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Authors: Caleb Carr

Tags: #Intriga, Policíaco, Suspense

El ángel de la oscuridad (14 page)

BOOK: El ángel de la oscuridad
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Al verme entrar alzó la vista.

— ¿Stevie? ¿Qué haces levantado? Es tarde.

— Sólo es medianoche— respondí yendo hacia la ventana—. Pero debo de haberme quedado dormido.

El doctor soltó una risita.

— Buena representación, Stevie, pero algo sobreactuada.

Reí y me encogí de hombros. El doctor dejó su copa y se acercó a la otra ventana.

— ¿Te das cuenta de lo que quieren que haga, Stevie?

La pregunta parecía absurda, pero supongo que yo la esperaba, pues respondí sin titubear:

— Sí, creo que sí.

— ¿Y desde cuándo lo sabes?

— La señorita Howard nos lo contó anoche.

El doctor asintió con un gesto, sonrió durante apenas un segundo y continuó mirando por la ventana.

— No estoy seguro de poder hacerlo.

Volví a encogerme de hombros.

— Eso debe decidirlo usted. Quiero decir que teniendo en cuenta lo que pasó…

— Sí— añadió sin volverse—, la última vez estuvimos a un tris de perderte.

Me sorprendió. Estaba tan convencido de que su principal consideración antes de aceptar el caso sería la muerte de Mary Palmer, que prácticamente había olvidado que también a mí me rondó la Parca en el mismo ataque que había acabado con la vida de Mary; y también Cyrus, cosa que le recordé al doctor en voz baja.

— Cyrus es un adulto— respondió—. Si me dice que está dispuesto a arriesgarse a trabajar en un caso como éste, tendré que respetar su decisión. Sabe Dios que el asunto Beecham le ha dado un… punto de referencia.— Hizo una pausa, respiró hondo y exhaló el aire con un lento silbido—. Pero tú eres diferente.

Reflexioné un instante.

— Nunca creí que… Bueno, me figuraba que usted estaría pensando en…

— Lo sé— respondió el doctor—. Ni se me pasa por la cabeza que hubieras pensado otra cosa. No tienes mucha experiencia en sentirte importante, Stevie, pero lo eres. Mary también lo era, desde luego, no necesito decírtelo. Pero ya se ha… ido.

Fue lo único que atinó a decir de ella, y era más de lo que me había dicho nunca.

— De todos modos resulta extraño no verla por aquí— dije sin detenerme a pensar en mis palabras.

— Sí. Y siempre será así.— El doctor sacó su reloj y comenzó a juguetear con él de una forma poco habitual, como si no estuviera seguro de cómo expresar lo que le rondaba por la cabeza—. Ya no tendré hijos, Stevie. Pero si tuviera un hijo, me gustaría que tuviera tu valor.

En todos los sentidos.— Guardó el reloj—. No puedo permitir que mis actos te pongan en peligro.

— Vale— dije—. Lo entiendo.— También yo tenía dificultades para encontrar las palabras adecuadas—. Pero he estado en peligro durante toda mi vida. Me refiero a antes de venir a vivir aquí. No es para tanto, siempre que haya una buena razón. Y este caso…, bueno, ya ha visto la foto de la niña. Y lo que podría haber detrás de ese asunto está bastante claro.— Di un ligero golpe en el suelo con el pie, haciendo un esfuerzo para expresarme con claridad—. Sólo quiero decir que no me gustaría pensar que yo le he impedido trabajar en el caso. Los demás le necesitan. Si cree que seré un estorbo, podría…, bueno, no sé, mandarme a alguna parte. Pero tiene que ayudarlos, porque el sargento detective Lucius ha dicho que este asunto podría ser verdaderamente desagradable y complicado.

El doctor sonrió y me dirigió una mirada inquisitiva.

— ¿Y cuándo dijo eso?

Reí y me di un golpecito en la frente.

— Oh. Vale, supongo que anoche.

— Ah.

Durante una pausa que se me hizo eterna, pero que en realidad no pudo durar más que unos minutos, ni siquiera lo suficiente para que Cyrus terminara su trabajo en la cochera, ambos permanecimos allí de pie, mirando hacia Stuyvesant Park. Luego el doctor dijo:

— Los detectives encontraron el arma esta mañana, ¿te lo habían dicho?

Me volví, lleno de entusiasmo.

— No. Aunque el señor Moore comentó que habían hecho un descubrimiento. ¿Qué era? ¿Un trozo de cañería?

— Tu antigua especialidad— respondió el doctor con un gesto afirmativo mientras sacaba su pitillera—. Estaba debajo de unos de los bancos cercanos al obelisco egipcio. Está manchado de sangre, aunque es imposible determinar de quién procede. Me temo que la medicina forense todavía está en pañales. — Encendió un cigarrillo y exhaló el humo a través de la ventana abierta con una expresión de preocupación no exenta de intriga—. ¿Quién demonios raptaría a la hija de un alto dignatario español para luego no pedir nada a cambio?

— Entonces los ayudará— dije con una sonrisita.

El doctor volvió a suspirar.

— Estoy en un dilema. No quisiera tener que enviarte a otro sitio, Stevie, pero tampoco quiero volver a poner en peligro tu seguridad. Dio otra larga calada al cigarrillo—. Dime, ¿cómo solucionarías tú este problema?

— ¿Yo?

— Sí. ¿Qué crees que debería hacer?

Me esforcé por encontrar las palabras adecuadas.

— Debería… Bueno, debería hacer lo que siempre ha hecho. Ser mi amigo. Confiar en que sé cómo cuidarme. Porque así es.— Solté una risita ronca—. Por lo menos tan bien como todos ustedes.

El doctor sonrió y me acarició el pelo.

— Es verdad. Y lo has expresado con tu habitual respeto hacia los adultos.

Oímos el ruido de la puerta principal al abrirse y cerrarse y luego los pasos rápidos de Cyrus en las escaleras. Cuando me vio en el salón se detuvo en seco, como si temiera entrometerse en una conversación personal, pero el doctor lo invitó a pasar.

— Cyrus, deberías saber— dijo aplastando la colilla en un cenicero— que vamos a volver a los asuntos detectivescos. Si tú quieres, desde luego.

Cyrus asintió.

— Por supuesto, señor.

— Cuidarás de nuestro joven amigo, ¿verdad?— añadió el doctor—. Por lo visto ya ha estado deambulando con los detectives por la ciudad a altas horas de la noche.— El doctor alzó la vista del cenicero para mirar a Cyrus—. Tú no sabrás nada de todo eso, ¿no?

Cyrus sonrió, se enlazó las manos y miró al suelo.

— Creo que sí, doctor.

— Lo suponía— respondió el doctor mientras enfilaba hacia las escaleras—. Bien, ahora me propongo dormir un poco. Es probable que en un futuro cercano no tenga muchas ocasiones de hacerlo.— Se detuvo antes de subir y se volvió hacia nosotros—. Tened cuidado… los dos. Sólo Dios sabe dónde nos conducirá este caso.

Cyrus y yo juramos solemnemente que nos cuidaríamos, pero nada en el mundo nos habría impedido sonreír en cuanto el doctor llegó a lo alto de las escaleras y desapareció en su habitación.

9

A la mañana siguiente el doctor telefoneó a la señorita Howard, al señor Moore y a los detectives Isaacson para comunicarles su decisión y pedir a la primera que concertara una cita con la señora Linares en el 808 de Broadway, ya que quería entrevistarla personalmente. La señorita Howard pronto le devolvió la llamada para informarle de que la reunión se celebraría a las ocho y media. Luego el doctor se retiró a su estudio para empezar a ordenar sus ideas y preparar la investigación sobre el caso. Nos llamó varias veces a Cyrus y a mí para enviarnos a distintas tiendas y bibliotecas en busca de libros y revistas. Esta actividad casi me impidió cumplir con mi propia y urgente misión de la mañana: apostar en mi nombre y en el del señor Moore para la primera carrera importante de la temporada, la Suburban Handicap, que se disputaba en el hipódromo del Coney Island Jockey Club, en Sheepshead Bay. Al final hice los malabarismos necesarios y el señor Moore y yo acabamos el día un poco más ricos.

A eso de las ocho menos cuarto de la noche, el doctor ordenó que nos preparáramos para salir, ya que quería ir andando. Puso el pretexto del buen tiempo, pero yo creo que en realidad la perspectiva de volver al 808 de Broadway lo había puesto mucho más nervioso de lo que esperaba. Sin embargo, la caminata hasta Broadway y luego hacia el centro pareció tranquilizarlo. Cuando llegamos a nuestro antiguo cuartel general el sol comenzaba a ponerse, y viendo el intenso resplandor dorado que se extendía sobre los tejados resultaba difícil creer que estábamos a punto de aventurarnos en un caso muy peligroso.

El doctor Kreizler entró en el 808 tal como lo habíamos hecho nosotros un par de días antes: despacio, con cautela, permitiendo que los recuerdos produjeran todo su impacto antes de hacer cualquier movimiento o declaración. Subimos a la sexta planta en un silencio absoluto, pero cuando el doctor vio el cartel que la señorita Howard había hecho pintar en la puerta, no pudo evitar una risita.

— Yo diría que es lo bastante eufemístico— murmuró—. Es evidente que Sara conoce a su clientela…

Entramos y volvimos a encontrarnos con la señorita Howard y la señora Linares sentadas en sendos sillones. La señora Linares llevaba el mismo atuendo negro, aunque el velo del sombrero estaba levantado, mostrando que las magulladuras habían mejorado ligeramente desde la última vez que la habíamos visto. La presencia del doctor Kreizler pareció aliviarla, y habló con él con mucha más confianza de la que había demostrado con el señor Moore y los detectives Isaacson mientras éstos la examinaban. El doctor no le quitó los ojos de encima durante la mayor parte del tiempo, aunque sus rápidas y ocasionales miradas de reojo indicaban que también pensaba en otras cosas; cosas que todavía no habían quedado lo bastante atrás en el tiempo para darlas por concluidas.

El examen del doctor duró algo más de una hora y, naturalmente, incluyó preguntas que la mayoría de la gente habría considerado irrelevantes: preguntas sobre su familia, su infancia y otras como dónde se había criado, cómo había conocido a su marido y por qué se había casado con él. Luego la interrogó sobre sus relaciones conyugales en los dos últimos años. La señora Linares respondió de buen grado, aunque era evidente que no entendía la finalidad de esas preguntas. Creo que dada la buena disposición de la mujer, el doctor habría continuado con su interrogatorio, pero cuando ella se dio cuenta de que eran más de las nueve y media se puso muy nerviosa. Dijo que no había tenido tiempo de inventar una buena excusa para salir y que tenía que regresar a casa lo antes posible. Cyrus la acompañó a buscar un cabriole y volvió a la sexta planta cuando la noche descendía sobre la ciudad.

Durante los escasos minutos que tardó en regresar, el doctor comenzó a pasearse en silencio por la habitación, quizá repasando lo que acababa de oír o pensando en otros asuntos, o puede que ambas cosas a la vez. Fuera como fuese, nadie se habría atrevido a interrumpirlo Solo el sonido del ascensor que volvía lo sacó de sus cavilaciones. Alzó la vista con expresión ausente y se volvió hacia la señorita Howard, que había encendido una pequeña lámpara eléctrica y estaba sentada en el borde de su círculo de luz.

— Bien, Sara— dijo el doctor—, ¿qué ha sido de nuestra pizarra?

La señorita Howard esbozó una sonrisa y casi a la carrera fue a buscar la gran pizarra con ruedecitas oculta tras el biombo japonés y la colocó delante de los escritorios. Era obvio que la había limpiado hacía poco.

El doctor se acercó a la pizarra y contempló la vacía superficie negra. Luego se quitó la chaqueta, escogió una tiza nueva y con movimientos rápidos y firmes escribió las palabras POSIBLES EXPLICACIONES POLÍTICAS en la parte superior de la pizarra. Agitando la tiza en la mano cerrada, se volvió a mirarnos.

— Me temo que comenzaremos por lo más trivial— anuncio—. Nuestra primera tarea será explorar cualquier posible elemento político del caso, aunque antes de comenzar debo decir que no creo que ese elemento exista.

El señor Moore se puso detrás de uno de los escritorios y preguntó.

— ¿Te has tragado la idea de que la identidad de la niña es una simple coincidencia?

— Yo no me «trago» nada, John, pero creo que, tal como han sugerido los detectives, es un hecho casual. Y debo decir que si nuestra intención es devolver la niña a su madre, cosa que doy por sentada, el azar en este caso cobra una dimensión muy siniestra.— Con un único y grueso trazo el doctor dibujó un círculo en el centro de la pizarra y luego puso guiones en ciertos puntos mientras continuaba hablando—: Como creo que incluso tú comprenderás, John, cualquier intento de explicación política nos lleva a una especie de círculo lógico que no conduce a ninguna parte. Comenzaremos por aquí.— Tocó el punto del diagrama correspondiente a las doce en punto— El rapto de la niña se produjo tal como lo ha descrito su madre; no cabe duda de que ella dice la verdad. Que es una mujer sensata y fuerte, lo ha demostrado viniendo aquí. Si fuera la clase de neurótica que busca compasión y atención— el doctor hizo una pausa y miró por la ventana—, porque esas criaturas existen…— Regresó de donde quiera que estuviera—. En ese caso nosotros no le serviríamos como público y la historia imaginaria de un secuestro, acompañada de una buena paliza, difícilmente sería un buen vehículo dramático. No. Sus antecedentes, su posición, su mentalidad, todo indica que dice la verdad. Por lo tanto, la niña ha sido raptada y la madre golpeada en la cabeza. Y si aceptamos la hipótesis política del señor Moore, el autor del secuestro es un experto.

— ¿Que escogió un lugar público a plena luz del día?— preguntó Marcus, escéptico, mientras abría una libreta para tomar nota de la discusión.

— Ah, mi querido sargento detective, comparto su escepticismo— repuso el doctor—, pero no debemos descartar esta teoría guiándonos exclusivamente por la intuición.— Rápidamente escribió RAPTO COMETIDO POR UN PROFESIONAL, POR RAZONES POLÍTICAS en la parte superior del círculo—. Al fin y al cabo, es probable que el secuestrador sea un hombre de extraordinario valor y orgulloso de sí mismo, que disfruta del reto de trabajar en circunstancias peligrosas.

— Con un trozo de caño de plomo— añadió Marcus con voz cargada de sarcasmo.

— Con un arma de la que puede deshacerse con facilidad, de modo que la policía no se la encuentre encima en caso de que lo detuvieran por cualquier motivo. Después de todo, nuestro joven amigo del alféizar— el doctor me señaló con el pulgar— solía usar un arma idéntica por esa razón. ¿No es cierto, Stevie?

Todos los ojos se clavaron en mí.

— Bueno…, sí. Supongo.

Siguieron mirándome y empecé a ponerme nervioso.

— ¡Pero ya no lo hago!— protesté, provocando las risas de todos los presentes.

— Muy bien— prosiguió el doctor, desviando la atención de mí—. Es un profesional que casualmente tiene una estatura semejante a la de la víctima y pega con insólita delicadeza.— El doctor se desplazó hacia la derecha del círculo—. Pero ¿quién puede haberlo contratado? ¿Moore? Tú eres el defensor de esta teoría. Propón candidatos.

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