Desde Rusia con amor (24 page)

Read Desde Rusia con amor Online

Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

BOOK: Desde Rusia con amor
6.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

El retumbar del tren se apagó en la distancia. Bond sintió que el arma se apoyaba con más fuerza sobre su hombro. Forzó los ojos para ver el objetivo en sombras. En el centro del mismo, apareció un profundo recuadro de negrura.

Con cuidado, Bond levantó la mano izquierda e hizo visera con ella para que la luz de la luna no le impidiera ver. De detrás de su oído derecho le llegó un siseo de respiración.

—Ya sale.

Por la boca del gran cartel en sombras, entre los enormes labios color violeta, semiabiertos de éxtasis, emergió la silueta oscura de un hombre y se colgó como un gusano de la boca de un cadáver.

El hombre cayó. Una barca que remontaba el Bosforo brilló en la noche como un animal insomne dentro de un zoológico. Bond sintió que una gota de sudor le bajaba por la frente. El cañón del arma descendió cuando el hombre abandonó la calzada con pasos sigilosos, en dirección a ellos.

«Cuando llegue al borde de la sombra —pensó Bond— echará a correr. Condenado estúpido, mira más adelante.»

Ahora. El hombre se dobló para atravesar a la carrera la calle deslumbrantemente blanca.

Estaba saliendo de la sombra. Tenía la pierna derecha flexionada hacia delante y el hombro correspondiente alineado con ella para darse impulso.

En el oído de Bond sonó un restallido como de hacha que golpea un tronco de árbol. El hombre salió disparado hacia delante con los brazos extendidos. Se produjo un ruido seco al chocar su mentón o su frente contra el suelo.

Un cartucho vacío tintineó a los pies de Bond. Oyó el chasquido del siguiente proyectil que entraba en la recámara.

Los dedos del hombre arañaron los adoquines por un breve instante. Sus zapatos golpearon la calle. Quedó allí tendido, por completo inmóvil.

Kerim profirió un gruñido. El arma se apartó del hombro de Bond. El agente británico escuchó los sonidos que hacía Kerim al desmontar el arma y guardar la mira telescópica en el estuche de cuero.

Bond apartó los ojos de la silueta tendida en la calle, la silueta del hombre que había sido y ya no era. Tuvo un instante de resentimiento contra la vida que le hacía presenciar este tipo de cosas.

El resentimiento no era contra Kerim. Este había sido el objetivo de los ataques de aquel hombre en dos ocasiones. En un cierto sentido, esto era el final de un largo duelo, en el que Krilencu había disparado dos veces contra el único disparo de Kerim. Pero Kerim era el más inteligente, el más frío y el más afortunado de los dos, y eso era todo. Sin embargo, Bond nunca había matado a sangre fría y no le había gustado observar cómo otro lo hacía, y cooperar con él.

En silencio, Kerim lo tomó por un brazo. Se alejaron con lentitud de la escena y volvieron por donde habían llegado.

Kerim pareció percibir los pensamientos de Bond.

—La vida está llena de muerte, amigo mío —comentó con aire filosófico—. Y a veces uno se convierte en instrumento de la muerte. No lamento haber matado a ese hombre. Ni tampoco lamentaría matar a cualquiera de los rusos esos que vimos hoy en la oficina. Son gente dura. Con ellos, las cosas se consiguen por la fuerza, o no se consiguen. Los rusos son todos iguales. Ojalá el gobierno de usted se diera cuenta de eso y se mostrara fuerte con ellos. Sólo una pequeña lección de modales como la que les he dado esta noche, de vez en cuando, no les vendría mal.

—En las relaciones de fuerza, uno no tiene a menudo la oportunidad de actuar con tanta rapidez y limpieza como lo ha hecho usted esta noche, Darko. Y no olvide que sólo ha castigado a uno de sus satélites, uno de los hombres que ellos siempre encuentran para que les hagan el trabajo sucio.

»Y le advierto —prosiguió Bond— que estoy muy de acuerdo con usted por lo que respecta a los rusos. Sencillamente no entienden el lenguaje de la zanahoria. Sólo el palo logra algún efecto. Son básicamente masoquistas. Adoran el azote. Por eso eran tan felices bajo Stalin. El les daba azote. No estoy seguro de cómo van a reaccionar ante los trozos de zanahoria que les están dando Kruschov y compañía. En cuanto a Inglaterra, el problema reside en que hoy por hoy está de moda darles zanahorias a todos. A los de casa y a los de fuera. Nosotros ya no enseñamos los dientes… sólo las encías.

Kerim profirió una áspera risotada, pero no hizo comentarios. Estaban ascendiendo por el callejón maloliente y no le quedaba aliento para hablar. Descansaron al llegar al final y luego echaron a andar con lentitud hacia los árboles de la plaza del Hipódromo.

—¿Así que me perdona usted por lo de hoy? —Resultaba extraño percibir el anhelo de una respuesta tranquilizadora en la voz habitualmente bulliciosa del corpulento hombre.

—¿Perdonarlo? ¿Perdonarlo por qué? No sea ridículo. —Había afecto en la voz de Bond—. Tenemos un trabajo que hacer y estamos haciéndolo. Me ha dejado muy impresionado. Tiene aquí un tinglado maravilloso. Soy yo quien debería disculparse. Parece que le he traído una enorme cantidad de problemas. Y usted los ha solucionado. Yo me he limitado a seguirle los pasos. Y no he llegado a ninguna parte en absoluto por lo que respecta a mi principal misión. M se estará impacientando bastante. Tal vez habrá algún tipo de mensaje en el hotel.

Pero cuando Kerim llevó a Bond a su hotel y entró con él hasta recepción, no había nada para Bond. Kerim le dio una palmada en la espalda.

—No se preocupe, amigo mío —dijo con tono alegre—. La esperanza es un buen desayuno. Tómela en abundancia. Le enviaré el coche por la mañana, y si no ha sucedido nada, pensaré en algunas aventurillas más para pasar el rato. Limpie su arma y duerma sobre ella. Los dos merecen un descanso.

Bond subió el tramo de escalera, abrió la puerta con la llave, la cerró tras de sí y volvió a echarle llave y cerrojo. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas. Atravesó la habitación y encendió las lámparas con pantalla rosada que había sobre el tocador. Se quitó la ropa, entró en el baño y permaneció durante unos minutos debajo de la ducha. Pensó en lo mucho más movido que había sido el sábado catorce comparado con el viernes trece. Se cepilló los dientes e hizo gárgaras con un gran sorbo de agua para librarse del sabor del día, tras lo cual apagó la luz del baño y regresó al dormitorio.

Bond apartó una de las cortinas, abrió de par en par las altas ventanas, y permaneció allí, sujetando las cortinas hacia los lados y mirando el gran bumerán curvo de agua brillante bajo la luna que viajaba por el cielo. La brisa nocturna tenía un tacto maravillosamente fresco sobre su cuerpo desnudo. Miró su reloj de pulsera. Eran las dos en punto.

Bond profirió un tremendo bostezo. Volvió a correr las cortinas. Se inclinó para apagar las luces del tocador. De pronto se tensó. El corazón se le paró durante un latido.

Desde las sombras del fondo de la habitación, le había llegado una risilla nerviosa.

—Pobre señor Bond —dijo una voz de muchacha—. Tiene que estar cansado. Venga a la cama.

Capítulo 20
Negro y rosa

Bond se volvió en un instante. Miró hacia la cama, pero tenía los ojos ciegos por haber contemplado la luna. Atravesó la habitación y encendió la lámpara de pantalla rosa que había junto al lecho. Bajo la sábana había un cuerpo largo. Una cabellera castaña se hallaba esparcida sobre la almohada. Se veían las puntas de unos dedos que sujetaban la sábana que ocultaba el rostro. Más abajo, los pechos sobresalían como colinas bajo la nieve.

Bond rió suavemente. Se inclinó hacia delante y tiró de los cabellos con suavidad. Se oyó un chillido de protesta procedente de debajo de la sábana. Bond se sentó en el borde de la cama. Tras un momento de silencio, una punta de la sábana descendió con cautela y un ojo azul grande lo inspeccionó.

—Su aspecto es muy indecoroso. —La voz estaba amortiguada por la sábana.

—¡Y qué me dice de usted! ¿Y cómo ha entrado aquí?

—Bajando dos pisos. También yo vivo aquí. —La voz era profunda y provocativa. Tenía muy poco acento.

—Bueno, pues voy a meterme en la cama.

La sábana bajó con rapidez hasta el mentón y la muchacha se incorporó un poco contra las almohadas. Se había ruborizado.

—Oh, no. No debe hacer eso.

—Pero si es mi cama. Y, de todas formas, usted me dijo que lo hiciera. —El rostro era increíblemente hermoso. Bond lo examinó con descaro. El rubor se hizo más profundo.

—Lo que dije no fue más que una frase. Para presentarme.

—Bien, me alegro mucho de conocerla. Me llamo James Bond.

—Yo soy Tatiana Romanova. —Ella hizo muy largo el sonido de la segunda «a» de Tatiana y de la primera «a» de Romanova—. Mis amigos me llaman Tania.

Se produjo una pausa mientras cada uno miraba al otro, la muchacha con curiosidad y con lo que podría haber sido una expresión de alivio; Bond, con sereno cálculo.

Ella fue quien primero rompió el silencio.

—Es usted igual que en las fotografías. —Volvió a ruborizarse—. Pero debe ponerse algo de ropa. Me perturba verlo así.

—Usted también me perturba. Eso se llama atracción sexual. Si me metiera en la cama con usted, no sería un problema. En cualquier caso, ¿qué lleva puesto?

Ella bajó la sábana una fracción más para mostrar una cinta de terciopelo negro de medio centímetro que le rodeaba el cuello.

—Esto.

Bond bajó la mirada hacia los provocadores ojos azules que ahora se abrían de par en par, como preguntando si la cinta era adecuada. El agente británico sintió que perdía el control de su cuerpo.

—Maldita sea, Tania. ¿Dónde están el resto de sus cosas? ¿O bajó así en el ascensor?

—Oh, no. Eso no habría sido
kulturny
. Están debajo de la cama.

—Bueno, pues si cree que va a salir de esta habitación sin…

Bond dejó la frase sin terminar. Se levantó de la cama y fue a ponerse una de las chaquetas de pijama de seda azul oscuro largas hasta más abajo de la cadera, única parte de la prenda que solía usar.

—Lo que está sugiriendo no es
kulturny
.

—¿Ah, no? —dijo Bond, con sarcasmo. Regresó junto a la cama y acercó una silla. Le dedicó una sonrisa a la muchacha—. Bueno, pues le diré algo
kulturny
. Usted es una de las mujeres más hermosas del mundo.

La joven volvió a ruborizarse. Lo miró con expresión seria.

—¿Me dice la verdad? Creo que mi boca es demasiado grande. ¿Soy tan hermosa como las muchachas occidentales? Una vez me dijeron que me parezco a Greta Garbo. ¿Es cierto?

—Es más hermosa —replicó Bond—. Su cara es más luminosa. Y su boca no es demasiado grande. Es del tamaño justo. Al menos para mí.

—¿Qué es eso de «cara luminosa»? ¿Qué quiere decir?

Bond quería decir que ella no lo miraba como una espía rusa. No resultaba visible ni una pizca de la reserva típica de los espías. Ni su frialdad, ni su carácter calculador. Daba una impresión de personalidad cálida y alegre. Estas cosas afloraban a sus ojos. Buscó una frase evasiva.

—En sus ojos hay mucha alegría y diversión —respondió, poco convincente.

Tatiana permaneció seria.

—Es curioso —dijo—. En Rusia no hay ni mucha diversión ni mucha alegría. Nadie habla de esas cosas. Nunca antes me habían dicho eso.

«¿Alegría?, —pensó—, ¿después de los últimos dos meses? ¿Cómo podía parecer alegre?» Y sin embargo, sí, tenía una sensación de ligereza en el corazón. ¿Acaso era una mujer ligera de cascos por naturaleza? ¿O tenía algo que ver con este hombre al que nunca antes había visto? ¿Era alivio en relación a él después de la agonía experimentada al pensar lo que tenía que hacer?

Ciertamente, era mucho más fácil de lo que había esperado. El hacía que fuese fácil, que fuese divertido, con una pizca de peligro. Era terriblemente guapo. Y parecía tener un alma muy sana.

¿La perdonaría, acaso, cuando llegaran a Londres y ella le contara la verdad? ¿Cuando le explicara que la habían enviado para seducirlo? ¿Que le habían incluso señalado la noche en que debía hacerlo y el número de su habitación? Sin duda no le importaría demasiado. Ella no estaba causándole ningún daño. Era sólo un medio para que llegara a Inglaterra e hiciera esos informes.

«Alegría y diversión en sus ojos.» Bueno, ¿y por qué no? Era posible. Había una maravillosa sensación de libertad en hallarse a solas con un hombre como éste, sabiendo que no sería castigada por ello. La verdad es que resultaba terriblemente emocionante.

—Usted es muy guapo —dijo la joven. Buscó una comparación que pudiera complacerlo—. Parece una estrella cinematográfica de Estados Unidos.

Quedó sorprendida ante la reacción de él.

—¡Por el amor de Dios! ¡Ése es el peor insulto que puede hacérsele a un hombre!

Se apresuró a corregir su error. ¡Qué curioso que aquel elogio no le gustara! ¿Acaso toda la gente de Occidente no deseaba parecer una estrella cinematográfica?

—Le he mentido —dijo—. Sólo quería complacerlo. De hecho, usted se parece a mi héroe favorito. Es un personaje de un libro escrito por un ruso que se llama Lermontov. Ya le hablaré de él un día de éstos.

¿Un día de éstos? Bond pensó que había llegado el momento de hablar con seriedad.

—Vamos a ver, Tania. —Intentaba no mirar el hermoso rostro que descansaba sobre la almohada. Fijó los ojos en la punta del mentón de la joven—. Tenemos que dejarnos de tonterías y ponernos serios. ¿De qué va todo esto? ¿De verdad que va a acompañarme a Inglaterra? —Alzó la mirada hasta los ojos de ella. La joven había vuelto a abrirlos de par en par, con aquella condenada expresión de inocencia.

—¡Pues, claro que sí!

—¡Ah! —Bond quedó desconcertado ante la franqueza de la respuesta. La miró con seriedad—. ¿Está segura?

—Sí. —Ahora sus ojos eran sinceros. La joven había dejado de coquetear.

—¿No tiene miedo?

Vio que una sombra atravesaba los ojos de Tatiana. Pero no se debía a lo que él creyó. La joven acababa de recordar que debía representar un papel. Debía estar asustada por lo que hacía. Aterrorizada. Aquella actuación había parecido tan fácil… pero ahora era difícil. ¡Qué extraño!

Decidió no comprometerse.

—Sí, tengo miedo, pero ahora no tanto. Usted me protegerá. Tal y como había pensado.

—Sí, bueno, claro que lo haré. —Bond pensó en los parientes que vivían en Rusia. Apartó con rapidez aquella idea de su cabeza. ¿Qué estaba haciendo? ¿Intentaba disuadirla para que cambiara de opinión? Cerró sus pensamientos a las consecuencias que imaginaba que le sobrevendrían a Tatiana—. No hay nada de qué preocuparse. Yo cuidaré de usted.

Other books

We Are Not in Pakistan by Shauna Singh Baldwin
The Thirteenth by G. L. Twynham
Seven for a Secret by Victoria Holt
Undersea Fleet by Frederik & Williamson Pohl, Frederik & Williamson Pohl
Secrets by Erosa Knowles
Bad Day (Hard Rock Roots) by Stunich, C.M.
Green Monster by Rick Shefchik
A Commonwealth of Thieves by Thomas Keneally