Justo a su espalda, con las rodillas paralelas a sus hombros, tenía a Remontoire y a Skade. Estaban incrustados en unos espacios con forma humana, situados entre las superficies interiores de las vainas de armas y las burbujas de combustible y, al igual que Clavain, vestían trajes espaciales ligeros. Por efecto de las oscuras superficies acorazadas de su indumentaria, quedaban reducidos a extensiones abstractas del interior de la corbeta. Apenas había espacio para los trajes, pero aún menos para ponérselos.
Skade...
[¿Sí, Clavain?].
Creo que ya resulta seguro decirme adonde nos dirigimos, ¿no te parece?
[Limítate a seguir el plan de vuelo y llegaremos muy pronto. El maestro de obra nos estará esperando.
¿El maestro de obra? ¿Es alguien a quien yo conozca? Detectó la ladina curva de la sonrisa de Skade, reflejada en la ventanilla de la corbeta.
[Pronto tendrás el placer, Clavain].
Clavain no necesitaba que le explicaran que, fuesen a donde fuesen, seguían estando en la misma zona del halo cometario que contenía el Nido Madre. Allá fuera no había nada más que vacío y cometas, e incluso estos eran escasos. Los combinados habían convertido algunos en señuelos para engañar al enemigo y habían situado sensores, bombas trampa y sistemas de interferencias en otros, pero no tenía noticia de que tales actividades estuvieran ocurriendo tan cerca de casa.
Mientras volaban echó una mirada a las cadenas de noticias del sistema. Solo las agencias informativas más partidistas pretendían que quedaba todavía alguna opción de victoria demarquista. La mayoría hablaba abiertamente de la derrota, aunque siempre se verbalizaba en términos más ambiguos: cese de las hostilidades, aceptación de ciertas exigencias enemigas, reapertura de negociaciones con los combinados... La letanía seguía y seguía, pero no era difícil leer entre líneas.
Los ataques contra los intereses combinados resultaban cada vez menos frecuentes, con un grado de éxito que se reducía de forma pareja. Ahora el enemigo se concentraba en proteger sus propias bases y fortalezas, y hasta en eso fracasaba. La mayoría de las bases necesitaban suministros de provisiones y armamento procedentes de los centros de producción principales, lo que suponía tener convoyes de naves robóticas desplegados en largas y solitarias trayectorias a través del sistema. Los combinados los capturaban con facilidad, y ni siquiera merecía la pena quedarse con la carga. Los demarquistas habían lanzado programas de choque para recuperar parte de la capacidad de nanofabricación de la que habían gozado antes de la plaga de fusión, pero los rumores que provenían de sus laboratorios de guerra apuntaban a truculentos fracasos, como equipos de investigación al completo convertidos en estiércol gris por replicadores fuera de control. Era como revivir de nuevo el siglo XXI.
Y cuanto más desesperados estaban, peores eran los fallos.
Las fuerzas de ocupación combinada se habían hecho con el control de cierto número de asentamientos exteriores y habían establecido enseguida regímenes títeres, para permitir que la vida cotidiana prosiguiera más o menos como antes. Todavía no se habían embarcado en programas masivos de conversión neuronal, pero sus críticos aseguraban que solo era cuestión de tiempo antes de que la población quedara subyugada por implantes combinados, esclavizados en su mente de colmena aplastante y uniforme. Los grupos de resistencia habían realizado varios golpes lesivos contra el poder combinado en esos estados marioneta, mediante frágiles alianzas de skyjacks, cerdos, banshees y otros busca problemas del sistema, que se agrupaban contra la nueva autoridad. Y todo lo que estaban consiguiendo, pensó Clavain, era acelerar la posibilidad de que fuese necesario imponer alguna forma de reclutamiento neuronal, aunque solo fuese para salvaguardar la seguridad pública.
Pero hasta el momento, Yellowstone y su vecindad inmediata (el Cinturón Oxidado, los hábitat de órbita alta de los carruseles y los enjambres de estacionamiento de las naves espaciales) no habían sido disputados. La Convención de Ferrisville, aunque inmersa en sus propios problemas, seguía manteniendo una fachada de dominio. Durante mucho tiempo había convenido a ambas partes disponer de una zona neutral, un sitio donde los espías pudieran intercambiar información y donde los agentes encubiertos de los dos bandos pudieran mezclarse con terceros y engatusar a posibles colaboradores, simpatizantes o desertores. Algunos llegaban a afirmar que eso solo era un estado temporal de las cosas, que los combinados no se conformarían con dominar la mayor parte del sistema; habían controlado Yellowstone durante unas pocas décadas y no iban a desaprovechar la oportunidad de hacerse con él para siempre. La ocupación previa había sido una intervención puramente práctica a invitación de los demarquistas, pero la segunda sería un ejercicio de control totalitario como nada que la historia hubiese conocido en siglos.
Eso se decía. ¿Pero qué sucedería si hasta eso fuese una previsión excesivamente optimista?
Skade le había contado que las señales de las armas perdidas se habían detectado hacía más de treinta años. Los recuerdos que le habían proporcionado y los datos a los que ahora podía acceder confirmaban su resumen. Pero no había explicación sobre por qué la recuperación de las armas se había convertido de repente en un tema de vital importancia para el Nido Madre. Skade había asegurado que, con anterioridad, la guerra había dificultado preparar un intento, pero sin duda eso solo era una parte de la verdad. Tenía que haber algo más, una crisis (o la amenaza de una) que hiciese de la recuperación de las armas una prioridad mucho más importante que antes. Algo había asustado al Sanctasanctórum.
Clavain se preguntó si Skade (y, en consecuencia, el Sanctasanctórum) sabía algo sobre los lobos que aún no hubiese compartido con los demás. Desde el regreso de Galiana, los lobos habían sido clasificados como una amenaza inquietante pero lejana, algo de lo que solo tendrían que preocuparse cuando la humanidad comenzara a extenderse por las profundidades del espacio interestelar. Pero, ¿y si se había obtenido nueva información confidencial? ¿Y si los lobos estaban más cerca?
Ansiaba rechazar esa posibilidad, pero se descubrió incapaz de hacerlo. Durante el resto del viaje, sus pensamientos volaron en círculos como buitres, examinando la idea desde todos los ángulos y analizándola mentalmente hasta la médula. Solo cuando Skade volvió a meter pensamientos en su cabeza, se obligó a enterrar sus dudas internas debajo del pensamiento consciente.
[Ya casi estamos, Clavain. ¿Comprendes que nada de lo que veas aquí puede comunicarse al resto del Nido Madre?].
Desde luego. Espero que hayáis sido discretos con lo que estabais haciendo aquí fuera. De haber atraído la atención del enemigo, podríais haberlo puesto todo en peligro.
[Pero no lo hemos hecho, Clavain].
Esa no es la cuestión. Se suponía que no habría operaciones a menos de diez horas luz de...
[Escucha, Clavain]. Skade se inclinó hacia delante por los estrechos confines de su asiento y la red de seguridad se tensó sobre las curvas negras de su traje espacial. [Hay algo que necesitas asimilar: la guerra ya no es nuestra preocupación principal. Vamos a ganarla].
No subestimes a los demarquistas.
[Oh, no lo hago. Pero debemos considerarlo de manera objetiva. Ahora, la única cuestión clave es la recuperación de las armas de clase infernal].
¿Tiene que ser una recuperación? ¿O te conformarías con destruirlas .^Clavain observó cuidadosamente su reacción. Incluso tras su admisión en el Consejo Cerrado, la mente de Skade seguía cerrada para él.
[¿Destruirlas, Clavain? ¿Por qué demonios querríamos destruirlas?].
Me dijiste que vuestro objetivo principal era evitar que cayeran en malas manos.
[Y así sigue siendo, sí].
¿Entonces permitirías que fueran destruidas!1 Así se lograría lo mismo, ¿verdadi1 Y me imagino que será mucho más fácil desde un punto de vista logístico.
[La recuperación es la meta preferida]. ¿Preferida?
[Preferida en grado sumo, Clavain].
En esos momentos, los motores de la corbeta rugieron con más fuerza. Apenas visible, una oscura cascara cometaria surgió de la oscuridad. Los reflectores delanteros de la nave estudiaron su superficie, rastreando y buscando. El cometa giraba lentamente; más rápido que el Nido Madre, pero aun así dentro de un límite razonable. Clavain calculó que el tamaño de aquella bola de nieve sucia debía de ser de unos siete u ocho kilómetros de lado a lado, un orden de magnitud menor que su hogar. Podrían ocultarlo sin problemas dentro del núcleo hueco del Nido Madre.
La corbeta se cernió sobre la superficie negra y espumosa del cometa, contrarrestando su deriva con impulsos irregulares de llamas de color violeta, antes de lanzar los ganchos de amarre. Estos golpearon contra el suelo y perforaron la madeja epoxídica casi invisible que habían colocado alrededor del cometa para reforzar su estructura.
Habéis sido castores muy ocupados, Skade. ¿A cuánta gente tenéis aquí haciendo lo que sea que hagan?
[A nadie. Somos muy pocos los que hemos visitado este sitio, y ninguno se ha quedado de forma permanente. Todas las actividades se han automatizado por completo. De vez en cuanto viene un agente del Consejo Cerrado para comprobar cómo van las cosas, pero en su mayor parte los servidores han trabajado sin supervisión].
Los servidores no son tan listos. [Los nuestros sí].
Clavain, Remontoire y Skade se pusieron los cascos y abandonaron la corbeta mediante su esclusa de superficie, para lo cual atravesaron de un salto varios metros de espacio hasta colisionar con la membrana de refuerzo, que los asió como insectos en papel atrapamoscas. Se agitaron a uno y otro lado como muelles hasta que su energía de impacto se diluyó. Cuando la membrana dejó de oscilar, Clavain apartó suavemente el brazo de la superficie adhesiva y después se irguió hasta incorporarse. El pegamento era lo bastante sofisticado como para ceder ante los movimientos normales, pero permanecería firme frente a cualquier acción violenta que pudiera enviar a alguien despedido del cometa a velocidad de escape. De manera similar, la membrana era rígida bajo fuerzas normales pero se deformaría elásticamente si algo impactara a más de unos pocos metros por segundo. Era posible caminar por ella, siempre que se hiciera con razonable lentitud, pero cualquier movimiento más vigoroso provocaría que el sujeto quedara liado e inmovilizado hasta que se relajara.
Skade, cuyo casco crestado hacía difícil confundirla con cualquier otro, encabezó la marcha y siguió lo que debía de ser una señal del traje para encontrar el rumbo. Tras avanzar durante cinco minutos, llegaron a una pequeña depresión de la superficie del cometa. Clavain distinguió un oscuro agujero de entrada en el punto más bajo de la hondonada, que casi pasaba desapercibido contra la superficie del cometa, negra como el hollín. Era un hueco circular en la membrana, protegido por un collar de forma anular.
Skade se arrodilló en la penumbra. La presa adhesiva se aferró a sus rodillas con un flujo de rezumantes capilares. Llamó dos veces al borde del gollete y esperó. Después de un minuto, más o menos, un servidor surgió de las tinieblas y desplegó una plétora de patas articuladas y apéndices mientras apartaba el firme obstáculo del collar. La máquina recordaba a un agresivo saltamontes de hierro. Clavain lo reconoció como un modelo de construcción general (había miles como aquel en el Nido Madre), pero había algo inquietantemente confiado y jactancioso en el modo en que se movía.
[Clavain, Remontoire... permitid que os presente al maestro de obra].
¿El servidor?
[El maestro es más que un servidor, te lo aseguro]. Skade pasó a la lengua oral:
—Maestro... deseamos ver el interior. Por favor, déjenos pasar.
En respuesta, Clavain oyó la voz del maestro, zumbante como una avispa:
—No estoy familiarizado con estos dos individuos.
—Tanto Clavain como Remontoire poseen autorización del Consejo Cerrado. Lea mi mente, verá que no me han coaccionado.
Se produjo un compás de espera mientras la máquina se acercaba un paso a Skade y sacaba toda la masa de su cuerpo por el gollete. Tenía muchas patas y extremidades, algunas con terminaciones como púas y otras acabadas en horquillas, herramientas o sensores especializados. A cada lado de su cabeza con forma de cuña había importantes racimos de sensores, acoplados entre sí como ojos compuestos. Skade mantuvo su posición mientras el servidor avanzaba hasta descollar sobre ella. La máquina bajó la cabeza, la osciló de lado a lado y después se apartó.
—También quiero leer sus mentes.
—Adelante.
El servidor se dirigió a Remontoire y de nuevo inclinó la cabeza y la balanceó. Tardó un poco más que con Skade. Después, al parecer satisfecho, procedió con Clavain. Este lo notó hurgar en su mente, con un escrutinio fiero y sistemático. Cuando la máquina lo repasó, un torrente de recuerdos de olores, sonidos e imágenes visuales brotó en su consciencia y después cada uno desapareció para ser reemplazado por otro. De vez en cuando la máquina hacía una pausa, retrocedía y recuperaba una imagen previa, con la que se demoraba suspicazmente. Otras las pasaba con desinterés y poco entusiasmo. El proceso fue, por suerte, rápido, pero aun así se sintió como si lo registraran de arriba abajo.
Entonces la inspección se detuvo, el torrente cesó y la mente de Clavain volvió a ser suya.
—Este tiene conflictos. Parece que ha albergado dudas, y yo tengo dudas sobre él. No puedo recuperar estructuras neuronales profundas. Quizá debiera escanearlo a mayor resolución. Un sencillo procedimiento quirúrgico...
Skade interrumpió al servidor.
—Eso no será necesario, maestro. Clavain tiene derecho a dudar. Déjenos pasar, por favor.
—Esto no está en orden, es de lo más irregular. Una intervención quirúrgica limitada...
La máquina todavía tenía sus cúmulos de sensores centrados en Clavain. —Maestro, se trata de una orden directa. Déjenos pasar. El servidor se apartó.
—Muy bien. Accedo bajo coacción. Insisto en que la visita sea breve. —No os demoraremos —aseguró Skade.
—No, no lo haréis. Además os desprenderéis de vuestras armas. No permitiré que haya artilugios de alta densidad de energía dentro de mi cometa.
Clavain bajó la mirada hacía su cinturón de herramientas y soltó la pistola bóser de bajo rendimiento que apenas recordaba llevar encima. Fue a depositar la pistola sobre el hielo, pero mientras lo hacía surgió un borrón convulso, como un látigo proveniente del maestro de obra, que le arrebató la pistola de las manos. Clavain la vio volar dando vueltas en la oscuridad que tenía tras de sí, alejándose a una velocidad mayor que la de escape. Skade y Remontoire lo imitaron y el maestro de obra se deshizo de sus armas con el mismo coletazo despreocupado. Después el servidor se giró (sus patas eran una mancha de metal en movimiento) y volvió a introducirse por el hueco.