Mi corazón latió con fuerza cuando vi la casa en que estaban centradas nuestras esperanzas y que sobresalía, siniestra y silenciosa, en condiciones de abandono, entre los edificios más alegres y llenos de vida del vecindario. Nos sentamos en un banco, a la vista de la casa y comenzamos a fumar unos cigarros puros, con el fin de atraer lo menos posible la atención. Los minutos nos parecieron eternos, mientras esperábamos la llegada de los demás.
Finalmente, vimos un coche de cuatro ruedas que se detenía cerca. De él se apearon tranquilamente lord Godalming y Morris y del pescante descendió un hombre rechoncho vestido con ropas de trabajo, que llevaba consigo una caja con las herramientas necesarias para su cometido. Morris le pagó al cochero, que se tocó el borde de la gorra y se alejó. Ascendieron juntos los escalones y lord Godalming le dijo al obrero qué era exactamente lo que deseaba que hiciera. El trabajador se quitó la chaqueta, la colocó tranquilamente sobre la barandilla del porche y le dijo algo a un agente de policía que acertó a pasar por allí en ese preciso momento. El policía asintió, y el hombre se arrodilló, colocando la caja de herramientas a su lado. Después de buscar entre sus útiles de trabajo, sacó varias herramientas que colocó en orden a su lado.
Luego, se puso en pie, miró por el ojo de la cerradura, sopló y, volviéndose hacia nuestros amigos, les hizo algunas observaciones. Lord Godalming sonrió y el hombre levantó un manojo de llaves; escogió una de ellas, la metió en la cerradura y comenzó a probarla, como si estuviera encontrando a ciegas el camino. Después de cierto tiempo, probó una segunda y una tercera llaves. De pronto, al empujar la puerta el empleado un poco, tanto él como nuestros dos amigos entraron en el vestíbulo. Permanecimos inmóviles, mientras mi cigarro ardía furiosamente y el de van Helsing, al contrario, se apagaba. Esperamos pacientemente hasta que vimos al cerrajero salir con su caja de herramientas. Luego, mantuvo la puerta entreabierta, sujetándola con las rodillas, mientras adaptaba una llave a la cerradura. Finalmente, le tendió la llave a lord Godalming, que sacó su cartera y le entregó algo. El hombre se tocó el ala del sombrero, recogió sus herramientas, se puso nuevamente la chaqueta y se fue. Nadie observó el desarrollo de aquella maniobra.
Cuando el hombre se perdió completamente de vista, nosotros tres cruzamos la calle y llamamos a la puerta. Esta fue abierta inmediatamente por Quincey Morris, a cuyo lado se encontraba lord Godalming, encendiendo un cigarro puro.
—Este lugar tiene un olor extremadamente desagradable —comentó este último, cuando entramos.
En verdad, la atmósfera era muy desagradable y maloliente, como la vieja capilla de Carfax y, con nuestra experiencia previa, no tuvimos dificultad en comprender que el conde había estado utilizando aquel lugar con toda libertad.
A continuación, nos dedicamos a explorar la casa, y permanecimos todos juntos, en previsión de algún ataque, ya que sabíamos que nos enfrentábamos a un enemigo fuerte, cruel y despiadado y todavía no sabíamos si el conde estaba o no en la casa. En el comedor, que se encontraba detrás del vestíbulo, encontramos ocho cajas de tierra.
¡Ocho de las nueve que estábamos buscando! Nuestro trabajo no estaba todavía terminado ni lo estaría en tanto no encontráramos la caja que faltaba. Primeramente, abrimos las contraventanas que daban a un patio cercado con muros de piedra, en cuyo fondo había unas caballerizas encaladas, que tenían el aspecto de una pequeña casita.
No había ventanas, de modo que no teníamos miedo de que nos vieran. No perdimos el tiempo examinando los cajones. Con las herramientas que habíamos llevado con nosotros, abrimos las cajas, una por una, e hicimos exactamente lo mismo que habíamos hecho con las que estaban en la vieja capilla. Era evidente que el conde no se hallaba en la casa en esos momentos, y registramos todo el edificio, buscando alguno de sus efectos. Después de examinar rápidamente todas las habitaciones, desde la planta baja al ático, llegamos a la conclusión de que en el comedor debían encontrarse todos los efectos que pertenecían al conde y, por consiguiente, procedimos a examinarlo todo con extremo cuidado. Se encontraban todos en una especie de desorden ordenado en el centro de la gran mesa del comedor. Había títulos de propiedad de la casa de Piccadilly en un montoncito; facturas de la compra de las casas de Mile End y Bermondsey; papel para escribir, sobres, plumas y tinta. Todo estaba envuelto en papel fino, para preservarlo del polvo. Había también un cepillo para la ropa, un cepillo y un peine y una jofaina… Esta última contenía agua sucia, enrojecida, como si tuviera sangre. Lo último de todo era un llavero con llaves de todos los tamaños y formas, probablemente las que pertenecían a las otras casas. Cuando examinamos aquel último descubrimiento, lord Godalming y Quincey Morris tomaron notas sobre las direcciones de las casas al este y al sur, tomaron consigo las llaves y se pusieron en camino para destruir las cajas en aquellos lugares. El resto de nosotros estamos, con toda la paciencia posible, esperando su regreso…, o la llegada del conde.
3 de octubre.
El tiempo nos pareció extremadamente largo, mientras esperábamos a lord Godalming y a Quincey Morris. El profesor trataba de mantenernos distraídos, utilizando nuestras mentes sin descanso. Comprendí perfectamente cuál era el benéfico objetivo que perseguía con ello, por las miradas que lanzaba de vez en cuando a Harker. El pobre hombre está abrumado por una tristeza que da dolor. Anoche era un hombre franco, de aspecto alegre, de rostro joven y fuerte, lleno de energía y con el cabello de color castaño oscuro. Hoy, parece un anciano macilento y enjuto, cuyo cabello blanco se adapta muy bien a sus ojos brillantes y profundamente hundidos en sus cuencas y con sus rasgos faciales marcados por el dolor. Su energía permanece todavía intacta, en realidad, es como una llama viva. Eso puede ser todavía su salvación, puesto que, si todo sale bien, le hará remontar el período de desesperación; entonces, en cierto modo, volverá a despertar a las realidades de la vida. ¡Pobre tipo! Pensaba que mi propia desesperación y mis problemas eran suficientemente graves; pero, ¡esto…! El profesor lo comprende perfectamente y está haciendo todo lo que está en su mano por mantenerlo activo. Lo que estaba diciendo era, bajo las circunstancias, de un interés extraordinario. Estas fueron más o menos sus palabras:
—He estado estudiando, de manera sistemática y repetida, desde que llegaron a mis manos, todos los documentos relativos a ese monstruo, y cuanto más lo he examinado tanto mayor me parece la necesidad de borrarlo de la faz de la tierra. En todos los papeles hay señales de su progreso; no solamente de su poder, sino también de su conocimiento de ello. Como supe, por las investigaciones de mi amigo Arminius de Budapest, era, en vida, un hombre extraordinario. Soldado, estadista y alquimista…, cuyos conocimientos se encontraban entre los más desarrollados de su época. Poseía una mente poderosa, conocimientos incomparables y un corazón que no conocía el temor ni el remordimiento. Se permitió incluso asistir a la Escolomancia, y no hubo ninguna rama del saber de su tiempo que no hubiera ensayado. Bueno, en él, los poderes mentales sobrevivieron a la muerte física, aunque parece que la memoria no es absolutamente completa. Respecto a algunas facultades mentales ha sido y es como un niño, pero está creciendo y ciertas cosas que eran infantiles al principio, son ahora de estatura de hombre. Está experimentando y lo está haciendo muy bien, y a no ser porque nos hemos cruzado en su camino, podría ser todavía, o lo será si fracasamos, el padre o el continuador de seres de un nuevo orden, cuyos caminos conducen a través de la muerte, no de la vida.
Harker gruñó, y dijo:
—¡Y todo eso va dirigido contra mi adorada esposa! Pero, ¿cómo está experimentando? ¡El conocimiento de eso puede ayudarnos a destruirlo!
—Desde su llegada, ha estado ensayando sus poderes sin cesar, lenta y seguramente; su gran cerebro infantil está trabajando, puesto que si se hubiera podido permitir ensayar ciertas cosas desde un principio, hace ya mucho tiempo que estarían dentro de sus poderes. Sin embargo, desea triunfar, y un hombre que tiene ante sí varios siglos de existencia puede permitirse esperar y actuar con lentitud. Festina lente puede ser muy bien su lema.
—No lo comprendo —dijo Harker cansadamente—. Sea más explícito, por favor. Es posible que el sufrimiento y las preocupaciones estén oscureciendo mi entendimiento.
El profesor le puso una mano en el hombro, y le dijo:
—Muy bien, amigo mío, voy a ser más explícito. ¿No ve usted cómo, últimamente, ese monstruo ha adquirido conocimientos de manera experimental? Ha estado utilizando al paciente zoófago para lograr entrar en la casa del amigo John. El vampiro, aunque después puede entrar tantas veces como lo desee, al principio solamente puede entrar en un edificio si alguno de los habitantes así se lo pide. Pero esos no son sus experimentos más importantes. ¿No vimos que al principio todas esas pesadas cajas de tierra fueron desplazadas por otros? No sabía entonces a qué atenerse, pero, a continuación, todo cambió. Durante todo este tiempo su cerebro infantil se ha estado desarrollando, y comenzó a pensar en si no podría mover las cajas él mismo. Por consiguiente, más tarde, cuando descubrió que no le era difícil hacerlo, trató de desplazarlas solo, sin ayuda de nadie. Así progresó y logró distribuir sus tumbas, de tal modo, que sólo él conoce ahora el lugar en donde se encuentran. Es posible que haya pensado en enterrar las cajas profundamente en el suelo de tal manera que solamente las utilice durante la noche o en los momentos en que puede cambiar de forma; le resulta igualmente conveniente, ¡y nadie puede saber donde se encuentran sus escondrijos! ¡Pero no se desesperen, amigos míos, adquirió ese conocimiento demasiado tarde! Todos los escondrijos, excepto uno, deben haber sido esterilizados ya, y antes de la puesta del sol lo estarán todos. Entonces, no le quedará ningún lugar donde poder esconderse. Me retrasé esta mañana para estar seguro de ello. ¿No ponemos en juego nosotros algo mucho más preciado que él? Entonces, ¿por qué no somos más cuidadosos que él? En mi reloj veo que es ya la una y, si todo marcha bien, nuestros amigos Arthur y Quincey deben estar ya en camino para reunirse con nosotros. Hoy es nuestro día y debemos avanzar con seguridad, aunque lentamente y aprovechando todas las oportunidades que se nos presenten. ¡Vean! Seremos cinco cuando regresen nuestros dos amigos ausentes.
Mientras hablábamos, nos sorprendimos mucho al escuchar una llamada en la puerta principal de la casona: la doble llamada del repartidor de mensajes telegráficos.
Todos salimos al vestíbulo al mismo tiempo, y van Helsing, levantando la mano hacia nosotros para que guardáramos silencio, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Un joven le tendió un telegrama. El profesor volvió a cerrar la puerta y, después de examinar la dirección, lo abrió y leyó en voz alta: «Cuidado con D. Acaba de salir apresuradamente de Carfax en este momento, a las doce cuarenta y cinco, y se ha dirigido rápidamente hacia el sur. Parece que está haciendo una ronda y es posible que desee verlos a ustedes. Mina».
Se produjo una pausa, que fue rota por la voz de Jonathan Harker.
—¡Ahora, gracias a Dios, pronto vamos a encontrarnos! Van Helsing se volvió rápidamente hacia él, y le dijo:
—Dios actuará a su modo y en el momento que lo estime conveniente. No tema ni se alegre todavía, puesto que lo que deseamos en este momento puede significar nuestra destrucción.
—Ahora no me preocupa nada —dijo calurosamente—, excepto el borrar a esa bestia de la faz de la tierra. ¡Sería capaz de vender mi alma por lograrlo!
—¡No diga usted eso, amigo mío! —dijo van Helsing—. Dios en su sabiduría no compra almas, y el diablo, aunque puede comprarlas, no cumple su palabra. Pero Dios es misericordioso y justo, y conoce su dolor y su devoción hacia la maravillosa señora Mina, su esposa. No temamos ninguno de nosotros; todos estamos dedicados a esta causa, y el día de hoy verá su feliz término. Llega el momento de entrar en acción; hoy, ese vampiro se encuentra limitado con los poderes humanos y, hasta la puesta del sol, no puede cambiar. Tardará cierto tiempo en llegar… Es la una y veinte…, y deberá pasar un buen rato antes de que llegue. Lo que debemos esperar ahora es que lord Arthur y Quincey lleguen antes que él.
Aproximadamente media hora después de que recibiéramos el telegrama de la señora Harker, oímos un golpe fuerte y resuelto en la puerta principal, similar al que darían cientos de caballeros en cualquier puerta. Nos miramos y nos dirigimos hacia el vestíbulo; todos estábamos preparados para usar todas las armas de que disponíamos…, las espirituales en la mano izquierda y las materiales en la derecha. Van Helsing retiró el pestillo y, manteniendo la puerta entornada, dio un paso hacia atrás, con las dos manos dispuestas para entrar en acción. La alegría de nuestros corazones debió reflejarse claramente en nuestros rostros cuando vimos cerca de la puerta a lord Godalming y a Quincey Morris. Entraron rápidamente, y cerraron la puerta tras ellos, y el último de ellos dijo, al tiempo que avanzábamos todos por el vestíbulo:
—Todo está arreglado. Hemos encontrado las dos casas. ¡Había seis cajas en cada una de ellas, y las hemos destruido todas!
—¿Las han destruido? —inquirió el profesor.
—¡Para él!
Guardamos silencio unos momentos y, luego, Quincey dijo:
—No nos queda más que esperar aquí. Sin embargo, si no llega antes de las cinco de la tarde, tendremos que irnos, puesto que no podemos dejar sola a la señora Harker después de la puesta del sol.
—Ya no tardará mucho en llegar aquí —dijo van Helsing, que había estado consultando su librito de notas—.
Nota bene.
En el telegrama de la señora Harker decía que había salido de Carfax hacia el sur, lo cual quiere decir que tenía que cruzar el río y solamente podría hacerlo con la marea baja, o sea, poco antes de la una. El hecho de que se haya dirigido hacia el sur tiene cierto significado para nosotros. Todavía sospecha solamente, y fue de Carfax al lugar en donde menos puede sospechar que pueda encontrar algún obstáculo. Deben haber estado ustedes en Bermondse y muy poco rato antes que él. El hecho de que no haya llegado aquí todavía demuestra que fue antes a Mile End. En eso se tardará algún tiempo, puesto que tendrá que volver a cruzar el río de algún modo. Créanme, amigos míos, que ahora ya no tendremos que esperar mucho rato. Tenemos que tener preparado algún plan de ataque, para que no desaprovechemos ninguna oportunidad. Ya no tenemos tiempo. ¡Tengan todos preparados las armas! ¡Manténganse alerta!