Pensé en ese momento que debía tratarse del reflejo de la puesta del sol en su rostro, pero, en cierto modo, ahora sé que se trataba de algo mucho más profundo. No tengo sueño yo mismo, aunque estoy cansado… Terriblemente cansado. Sin embargo, debo tratar de conciliar el sueño, ya que tengo que pensar en mañana, y en que no podrá haber descanso para mí hasta que…
Más tarde.
Debo haberme quedado dormido, puesto que me ha despertado Mina, que estaba sentada en el lecho, con una expresión llena de asombro en el rostro. Podía ver claramente, debido a que no habíamos dejado la habitación a oscuras; Mina me había puesto la mano sobre la boca y me susurró al oído:
—¡Chist! ¡Hay alguien en el pasillo!
Me levanté cautelosamente y, cruzando la habitación, abrí la puerta sin hacer ruido.
Cruzado ante el umbral, tendido en un colchón, estaba el señor Morris, completamente despierto. Levantó una mano, para imponerme silencio, y me susurró:
—¡Silencio! Vuelva a acostarse; no pasa nada. Uno de nosotros va a permanecer aquí durante toda la noche. ¡No queremos correr ningún riesgo!
Su expresión y su gesto impedían toda discusión, de modo que volví a acostarme y le dije a Mina lo que sucedía. Ella suspiró y la sombra de una sonrisa apareció en su rostro pálido, al tiempo que me rodeaba con sus brazos y me decía suavemente:
—¡Oh, doy gracias a Dios, por todos los hombres buenos!
Dio un suspiro y volvió a acostarse de espaldas, para tratar de volver a dormirse.
Escribo esto ahora porque no tengo sueño, aunque voy a tratar también de dormirme.
4 de octubre, por la mañana.
Mina me despertó otra vez en el transcurso de la noche. Esta vez, habíamos dormido bien los dos, ya que las luces del amanecer iluminaban ya las ventanas débilmente, y la lamparita de gas era como un punto, más que como un disco de luz.
—Vete a buscar al profesor —me dijo apresuradamente—. Quiero verlo enseguida.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Tengo una idea. Supongo que debe habérseme ocurrido durante la noche, y que ha madurado sin darme cuenta de ello. Debe hipnotizarme antes del amanecer, y entonces podré hablar. Date prisa, querido; ya no queda mucho tiempo.
Me dirigí a la puerta, y vi al doctor Seward que estaba tendido sobre el colchón y que, al verme, se puso en pie de un salto.
—¿Sucede algo malo? —me preguntó, alarmado.
—No —le respondí—, pero Mina desea ver al doctor van Helsing inmediatamente.
Dos o tres minutos después, van Helsing estaba en la habitación, en sus ropas de dormir, y el señor Morris y lord Godalming estaban en la puerta, con el doctor Seward, haciendo preguntas. Cuando el profesor vio a Mina, una sonrisa, una verdadera sonrisa, hizo que la ansiedad abandonara su rostro; se frotó las manos, y dijo:
—¡Mi querida señora Mina! ¡Vaya cambio! ¡Mire! ¡Amigo Jonathan, hemos recuperado a nuestra querida señora Mina nuevamente, como antes! —luego, se volvió hacia ella y le dijo amablemente—: ¿Y qué puedo hacer por usted? Supongo que no me habrá llamado usted a esta hora por nada.
—¡Quiero que me hipnotice usted! —dijo Mina—. Hágalo antes del amanecer, ya que creo que, entonces, podré hablar libremente. ¡Dése prisa; ya no nos queda mucho tiempo!
Sin decir palabra, el profesor le indicó que tomara asiento en la cama.
La miró fijamente y comenzó a hacer pases magnéticos frente a ella, desde la parte superior de la cabeza de mi esposa, hacía abajo, con ambas manos, repitiendo los movimientos varias veces. Mina lo miró fijamente durante unos minutos, durante los cuales mi corazón latía como un martillo pilón, debido a que sentía que iba a presentarse pronto alguna crisis. Gradualmente, sus ojos se fueron cerrando y siguió sentada, absolutamente inmóvil. Solamente por la elevación de su pecho, al ritmo de su respiración, podía verse que estaba viva. El profesor hizo unos cuantos pases más y se detuvo; entonces vi que tenía la frente cubierta de gruesas gotas de sudor. Mina abrió los ojos, pero no parecía ser la misma mujer. Había en sus ojos una expresión de vacío, como si su mirada estuviera perdida a lo lejos, y su voz tenía una tristeza infinita, que era nueva para mí. Levantando la mano para imponerme silencio, el profesor me hizo seña de que hiciera pasar a los demás. Entraron todos sobre la punta de los pies, cerrando la puerta tras ellos y permanecieron en pie cerca de la cama, mirando atentamente. Mina no pareció verlos. El silencio fue interrumpido por el profesor van Helsing, hablando en un tono muy bajo de voz, para no interrumpir el curso de los pensamientos de mi esposa:
—¿Dónde se encuentra usted?
La respuesta fue dada en un tono absolutamente carente de inflexiones:
—No lo sé. El sueño no tiene ningún lugar que pueda considerar como real.
Durante varios minutos reinó el silencio. Mina continuaba sentada rígidamente, y el profesor la miraba fijamente; el resto de nosotros apenas nos atrevíamos a respirar.
La habitación se estaba haciendo cada vez más clara. Sin apartar los ojos del rostro de Mina, el profesor me indicó con un gesto que corriera las cortinas, y el día pareció envolvernos a todos. Una raya rojiza apareció, y una luz rosada se difundió por la habitación. En ese instante, el profesor volvió a hablar:
—¿Dónde está usted ahora?
La respuesta fue de sonámbula, pero con intención; era como si estuviera interpretando algo. La he oído emplear el mismo tono de voz cuando lee sus notas escritas en taquigrafía.
—No lo sé. ¡Es un lugar absolutamente desconocido para mí!
—¿Qué ve usted?
—No veo nada; está todo oscuro.
—¿Qué oye usted?
Noté la tensión en la voz paciente del profesor.
—El ruido del agua. Se oye un ruido de resaca y de pequeñas olas que chocan.
Puedo oírlas al exterior.
—Entonces, ¿está usted en un barco?
Todos nos miramos, unos a otros, tratando de comprender algo. Teníamos miedo de pensar. La respuesta llegó rápidamente:
—¡Oh, sí!
—¿Qué otra cosa oye?
—Ruido de pasos de hombres que corren de un lado para otro. Oigo también el ruido de una cadena y un gran estrépito, cuando el control del torno cae al trinquete.
—¿Qué está usted haciendo?
—Estoy inmóvil; absolutamente inmóvil. ¡Es algo como la muerte!
La voz se apagó, convirtiéndose en un profundo suspiro, como de alguien que está dormido, y los ojos se le volvieron a cerrar.
Pero esta vez el sol se había elevado ya y nos encontramos todos en plena luz del día. El doctor van Helsing colocó sus manos sobre los hombros de Mina, e hizo que su cabeza reposara suavemente en las almohadas. Ella permaneció durante unos momentos como una niña dormida y, luego, con un largo suspiro, despertó y se extrañó mucho al vernos a todos reunidos en torno a ella.
—¿He hablado en sueños? —fue todo lo que dijo.
Sin embargo, parecía conocer la situación, sin hablar, puesto que se sentía ansiosa por saber qué había dicho. El profesor le repitió la conversación, y Mina le dijo:
—Entonces, no hay tiempo que perder. ¡Es posible que no sea todavía demasiado tarde!
El señor Morris y lord Godalming se dirigieron hacia la puerta, pero la voz tranquila del profesor los llamó y los hizo regresar sobre sus pasos:
—Quédense, amigos míos. Ese barco, dondequiera que se encuentre, estaba levando anclas mientras hablaba la señora. Hay muchos barcos levando anclas en este momento, en su gran puerto de Londres. ¿Cuál de ellos buscamos? Gracias a Dios que volvemos a tener indicios, aunque no sepamos adónde nos conducen. Hemos estado en cierto modo ciegos, de una manera muy humana, ¡puesto que al mirar atrás, vemos lo que hubiéramos podido ver al mirar hacia adelante, si hubiéramos sido capaces de ver lo que era posible ver! ¡Vaya! ¡Esa frase es un rompecabezas!, ¿no es así? Podemos comprender ahora qué estaba pensando el conde cuando recogió el dinero, cuando el cuchillo esgrimido con rabia por Jonathan lo puso en un peligro al que todavía teme. Quería huir. ¡Escúchenme: HUIR! Comprendió que con una sola caja de tierra a su disposición y un grupo de hombres persiguiéndolo como los perros a un zorro, Londres no era un lugar muy saludable para él. ¡Adelante!, como diría nuestro amigo Arthur, al ponerse su casaca roja para la caza. Nuestro viejo zorro es astuto, muy astuto, y debemos darle caza con ingenio. Yo también soy astuto y voy a pensar en él dentro de poco. Mientras tanto, vamos a descansar en paz, puesto que hay aguas entre nosotros que a él no le agrada cruzar y que no podría hacerlo aunque quisiera… A menos que el barco atracara y, en ese caso, solamente podría hacerlo durante la pleamar o la bajamar.
Además, el sol ha salido y todo el día nos pertenece, hasta la puesta del sol. Vamos a bañarnos y a vestirnos. Luego, nos desayunaremos, ya que a todos nos hace buena falta.
Además, podremos comer con tranquilidad, puesto que el monstruo no se encuentra en la misma tierra que nosotros.
Mina lo miró suplicantemente, al tiempo que preguntaba:
—Pero, ¿por qué necesitan ustedes seguir buscándolo, si se ha alejado de nosotros?
El profesor le tomó la mano y le dio unas palmaditas al tiempo que respondía:
—No me pregunte nada al respecto por el momento. Después del desayuno responderé a sus preguntas.
No aceptó decir nada más, y nos separamos todos para vestirnos.
Después del desayuno, Mina repitió su pregunta. El profesor la miró gravemente durante un minuto, y luego respondió en tono muy triste:
—Porque, mi querida señora Mina, ahora más que nunca debemos encontrarlo, ¡aunque tengamos que seguirlo hasta los mismos infiernos!
Mina se puso más pálida, al tiempo que preguntaba:
—¿Por qué?
—Porque —respondió van Helsing solemnemente— puede vivir durante varios siglos, y usted es solamente una mujer mortal. Debemos temer ahora al tiempo…, puesto que ya le dejó esa marca en la garganta.
Apenas tuve tiempo de recogerla en mis brazos, cuando cayó hacia adelante, desmayada.
Esto es para Jonathan Harker.
Debe usted quedarse con su querida señora Mina. Nosotros debemos ir a ocuparnos de nuestra investigación…, si es que puedo llamarla así, ya que no es una investigación, sino algo que ya sabemos, y solamente buscamos una confirmación. Pero usted quédese y cuídela durante el día de hoy. Esa es lo mejor y lo más sagrado para todos nosotros. De todos modos, el monstruo no podrá presentarse hoy. Déjeme ponerlo al corriente de lo que nosotros cuatro sabemos ya, debido a que se lo he comunicado a los demás. El monstruo, nuestro enemigo, se ha ido; ha regresado a su castillo, en Transilvania. Lo sé con tanta seguridad como si una gigantesca mano de fuego lo hubiera dejado escrito en la pared. En cierto modo, se había preparado para ello, y su última caja de tierra estaba preparada para ser embarcada. Por eso tomó el dinero y se apresuró tanto; para evitar que lo atrapáramos antes de la puesta del sol. Era su única esperanza, a menos que pudiera esconderse en la tumba de la pobre Lucy, que él pensaba que era como él y que, por consiguiente, estaba abierta para él. Pero no le quedaba tiempo. Cuando eso le falló, se dirigió directamente a su último recurso…, a su última obra terrestre podría decir, si deseara una double entente. Es inteligente; muy inteligente. Comprendió que había perdido aquí la partida, y decidió regresar a su hogar. Encontró un barco que seguía la ruta que deseaba, y se fue en él. Ahora vamos a tratar de descubrir cuál era ese barco y, sin perder tiempo, en cuanto lo sepamos, regresaremos para comunicárselo a usted. Entonces lo consolaremos y también a la pobre señora Mina, con nuevas esperanzas. Puesto que es posible conservar esperanzas, al pensar que no todo se ha perdido. Esa misma criatura a la que perseguimos tardó varios cientos de años en llegar a Londres y, sin embargo, en un solo día, en cuanto tuvimos conocimiento de sus andanzas, lo hicimos huir de aquí. Tiene limitaciones, puesto que tiene el poder de hacer mucho daño, aunque no puede soportarlo como nosotros. Pero somos fuertes, cada cual a nuestro modo; y somos todavía mucho más fuertes, cuando estamos todos reunidos. Anímese usted, querido esposo de nuestra señora Mina. Esta batalla no ha hecho más que comenzar y, al final, venceremos…
Estoy tan seguro de ello como de que en las alturas se encuentra Dios vigilando a sus hijos. Por consiguiente, permanezca animado y consuele a su esposa hasta nuestro regreso.
VAN
H
ELSING
4 de octubre.
Cuando le leí a Mina el mensaje que me dejó van Helsing en el fonógrafo, mi pobre esposa se animó considerablemente. La certidumbre de que el conde había salido del país le proporcionó consuelo ya, y el consuelo es la fortaleza para ella. Por mi parte, ahora que ese terrible peligro no se encuentra ya cara a cara con nosotros, me resulta casi imposible creer en él. Incluso mis propias experiencias terribles en el castillo de Drácula parecen ser como una pesadilla que se hubiese presentado hace mucho tiempo y que estuviera casi completamente olvidada, aquí, en medio del aire fresco del otoño y bajo la luz brillante del sol…
Sin embargo, ¡ay!, ¿cómo voy a poder olvidarlo? Entre las nieblas de mi imaginación, mi pensamiento se detiene en la roja cicatriz que mi adorada y atribulada esposa tiene en la frente blanca. Mientras esa cicatriz permanezca en su frente, no es posible dejar de creer. Mina y yo tememos permanecer inactivos, de modo que hemos vuelto a revisar varias veces todos los diarios. En cierto modo, aunque la realidad parece ser cada vez más abrumadora, el dolor y el miedo parecen haber disminuido. En todo ello se manifiesta, en cierto modo, una intención directriz, que resulta casi reconfortante. Mina dice que quizá seamos instrumentos de un buen final. ¡Puede ser!
Debo tratar de pensar como ella. Todavía no hemos hablado nunca sobre lo futuro. Será mejor esperar a ver al profesor y a todos los demás, después de su investigación.
El día ha pasado mucho más rápidamente de lo que hubiera creído que podría volver a pasar para mí. Ya son las tres de la tarde.
5 de octubre, a las cinco de la tarde.
Reunión para escuchar informes. Presentes: el profesor van Helsing, lord Godalming, el doctor Seward, el señor Quincey Morris, Jonathan Harker y Mina Harker.