Descanso de caminantes (31 page)

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Authors: Adolfo Bioy Casares

Tags: #Otros, #Biografía, #Memorias

BOOK: Descanso de caminantes
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16 septiembre 1983
. Cuando concluye el día hago el balance. Si escribí algo no demasiado estúpido, si leí, si fui al cine, si estuve en cama con una mujer, si jugué al tenis, si anduve recorriendo campo a caballo, si inventé una historia o parte de una historia, si reflexioné apropiadamente sobre hechos o dichos, aun si conseguí un dístico, probablemente sienta justificado el día. Cuando todo eso falta, me parece que el día no justifica mi permanencia en el mundo. Quiero decir, «no la justifica ante las parcas». Ante mí, basta el más sonambúlico funcionamiento de la mente. En realidad siento (lo que no significa que sea así) que la natural y permanente reflexión (aún cuando no descubra nada) basta para justificar ante mí el día y la continuación de un infinito futuro de días parecidos. En cuanto al tenis y al caballo, corresponden al hombre que fui antes de 1972. Desde entonces me prohíbo tales actividades. Los sueños, frecuentísimos en mí, justifican holgadamente mis noches.

Tal vez los hombres tengamos diferentes clases de corajes y de cobardías, como uno que padece de vértigo a lo mejor no se asusta si lo llevan rápidamente en un automóvil. Yo no tuve miedo en la posibilidad de un naufragio, en alta mar, ni ante cada una de las operaciones quirúrgicas que padecí, ni de montar un potro… Quizá la imaginación me contraiga ante la posibilidad de que me lleven preso. La hostilidad debe de asustarme. Ni siquiera el maltrato; la hostilidad. Fui un boxeador valiente.

Referencias sobre lo que acabo de decir: Operaciones: amígdalas, en 1949; tiroides y próstata, en 1978.

Naufragio: Amén de las muchas tormentas en que pasé embarcado, en el Essequibo, en el Pacífico, en una noche de 1930, llamaron al pasaje y a la tripulación, para que se reuniera junto a los botes correspondientes y con el salvavidas puesto, porque el barco se hundía… Después nada pasó, pero salvo los pasajeros argentinos (Andrada, los Reynal, Harrington, nosotros) hombres, mujeres y niños rezaban y lloraban en cubierta.

La doma: en Pardo, en 1935. El box, en 1932 o 33, después de aprendizajes con Willie Gould, que fue campeón argentino. No, no pierdo la cabeza ante peligros.

A ellas: Mi modelo es Luis XV, porque dijo: «Después de mí, el diluvio». La vida del hombre comprende dos períodos o tramos sucesivos, de diversa extensión, cada uno con su tarea esencial. En el primero, la tarea es vivir; en el segundo, morir. A veces, en el segundo período, ocurren penosas confusiones. Contra toda lógica, el hombre quiere vivir. Por fortuna no faltan a su alrededor mujeres enamoradas, para recordarle que el fin está cerca y que sin pérdida de tiempo debe ordenar las cosas, para compensarlas de haberle entregado, y, ¿por qué no?, sacrificado, la juventud, los mejores años de la vida.

El fluir de los sueños
. Junto al automóvil, ya cargado el equipaje, espero con mis tres hijos a mi mujer, morosa como siempre, y pienso que la buena educación de los chicos ha de merecer la aprobación general. Todavía estoy congratulándome cuando advierto que el más chico de mis perros, el más revoltoso, persigue a las gallinas y provoca el pandemonio en el que participan los otros dos. Temo que la gente del lugar piense mal de mí, por culpa de mis perros. En esos perros se habían convertido mis hijos de la primera parte del sueño.

Advierto que soy frecuentemente superficial. Por ejemplo, si se hablaba del libro del
Barrio de la Recoleta
, que escribió Lafuente Machain y que lleva fotografías mías, siempre dejé entender que el texto no valía demasiado. Ayer lo releí. No sé si es posible escribir mucho mejor sobre un barrio; en particular, sobre un barrio que no es de los más viejos y que durante mucho tiempo fue suburbano. En las páginas de Lafuente Machain hay anécdotas, hay personajes interesantes. El libro es modesto, pero excelente (
I am not damning with faint praise
).

23 septiembre 1983
. Murió García Venturini. Tal vez con él también fui superficial. Había algo campechano y brusco en su trato, que me repelía. Nunca pensé que se debiera a la timidez. Yo que soy tímido, que para sobreponerme a las consiguientes trabas, tantas veces aventuro un humorismo preciso y hasta vulgar, ¿por qué no le concedí la posibilidad de que más allá de la primera impresión hubiera un hombre de alguna valía? Por de pronto era liberal. Olvidé que a los liberales nos odian y quizá me hice eco de sarcasmos de los antiliberales, siempre altivos y numerosos.

No creo ser injusto con el librito de Graciela Scheines sobre mí: no es excesivamente atinado. ¿De nuevo recaigo en la superficialidad? Tal vez: hablo por una primera impresión que me lleva a postergar para ocasiones más animosas la lectura. Abro el libro. El primer capítulo, titulado «Una puerta se abre», empieza con la frase «Quinto piso en la elegante Recoleta». Cierro el libro.

24 septiembre 1983
. Ayer leí en el diario que un tal Roux (corredor de automóviles, si no me equivoco) tenía una inflamación en las Vías urinarias. Pensé: «Qué clavo pasarle eso a uno». Hoy, cruz diablo, tengo síntomas de que eso mismo está pasándome.

Ayer (24 de septiembre) me crucé en la calle Posadas con una muchacha lindísima. La miré con espontáneo interés y me preocupé en grabar su rostro en la memoria, porque no me resignaba a olvidarlo. Todavía hoy lo recuerdo ¿o creo recordarlo? Subsisten facciones, quizá no el conjunto sino fugazmente. No hay duda de que la muchacha linda es una expresión de belleza a la que nunca fui indiferente. Cuando me acostaba con una amiga, al ver su cara, reía de alegría; cuando la oía proferir sandeces, me rebelaba con una desilusión que bordeaba en la incredulidad. ¿Cómo tanta belleza no se extendía al alma y al intelecto? ¿Cómo una cara prodigiosa podía convivir con una mente vulgar?

Si hace unos años me hubiera cruzado con la chica de ayer, con la fe de quien hace lo que debe, hubiera hecho lo posible para trabar relación con ella. Ahora, porque sé que soy viejo y que en la visión de la gente he de ser viejísimo, con el corazón destrozado la dejo pasar. ¿Qué me comentó el viejo boletero del Santa Fe 1 (o 2), cuando yo salía de la sala, después de ver
Insólito destino
de la Wertmüller? «Una historia de amor. No es para nosotros».

Cuántos sueños
. De Croisilles dice Tallemant des Réaux que sus escritos eran «un franco galimatías» y recuerda, a modo de ejemplo, la observación de que las flores son
«superficies doublées
». No me embelesa la observación, pero tampoco me parece inepta ni oscura.

Domingo, 25 septiembre 1983
. Esta noche es la comida en casa de mis amigos. Silvina, que piensa no ir (no ir,
ella y yo
), posterga hasta el último momento la desagradable conversación en que dirá: «No vamos», pero la anfitriona, impaciente siempre, quiere saber desde la mañana que sí iremos.

Paso el teléfono a Silvina. Para una dueña de casa, por más que esté preocupada por tu salud, cuando invita a comer, la exigencia mínima es que no seas desertor, aunque en ello te juegues la vida. No, la Victoria, no era tan excepcional. Es claro que parecía un tanque, un cañón Grosse Bertha; ésta, en cambio, es flacucha, nerviosa. Pero no menos dominante. Cuando llegamos ya estaban todos los invitados: Tabbia, Andrés, Florín, Pezzoni y un matrimonio. Me pregunto si alguna vez vi a ese hombre. ¿Acaso un Di Tella? ¿Un Bullrich, que se me extravió? No creo. La mujer no es tonta ni linda, pero muy simpática. A lo largo de la noche marca puntos en inteligencia, puntos a su favor, que me conquistan. Con el marido soy cortés, pero un poco distante, porque no sé si lo conozco. Cuando emprendemos el regreso, me entero de que el marido es Fischerman, el director de cine, de quien me sentí muy amigo en dos o tres entrevistas que tuvimos; él deseaba filmar
Los que aman, odian
(escribió el guión) y creo que también
El sueño de los héroes
. Temo que haya pensado que lo traté así para mostrarle mi disgusto porque esos proyectos no se cumplieron. Tampoco puedo decirle la verdad, porque parecería que lo olvidé tan completamente porque le doy poca importancia. Es difícil llegar a la verdad sobre la conducta social, y Freud fomenta nuestros desconciertos.

Para una lista de objetos desaparecidos a lo largo de mi vida
.

Lentes. Llamábamos así a los «quevedos», en francés
pince-nez
: anteojos sin «patas», que se sostenían por un resorte que apretaba el filo de la nariz. Yo era partidario de los lentes,
contra
los anteojos; como tantas veces (y siempre en política) mis candidatos fueron vencidos: las lentes desaparecieron, sólo quedan los anteojos. Creo que la gente que los necesitaba (o unos u otros) para leer, prefería los lentes: la pequeña incomodidad en la nariz le recordaba a uno de sacárselos (y así protegían la vista, no los usaban para mirar de lejos). Aclaro que yo no usé anteojos hasta el cincuenta y tantos; para entonces los lentes habían desaparecido. Recuerdo que usaban lentes mi tío Augusto (Bioy) y Lucio López. Cuando se quitaban los lentes, la marca en la nariz persistía un rato y no sé por qué la cara tomaba el aire indefenso de quien está desnudo.

Tinteros.

Papel secante: tan usual, que había una leyenda entre colegiales puesto bajo la planta de los pies, daba fiebre; podría uno alegar enfermedad y faltar a clase.

Las victorias y los
breaks
de las estaciones ferroviarias. Les vis-à-vis, los
phaétons
, los
landaus
, los
coupés
, las calesas.

Las polainas. Había dos variedades. La urbana, de género, que se usaba sobre los botines y debajo de la parte inferior del pantalón; la campestre o por lo menos de equitación: de cuero, llegaba casi a la altura de la rodilla y se usaba con
breeches
. También las había de brin. Frases: «qué polaina» por «qué clavo, qué inconveniente, molestia, engorro, qué mala suerte».

Las pianolas. Había una en Vicente Casares.

Los funyis, los bastones.

Dos planchas de hierro negro; la de arriba bajaba sobre la otra por un enorme tornillo que tenía en el centro.

Las máquinas copiadoras de cartas.

Bigoteras: máquinas afeitadoras de hojas de afeitar. Gomina. Criolina. Brillantina. Jabón de España (gris y blanco, de pura espuma).

Para oficinistas, mangas postizas paro evitar que las mangas de los sacos se estropearan.

Horquillas para el pelo.

Elásticos para sostener el sombrero.

La cadena de la letrina.

La escupidera.

La salivadera (fuera del cine Arte, donde subsiste).

Baúles-ropero (
innovation
). Un escritor del grupo Proa me aseguró en 1924 que el baúl-ropero iba a revolucionar para siempre la vida y el moblaje de los hombres. Hoy no existen esos, ni otros, baúles.

El cuarto de vestir, de las señoras.

Bollitos de Tarragona, palitos de Ortiz, pancitos de San Antonio.

Los pucheros a la criolla. La carbonada.

La sopa mère. La soda crêpe. Los zapatos kids.

El monta-platos.

El aceite de ricino, el sulfato de sodio, la limonada Roget, las vacunas de Méndez, las botas Simón. Calmantes y tónicos.

Los llamadores de las puertas.

Los automóviles doble Peatón, las
voiturettes
.

Trajes de brin.

El cuco.

Como este mundo es injusto y premia al que obra mal, la publicación de seis pésimos libros, los anteriores a
La invención
, resultó beneficiosa para mí; sobre todo porque pude comprobar que la publicación de un mal libro, por lo general no es una calamidad que lo hunde a uno en la vergüenza eterna y en el escarnio. Sé de amigos (hay que llamarlos de algún modo) que por el temor de perder la estima de los demás nunca se resuelven a publicar. Eran tímidos y se convirtieron en tímidos resentidos.

Pienso que un trabajo utilísimo está esperando a un iluminado del derecho Constitucional. La democracia no va a seguir durante quinientos años en el sistema electoral. Las elecciones norteamericanas, en las que especialistas proponen el candidato como si fuera un producto que hay que vender, son el inevitable modelo para todas las otras. Y aun las nuestras, con los políticos que salen a recorrer ciudades, a prometer y sonreír para que los elijan, no presentan muchas garantías ni son muy dignas. Desde luego, quien es más simpático para la mayoría, quizá no sepa gobernar bien. En cuanto al que prometa más y el que declare que comparte con el pueblo sus odios predilectos, seguramente no es escrupuloso, ni merecedor de confianza. ¿Qué otros sistemas de elegir gobiernos? El hereditario y el de grupos de caciques o de matones. Sin mayor esfuerzo identificaremos algunos ejemplos.

Frases espantosas
. «Estamos cansados de revoluciones incruentas», oí decir a alguien en La Biela, con inocente ferocidad.

Hablaban de los peligros que acechan al país y de la insensatez de nuestros hombres públicos y aun de de nuestro pueblo. Un amigo observó:

—Algo peor. ¿Vieron la solicitada de un grupo de señores católicos, que protestaron porque el derecho canónico ahora autoriza a los sacerdotes a dar la comunión a protestantes y aun a judíos? Esos señores de la solicitada pretenden ser más papistas que el Papa. ¿No saben que desde 1966 hasta hace muy poco, para introducir esa reforma trabajaron 97 cardenales que consultaron a más de 1100 obispos? ¿O pretenden saber más que 97 cardenales y 1100 obispos? La solicitada en cuestión me parece realmente el acabóse.

Aplausos.

En la cámara, un Patrón Costas había hecho no sé qué observaciones sobre el apellido de un parlamentario; el otro le replicó: «Peor es llamarse Patrón y tener cara de peón».

11 octubre 1983
. Días como el martes 11, sin mujer, sin literatura, con largas conversaciones de negocios, con trabajos abyectos por calles repletas de automóviles atascados, me instilan unas gotas de
tedium vitae
.

Francés
. Tíos y tías
à la mode de Bretagne
: «Los primos carnales de mis padres son mis tíos
à la mode de Bretagne
». Sobrinos
à la mode de Bretagne
: «Los hijos de mis primos carnales son mis sobrinos
à la mode de Bretagne
». No sé muy bien quiénes son mis primos
à la mode de Bretagne
; tras un breve bloqueo, sospecho que los primos de mis primos que no son mis primos
à la mode de Bretagne
.

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