestros enemigos, criaturas creadas para destruir la vida humana —contestó Zhenak–Teng—. Se alimentan desde el suelo, absorbiendo energía de los Kampps ocultos de nuestro pueblo.

Tocó una palanca y, tras dar una sacudida, el globo empezó a descender en el suelo.

La tierra pareció tragárselos, cerrándose después sobre ellos. El globo continuó descendiendo durante un rato hasta que por fin se detuvo. Una luz brillante surgió de pronto y vieron que se hallaban en una pequeña cámara subterránea, que apenas si era lo bastante grande como para contener la esfera.

—Teng–Kampp —dijo lacónicamente Zhenak–Teng tocando una especie de clavo en el panel de control, lo que hizo que la esfera se abriera de nuevo.

Descendieron al suelo de la cámara, llevando a Mygan con ellos. Se tuvieron que agachar para pasar bajo un arco y salieron a otra cámara donde unos hombres vestidos de un modo similar a Zhenak–Teng acudieron presurosos hacia ellos, pasando a su lado, probablemente para reacondicionar la esfera.

—Por aquí —dijo el hombre alto conduciéndoles a un cubículo que empezó a girar con lentitud.

Hawkmoon y D'Averc se apoyaron contra los lados del cubículo, sintiéndose algo mareados, pero la experiencia pasó y Zhenak–Teng les condujo hasta una habitación cubierta por una mullida alfombra, que contenía muebles de aspecto sencillo pero cómodo.

—Éstas son mis habitaciones —explicó—. Enviaré a buscar ahora a los miembros médicos de mi familia que quizá sean capaces de ayudar a vuestro amigo. Disculpadme.

Y tras decir esto desapareció en otra habitación. Poco después regresó, sonriendo.

—Mis hermanos no tardarán en llegar.

—Espero que sea así —dijo D'Averc con un tono de fastidio —. Nunca me he sentido especialmente orgulloso de hallarme en compañía de cadáveres…

—No será por mucho tiempo. Vamos a otra habitación donde podréis refrescaros.

Dejaron atrás el cuerpo de Mygan y entraron en una habitación donde unas bandejas con comida y bebida parecían estar suspendidas en el aire, sin apoyo alguno, algo por encima de unos cojines apilados en el suelo.

Siguiendo el ejemplo de Zhenak–Teng, se sentaron sobre los cojines y se sirvieron de la comida. Estaba deliciosa y no tardaron en ingerir grandes cantidades.

Mientras lo hacían, entraron en la habitación dos hombres con un aspecto similar al de Zhenak–Teng.

—Es demasiado tarde —le dijo uno de ellos a Zhenak–Teng—. Lo siento, hermano, pero no podemos revivir al anciano. Las heridas y el tiempo transcurrido…

Zhenak–Teng miró a D'Averc y a Hawkmoon con una expresión de disculpa.

—Me temo que habéis perdido a vuestro compañero para siempre —dijo.

—En ese caso, quizá podáis ocuparos de que se le haga una buena despedida —dijo D'Averc, casi con alivio.

—Desde luego. Haremos todo lo que sea necesario.

Los otros dos se marcharon y estuvieron ausentes durante media hora. Regresaron cuando Hawkmoon y D'Averc terminaban de comer. El primero de ellos se presentó como Bralan–Teng, y el segundo como Polad–Teng. Eran hermanos de Zhenak–Teng y ambos practicaban la medicina. Inspeccionaron las heridas de Hawkmoon y D'Averc y les aplicaron vendajes. Los dos guerreros no tardaron en sentirse mucho mejor.

—Ahora debéis decirnos cómo llegasteis al territorio de los Kampp —dijo ZhenakTeng—. Muy pocos extranjeros se aventuran por nuestras llanuras, debido sobre todo a la presencia de los charkis. Tenéis que contarnos las cosas que ocurren en otras partes del mundo…

—No estoy muy seguro de que podáis comprender la contestación a vuestra primera pregunta —dijo Hawkmoon—, o que podamos ayudaros con noticias de nuestro mundo.

A continuación, explicó lo mejor que pudo cómo habían llegado hasta allí y dónde se encontraba su propio mundo. Zhenak–Teng le escuchó con una cuidadosa atención.

Sí, tenéis razón —dijo—. Comprendo muy pocas cosas de lo que me habéis contado.

Jamás había oído hablar de ninguna «Europa» o «Granbretan», y el instrumento que me habéis descrito no es conocido por nuestra ciencia. Pero os creo. ¿De qué otro modo podríais haber aparecido tan de repente en la llanura de los Kampp? —¿Qué son los Kampp? —preguntó D'Averc—. Dijisteis que no eran ciudades.

—Y no lo son. Se trata de casas familiares que pertenecen a un clan. En nuestro caso, la casa subterránea pertenece a la familia Teng. Otras familias cercanas son los Ohn, los Sek y los Neng. Hace años había muchas más…, pero los charkis las descubrieron y destruyeron. —¿Y qué son los charkis? —preguntó Hawkmoon.

—Los charkis son nuestros sempiternos enemigos. Fueron creados por aquellos que en otros tiempos trataron de destruir las casas de la llanura. En último término, ese enemigo se destruyó a sí mismo en una especie de experimento explosivo, pero esas criaturas, los charkis, continúan deambulando por la llanura. Disponen de medios increíbles para derrotarnos, ya que pueden alimentarse con nuestra energía vital —dijo Zhenak–Teng con un estremecimiento. —¿Que se alimentan de vuestra energía vital? —preguntó D'Averc frunciendo el ceño—. ¿Qué significa eso?

—Absorben todo aquello que crea vida, todo lo que es vida, dejándonos secos, inútiles, destinados a morir lentamente, incapaces de movernos…

Hawkmoon se dispuso a plantear otra pregunta pero se lo pensó mejor y cambió de idea. Era evidente que el tema le resultaba doloroso a Zhenak–Teng. Así pues, cambió de tema y preguntó: —¿Y qué es la llanura? No me parece natural.

—No lo es. En otros tiempos fue el lugar donde teníamos los campos, pues nosotros fuimos antes muy poderosos entre las Cien Familias…, hasta que llegó el que creó a los charkis. Él quería para sí mismo nuestros artefactos y nuestras fuentes de poder. Se llamaba Shenatar–vron–Kensai, y trajo a los charkis consigo desde el este, con el único propósito de destruir por completo a las Familias. Y eso fue lo que hicieron, a excepción del puñado de las que sobrevivimos. Pero poco a poco, a lo largo de los siglos, los charkis nos han ido descubriendo…

—Parecéis no tener ninguna esperanza —comentó D'Averc en un tono casi acusador.

—Sólo somos realistas —replicó Zhenak–Teng sin rencor. —Mañana quisiéramos continuar nuestro camino —dijo Hawkmoon —. ¿Tenéis mapas…, algo que nos ayude a llegar a Narleen?

—Tengo un mapa…, aunque es basto. Narleen era una gran ciudad comercial situada en la costa. Eso fue hace siglos. No sé qué ha sido de ella. —Zhenak–Teng se levantó—.

Y ahora os mostraré la habitación que os he preparado. Allí podréis dormir esta noche e iniciar vuestro largo viaje por la mañana.

2. Los charkis

Hawkmoon se despertó al escuchar el ruido del combate.

Se preguntó por un momento si había estado soñando, si no se encontraba de regreso en la caverna y D'Averc no seguía luchando contra el barón Meliadus. Saltó de la cama, abalanzándose sobre la espada, que había dejado en una silla cercana, junto con sus harapientas ropas. Se encontraba en la misma habitación donde Zhenak–Teng le dejara la noche anterior, y, en la otra cama, D'Averc acababa de despertarse también, con una expresión de sorpresa en el rostro.

Hawkmoon empezó a vestirse apresuradamente. Desde detrás de las puertas les llegaban gritos, el entrechocar de las espadas, extraños quejidos y gemidos. En cuanto se hubo vestido se dirigió hacia la puerta y la abrió para dejar apenas una rendija por la que ver.

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