El aspecto de este barco era semejante al del anterior, aunque era de mayor tamaño. Los nórdicos le habían dado el nombre de
Hlosbokun
, que significa «chivo marino», porque el barco en cuestión se encabritaba sobre las olas como se encabritan los chivos. Otra razón para tal nombre era que el barco era rápido y para esta gente el macho cabrío es el animal que simboliza la velocidad.
Tenía miedo de aventurarme en el mar porque el agua estaba agitada y muy fría. Una mano introducida en ese mar se habría entumecido al instante, tanto frío hacía. A pesar de todo ello los nórdicos estaban alegres y hacían chistes y bebían por la noche en aquella aldea costera de Lenneborg, trabando relaciones con muchas de las mujeres y las muchachas esclavas. Esta era, según me contaron, la costumbre entre los nórdicos antes de emprender un viaje por mar, ya que nadie sabe si habrá de sobrevivir al viaje y por tanto parte en medio de festejos exagerados.
En todas partes nos recibieron con gran hospitalidad, lo cual se consideraba una gran virtud entre esta gente. El más pobre de los granjeros nos ofrecía todo lo que poseía y lo hacía sin temor de que le robáramos o matáramos, sino más bien por bondad y generosidad. Los nórdicos, según me enteré, no permiten a miembros de su raza robar ni matar, y tratan con gran dureza a quienes lo hacen. Mantienen estas creencias a pesar de que la realidad observada entre ellos es que están siempre peleando y ebrios como animales sin razón y matándose mutuamente en duelos feroces. Sin embargo, no consideran esto como matar, y a cualquier hombre que mate, lo matarán.
Asimismo tratan a sus esclavos con gran bondad, cosa que me maravilló.
[17]
Cuando un esclavo enferma o bien muere en algún accidente, ello no es considerado una gran pérdida y las esclavas deben estar preparadas en cualquier momento para que las someta cualquier hombre en cualquier momento del día o de la noche en público o a solas. No hay afecto hacia los esclavos, pero tampoco se observa brutalidad hacia ellos y siempre son vestidos y alimentados por sus amos.
Me enteré de algo más. Cualquier hombre puede tener relaciones sexuales con una esclava, pero en cambio la mujer del más humilde campesino es respetada por los jefes y los nobles entre los nórdicos, de la misma manera que respetan a sus propias mujeres. Asediar a una mujer libre que no tiene condición de esclava es un delito, y me dijeron que podrían colgar a un hombre por ello, aunque yo nunca vi que lo hicieran.
Se considera una gran virtud la castidad entre las mujeres, pero en pocos casos vi que se practicara, pues el adulterio no es considerado como de gran importancia, y si la mujer de cualquiera, de rango elevado o bajo, es de naturaleza lasciva, las consecuencias de ello no se consideran graves. Esta gente es muy liberal en estas cuestiones y los hombres del Norte afirman que las mujeres son tortuosas y no conviene confiar en ellas. Parecen estar muy resignados a este hecho y aluden a él con su habitual aire alegre.
Pregunté a Herger si estaba casado y me dijo que tenía mujer. Con la mayor discreción le pregunté luego si era casta. Se rió abiertamente de mi pregunta y me dijo:
—Yo navego por los mares y aun puedo no regresar, o bien estar ausente muchos años. Mi mujer no está muerta.
De esto deduje que su mujer le era infiel y que a él no le importaba.
Los nórdicos no consideran a ningún hijo un bastardo si su madre está casada. Los hijos de las esclavas son, a veces, esclavos y, otras, libres. Cómo se decide esto no lo sé.
En algunas regiones se marca a los esclavos con un corte en la oreja. En otras, los esclavos llevan un collar de hierro para señalar su condición. En otras, los esclavos no llevan marcas distintivas, siguiendo con ello una costumbre local.
La pederastia es desconocida entre los nórdicos, si bien dicen que otros pueblos la practican. Ellos mismos afirman no preocuparse por esta costumbre, y como no se practica entre ellos, no prevén castigo para ella.
Todo esto y más aprendí en el curso de mis conversaciones con Herger y mediante la observación mientras mi grupo viajaba. Vi asimismo que en cada lugar donde nos deteníamos la gente preguntaba a Buliwyf qué misión le llevaba y que cuando se informaban de la naturaleza de dicha misión, algo que yo no comprendía por el momento, él, sus guerreros y también yo éramos tratados con el mayor respeto, recibiendo sus plegarias, sacrificios y prendas de buenos deseos.
En el mar, como dije, los nórdicos se vuelven alegres y exuberantes, aun cuando el océano esté agitado y peligroso, para mi gusto y también para mi estómago, en el cual tenía una sensación sumamente desagradable y agitada. La verdad es que sufrí vómitos y luego pregunté a Herger por qué estaban todos tan felices.
—Es porque pronto estaremos en la tierra de Buliwyf, en el lugar llamado Yatlam, donde viven su padre, su madre y toda su familia, a quienes no ve desde hace largos años.
A esto repliqué:
—¿No vamos, entonces, a la tierra de Wulfgar?
—Sí —repuso Herger—, pero es de rigor que Buliwyf rinda homenaje a su padre y a su madre.
Por los rostros de todos los otros señores, nobles y guerreros, vi que estaban tan contentos como el mismo Buliwyf. Pregunté a Herger el motivo de ello.
—Buliwyf es nuestro jefe, y nos sentimos felices por él y por el poder que tendrá muy pronto.
Quise saber en qué consistía aquel poder de que hablaba.
—Es el poder de Runding —repuso Herger.
—¿Y qué poder es ese?
—El poder de los antepasados, el poder de los gigantes.
Los nórdicos creen que en épocas pasadas el mundo estaba poblado por una raza de hombres gigantescos que posteriormente desaparecieron. No se consideran descendientes de estos gigantes, aunque han recibido algunos de los poderes que ellos poseían, por un proceso que no comprendo muy bien. Estos paganos creen asimismo en muchos dioses que también son gigantes y también tienen mucho poder. Los gigantes de quienes hablaba Herger, en cambio, eran hombres, no dioses, o por lo menos tuve esa impresión.
La noche que desembarcamos sobre una costa rocosa con piedras del tamaño del puño de un hombre, Buliwyf acampó allí con sus hombres y toda la noche bebieron y cantaron alrededor de la fogata. Herger participó de la celebración y no tuvo la paciencia de explicarme el significado de los cantos, de modo que no puedo decir qué decían en ellos, aparte de que se sentían muy felices. Al día siguiente llegarían a la casa de Buliwyf, la tierra llamada Yatlam.
Partimos con las primeras luces del alba y hacía tanto frío que me dolían los huesos y tenía el cuerpo magullado por la playa rocosa, zarpamos con un mar enfurecido y un viento arrollador. Navegamos toda la mañana y durante este período el entusiasmo de los hombres se intensificó al punto que se volvieron como niños o como mujeres. Para mí era motivo de asombro ver a estos hombres enormes y musculosos reír y chillar como un harén del Califa. Ellos, en cambio, no hallaban nada poco varonil en esta conducta.
Había un cabo, un saliente de roca gris sobre el mar, también gris, y más lejos de aquel punto, me dijo Herger, estaba la ciudad de Yatlam. Me esforcé por ver esta famosa tierra de Buliwyf cuando el barco de los nórdicos dobló el cabo. Los guerreros reían y lanzaban ovaciones estruendosas y adiviné que se cambiaban muchos chistes groseros y se formulaban planes para tomar a las mujeres cuando desembarcaran.
Hubo entonces un olor a humo sobre el mar y vimos el humo y todos los hombres callaron. Al doblar el cabo pude ver con mis propios ojos que la ciudad estaba en llamas y cubierta de olas de humo negro. No había signos de vida.
Buliwyf y sus guerreros desembarcaron y recorrieron la ciudad de Yatlam. Había cadáveres de hombres y mujeres y niños, algunos consumidos por las llamas, otros destrozados por espadas, una gran cantidad de cadáveres. Buliwyf y sus guerreros no dijeron nada y aun en estas circunstancias no hubo muestras de pesar, llanto o congoja. Nunca he visto ninguna raza que acepte la muerte como los nórdicos. Yo mismo me sentí horrorizado ante este espectáculo, pero ellos, aparentemente, no.
Por fin dije a Herger:
—¿Quiénes hicieron esto?
Herger señaló el interior, los bosques y colinas más retiradas del océano gris. Había niebla sobre estos bosques. Sin hablar, Herger señaló en esa dirección. Le pregunté:
—¿Fueron las nieblas?
Y él repuso:
—No preguntes más. Lo sabrás antes de lo que habrías deseado.
A continuación sucedió lo siguiente. Buliwyf entró en una casa quemada y humeante y volvió a nosotros con una espada en la mano. Era una espada grande y pesada y tan caliente por culpa del fuego que la llevaba con un trozo de tela envuelto en el pomo. En verdad era la espada más grande que había visto yo en toda mi vida. Tenía la longitud de mi propio cuerpo y una hoja aplanada y tan ancha como dos palmos. Tan grande y pesada era que aun Buliwyf jadeaba al llevarla. Pregunté a Herger acerca de la espada y él respondió:
—Es Runding.
Luego Buliwyf ordenó embarcarse a todo su contingente de hombres y volvimos a zarpar. Nadie de los guerreros dirigió una mirada hacia la ciudad incendiada de Yatlam. Sólo yo hice esto y vi las ruinas humeantes y más lejos la niebla en las colinas.
Por espacio de dos días navegamos a lo largo de una costa llana, entre numerosas islas que conforman la tierra de Dans y por fin llegamos a una región de ciénagas con una red de riachuelos que desembocaban en el mar. Estos ríos no tienen nombre, sino que cada uno de ellos es llamado «wyk» y la gente que habita sobre ellos son llamados «wykings», que significa para los nórdicos los guerreros, o vikingos, que navegan río arriba con sus barcos y atacan las poblaciones por este medio.
[18]
Ahora bien, en aquella región pantanosa nos detuvimos en un punto llamado Trelburg que me dejó maravillado. No se trata de una ciudad, sino más bien de un campamento militar, poblado por guerreros y unas pocas mujeres y niños. Las defensas de este fuerte están construidas de forma esmerada y con la calidad artesanal de los romanos.
Trelburg se encuentra en la confluencia de dos riachuelos que desembocan en el mar. La parte principal de la ciudad está rodeada por un muro circular de barro cuya altura equivale a la de cinco hombres en pie el uno sobre el otro. Sobre este círculo de barro se levanta un cerco de madera para mayor protección. Fuera del círculo hay un foso lleno de agua cuya profundidad ignoro.
Estas obras de barro son de una construcción excelente y de una simetría y perfección que rivaliza con todo lo conocido por nosotros. Hay más aún: en el sector de la ciudad que mira hacia tierra firme hay un segundo semicírculo o muro alto con otro foso exterior.
La ciudad misma se encuentra dentro del círculo interior, que tiene cuatro puertas sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra. Cada puerta es de roble sólido con pesados herrajes de hierro y cuenta con numerosos centinelas. Muchos centinelas se pasean también por lo alto del muro y vigilan día y noche.
Dentro de la ciudad hay dieciséis viviendas de madera, todas iguales. Son casas alargadas, según las califican los nórdicos, con paredes que se curvan hacia dentro y les dan el aspecto de botes colocados con la abertura hacia abajo a los cuales les hubiesen cortado los dos extremos. Están dispuestas de la siguiente manera: cuatro casas largas situadas con precisión para formar un cuadrado. Hay cuatro de estos cuadrados, o sea, dieciséis casas en total.
[19]
Cada una de estas casas largas cuenta con un único acceso y ninguna de ellas tiene este acceso de manera que sea visible desde los otros. Pregunté la causa de ello y Herger me dijo:
—Si atacan el campamento, los hombres deben correr a las defensas y las puertas de salida están distribuidas de tal manera que los hombres pueden correr sin atropellarse ni confundirse. Por el contrario, cada uno de ellos puede llegar con toda libertad a su puesto de defensa.
Ocurre, pues, que dentro de cada cuadrado una casa tiene una puerta sobre el Norte; la siguiente, una puerta sobre el Este; la que sigue, una puerta sobre el Sur, y la última, una puerta sobre el Oeste. Lo mismo sucede en cada uno de los otros cuadrados.
Vi luego que a pesar de ser los nórdicos hombres de gran talla, las puertas son tan bajas que aun yo debo inclinarme mucho para entrar en las casas. Cuando le pregunté acerca de esto a Herger, repuso:
—Si nos atacan, un guerrero solo tiene que permanecer dentro de la casa y cortar con su espada la cabeza de todos los que intentan entrar. Las puertas son tan bajas que las cabezas quedan debidamente inclinadas para decapitarlas.
En verdad comprobé que desde todo punto de vista Trelburg era una ciudad construida con fines de actividad bélica y defensa. No había ningún comercio en ella, como señalé ya. Dentro de las casas largas hay tres secciones o cuartos, cada uno de ellos con una puerta. El más grande es el del centro, que es al mismo tiempo un lugar dotado de un pozo para quemar desperdicios.
Vi seguidamente que la gente de Trelburg no era como los demás nórdicos a lo largo del Volga. Esta era gente muy limpia para pertenecer a la raza. Se lavaba en el río y hacía sus necesidades fuera de las casas. En todo eran, en fin, muy superiores a los grupos que había conocido hasta entonces. Diré, sin embargo, que no son verdaderamente limpios, salvo en términos comparativos.
La sociedad en Trelburg está compuesta en su mayoría por hombres, y las mujeres son todas esclavas. No hay esposas entre estas mujeres y todas las que hay allí son tomadas con toda libertad según los deseos de los hombres. Los habitantes de Trelburg se alimentan con pescado y un poco de pan. No hacen agricultura ni cultivos, a pesar de que la tierra húmeda que rodea la ciudad es apropiada para ello. Pregunté a Herger por qué no había agricultura y me dijo:
—Estos son guerreros. No labran la tierra.
Buliwyf y su contingente fueron recibidos con amabilidad por los jefes de Trelburg, que son varios, el principal de ellos, uno llamado Sagard. Sagard es un hombre fuerte y valeroso, casi tan grande como Buliwyf.
Durante el banquete de la noche, Sagard preguntó si Buliwyf tenía una misión, así como el motivo de sus viajes. Y Buliwyf le informó acerca de la petición de Wulfgar. Herger me tradujo todo, aunque en verdad había pasado ya bastante tiempo entre estas gentes como para haber aprendido unas cuantas palabras en su idioma. He aquí la esencia de la conversación entre Sagard y Buliwyf.