Diecinueve minutos (57 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

BOOK: Diecinueve minutos
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Josie había estado flotando placenteramente en la bruma de lo familiar. Sí, Matt la había besado; primero uno corto, luego uno más largo, un beso hambriento, mientras su mano maniobraba para abrir el broche de su sujetador. Ella permanecía indolente, tendida debajo de él como un banquete, mientras dejaba que le quitara las tejanas. Pero entonces, en lugar de hacer lo que normalmente venía a continuación, Matt se irguió sobre ella otra vez, y luego la besó tan fuerte que le dolió.

—Mmmm —dijo ella, empujándole.

—Relájate —murmuró Matt, y entonces hundió sus dientes en el hombro de ella. Le inmovilizó las manos sobre la cabeza y presionó sus caderas contra las de ella. Josie podía sentir su erección, caliente, contra su estómago.

No era la forma habitual, pero tenía que admitir que era excitante. Ella no podía recordar haberlo sentido antes tan cercano, como si su corazón le latiera entre las piernas. Arañó la espalda de Matt para atraerlo más hacia ella.

—Sí —gimió él, y empujó entre sus muslos. Entonces, de repente, Matt la penetró, arremetiendo con tal fuerza que ella procuraba escabullirse hacia atrás arrastrándose por la alfombra, quemándose la parte trasera de las piernas.

—Espera —dijo Josie, intentando salir de debajo de él, pero Matt le tapó la boca y empujó una y otra vez con más y más fuerza, hasta que Josie sintió cómo eyaculaba dentro de ella.

Semen, pegajoso y caliente, resbalando sobre la alfombra, debajo de ella. Matt le tomó la cara entre las manos.

—Dios, Josie —susurró, y ella se dio cuenta de que él tenía lágrimas en los ojos—, te amo tanto, maldición.

Josie volvió la cara hacia otro lado:

—Yo también te amo.

Permaneció diez minutos en los brazos de él y luego le dijo que estaba cansada y que necesitaba dormir. Después de despedirse de Matt con un beso en la puerta de entrada, fue a la cocina y tomó el limpiador de alfombras de debajo del fregadero. Lo echó sobre la mancha húmeda y restregó la alfombra; rogó para que no quedaran rastros.

# include

main ()

{

int time;

for (time=0; time

{ printf (“Te amo”);)

}

Peter seleccionó el texto en la pantalla de su computadora y luego lo borró. Aunque pensaba que debía estar bueno abrir un correo electrónico y que apareciera automáticamente un mensaje que dijera TE AMO repetido una y otra vez en la pantalla, podía entender que otra persona —alguien a quien le importara una mierda el C++
[9]
— pensara que era algo muy extraño.

Se había decidido por un correo electrónico porque, de ese modo, si ella lo mandaba a paseo, pasaría la vergüenza en privado. El problema era que su madre le había dicho que mostrase lo que tenía en su interior, y él no era muy bueno poniendo nada en palabras.

Pensó que algunas veces, cuando la veía, se sentía como formando parte de ella: su brazo apoyado en la ventanilla del acompañante en el coche, su cabello volando por la ventanilla. Pensó en cuántas veces había fantaseado con ser él el que iba al volante.

«Mi viaje no tenía rumbo —escribió—. Hasta que tomé un cambio de sentido»
[10]
.

Gruñendo, Peter borró también eso. Hacía que sonara como una tarjeta de Hallmark o, incluso peor, una que Hallmark ni siquiera querría.

Pensó en lo que le gustaría poderle decir, si tuviese agallas, y sus manos permanecieron suspendidas sobre el teclado.

Sé que no piensas en mí.

Y que desde luego nunca nos has imaginado juntos.

Pero probablemente la mantequilla de cacahuete no fue más que mantequilla de cacahuete durante mucho tiempo, antes de que alguien alguna vez pensara en combinarla con jalea. Y había sal, pero comenzó a tener mejor sabor cuando hubo pimienta. ¿Y qué es la mantequilla sin pan?

«(¡¿¡¿¡¿Por qué me salen todos estos ejemplos de COMIDAS?!?!?!)»

Por mí mismo, no soy nada especial. Pero contigo, creo que podría serlo.

Lo pasó mal para encontrar un final.

Tu amigo, Peter Houghton.

Bueno, técnicamente eso no era cierto.

Sinceramente, Peter Houghton.

Eso era verdad, pero todavía era poco convincente. Claro, estaba la obvia:

Con amor, Peter Houghton.

Lo tecleó, lo leyó una vez más. Y luego, antes de que pudiera arrepentirse, apretó el botón de INTRO y, a través de la Ethernet, envió su corazón a Josie Cormier.

Courtney Ignatio estaba desesperadamente aburrida.

Josie era su amiga, pero era como si no hubiera nada que pudieran hacer. Ya habían visto tres películas de Paul Walker en DVD, revisado la página web de
Lost
para buscar la biografía del tipo bueno que hacía el personaje de Sawyer y leído todas las
Cosmo
que no habían sido recicladas, pero no había HBO, nada de chocolate en el refrigerador y ninguna fiesta en la Universidad de Sterling en la que colarse. Ésa era la segunda noche de Courtney en el hogar Cormier, gracias al cerebrito de su hermano, que había arrastrado a sus padres a una excursión tipo torbellino por las universidades de la Ivy League de la Costa Este. Courtney hizo un ruidito de satisfacción que salió de su estómago, y frunció el gesto con sus ojos como botones. Había intentado conseguir detalles de la última noche de Josie con Matt —cosas importantes, como cuán grande tenía la polla y si tenía idea acerca de cómo usarla—, pero Josie asumía una actitud mojigata ante ella y actuaba como si nunca antes hubiera oído la palabra «sexo».

Josie estaba en el baño, dándose una ducha; Courtney podía oír el agua corriendo. Se volvió de lado y escudriñó una fotografía enmarcada de Josie y Matt. Hubiera sido fácil odiar a Josie, porque Matt era el supernovio, siempre echando una mirada por ahí en la fiesta para asegurarse de que no se había alejado mucho de Josie; llamándola para darle las buenas noches, incluso si la había dejado en casa media hora antes (sí, Courtney había sido una espectadora privilegiada de ese tipo exacto de cosas la noche anterior). A diferencia de la mayoría de los chicos del equipo de hockey —con muchos de los cuales Courtney había salido—, Matt realmente parecía preferir la compañía de Josie a la de cualquier otra persona. Pero había algo de Josie que hacía que Courtney no tuviera celos. Era el modo en que su expresión cambiaba de vez en cuando permitiendo ver lo que había de verdad por debajo. Josie podía haber sido una mitad de la Pareja Más Fiel del Instituto Sterling, pero casi parecía que la razón más importante por la que ella se aferraba a esa etiqueta, era porque le permitía saber quién era.

—«Tienes un correo electrónico» —dijo el automático de la computadora de Josie.

Hasta ese momento, Courtney no se había dado cuenta de que habían dejado la computadora funcionando y, mucho menos, conectada. Se instaló en el escritorio, moviendo el ratón para que la pantalla volviera a iluminarse. Quizá Matt estuviera escribiendo algún tipo de ciberpornografía. Sería divertido coquetear con él un poco y hacerse pasar por Josie.

La dirección del destinatario, sin embargo, no era ninguna que Courtney pudiera reconocer; y ella y Josie tenían una Lista de Amigos casi idéntica. No había asunto. Courtney fue a abrirlo dando por sentado que era algún tipo de correo basura: alarga tu pene; agrupa tus deudas; verdaderos chollos en tinta para impresora.

El correo electrónico se abrió y Courtney comenzó a leer.

—Oh, Dios mío —murmuró—, puta madre, esto es demasiado bueno.

En un instante reenvió el correo electrónico.

Drew —escribió—, envía masivamente esto a todo el ancho mundo.

La puerta del baño se abrió y Josie regresó a la habitación con un albornoz y una toalla envolviéndole la cabeza. Courtney cerró la ventana del servidor.

—Adiós —dijo el automático.

—¿Qué pasa? —preguntó Josie.

Courtney se volvió en la silla, sonriendo:

—Sólo revisaba mi correo —contestó.

Josie no podía dormir; su mente daba vueltas como un remolino. Tenía exactamente la clase de problema que hubiera deseado poder hablar con alguien, pero ¿con quién? ¿Su madre? Sí, justo. Matt por supuesto estaba descartado. Y Courtney —o cualquier otra de las amigas que tenía— …bueno, tenía miedo de que si pronunciaba sus peores miedos en voz alta, quizá eso fuera suficiente como para que se convirtieran en realidad.

Josie esperó hasta escuchar la respiración regular de Courtney. Se deslizó desde la cama hasta el baño. Cerró la puerta y se bajó el pantalón del pijama.

Nada.

Tenía un retraso en la regla de tres días.

El martes por la tarde Josie estaba sentada en un sofá en el sótano de Matt, a punto de escribirle un trabajo de ciencias sociales sobre el histórico abuso de poder en América, mientras él y Drew levantaban pesas.

—Hay un millón de cosas de las que puedes hablar —dijo Josie—. Watergate. Abu Ghraib. Kent State.

Matt se dobló bajo el peso de la pesa cuando Drew se la pasó a él.

—Lo que sea más fácil, Jo —dijo él.

—Vamos, gatita —intervino Drew—. A este paso van a degradarte a categoría junior.

Matt sonrió ampliamente y extendió por completo los brazos.

—A ver si levantas esto —le gruñó a Drew.

Josie le miró los músculos, los imaginó lo suficientemente fuertes como para hacer eso y también lo bastante tiernos como para abrazarla. Matt se incorporó, limpiándose la frente y el banco de pesas, para que Drew pudiera ocuparlo.

—Podría hacer algo acerca del Patriot Act —sugirió Josie, mordiendo el extremo del lápiz.

—Sólo procuro por tus intereses —dijo Drew—. Quiero decir, que si no subes de peso muscular por el entrenador, al menos hazlo por Josie.

Ella levantó la mirada:

—Drew, ¿tú naciste idiota o te fuiste haciendo con el tiempo?

—Estoy diseñado inteligentemente —bromeó él—. Lo único que digo es que mejor que Matt se ande con ojo, ahora que tiene competencia.

—¿De qué hablas? —Josie le miró como si estuviera loco, pero en secreto estaba aterrada. En realidad no importaba si Josie había prestado atención a alguien más o no; sólo importaba que Matt lo creyera así.

—Era una broma, Josie —dijo Drew, recostándose en el banco y cerrando los puños alrededor de la barra de metal.

Matt se rió:

—Sí, ésa es una buena descripción de Peter Houghton.

—¿Vas a vengarte?

—Eso espero —dijo Matt—, sólo que todavía no he decidido cómo.

—Quizá necesites un poco de inspiración poética para que te surja un plan adecuado —dijo Drew—. Eh, Jo, toma mi carpeta. El correo electrónico está justo encima.

Josie se estiró sobre el sofá hasta la mochila de Drew y hurgó en su carpeta. Sacó una hoja de papel doblada y la abrió. Vio su propia dirección de correo electrónico justo arriba de todo y todo el cuerpo de estudiantes del Instituto Sterling como dirección del destinatario.

¿De dónde había salido aquello? ¿Y por qué nunca lo había visto?

—Léelo —dijo Drew, levantando las pesas.

Josie dudó.

—Sé que no piensas en mí. Y que desde luego nunca nos has imaginado juntos.

Sentía las palabras como piedras en la garganta. Dejó de leer en voz alta, pero eso no importó, porque Drew y Matt estaban recitando el mensaje palabra por palabra.

—Por mí mismo, no soy nada especial —dijo Matt.

—Pero contigo… creo… —Drew se partía de risa, las pesas cayeron de golpe otra vez en su horquilla—. Carajo, no puedo hacer esto cuando me río.

Matt se hundió en el sofá junto a Josie y deslizó su brazo alrededor de ella, con su pulgar posado en su pecho. Ella se movió un poco porque no quería que Drew lo viese, pero Matt sí y se movió con ella.

—Inspiras poesía —dijo él, sonriendo—. Mala poesía, pero incluso Helena de Troya probablemente comenzó con, por ejemplo, un Limerick
[11]
, ¿no?

La cara de Josie enrojeció. No podía creer que Peter hubiera escrito esas cosas para ella, que él hubiera pensado siquiera que pudiera ser receptiva a ellas. Josie no podía creer que toda la escuela supiera que le gustaba a Peter Houghton. Ahora no podía permitirse, por ellos, sentir nada por él.

Ni siquiera lástima.

Más devastador era el hecho de que alguien hubiera decidido hacerla pasar por tonta. No era una sorpresa que hubieran entrado en su cuenta de correo electrónico —todos conocían las contraseñas de todos—; podría haber sido cualquiera de las chicas, e incluso el propio Matt. Pero ¿por qué sus amigas harían algo así, algo tan absolutamente humillante?

Josie ya sabía la respuesta. La gente del grupo que ella consideraba el suyo, en realidad no eran sus amigos. Los chicos y chicas populares no tenían amigos, sólo tenían alianzas. Estabas a salvo únicamente mientras mantuvieras tu verdad escondida; en cualquier momento alguien podía convertirte en el hazmerreír, porque así sabrían que nadie se estaría riendo de ellos.

Josie estaba herida, pero también sabía que parte de la jugada consistía en ver el modo en que ella reaccionaría. Si ella se encaraba con sus amigos y los acusaba de entrar sin permiso en su correo electrónico, estaba condenada. Por encima de todo, se suponía que no debía mostrar emoción. Ella estaba socialmente tan por encima de Peter Houghton que un mensaje de correo electrónico como ése no era humillante, sino chistosísimo.

En otras palabras; ríe, no llores.

—Es un perdedor total —dijo Josie, como si no le molestara en absoluto; como si ella lo encontrara tan gracioso como Drew y Matt. Hizo una pelota con la hoja del correo y la lanzó detrás del sofá. Las manos le temblaban.

Matt apoyó su cabeza en la falda de ella, todavía sudando:

—¿Sobre qué he decidido escribir, finalmente?

—Pobladores nativos de América —respondió Josie ausente—. De qué forma el gobierno rompió todos los acuerdos y les quitó sus tierras.

Era, ella se dio cuenta, algo con lo que podría simpatizar: esa carencia de raíces, la comprensión de que nunca te sentirías en casa.

Drew se irguió, con una pierna a cada lado del banco

—Eh, ¿cómo me consigo una chica que pueda mejorar mi promedio?

—Pregúntale a Peter Houghton —respondió Matt con una amplia sonrisa—. Es un maestro del amor.

Mientras Drew se reía, Matt buscaba la mano de Josie, aquella en la que sostenía el lápiz. Le besó los nudillos:

—Eres demasiado buena para mí.

Los casilleros del Instituto Sterling estaban escalonadas, una hilera encima y una hilera debajo, lo que significaba que, si te tocaba un casillero de los de abajo, tenías que sacar tus libros, tu abrigo y tus cosas con alguien prácticamente de pie junto a tu cabeza. El casillero de Peter no sólo estaba en la hilera de abajo, sino que además estaba en una esquina; lo que quería decir que nunca podía reducirse lo suficiente como para sacar lo que necesitaba.

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