El Balneario (15 page)

Read El Balneario Online

Authors: Manuel Vázquez Montalbán

BOOK: El Balneario
5.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero ¿de qué cadáver habla este señor? —gritó alarmada la señora criada en Toledo.

—Es una metáfora, señora —contestó Sánchez Bolín mirándole las tetas.

—No nos venga con metáforas, que la situación está que arde.

Villavicencio se levantó cabeceando, como si se viera obligado a asumir una actitud a su pesar.

—Pero es que parecemos niños. Discutiendo tonterías. Lo que se ha de hacer, se hace. Propongo que se forme una comisión que vaya a pedir explicaciones y me permito designar una representación plural de los oficios, funciones, ideologías y autonomías aquí presentes: tú, vasco, Colom, el detective, el escritor y yo.

—¡Ole tu espíritu democrático, Villavicencio! —jaleó Sullivan.

Sánchez Bolín se levantó, inclinó la cabeza y exclamó:

—Me inclino ante una propuesta pluralista del poder militar.

Aplaudió el vasco y Villavicencio fue muy felicitado, mientras devolvía cumplidos por el procedimiento de ir murmurando: es que a los militares hay que entendernos. No estaba muy conforme, en cambio, la dama que tan lanzadamente había expuesto su pensamiento, y ante su evidente disgusto y al ser requerida sobre la causa, atribuyo a la comisión un carácter machista, intolerable en los tiempos que corrían.

—Ernesto, eso está feo. Meted a alguna mujer que no somos de piedra —ordenó doña Sólita levantando la vista por encima de sus gafas y de la calceta que había continuado haciendo durante toda la discusión.

—Es que somos unos mulos. Unos mulos. Perdone usted, señora, no sólo propongo que la incluyan en la comisión, sino que me inclino ante usted.

—No, si no es para tanto…

Completa la comisión, faltaba ponerse de acuerdo sobre las exigencias mínimas.

—Para empezar yo habría dado orden de arresto contra la piscina y la sala de calderas.

No sólo la comisión, sino el conjunto de la comunidad española se quedó boquiabierta.

—Según la costumbre militar, cuando algo o alguien causa daño o muerte a una persona, es inmediatamente arrestado, previo a consejo de guerra.

—¿Y qué ganamos arrestando a la piscina? ¿Y quién le hace un consejo de guerra a una piscina?

—Se trata de medidas simbólicas que imbuyen a la comunidad de la gravedad de lo sucedido. Cuando yo era un joven oficial pasamos por las armas a un burro que se había cargado al hijo de un brigada de una patada en el hígado.

Colom estaba arrepentido de haber transigido y aceptado formar parte de la comisión y comentaba por lo bajín que él no tenía cara de entrar en recepción pidiendo que arrestaran a la piscina. Llegó la crítica de Colom a oídos de Villavicencio.

—Me apuesto cinco mil duros, Colom, a que el general Delvaux ha pedido lo mismo.

—Tú, por si acaso, coronel, no lo propongas si no ves que ya lo ha propuesto Delvaux —propuso Sullivan y Villavicencio se avino, con lo que se debilitó la intranquilidad de Colom y se pasó a fijar un orden de peticiones de urgencia: información igual a la que recibieran los demás miembros de la comunidad, establecer un plazo de tiempo máximo para que se abrieran las puertas a todos por igual, garantías sobre la vigilancia externa e interna.

¿Y si dicen que no? Pues si dicen que no, hacemos una huelga de hambre, propuso el joven detallista de quesos.

—¿De qué? ¿Pero, chico, tú crees que aún se puede pasar más hambre de la que pasamos?

Se acordó que Colom llevara la voz cantante por la presunción de capacidad de diálogo y prudencia en los planteamientos que recibían los catalanes. En vano Colom pretextó que él en castellano se expresaba muy mal y se le notaba mucho el acento. Todos los acentos de España son españoles, le objetó el coronel, y partió la expedición, dudando el resto de la comunidad entre respaldar a sus comisionados hasta la puerta misma del despacho o quedarse en el salón de televisión a la espera del resultado. Iba a imponerse la primera propuesta cuando doña Sólita advirtió que estaba a punto de empezar
Más vale prevenir
y que hoy el programa versaba precisamente sobre el problema de los niños gordos. Ay, pues eso me interesa a mí exclamó la oriunda de Madrid pero criada en Toledo, y quiso dejar su puesto en la comisión a otra de las mujeres Negativa general y asunción por parte de la mujer de las responsabilidades contraídas, pero a cambio de que le hicieran un relato pormenorizado de cuanto se aconsejara en el programa.

—Tengo un niño, el mediano, que parece un fatibomba y no quiero que la criatura tenga que pasar por todo lo que he pasado yo.

16

Los buenos ánimos de la expedición española flaquearon en cuanto, llegada al primer campamento de la base de la recepción, pudieron comprobar cómo la delegación belga aún no había sido recibida porque sus miembros se habían dividido en flamencos y valones y de una discusión inicial sobre la necesidad de expresarse en los dos idiomas, aunque Molinas no entendiera el flamenco, se pasó a una discusión verbal airada en la que flamencos y valones acabaron hablando cada cual su idioma, haciendo los unos como si no entendieran a los otros. De las voces ai radas e incomunicantes se pasaron a las acciones manuales, reducidas a algún empujón y al paseo provocador de las manos por delante de las caras, cuando la delegación valona decidió tomar la iniciativa y pasar a la audiencia sin esperar el acuerdo de los flamencos. Villavicencio contemplaba cuanto ocurría y no lo comprendía, pese a las explicaciones del vasco desde el punto de vista interesado de que en todas partes cuecen habas. Y una vez entendido el grave problema escisionista belga, Villavicencio siguió sin entender por qué el general Delvaux no intervenía, imponiendo su calidad de militar que estaba por encima de las divisiones fratricidas. En efecto, Delvaux había sido invitado a pronunciarse pero rehusó discretamente el compromiso, aduciendo con poquísimas palabras que la cuestión le implicaba pero le rebasaba y que cualquier gesto suyo podía implicar a la institución que representaba: el Tratado de la Organización del Atlántico Norte. Sin una consulta con el mando y habida cuenta de que cuanto sucedía era en un país extranjero, un desliz por su parte podía poner en entredicho el prestigio de la organización. Resolvió aquel divorcio el propio Molinas, saliendo a parlamentar en lengua francesa con los valones y en alemán con los flamencos, lamentando muy vivamente no poder hablarles en su lengua. Es el justiprecio que hay que pagar por una lengua oprimida, le contestó la más levantisca de las flamencas. Desde la posición española no se podía escuchar el cuchicheo tranquilizador de Molinas, que no pareció convencer a nadie pero sí detuvo de momento la escalada de la agresividad. Elevó los ojos al cielo Molinas, para luego cerrarlos como aprovechando al máximo la recién recibida fortaleza divina, cuando vio que se le acercaban los españoles. No agradó al resto de la comisión el tono con el que Colom empezó su exposición, demasiado disculpatorio; pero en cuanto le expuso los tres puntos mínimos para toda posible negociación, Molinas casi se enterneció y les dio las gracias por su comprensión. Aceptó las tres peticiones y Colom se inclinó ante él repetidamente, sorprendido y satisfecho por la facilidad de su gestión, y ya culeaba el catalán tratando de llevarse tras de sí a la comisión cuando la voz de Duñabeitia contuvo el movimiento de retirada.

—Un momento. Me sorprende, Molinas, que usted acepte tan rápidamente. ¿Qué le han pedido los otros?

—Aquí entre nosotros y contando con su discreción y con la ayuda que debemos prestarnos entre paisanos, se han pedido locuras. Por ejemplo, derecho de llevar armas y que la cuarentena se aplique sobre todo al personal auxiliar: las chicas de la limpieza y del servicio, es decir, las mecánicas, los jardineros, el personal auxiliar que cuida de las instalaciones técnicas, etcétera. Cacheo diario de todas las habitaciones del personal subalterno…

—La segunda petición no me parece ninguna tontería —comentó Sullivan ante la comunidad española en pleno cuando regresó la expedición—. Aunque sean compatriotas nuestros, no por eso les vamos a sacar las castañas del fuego. Es lógico pensar que los crímenes vengan de por ahí. Por ejemplo, lo he pensado durante horas y todo cuadra, se encaprichan con algo que tenía mistress Simpson, se lo roban, los descubre, la matan, Von Trotta lo ha visto todo y van a por él. Es la explicación más elemental.

—También ha podido ser un vagabundo que se metió en la finca…

Un importante sector femenino se inclinaba por esta explicación, pero Carvalho buscó la complicidad de Sánchez Bolín para comentar:

—Eso ya no se utiliza ni en las novelas policíacas baratas. Es la primera explicación que se les ocurre a los personajes de Agatha Christie, pero en seguida la desechan.

—Pero un día u otro ocurrirá —opinó Sánchez Bolín, y añadió—: El día en que el crimen lo haya cometido de verdad el vagabundo se habrán acabado las novelas policíacas.

Villavicencio informó que él disponía de una pistola con licencia, naturalmente, que ponía a disposición de la comunidad. Tendríamos que saber el número de nuestras habitaciones y centralizar el servicio de seguridad en la mía. ¿Que veis algo sospechoso? Me llamáis y yo voy para allí con la pistola.

—Yo estoy en el quinto pino, Ernesto, y cuando tú llegues con la pistola ya me han dejado seca.

—En toda acción defensiva hay que presumir un número de bajas. Lo importante es que sean mínimas. ¿Cuántos españoles somos?

—Veintidós, contando los catalanes —informó Sullivan.

—Un diez por ciento de bajas no sería un mal balance.

—Dos coma dos, exactamente.

Confirmó Sullivan de este modo la sospecha que los demás no se atrevían a asumir del todo: el coronel daba por posible que dos coma dos miembros de la comunidad española podrían no salir del balneario vivos. Un coro de indignación se alzó y la palabra bárbaro fue la más suave que tuvo que escuchar Villavicencio, al que su mujer reconvenía a distancia, sin dejar de hacer media. Nervioso y gesticulante, Villavicencio dejó el grupo y se fue a sentar junto a su mujer.

—Ernesto, siempre hablas de más.

—Ya lo sé, Sólita, ya lo sé. Pero yo se las canto al lucero del alba y en combate no se puede mentir a los combatientes. Tampoco imbuirles derrotismo. Pero han de saber lo que se juegan.

Poco a poco el fervor de la discusión colectiva dio paso a un mutismo generalizado, el ensimismamiento. Cada cual pensaba en su propia suerte, en su capacidad de poder flotar en aquella corriente por sus propias fuerzas y hacer valer la propia entidad. El vasco se acercó a Carvalho para decirle que había telefoneado a un contacto seguro del País Vasco y le constaba, con toda clase de credibilidad, que no se trataba de un asunto de ETA.

—Tal vez terrorismo chiíta o armenio o libio. O quizá Sullivan tenga razón y todo es más simple. Ayer noche me interrogó el policía ese. ¿Ya has pasado por ahí?

—Sí.

—Un lunático, ¿no? Cambia de luna cada cinco minutos. O tal vez sea su método para desconcertar a la gente. Un payaso. En cuanto ven a un vasco ya se piensan que tiene la Parabellum en la bragueta. Y su compañero aún peor. Voy a enviar una carta al ministro del Interior poniéndoles verdes. No sé qué se creerá esa chusma, que no sabían qué era comer caliente hasta que se hicieron funcionarios. Toda España está llena de funcionarios, hasta los
punk
. El que arriesgue un duro por levantar este país es un imbécil.

Había escuchado Colom las últimas frases del vasco y las ratificó con energía:

—Te vienen detrás con el cuento de que inviertas, de que crees puestos de trabajo. ¡Venga!
Apa!
¡Que se espabilen! Yo trabajo todas las horas del día y mis únicas vacaciones me las paso aquí, ayunando. Ya es bien triste, ya. Y luego para que los cuatro duros que tengas los hayas de invertir para que una gentuza que no cree en el trabajo ni en nada, y te toma el pelo cuando quiere, pueda comer caliente y comprarse un video. Porque todos tienen video, ¿eh? No se confunda. Hasta el más muerto de hambre tiene video.

Dejó Carvalho a los dos empresarios con sus cuitas y subió a la cabina pública instalada en un ángulo de la recepción. Pidió a la centralita que le pusieran con el inspector Serrano y cuando lo tuvo al teléfono le preguntó si podía entrar en cuanto acabase el interrogatorio que tenía entre manos. Venga, pero pase a través del despacho de Molinas. Se fue Carvalho allí. Estaba vacío y esperó a que se abriera la puerta de comunicación y Serrano le diera paso. La cara del inspector era una pura ojera excavada por algún enemigo interior y sobre la piel le brillaba la viscosidad del cansancio. Ni le miró el ayudante y la secretaria aprovechaba la pausa para desperezarse como una gata morena, con los pechos melosos aunque tenía la cara un tanto hombruna.

—¿Alguna novedad?

—Nada nuevo. Espero los informes de los fiambres. No tardarán, pero parece ser que se complican, sobre todo el de la vieja. Ni la embajada de Estados Unidos se aclara. Según la embajada, mistress Simpson antes de ser mistress Simpson, es decir, antes de casarse con un tal Simpson, no existía. Consta un documento de boda a nombre de James F. Simpson y Perschka, pero es el primer y único documento que se tiene sobre la tal Perschka, como si hubiera salido de la nada para casarse.

—¿Y por aquí?

—Me muero de lepra. Todos me cuentan su vida, lo importantes que son, lo imprescindible de que salgan cuanto antes. Especialmente estoy de ese suizo hasta las narices, de ese del ataque.

—¿Lo han evacuado?

—De evacuar, nada. Le han controlado el ataque, de momento. Ya veremos.

—¿ Antecedentes?

—Pequeñas cosas. Cinco o seis entre los huéspedes. Cuestiones económicas, pero de poca importancia. Entre los españoles hay un cheque sin fondos, hace cuatro años… un tal Royo, aragonés, industrias farmacéuticas… Nada. La cosa cambia entre el personal de servicio, hay tres con antecedentes. Uno, antecedentes políticos. Era un líder sindical agrario en su pueblo de Huelva y tuvo problemas hace unos doce años. Otro, por escándalo público. Se dedicaba a enseñar la pitilina en la salida de los bailes. Y el tercero, por chorizo. Guzmán Luguín Santirso. Un caso interesante. Tal vez incluso lo recuerde. Hace veinte años era chófer de un notario de Madrid. Robó joyas y dinero por valor de unos diez millones. Cuando se fugaba con el botín fue descubierto por una criada. Hubo un forcejeo y ella apareció muerta.

—¿Un golpe? ¿La estranguló?

Other books

Poetic Justice by Alicia Rasley
Hadrian's Rage by Patricia-Marie Budd
When Morning Comes by Francis Ray
How to Date a Millionaire by Allison Rushby
Imperfect Spiral by Debbie Levy
The Sheik's Command by Loreth Anne White
Closing Time by Joseph Heller
Gale Warning by Dornford Yates
Branch Rickey by Jimmy Breslin