Se encontró con que el halcón ya estaba partido en pedazos, aunque no había sido cortado empleando el cuchillo de trinchar y el tenedor que el despensero había traído, como era lo correcto, sino con un instrumento que Stephen escondió bajo su servilleta cuando dijo:
—Discúlpame, Jack. En realidad, aún no he empezado, pero tenía muchas ganas de ver el esternón del ave. Aprendí muchas cosas acerca del esternón en París.
—Me alegro de eso —dijo Jack—, y me alegro de que te hayas recuperado.
—Sólo fue una indisposición pasajera, tal vez a causa de que comí demasiado pescado. Pero con la emoción de poner en marcha el plan, ha desaparecido.
Jack pensaba que también podría haber contribuido a ello el hecho de que la
Arielse
moviera más suavemente, pues el viento había disminuido de intensidad y ahora la corbeta se deslizaba con viento flojo por la aleta y tenía un cabeceo y un balanceo muy ligeros; sin embargo, se guardó su opinión.
—¿Te importaría echar un vistazo a este esternón y a los puntos que tiene? —inquirió Stephen, sosteniendo en alto la quilla del halcón—. ¿Dirías que son estos los puntos donde se unen los músculos del esternón, verdad?
—Lo juraría, te lo aseguro.
—Yo también lo hubiera jurado hasta hace unos días. Sin embargo, parece que realmente son los puntos de unión de los huesos que componen el esternón del ave en las primeras etapas de su vida. Fue un destacado académico quien me dijo esto, un hombre a quien me enorgullece conocer. Cree que hay que hacer una clasificación completamente nueva…
Jack dejó de prestarle atención y pensó en los mastelerillos de la
Ariel
, que habían sido colocados sobre la cubierta durante la tormenta, hasta que Stephen, en un tono enfático que no era habitual en él, dijo:
—… y quienes consideran que las patas de un ave son un rasgo genérico tal vez se vean obligados a considerar parientes el chotacabras y el quebrantahuesos.
—Eso nunca será posible, estoy seguro —dijo Jack—. Tiene un sabor parecido al cerdo, ¿verdad?
—Sí, muy parecido al cerdo. Pero no es extraño, si se piensa que el halcón abejero se alimenta principalmente de avispas y de sus crías. Permíteme —cogió los huesos que había en el plato de Jack y los envolvió en su pañuelo—. Me causó muy buena impresión el almirante. Es un admirable almirante, tiene una gran capacidad de decisión. Temía que vacilara durante un período interminable y que fuera reacio a llegar al difícil momento de asumir la responsabilidad.
—Sir James no es así —dijo Jack—. ¿Te acuerdas cuando estaba en Gibraltar, cuando se lanzó al ataque de la escuadra combinada? No hubo vacilación entonces, creo yo. Pero, ¿no notaste cuánto ha envejecido? Creo que todavía no tiene sesenta años, y, sin embargo, parece mucho más viejo.
—La apreciación de la edad es relativa. Creo que tú les pareces un patriarca a los jóvenes oficiales. Y a mí uno de los guardiamarinas me ayudó a cruzar la calle en Gotemburgo y me trató como si fuera un antepasado suyo.
—Creo que sí —dijo Jack, riendo—. Ellos a mí me parecen muy jóvenes, extremadamente jóvenes. Espero que hayan tenido tiempo de aprender su profesión. ¿Ya has terminado, Stephen?
—Sí, y voy a acostarme enseguida. Quiero digerir el halcón en mi coy y dormir como un tronco el tiempo que queda. Buenas noches.
Stephen estaba tranquilo y mucho más animado que de costumbre. Jack no tenía duda de que dormiría hasta el día siguiente y le envidiaba, pues sabía que aquella noche descansaría poco, aunque por la fuerza de la costumbre, generalmente podía quedarse dormido en cualquier momento. Estaba muy ansioso, en parte con razón y en parte sin ella. Pidió que le trajeran café, y mientras lo bebía examinó la ruta de nuevo. Llegó a la misma conclusión que antes; sin embargo, pensaba que había muchas, muchas cosas que podían fallar, muchas variables.
Una de esas variables no existiría si él hubiera tenido tiempo de traer a sus propios oficiales, por ejemplo, a Pullings, Babbington y Mowett —hombres con los que había navegado muchos años y a los que conocía perfectamente— o a algunos de los mejores guardiamarinas que había formado, que actualmente eran tenientes. Pero estaba seguro de que los jóvenes oficiales de la
Ariel
, a pesar de su juventud, conocían muy bien su profesión, pues todos habían estado navegando en barcos de la Armada desde la infancia, y en la corbeta todo estaba en perfecto orden. El propio Saumarez se había fijado en eso y había comentado que rara vez había visto en la Armada real una corbeta con tanto orden. Hyde no era un hombre excepcional ni un gran marino, pero era apto para el cargo de primer oficial porque sabía mantener la disciplina actuando con firmeza y sin violencia; el oficial de derrota era un excelente navegante, de eso no cabía ninguna duda; y Fenton parecía más amable y competente que la mayoría de los tenientes, un hombre que podría destacarse si tuviera suerte y fuera ascendido. Jack eliminó esa parte de su ansiedad por considerarla absurda y diez minutos más tarde subió a la cubierta para comprobar si ellos sabían lo que hacían.
La lluvia había cesado y el cielo estaba casi despejado. No había luna; la noche estaba oscura como boca de lobo. La corbeta seguía el rumbo adecuado, y Jack, al mirar la tablilla de navegación, comprobó que había mantenido la velocidad de seis nudos. No había duda de que Fenton sabía cómo gobernarla. Aunque estaban a punto de sonar las tres campanadas de la guardia de media y aunque no había que realizar ninguna tarea inmediata, en la cubierta reinaba una inusual actividad. No se veían las extrañas figuras de los marineros durmiendo con la cabeza envuelta en la chaqueta en lugares abrigados de la proa o cerca de los botes, sino que todos los tripulantes que no se encontraban en lo alto de la jarcia estaban junto a la borda contemplando la noche. Uno de ellos era Wittgenstein, un marino originario de Helgoland que desde muy niño acudía a Leith en los barcos carboneros, a quien Jack, siendo guardiamarina, había reclutado a la fuerza para la Armada, obligándole a salir de su barco. Habían navegado juntos en tres o cuatro misiones y simpatizaron. En la segunda de ellas, cuando Jack aún no sabía de náutica cuanto debía, Wittgenstein era uno de los tripulantes con quien Jack debía llevar una presa —un mercante con un valioso cargamento— a Port-of-Spain, y gracias a él no sólo habían sobrevivido después de que su barco fuera azotado por dos horribles tormentas que lo desviaron muchísimo de su rumbo, sino que también consiguieron recuperar su rumbo y llegar, tres semanas después de lo previsto, a Trinidad. Wittgenstein había ido a popa para encender un farol y Jack dijo:
—Me alegro de verle otra vez, Wittgenstein. Debe de hacer siete u ocho años que no navegamos juntos. ¿Cómo le va?
—Muy bien, señor, gracias a Dios, aunque ninguno de los dos somos tan jóvenes como antes —le respondió, mirándole fijamente a la luz amarillenta del farol—. Veo que a usted también le va muy bien, señor… bueno… bastante bien, después de todo.
Jack estuvo en la cubierta hasta que dieron la vuelta dos veces al reloj de arena; después sólo subía de vez en cuando para comprobar si la corbeta iba bien y mirar el cielo estrellado. Ahora Marte se ponía, juntándose con Virgo, sobre Lituania, y Júpiter, glorioso, brillaba intensamente por popa. Le parecía que la noche era interminable y que continuarían deslizándose a través de la oscuridad para siempre. Sin embargo, estaba dormido, sentado en la ingeniosa mecedora que Draper había colgado en la cabina, cuando un guardiamarina vino a decirle que habían avistado un barco. La guardia había cambiado mientras estaba dormido, y ahora, al volver a la cubierta, vio las primeras luces del alba, aunque todavía brillaba la luz de la bitácora. Al principio no pudo distinguir nada más que la línea del horizonte.
—Justo delante de esa burda, señor —dijo el oficial de derrota, que estaba encargado de la guardia de alba.
Entonces vio una pequeña mancha blanca, dirigió su telescopio de noche hacia allí y estuvo observándola largo rato. No, no saldría bien. Esa no era la gata que perseguía. Era demasiado pronto para encontrarla, y, además, esa embarcación que estaba a sotavento navegaba con rumbo sur. Pero, por otra parte… Una serie de posibilidades cruzaron por su mente mientras mecánicamente se colgaba al hombro el telescopio y subía a la cofa del palo mayor con una expresión grave. Sabía por el almirante que, a excepción del
Rattler
, no había navíos británicos patrullando aquella zona, y esa era una embarcación de tres mástiles; además, era poco probable que fuera un mercante británico que navegaba solo, pues casi todos viajaban en convoy para protegerse de los corsarios daneses. El oficial de derrota le siguió.
La luz aumentaba con rapidez. La distante embarcación (pues era, en efecto, una embarcación, aunque pequeña) apareció en su telescopio de noche, era una imagen invertida que parecía irreal.
—No es una gata —dijo, dándole el telescopio—. ¿Qué opina usted, señor Grimmond?
—Estoy de acuerdo, señor, no es una gata —dijo Grimmond después de una larga pausa—. Puedo ver perfectamente sus vergas juanetes… No me atrevo a jurarlo, señor, pero me parece que es el
Minnie
, un barco danés procedente de Arhus. Lo vimos a menudo el año pasado y lo perseguimos dos veces. Navega muy rápido de bolina y llega a ponerse casi justamente contra el viento.
—Subamos al tope, señor Grimmond —dijo Jack y ordenó al serviola que se deslizara por la burda hasta allí.
En la cruceta del palo mayor de una embarcación tan pequeña como la
Ariel
apenas había sitio para un capitán de navío de doscientas veinticinco libras de peso y un fornido oficial de derrota, y las frágiles tablas crujían de tal forma que era un mal presagio. Grimmond estaba tan asustado como incómodo, pues lo normal era que dos personas en esas circunstancias se cogieran la una a la otra, pero él no podía tomarse libertades con el capitán Aubrey, así que tuvo que sujetarse a un obenque y una burda, en una posición en que parecía estar crucificado.
Lo primero que hizo Jack fue localizar su presa, la gata que se dirigía a Riga. Desde esa altura podía ver una zona de veinticinco millas de diámetro, y allí no había ninguna gata. Según sus cálculos, debía estar al sureste, más allá del horizonte, acercándose al punto en que la
Ariel
interceptaría su ruta al principio de la guardia de mañana.
—Sí, señor —dijo el oficial de derrota—. Ahora estoy casi seguro de que es el
Minnie
. Tiene la parte superior de los costados pintada de negro y un bote en el pescante de popa.
—¿Y qué tipo de embarcación es?
—Bueno, señor, a veces es un mercante y viaja con licencia nuestra o comercia por su cuenta con los franceses, pero a veces, la mayoría, es un barco corsario. Y, si surge la oportunidad, es ambas cosas. Obviamente, no tenía licencia cuando huyó de nosotros y se refugió en Danzig.
—¿Y dice usted que es rápido?
—Mucho cuando navega contra el viento; sin embargo, la
Ariel
lo es más navegando a la cuadra. Debíamos haberlo apresado la segunda vez, pero se puso bajo la protección de los cañones de Bornholm. Íbamos persiguiéndolo a gran velocidad.
—¿Qué tipo de cañones lleva?
—Lleva catorce cañones daneses de seis libras, señor.
Jack se quedó pensativo allí, entre el claro cielo y la cubierta. Pensaba que su armamento era de considerable potencia para un mercante, pero no equiparable al de la
Ariel
. La gata era una hipotética presa, probable, pero aún hipotética, y, además, navegaba con una lentitud desesperante, y si la llevara o remolcara por el Báltico se demoraría mucho; en cambio, el
Minnie
noera una hipótesis sino que estaba allí, perfectamente visible, navegaba velozmente y en la dirección adecuada, de modo que si lo perseguía avanzaría por la ruta que él debía seguir, y, además, estaba a sotavento.
—Muy bien, señor Grimmond, veremos si podemos apresarlo esta vez —dijo y se agarró a una burda y se deslizó por ella rápidamente hasta la cubierta.
Estaba casi seguro de que el serviola del
Minnie
, como los de la mayoría de los mercantes, tardaría un rato en avistar la
Ariel
, lo cual era una ventaja, y también que después pasaría unos momentos mirándolo con la misma curiosidad y la misma avidez de presas que un corsario, pero esas eran sus únicas ventajas, porque sabía que no habría tiempo para emplear ardides en aquella persecución. Sería una persecución directa en la que el factor importante sería la velocidad, y quizá también la destreza en la navegación, y tenían todo el día para realizarla, el viento era favorable y el mar estaba desierto. Lamentaba no haber guindado aún los mastelerillos, que estaban sobre la cubierta desde que se había desatado la tormenta del día anterior; había esperado a que todos los marineros estuvieran en cubierta.
No habría tiempo de emplear ardides, pero sería absurdo no sacar ventaja de cualquier circunstancia. Ahora se podía ver la parte superior del casco del barco desde la cubierta, pero entre las embarcaciones aún había cinco millas de separación, y se tardaría mucho tiempo en acortar esa distancia, sobre todo porque en el
Minnie
ya habían colocado las vergas juanetes y la
Ariel
estaba muy cargada. Cambió el rumbo con el fin de cruzar la estela del
Minnie
yavanzó hacia él sólo con las gavias desplegadas. Suspendió el ritual de la limpieza de la cubierta, dijo que los coyes no se subirían hasta nuevo aviso, ordenó tapar con lona alquitranada las portas y que prepararan los mastelerillos y las vergas para ser colocadas poco después y también las sobrejuanetes. Pidió a los oficiales que siguieran su ejemplo y se cambiaran sus elegantes chaquetas azules por chaquetones. Se había embarcado con un solo uniforme, su mejor uniforme, y los oficiales de la
Ariel
, que suponían que lo llevaba porque quería, porque esa era su forma habitual de vestir, tenían desde entonces una apariencia que habría causado admiración en un buque insignia. Llevaban chaquetas con charreteras y brillantes botones dorados y sombreros muy adornados que se veían a gran distancia, claros signos de que pertenecían a un barco del Rey. Luego mandó a la mayoría de los marineros abajo, dejando solamente en la cubierta a una docena más o menos.
El serviola del
Minnie
les avistó antes de lo que Jack esperaba. Desde la cofa del palo mayor, Jack vio correr a sus tripulantes de un lado a otro. Notó que había un gran número de tripulantes, y eso le parecía una prueba casi definitiva de que el
Minnie
era un barco corsario, ya que eran suficientes para disparar los siete cañones de cada costado o abordar y capturar cualquiera de los mercantes que solían navegar por el Báltico. El barco viró para verles mejor y Jack ordenó: