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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

Descanso de caminantes (41 page)

BOOK: Descanso de caminantes
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Los políticos, término en el que incluyo o todos los que gobiernan o se proponen gobernar, tienen por meta el poder y quedar bien: combinación horrible de propósitos deleznables.

Dorothy Wordsworth dijo de su hermano: «William, who you know is not expected to do anything». Al leer esto tuve una reacción típica de Silvina, para quién todo es alusión a ella, y pensé: «Así fui yo, hasta hará cosa de unos diez años, cuando todo cambió,
with a vengeance
».

Cuando estaba enamorado de la francesa, le dije: «J'aime Brigitte Bardot, porque ella es francesa y me recuerda a vos». Me contestó: «Pas de patriotirme avec les femmes. Je doi te suffire. Je te défend de me dire que tu aimes une autre».

Qué esperan las mujeres del hombre de no más de cuarenta y cinco años: pene y encanto. De no más de cincuenta y cinco: pene y regalitos. De no más de sesenta y cinco: pene y mantención. De más de setenta y cinco: mantención, pronta muerte y herencia.

Maridos en los que advertía enemistad y desconfianza ahora me saludan con afecto.

La libertad es la intemperie.

Según una autoridad dudosa, Ernesto Sabato se convirtió al catolicismo y su alma inmortal no se le cae de la boca.

Según la autoridad dudosa que mencioné, nuestro ministro de Cultura, Alconada Aramburú, al inaugurar en Madrid una cátedra, o un aula, o no sé qué, llamada Arturo Illia, mostró las palmas de sus manos y declaró a los oyentes: «Estas palmas lo tocaron». Aseguró también que «lo había mucho» y lloró y tuvo un soponcio. La autoridad, evidentemente falible, dijo que le dieron un vaso de agua y un genial. Parece improbable que esa expresión de la industria argentina alcanzara a Madrid.

Según la misma autoridad, Sabato se enfurece cuando no le hablan de sus novelas, sino de los desaparecidos. «Nota que el escritor desaparece detrás de los desaparecidos», aseguró.

En la sección «Diccionarios» de la librería El Ateneo encuentro mi
Diccionario del argentino exquisito
. Siento, primero, una sorpresa agradable y, en seguida, una duda sobre mi derecho a estar ahí. Parece verosímil que ningún otro lexicógrafo conozca esa duda. En cuanto a mí, soy lexicógrafo porque un empleado literal y desproporcionado arregló los anaqueles.

Idiomáticas
.
Cómo hacemos
. «¿Entonces cómo hacemos?» "Dormimos la siesta y después vamos al cine". Extraña expresión. ¿Será un galicismo que nos queda de otros tiempos de cuando Francia estaba más cerca de nosotros?

Creo que Restif de la Bretonne dijo que escritores como él, que tratan de ser testigos de su época, son espías mirados con desconfianza por la gente. Mi tío Miguel Casares me dijo que los escritores son turistas que van al campo para mirar, comentar, pero no para participar en lo que allá se hace y que por todo ello son mirados con desconfianza por los estancieros y en general por toda la gente de campo.

Diálogo
.

—Malos tiempos nos tocan, señora.

—Verdad, señor. Llovió toda la noche.

Idiomáticas. Hacer caso
. 1. Obedecer. 2. Aceptar a quien la o lo requiere de amores. En algunos sectores de la población (por lo menos en la ciudad y en la provincia de Buenos Aires) la expresión fue reemplazada por «dar bolilla».

Es casi patética la naturalidad con que los ignorantes recogen los neologismos. Hablo de gente del montón: de presidentes, generales, obispos, etcétera.

Léxico
.

Sare o Share
. Especie de raqueta, ovoide, alargada, de cuerdas blandas y mango corto, con la que se jugaba a la pelota. Podría decirse que el sare está a mitad de camino entre la paleta y el cesto. Cuando se juega con cesto (o cesta), o con gran chistera, se embolsa la pelota antes de proyectarla; en el sare también, pero menos prolongadamente. Drago y yo,
c
. 1930, jugamos (mal) a la pelota al sare (así decíamos) con Charlie y Julio Menditeguy, que jugaban bien. Jugamos en la cancha que tenían en su casa, en Callao (vereda de los impares), entre Quintana y Avenida Alvear.

En aquel tiempo decíamos: pelota a mano, al sare, al cesto, y también pelota a paleta. Ignoro si aún se juega con sare o si simplemente apareció en aquellos años y después se descartó.

Sare, share, chare
: en las tres formas busqué la palabra en el diccionario de la Academia, de 1970, en el de argentinismos de Abad de Santillán, y en el de Garzón; no la encontré. Tampoco encontré
tambour
, ángulo
biselado
de la pared de una cancha de pelota, con el que se consiguieron
rebotes
de trayectoria inesperada.

Díjose de un místico o, menos probablemente, de un teólogo: Es profundo como el follaje del árbol, hacia el cielo.

Me hablaba de las exigencias de se amante y trataba de disculparla: «Cree que la quiero por ser ella. No puedo decirle que la quiero únicamente por ser otra». ¿Por no ser tu mujer?

¡Volver a ver los amigos
!

¡Vivir con mama otra vez
!

¡Vitoria, cantemos vitoria
!

Yó estoy en la gloria
:

¡se fue mi mujer
!

¿Discépolo hubiera escrito ahora este secreto himno nacional o personal de todos los maridos? Cómo se ve que lo escribió en épocas felices, inocentes de psicoanálisis.

Después de ver una comedia menor y fantástica, he pensado que el elemento fantástico es difícil de manejar en el cine cuando aparece como la explicación de los hechos: más aún si el espectador debe tomar en serio esos hechos, considerarlos terriblemente amenazadores; en cambio, si el elemento fantástico es circunstancial, o determina situaciones cómicas o sentimentales, no invalida la credulidad de los espectadores. En síntesis, lo fantástico es más adecuado a la comedia que a la tragedia. Algo más: parecería que el mal de amores no es una tragedia. El mal de amores es trágico si asesinatos o suicidios lo refuerzan; solo, puede tener la levedad de la comedia. Tal vez la incredulidad que siente cada cual por los amores de los otros vuelve al mal de amores un poco irreal, no incompatible con el género fantástico.

Médicos que recuerdo con afecto y gratitud
:

Lucio García, clínico. Amigo. Gran solucionador de situaciones.

Valentín Thompson, otorrinolaringólogo. Persona gratísima.

El doctor Alberto Browne, homeópata. Inteligente y acertado. Me curó de una alergia que no me permitía vivir en mi casa de Mar del Plata.

El doctor Schnir, gran conocedor del aparato locomotor. Quiropraxista.

El doctor Parini [¿Farini?], dermatólogo. Acertadísimo.

El doctor De Antonio, que hace quiropraxia.

Quiveo. Kinesiólogo, amigo.

Me olvidaba: el veterinario Cánepa.

En Francia:

el doctor Pouchet, quiropraxia
et alia
.

el doctor Díaz (de Aix-les-Bains)

el kinesiólogo Poussard.

Miércoles, 21 agosto 1985
. A las 3 y media de la tarde, hora de descanso del portero, quedo encerrado en el ascensor de casa (un cuartito más o menos hermético) entre dos pisos. Para no dejarme llevar por los nervios, versifico. Escribí en mi agenda:

Repita el que está preso en su ascensor
:

mi suerte podría ser bastante peor
.

Como prefiero la verdad a la política, al rato corrijo:

Repita el que está preso en su ascensor
:

mi suerte podría ser algo mejor
.

Difícilmente. Estaban por ahí nomás Eladio y Leonardo (los porteros) y los operarios que arreglaban la caldera del agua caliente. En unos veinte minutos me sacaron.

No sólo pierdo cosas en mi casa; las pierdo en mis bolsillos.

Nuestra argentina ecuestre
. Desde 1985, todo soldado, al entrar en el ejército, recibía un caballo, que debía cuidar mientras el soldado permaneciera bajo bandera y que después le quedaba en propiedad.

Odi et amo
. Mi tío Enrique me dijo que en este mundo había mucha gente mala, que ama y odia intensamente, y alguna gente buena, que ama con fidelidad, pero con moderación, y que no sabe odiar.

Me vio de sobretodo y me dijo: «
Sobre todo
hay que estar preparado por si llueva», Creo que mi interlocutor es chaqueño.

En la Sociedad de Psicoanalistas, cuando alguien dijo
elección
, oí
erección
.

On his seventy one birthday. Regalo de cumpleaños. De Santo, como se decía entonces
. La amiga de la cocinera me dice: «Muchas felicidades, niño Adolfito».

Prefiero el capricho individual al bien común, salvo cuando ese capricho es demasiado bobo y demasiado nocivo, como en el afán de procreación.

Bric À Brac

Idiomáticas
. La gran flauta (que hace frío, que la novia es fea, que el precio es alto). Expresión usada en mi juventud y que hoy casi no se oye.

28 septiembre 1985
. Sin estar triste puede uno estar acongojado.

Houdini
. Gracias al episodio que, según los diarios de entonces, le costó la vida y que en realidad fue un simulacro, Houdini, artista famosos por desatarse en cuestión de segundos de cualquier atadura, se libró de sus compromisos, para ensayar, lejos de la mirada del público, una prueba más difícil y, por eso, más digna de su talento: la de librarse de la vejez y de la muerte.

A mi edad la muerte suele ser una decisión del momento, rápida, imprevisible.

Sueño
. Soñé que ganaba un partido de tenis a Marguerite Yourcenar. Le ganaba 6-1, 6-2, 6-0. Un triunfo parecido tuve cuatro o cinco años después de abandonar el tenis, cuando jugué con un pariente, que se creía campeón. Con una diferencia: en el sueño Marguerite Yourcenar era la campeona mundial. Para que no se deprimiera por la derrota, le dije:

—Bueno, en mis tiempos fui un jugador bastante bueno.

En lugar de mejorar las cosas, mi frase la empeoraba. Equivalía a decirle: «Qué clase de campeona mundial es usted, si un jugador fuera de training y apenas bastante bueno le da semejante paliza». Aclaré:

—Yo entrenaba a Felisa Piédrola, que fue, en determinado momento, la mejor jugadora argentina, y a veces jugué con Mary Terán, su rival, que también fue campeona. Los tres teníamos un mismo nivel de tenis y frecuentemente las derroté.

Comprendí que no estaba atinado. Sin querer, sugería que una campeona mundial de ahora no era mejor que una campeona argentina de mi juventud; o si no, algo peor, que en tenis cualquier hombre era mejor que la mejor de las mujeres.

Pasé a decirle que no pensara que era competitivo; que no fui mejor jugador, porque nunca me importó ganar; lo que equivalía a decir que para ganarle ni siquiera tuve que buscar el triunfo.

Desperté, angustiado por tantas torpezas y tratando en vano de encontrar argumentos que convencieron a Marguerite Yourcenar de que era mejor jugadora que yo.

Martha Lynch se suicidó de un balazo, en la noche del 8 al 9 de octubre de 1985. Todo el mundo se preguntaba por qué lo habría hecho. Mi amiga me dijo: «Pobre, lo más triste es que se suicidó por vanidad». En todo caso, porque el paso del tiempo la entristecía y la vejez la asustaba. Se había hecho numerosas operaciones de cirugía estética, sin buen resultado. La gente la quería, la veía como una persona vital y fuerte; todo el mundo parecía desconsolado, salvo otra de mis amigas, que me dijo: «No perdono a los depresivos ni a los suicidas. Son monstruos de egoísmo». En cuanto a mí, me quedó, como tantas veces pasa, una sensación de culpa. ¿Por qué nunca la habré invitado a almorzar? (Me pidió que lo hiciera). Por pereza, nomás, pero ahora siento que nunca le concedí mucha más atención que la de unas palmaditas afectuosas. La conocí personalmente en un reportaje que nos hicieron a los dos, con el propósito de enfrentarnos, y salimos amigos, a pesar de las opiniones políticas encontradas. Ella era (en ese momento) peronista; yo fui siempre antiperonista. Marta era buena, quería entender el pensamiento de su interlocutor. En su conducta la impulsaban entusiasmos, «camotes», que la inflamaban de cuerpo y alma. Un trayecto en zig-zag que le conozco o creo conocerla, porque en verdad no estuve nunca bastante cerca para alcanzar alguna seguridad: Frondizi, Perón, Masera, Alfonsín. Como Victoria en el mundo de las letras, Marta, en el mundo de la política. Parece que el marido se enteró de que Marta había comprado un revólver. Consultó qué hacer con un experto, Girri, al que se le suicidó Leonor Vassena. Guirri dictaminó: «Nada, no hagas nada. Aunque escondas o tires el revólver, si quiere suicidarse va a suicidarse». El marido siguió el consejo y esa noche Marta se pegó el tiro. A Fernando Sánchez Sorondo le había mandado una carta, en que le pedía el nombre y la dirección de su analista. El director de
Clarín
se la pidió y la publicó. Buscaba, sin saberlo, el efecto de la carta (¿o el telegrama?) que, en
Albertine disparue
el narrador recibe de Albertine, ya muerta. Le conté a una amiga las objeciones al suicidio de mis diversos interlocutores. «¿Por qué no podrá uno disponer libremente de su vida? ¿Porque pertenece a Dios? —preguntó, enojada—. ¿Por respeto a la familia?». Yo dije: «Me parece que si una persona está dispuesta a destruir su vida, que es todo lo que tiene, puede sin cargo de conciencia causar una molestia o pena a terceros. Molestia y pena que sabemos, ¡ay!, que es pasajera».

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