Diamantes para la eternidad (9 page)

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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

BOOK: Diamantes para la eternidad
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—¡Nervioso! —Félix Leiter rió burlón—. Ya estabas rezando tus plegarias. Y tu conciencia está tan sucia que no sabías si ibas a recibir de la pasma o de la banda. ¿Me equivoco?

Bond rió esquivando la respuesta.

—Vamos, espía de pacotilla —dijo—, invítame a una copa y cuéntamelo todo. No creo en un azar tan fuerte como éste. En realidad, te dejo que me invites a almorzar. Vosotros los téjanos sois muy desprendidos con el dinero.

—Por supuesto —dijo Leiter. Deslizó el garfio de acero en el bolsillo derecho de su abrigo y cogió el brazo de Bond con la mano izquierda. Salieron a la calle y Bond se dio cuenta de que Leiter tenía una acusada cojera—. En Tejas incluso las pulgas son tan ricas que se alquilan sus propios perros. Vamos. Sardi está a la vuelta de la esquina.

Leiter evitó los salones de moda de la casa de comidas que era la favorita de actores y escritores famosos y condujo a Bond al piso superior. Al subir los peldaños de la escalera, su cojera se hizo más evidente y tuvo que agarrarse al pasamanos. Bond no hizo ningún comentario. Pero mientras se lavaba las manos en el servicio, tras dejar a su amigo sentado a una de las mesas del bendito restaurante con aire acondicionado, hizo un recuento de sus impresiones. El brazo derecho había desaparecido, y la pierna izquierda, y tenía pequeñas cicatrices disimuladas detrás de la línea del cabello, por encima del ojo derecho, que sugerían un buen número de injertos. Pero, por lo demás, Leiter parecía estar en buena forma. Sus ojos grises seguían invictos, la llamarada de cabello pajizo sin ningún asomo de gris, y nada había de la amargura de un mutilado en su rostro. Pero en el corto paseo Bond había notado un amago de reticencia en la actitud de Leiter y pensó que estaba relacionada con él, y quizá con las actividades en que Leiter estaba metido en ese momento. Desde luego nada tenía que ver, pensó, mientras cruzaba la habitación para reunirse con su amigo, con sus heridas.

Le estaba esperando un Martini semiseco con una rodaja de limón. Bond sonrió ante la buena memoria de Leiter y lo probó. Era excelente. Pero no podía reconocer el vermut.

—Está hecho con Cresta Blanca —explicó Leiter—. Una marca nueva de California. ¿Te gusta?

—El mejor vermut que he probado nunca.

—Me he arriesgado y te he pedido salmón ahumado y
brizzola
—dijo Leiter—. Aquí tienen la mejor carne de América, y
brizzola
es el mejor corte: carne de vaca cortada por el hueso. Asada y después terminada a la parrilla. ¿Te va bien?

—Lo que tú digas —repuso Bond—. Hemos tomado suficientes comidas juntos como para que sepas lo que me gusta.

—Les he pedido que no se den prisa —dijo Leiter, que repiqueteó en la mesa con el garfio—. Antes nos tomaremos otro Martini y mientras te lo bebes será mejor que confieses. —Su sonrisa era cálida, pero sus ojos miraban fijamente a Bond—. Sólo dime una cosa. ¿Que negocios tienes con mi viejo amigo «Shady» Tree?

Pidió su comida al camarero y se inclinó hacia delante, esperando.

Bond terminó su primer Martini y encendió un cigarrillo. Se columpió despreocupadamente en la silla. Las mesas cercanas a la suya estaban vacías. Volvió la cabeza y se enfrentó a Leiter.

—Dime algo primero, Félix. ¿Para quien trabajas estos días? ¿Todavía para la CIA?

—No —respondió Leiter—. Con la pérdida de la mano de disparar, sólo podían ofrecerme un trabajo de oficina. Se pusieron muy contentos y me pagaron muy bien cuando les aseguré que prefería la vida al aire libre. Así que Pinkerton me ha hecho una buena oferta. Ya sabes, la gente de «El Ojo que Nunca Duerme». Ahora soy un «demoledor de puertas», un detective privado. La rutina del «Vístanse y abran la puerta». Pero es divertido. Son un buen equipo, y algún día podré retirarme con una pensión y un reloj de oro de recuerdo que se vuelve verde en verano. De hecho, estoy a cargo de su escuadrón de la Banda de las Carreras (doping, carreras preparadas, guardias de noche en los establos…), todo ese tipo de cosas. Un buen trabajo, y te lleva por todo el país.

—Suena bien —dijo Bond—. Pero no sabía que fueras un experto en caballos.

—No era capaz de reconocer un caballo a menos que llevara un carro de leche detrás —admitió Leiter—. Pero lo coges en seguida, y es sobre todo de la gente de quien tienes que saber, no de los caballos. ¿Y tú? —Leiter bajó la voz—. ¿Todavía con la Vieja Compañía?

—Eso es.

—¿Haciendo un trabajo para ellos en este momento?

—Sí.

—¿Secreto?

—Sí.

Leiter lanzó un suspiro. Tomó un sorbo de su Martini con aire pensativo.

—Bien —dijo finalmente—, estás loco de atar operando solo, si es que tiene algo que ver con los chicos de la Pandilla de las Lentejuelas. De hecho, eres un riesgo tan fuerte que estoy chiflado si sigo comiendo contigo. Te diré por qué estaba merodeando alrededor del territorio de Shady esta mañana, y quizá podamos ayudarnos el uno al otro. Sin involucrar a nuestro equipo, claro. ¿De acuerdo?

—Sabes que me gustaría colaborar contigo, Félix —dijo Bond muy serio—. Pero yo todavía estoy trabajando para el Gobierno, y tú probablemente te encuentras en competición con el tuyo. Pero si resulta que nuestra presa es la misma, no tiene sentido que nos crucemos los cables. Si perseguimos a la misma liebre, estaré contento de correr contigo. —Bond miró inquisitivo al tejano—. ¿Me equivoco si pienso que estás interesado en alguien con una estrella en la frente y cuatro pezuñas blancas llamado
Shy Smile
?

—¡Correcto! —exclamó Leiter, sin estar demasiado sorprendido—. Corre en Saratoga el martes. ¿Y qué tiene que ver la carrera de este caballo con la seguridad del imperio británico?

—Me han dicho que apueste por él —dijo Bond—. Mil dólares a que ganará. Como pago por un trabajo. —Bond levantó el cigarrillo y su mano le cubrió la boca—. He traído cien mil libras en diamantes en bruto en avión esta mañana para el señor Spang y sus amigos.

Los ojos de Leiter se estrecharon. Dio un grave silbido de sorpresa.

—¡Chico! —dijo con respeto—. Desde luego estás en una liga más grande que la mía. Yo sólo estoy interesado porque
Shy Smile
es un impostor. El caballo que ganará el martes no es
Shy Smile
ni de lejos; ni siquiera estaba en la pista las tres últimas veces que corrió. Se lo han cargado. Será un correcaminos llamado
Pickapepper
. De casualidad tiene también una estrella y las cuatro pezuñas blancas. Es castaño, y han hecho un buen trabajo con sus cascos y otros pequeños puntos de diferencia. Han estado preparando este trabajo durante un año. En el desierto de Nevada, donde los Spang tienen un rancho. ¡Van a arrasar! Es una gran carrera, con veinticinco mil dólares extra. Y puedes apostar lo que quieras a que van a empapelar el mundo con su dinero justo antes de la salida. Seguro que es mejor que cinco. Al menos diez o quince a uno. Ganarán una fortuna.

—Creía que en Estados Unidos todos los caballos tenían que llevar los labios tatuados —dijo Bond—. ¿Qué han hecho al respecto?

—Han injertado piel en la boca de
Pickapepper
. Copiando las marcas de
Shy Smile
en ella. El truco del tatuaje se está empezando a pasar de moda. Se dice en Pinkerton que los clubs de jockeis van a empezar a tomar fotos de los ojos nocturnos.

—¿Qué son los ojos nocturnos?

—Son los callos que se producen dentro de las rodillas de los caballos. Los ingleses los llaman «castañas». Parece que son distintos en cada caballo. Como las huellas dactilares de un hombre. Pero será la misma historia de siempre. Ellos fotografiarán los ojos nocturnos de cada caballo de carreras en Estados Unidos y luego se darán cuenta que las bandas han encontrado la forma de alterarlas con ácido. La pasma nunca se pone al día con los ladrones.

—¿Cómo sabes todo esto de
Shy Smile
?

—Chantaje —respondió Leiter alegre—. Tengo un asuntillo pendiente con uno de los chicos del establo de Spang. Le dejo que compre mi silencio con los detalles de este negocio.

—¿Qué piensas hacer al respecto?

—Ya veremos. Me voy a Saratoga el domingo. —El rostro de Leiter se iluminó—. Hombre, ¿por qué no vienes conmigo? Conducimos hasta allí, y te llevo a mi madriguera. El Sagamore. Un hotel de lo más fardón. Hay que dormir en alguna parte. Mejor será que nos vean juntos lo menos posible, pero podremos encontrarnos por las noches. ¿Qué te parece?

—Estupendo —dijo Bond—. No podía ser mejor. Y ahora son casi las dos. Vamos a comer de una vez por todas y te cuento el final de mi historia.

El salmón ahumado era de Nueva Escocia, un pobre sustituto del producto escocés, pero la
brizzola
era tal y como Leiter había prometido, tan tierna que Bond podía cortarla con el tenedor. Terminó su comida con medio aguacate a la vinagreta y luego se entretuvo sobre su café expreso.

—Y eso es todo. —Bond concluyó la historia que había contado entre bocado y bocado—. Y mi teoría es que los Spang son los responsables del contrabando y la Casa de los Diamantes, de la cual son propietarios, comercializa las piedras. ¿Alguna idea?

Leiter dio unos golpecitos con su paquete de Lucky Strike contra la mesa con su mano izquierda, hasta sacar un cigarrillo que encendió con la llama del Ronson que Bond le ofrecía.

—Parece posible —accedió después de una pausa—. Pero no sé demasiado de este hermano de Seraffino, Jack Spang. Y si Jack Spang es
Saye
, será la primera vez que escucho algo de él en mucho tiempo. Tenemos fichas del resto de la banda, y más de una vez me he cruzado con Tiffany Case. Un encanto de chica, ha trabajado alrededor de las bandas durante muchos años. No es que tuviese demasiadas oportunidades desde la cuna. Su madre llevaba la casa de citas más elegante de todo San Francisco. Las cosas le iban bien hasta que cometió una gran equivocación. Un día decidió dejar de pagar el impuesto de protección al equipo local. Estaba pagando tanto dinero a la policía que supuso que ellos la protegerían. Una locura. Una noche, la banda se presentó por la fuerza y destrozó el garito. Dejaron a las chicas tranquilas, pero tuvieron una «fiestecita» con Tiffany. Entonces sólo tenía dieciséis años. No me sorprende que no quiera saber nada de los hombres desde entonces. Al día siguiente encontró la caja de seguridad de su madre, la reventó, y se largó. A partir de ahí la rutina habitual: chica de guardarropa, bailarina de
streaptease
, estudio extra, camarera, hasta que cumplió los veinte. La vida no debía parecerle demasiado maravillosa y se dio a la bebida. Se aposentó en una casa de huéspedes en Florida Keys y empezó a beber de forma suicida. Tanto que por aquí se la conocía como «el Dulce en Conserva».

»Entonces un niño se cayó en el mar y ella saltó a salvarlo. Su nombre salió en los periódicos y una mujer rica se encaprichó de la muchacha y casi la secuestró. Hizo que se uniera a los «Alcohólicos Anónimos» y luego se la llevó a todas partes como dama de compañía. Pero Tiffany se escapó cuando llegaron a San Francisco y se fue a vivir con su vieja mamá, que por entonces ya se había retirado del negocio de las chicas. Es un culo de mal asiento, y supongo que la vida le pareció un poco aburrida, así que volvió a descarriarse terminando en Reno. Trabajó en el Harold Club por un tiempo. Allí conoció a nuestro amigo Seraffino, que se entusiasmó con ella porque no quería acostarse con él. Le ofreció algún trabajillo en el Tiara de Las Vegas y allí se ha quedado durante los últimos dos o tres años. Haciendo estos viajes a Europa, supongo. Pero en el fondo es una buena chica. No tenía ninguna salida después de lo que hicieron los de la banda con ella.

Bond vio de nuevo los ojos que le miraban hoscamente desde el espejo y oyó el disco tocando
Hojas Muertas
en la habitación solitaria.

—Me gusta —dijo escuetamente. Sintió los ojos de Félix que le miraban especulativos. Miró su reloj—. Bien, Félix, parece que los dos estamos agarrando al mismo tigre. Pero por colas distintas. Será divertido tirar de las dos al mismo tiempo. Me voy a dormir un poco. Tengo habitación en el Astor. ¿Dónde nos encontramos el domingo?

—Mejor mantenerse alejado de esta parte de la ciudad —dijo Leiter—. Te veo fuera del Plaza. Temprano, así evitamos el tráfico de la Parkway. Digamos a las nueve en punto. En la parada de taxis. Ya sabes, donde están los taxis tirados por caballos. Así, si llego un poco tarde, puedes aprender a reconocer caballos. Te será muy práctico en Saratoga.

Pagó la cuenta y salieron al achicharrante calor de la calle. Bond paró un taxi. Leiter se negó a que lo llevase. Antes de despedirse, cogió a Bond afectuosamente por el brazo.

—Sólo una cosa más, James —dijo, y su voz tuvo una extremada seriedad—. Quizá pienses que los gángsters norteamericanos no son gran cosa. Comparados con SMERSH, por ejemplo, y otros tipejos con los que te habrás enfrentado. Pero déjame decirte que los chicos de la Pandilla son los mejores. Tienen una buena máquina, a pesar de ponerse nombres ridículos. Y protección. Así es como funcionan las cosas en Norteamérica estos días. Pero no me malinterpretes. Realmente huelen mal. Y este trabajo tuyo también huele mal.

Leiter soltó el brazo de Bond y lo miró subir al taxi. Entonces se inclinó sobre la ventanilla.

—¿Y sabes a qué huele tu trabajo, estúpido hijo de puta? —le preguntó, alegre—. A formol y a lirios.

Capítulo 9
Champán amargo

—No pienso acostarme contigo —dijo Tiffany Case en un tono de voz que no admitía réplica—, así que no malgastes tu dinero intentando ablandarme. Pero me tomaré otro, y tal vez otro después. Simplemente no quiero beberme tus Martinis con vodka bajo un concepto equivocado.

Bond se echó a reír. Pidió las bebidas y la miró.

—Todavía no hemos encargado la cena —dijo—. Iba a sugerir marisco y Hock. Podía haberte hecho cambiar de idea. Se supone que la combinación produce bastante efecto.

—Escucha, Bond —dijo Tiffany Case—, un hombre tiene que ofrecer algo más que un poco de carne de cangrejo si quiere acostarse conmigo. En todo caso, como tú pagas, voy a tomar caviar, y lo que vosotros los ingleses llamáis «chuletas», y también champán rosado. No salgo a menudo con un inglés bien plantado, y la cena va a estar a la altura de la ocasión. —De repente se inclinó hacia él poniendo una mano encima de la suya—. Lo siento —añadió de repente—. Eso de pagar era una broma. Yo invito. Pero lo de la ocasión iba en serio.

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