—No tiene nada que objetar a una cena, ¿verdad, estimado amigo? Tengo una botella de vino que quisiera compartir con usted para celebrar su regreso, una botella
nata mecum consule Buteo
, la última que me queda. Espero que aún se encuentre en buen estado.
Aún se encontraba en buen estado. Era un oporto excelente, y cuando lo bebían, después de comer huevos revueltos con mantequilla, costillas en salsa picante y queso Stilton, sir Joseph dio unas palmaditas en la carpeta y dijo:
—El señor Johnson debe de ser un hombre muy interesante. Estos documentos muestran su progreso desde que era un joven aficionado con talento hasta que se convirtió en un profesional; un progreso extraordinariamente rápido. Parece que él y sus colegas han podido condensar en pocos años la experiencia de varias generaciones. La red que organizó en Canadá le hace merecedor de alabanzas, y aunque, indudablemente, fue engañado por los franceses, eso le podría haber sucedido a cualquiera. ¿Qué tipo de hombre es?
—Es un hombre bastante joven y tiene una gran agilidad mental y un fuerte instinto animal. Podría decirse que es un hombre atractivo y tiene modales elegantes y le gusta insinuarse. Creo que su ambición de poder es su rasgo más característico, aunque no tiene la desagradable apariencia de una persona ambiciosa, dominante, autoritaria. Procede de una familia de considerable fortuna y posee una gran inteligencia. No pretendo afirmar que existe una relación causa-efecto en este caso, pero es una persona que no soporta que se le contradiga ni que se le interpongan obstáculos, y como es tan listo, persistente y determinado y puede usar su gran fortuna cuando tarda en recibir los fondos de los Servicios Secretos o le resultan insuficientes, es un oponente peligroso. Estoy convencido de que alquiló dos barcos corsarios para que atacaran el bergantín correo en que viajábamos y de que les ofreció una gran recompensa por capturarnos. Se encontraban en la ruta por donde iba la corbeta que llevaba el informe original y la dejaron pasar, y a nosotros, en cambio, nos persiguieron con una increíble tenacidad, cuya única explicación sería que esperaban obtener una enorme cantidad de dinero. Aunque, la verdad, en este caso, Johnson tenía un poderoso motivo para actuar así.
—Sí —dijo sir Joseph, aunque no podía saberse si había asentido porque sabía cuál era el motivo de Johnson o por cortesía, y, después de llenar las copas, miró la vela a través de la suya, se rió y añadió—: ¡Qué golpe, Dios mío! ¡Qué golpe…!
—La verdad es que
tuve
buena suerte, no voy a ocultarlo —dijo Stephen—. Ya pesar de que haya logrado dar ese golpe gracias a las circunstancias y no a mis propios méritos, no lamento terminar mi carrera con un éxito fortuito.
—¿Terminar, Maturin? —preguntó sir Joseph asombrado—. ¿Qué quiere decir con eso?
Sir Joseph poseía todas las cualidades necesarias para ser un excelente jefe de los Servicios Secretos, pero no tenía sentido del humor, y la ansiedad y el desaliento comunes a su profesión habían acabado con el poco que tenía por naturaleza. No se dio cuenta de que Stephen hablaba con ligereza, de que había caído en la tentación de redondear una frase, y, muy serio, prosiguió:
—Maturin, Maturin, ¿cómo puede ser tan débil? Seguro que en esos remotos lugares ha leído nuestros boletines y comunicados preparados para los países neutrales y, sobre todo, para el pueblo ruso, y ha sacado la conclusión de que la guerra está a punto de acabarse. Seguro que piensa que el hecho de que Wellington tenga el control de buena parte de España, implica que Napoleón está derrotado y que debido a que controlamos su querida Cataluña, ya usted no tiene trabajo. Pero le aseguro que el control que ejercemos sobre España, particularmente sobre la España mediterránea, es muy débil, pues sólo contamos con la ayuda de unos cuantos batallones de soldados de reserva y portugueses, y si los franceses hacen un movimiento desde el Rosellón y atacan a las tropas de Wellington por el flanco derecho, cortarían extensísimas líneas de comunicación. Sí, incluso en esa región la situación es muy peligrosa, por no hablar del norte. A las tropas de Wellington hay que enviarles las provisiones por mar, por eso el dominio del mar es un factor decisivo, y considerando solamente nuestra escuadra del Canal… Aquí está el último comunicado de lord Keith:
El enemigo tiene doce barcos de línea, además del Jemmapes, preparados para zarpar, y quince fragatas… —quince, Maturin…— y otras embarcaciones más pequeñas, mientras que la escuadra que tengo bajo mi mando actualmente se compone de catorce barcos de línea, ocho fragatas, seis corbetas, dos bergantines, una goleta y dos cúters alquilados, y once de estas embarcaciones están en los puertos o de regreso a ellos para repostar.
Un tercio de ellas no se pueden utilizar por el momento, mientras que todas las de los franceses están preparadas para el combate; y las otras escuadras están en la misma situación. Como ve, si los franceses consiguieran salir, Wellington se quedaría colgando en el aire y cambiaría por completo la faz de la guerra, por eso él se queja constantemente de que no tiene suficiente protección naval ni provisiones. Le aseguro que la guerra se encuentra en su fase más peligrosa, Maturin. Estamos quemando nuestros últimos cartuchos, no nos quedan reservas, y si Napoleón consigue una victoria en tierra o en la mar, dudo que nos recuperemos. Ha estado usted fuera mucho tiempo y tal vez no pueda apreciar la inmensa pérdida de recursos que ha sufrido este país. Han subido los impuestos lo más alto posible y, sin embargo, no hay dinero y apenas podemos pertrechar la Armada. El prestigio del Gobierno ha disminuido mucho. El descuento de los bonos del Tesoro es tan alto que podría usted empapelarse la habitación con ellos. El comercio está casi paralizado, el oro no se encuentra por ningún lado, hay papel moneda por todas partes y en la City hay muy poca actividad. ¡En la City todos están apesadumbrados, Maturin, apesadumbrados!
A Stephen le era indiferente el estado de ánimo de la City, pero reflexionó sobre las palabras de sir Joseph. No poseía una información tan detallada y actualizada como la de su jefe, pero había colaborado en la redacción de demasiados documentos falsos como para dejarse engañar por los que había leído, y sabía muy bien que la situación era crítica, que la alianza contra Bonaparte era extremadamente frágil, que ambos bandos estaban exhaustos y una sola victoria francesa, bien aprovechada, podría traer como consecuencia que la guerra tuviera un terrible final y se estableciera una tiranía que duraría generaciones y generaciones. Sir Joseph estaba echando un sermón, por así decirlo, a un hombre que no necesitaba conversión, y Stephen lo lamentaba mucho, sobre todo porque con los años había aumentado su tendencia a contar las cosas dando demasiados detalles. Ahora, por ejemplo, daba demasiados detalles al hablar de la Bolsa.
—Creo que existen pocas cosas en las que los hombres piensan más y cuidan con más celo que el dinero, y la Bolsa es un infalible indicador de sus pensamientos, de los pensamientos de un gran número de personas inteligentes e informadas que tienen mucho que perder y mucho que ganar. Incluso la victoria conseguida por ustedes, que ha llegado como caída del cielo, y la de Wellington en Vitoria, prácticamente lo único que han provocado en la City es que se enciendan hogueras y luces y se pronuncien discursos patrióticos. Esos caballeros saben que solos no podemos seguir adelante mucho tiempo y que, en la primera ocasión que tengamos mala suerte, nuestros aliados nos abandonarán, como nos han abandonado otras veces. Y si yo tuviera la mitad de la seguridad que tiene usted de que Napoleón está a punto de ser derrotado, iría a la City mañana y haría una fortuna.
—¿Cómo lo conseguiría, señor?
—Pues comprando bonos del Estado, acciones de la Compañía de Indias y de cualquier otro tipo de compañía cuyo valor dependa del comercio internacional. Las compraría al bajísimo precio que tienen ahora y tan pronto como Bonaparte fuera derrotado o se firmara la paz, las vendería y obtendría enormes beneficios. ¡Enormes beneficios, señor! Cualquier persona que estuviera informada de antemano y dispusiera de una considerable suma, o pudiera obtener a crédito una considerable suma, podría hacer una fortuna. Sería como apostar en una carrera de caballos sabiendo de antemano cuál será el ganador. Así es como se hacen las fortunas en la Bolsa, aunque, en verdad, rara vez es posible obtener beneficios tan grandes.
—Me asombra usted —dijo Stephen—. No sé nada de estas cosas.
—Lo suponía —dijo sir Joseph en tono afectuoso, sonriéndole—. Permítame que le sirva un poco de vino. No obstante eso, yo no voy a hacer una fortuna, desgraciadamente, por la sencilla razón de que estoy totalmente de acuerdo con los caballeros de la City. Creo que obran con acierto. Napoleón es todavía un poderoso caudillo y, aunque se metió en un lío en Moscú, tiene muchas probabilidades de recuperarse. Acaba de demostrar en Lucerna lo que es capaz de hacer, y Berlín corre un grave peligro en estos momentos. Temo que haga otra de sus inesperadas y excelentes jugadas y divida a los aliados y llegue a destruirlos, como ha hecho tantas veces. Todavía tiene situados en Alemania a doscientos cincuenta mil hombres, y nuevas divisiones están entrenándose en Francia. Por otra parte, su flota está intacta y tiene barcos en la desembocadura del Escalda, Brest y Tolón… ¿Sabía usted, Maturin, que sólo en Tolón tiene ni más ni menos que veintiún barcos de línea y diez potentes fragatas? Todas sus embarcaciones son excelentes, están bien equipadas y bien tripuladas, y nosotros les hacemos el bloqueo con escuadras compuestas por barcos viejos que a duras penas pueden mantenerse en sus puestos durante todo el año. Créame, Maturin, la Bolsa es como un barómetro, y puedo asegurarle que aún nos queda mucho por hacer antes de que Boney
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sea derrotado.
—Entonces brindemos por su derrota —dijo Stephen.
—Por la derrota de Boney —dijo Blaine y paladeó su oporto y, unos momentos después, añadió—: Hace muy poco el Primer Lord y yo lamentábamos amargamente su ausencia. Aunque la zona mediterránea es realmente su terreno, si hubiera estado aquí, le habríamos rogado que aceptara realizar una misión en el Báltico, una misión muy adecuada para usted. Allí hay una isla fortificada y provista de gran número de potentes cañones que se encuentra bajo el control de una brigada catalana al servicio de los franceses; una brigada que pertenecía a una de las grandes guarniciones que España mantuvo a lo largo de la costa de Pomerania hasta el alzamiento. Les han hecho creer que su presencia en la isla es de vital importancia para la independencia de su tierra, una condición necesaria para conseguir la autonomía catalana. No sé qué invenciones y qué mentiras les han contado para convencerles de semejante falsedad, pero, a pesar de que sea ilógico y a pesar de los acontecimientos históricos, permanecen allí y serán un escollo para nosotros si nuestras operaciones en el norte siguen su curso probable, pues tenemos muchas esperanzas de aliarnos con el rey de Sajonia… Napoleón no es el único que tiene aliados poco fiables. —Luego volvió a referirse a los catalanes diciendo—: Les han mantenido totalmente aislados, lo cual es fácil en una isla, después de todo, ya, ¡ja, ja! Parece que lo único que saben de lo que ocurre en el mundo exterior es lo que los franceses quieren decirles. Y si un hombre de su inteligencia, Maturin, por encontrarse a distancia del escenario de la guerra, puede formarse una idea de la situación que, permítame decirlo, es errónea, no me extraña que ellos crean que Napoleón está venciendo en todas partes y que devolverá la independencia a su país. Tampoco me extraña que estén decididos a hacer saltar por los aires a sus enemigos, a nosotros, cuando pasemos entre Memel y Danzig en nuestros barcos de guerra y transportes para desembarcar detrás de las líneas enemigas, como pensamos hacer.
—¿Forman un grupo político coherente, una sola organización? ¿Pertenecen a uno de los principales movimientos de Cataluña? ¿Cuáles son sus objetivos con respecto a Madrid?
—Me coge usted desprevenido —dijo sir Joseph—. Podía haberle informado con todo detalle hace unos días, pero este nuevo triunfo —daba palmaditas a los documentos de Johnson— me ha hecho olvidarme de los detalles. Mi memoria ya no es lo que era.
Tendré que consultar los expedientes que están en la oficina. Recuerdo perfectamente que el Primer Lord dijo que, en situaciones como ésta, con cinco minutos de explicaciones, aclaraciones, frases persuasivas, o como usted quiera llamarlas, podría conseguirse más que si una poderosa escuadra lanzara un ataque contra semejante fortificación y en aguas tan peligrosas, pues no tendría garantía de éxito. Una batalla en esas condiciones acarrearía la pérdida de muchas vidas, barcos y dinero, sería como la batalla de Copenhague, aunque a menor escala y sin contar con el factor sorpresa ni la presencia de Nelson. Con cinco minutos de sencillas explicaciones se conseguiría que abrieran los ojos y se evitaría una batalla sangrienta, costosa y de resultado incierto. Por supuesto, muy pocos hombres serían capaces de conseguir esto, el emisario debía ser alguien en quien ellos creyeran y en quien confiaran, y enseguida su nombre nos vino a la mente. Usted hubiera sido la persona perfecta. Y, basándome en sus trabajos anteriores, estoy seguro de que no sólo les habría convencido sino que les habría inducido a volver sus cañones contra los franceses.
—En un caso así, las cosas dependerían en gran medida de los líderes —dijo Stephen.
En el movimiento autonómico catalán había muchas tendencias, muchas corrientes y muy diferentes organizaciones, cuyos jefes a veces estaban enfrentados entre sí. Stephen les conocía a casi todos, y a algunos incluso desde la infancia. Muchos eran amigos suyos y habían trabajado con él, y aunque le parecía que algunos estaban equivocados, les respetaba; sin embargo, había varios en quienes no confiaba.
—Sí, desde luego —dijo Blaine—. Quisiera… Bueno, le daré todos los detalles mañana tan pronto como lea los expedientes. Naturalmente, tendrá usted todos los datos, pero espero y confío en que sólo tendrán para usted valor histórico, y en que la misión se habrá resuelto con éxito dentro de una semana aproximadamente, si no es que ha finalizado ya, pues como no contábamos con usted y era fundamental actuar con celeridad, se la confiamos a Ponsich.
—¿A Pompeu Ponsich?
Sir Joseph asintió con la cabeza.
—Estudió a fondo el asunto, examinó toda la información que teníamos y, a pesar de su edad, decidió ir. Dijo que estaba seguro de que tendría éxito.