—Lo cuentas como si estuvieras en el asiento de atrás.
—Él relató la historia a mucha gente. Corrió la voz. Un pedazo de historia.
—Un pedazo de final de carrera querrás decir.
—Así es. Sin embargo, si Max hubiera tenido suerte y uno de esos disparos hubiera abatido al Pastor, si ningún inocente hubiera resultado herido o si las heridas hubieran sido menos graves, o si su tasa de alcoholemia no hubiera triplicado el límite legal, quizá la locura de disparar quince tiros en ocho segundos desde un vehículo en movimiento contra un objetivo apenas definido en una carretera oscura, con ocupante u ocupantes desconocidos, mientras conducía a una velocidad imprudentemente peligrosa…, bueno, quizás entonces todo eso se habría suavizado o se habría recontado de una forma que no hubiera jodido a Max por completo. Pero no es eso lo que ocurrió. Lo que sucedió fue que todo se fue a la mierda. Cuando el Camaro derrapó en el carril contrario, un motorista venía de un cambio de rasante sin apenas espacio para apartarse. La moto cayó, el motociclista salió volando. El coche de Max dio un giro de ciento ochenta grados a ciento cincuenta por hora, derrapó hacia atrás en el asfalto y terminó subiéndose al muro de contención en un saliente de roca. Debido al impacto, Max se fracturó la espalda por dos sitios, la mujer sufrió lesiones en el cuello y se rompió los dos brazos, y el parabrisas estalló en sus caras. El Buen Pastor escapó. Maxie no. Esa noche le costó su profesión, su matrimonio, su casa, la relación con sus hijos, su reputación y, según alguna gente, su equilibrio mental y emocional. Pero eso es otra cuestión completamente distinta.
—Vaya memoria, Jack. Deberías donar tu cerebro a la ciencia.
—La cuestión es: ¿qué vas a hacer con toda esta información?
—No lo sé.
—Así pues, ¿solo has llamado para hacerme perder el tiempo?
—No exactamente. Tengo una sensación rara.
—¿Sobre qué?
—Sobre toda la historia del Buen Pastor. Siento que se me escapa algo. Por un lado, todo es demasiado simple. Dispara a los ricos, hace del mundo un lugar mejor. Enajenación de misionario clásica. Por otro lado…
—¿Por otro lado qué?
—No lo sé. Algo está mal. No logro situarlo.
—Davey, me dejas perplejo. Me siento absolutamente asombrado. —Hardwick estaba en modo burlón.
—¿Qué pasa, Jack?
—Eres consciente, sin duda, de que aquello a lo que te refieres como la historia del Buen Pastor ha sido analizado y reanalizado por los mejores y los más brillantes. Mierda, incluso tu amiga la psicóloga cañón opinó.
—¿Qué?
—¿No lo sabías?
—¿De quién estás hablando?
—Mierda, ahora sí que me dejas anonadado. ¿Cuántas psicólogas cañón conoces?
—Jack, no sé de qué demonios estás hablando.
—Creo que la doctora Holdenfield se sentiría herida por tu actitud.
—¿Rebecca Holdenfield? ¿Has perdido el juicio? —Gurney sobreactuaba, no porque tuviera nada que ocultar, sino porque, durante los dos casos en los que habían colaborado, puede que hubiera prestado un poco más de la atención debida al innegable atractivo de aquella mujer.
También se dio cuenta de que esa era la reacción que Hardwick buscaba. Sabía dónde encontrar los puntos débiles de los demás. Le encantaba hurgar en ellos.
—Su trabajo figura en una nota al pie del perfil del Buen Pastor del FBI —dijo Hardwick.
—¿Tienes una copia de eso?
—Sí y no.
—¿Qué significa eso?
—No, porque es un documento del FBI que han declarado confidencial, distribuido únicamente a quien necesite conocerlo, lo cual es una necesidad que ahora mismo no tengo. Así pues, por lo tanto, no tengo oficialmente acceso al perfil.
—¿No se publicó en todos los grandes periódicos justo después de los seis asesinatos?
—Se pasó un resumen a los medios, no el perfil en sí. Nuestros grandes hermanos del FBI son muy susceptibles respecto a quién ve los productos sin editar de su sabiduría especial. Sin duda se ven como los que toman las grandes decisiones.
—Pero ¿sería posible de alguna manera…?
—Todo es posible de alguna manera. Con tiempo y motivación suficientes. ¿No es eso una ley de la lógica?
Gurney conocía a Hardwick lo bastante bien para saber cómo jugar.
—No me gustaría que te metieras en problemas con la Federación de Burócratas Imbéciles.
Un silencio reflexivo se extendió entre ellos, preñado de posibilidades.
—Bueno, Davey, ¿hay algo más que pueda hacer por ti? —preguntó finalmente Hardwick.
—Claro, Jack. Puedes meterte ese Davey por el culo.
Hardwick se rio con ganas. Parecía un tigre con bronquitis. A decir verdad, lo que le salvaba es que le gustaba tanto recibir insultos como repartirlos.
Esa parecía ser su idea de una relación sana.
Tras conversar con Hardwick, Gurney se acabó lo que le quedaba del café frío, introdujo la dirección de Robby Meese en su GPS, se incorporó a la carretera del condado y se dirigió a Siracusa. Aprovechó el trayecto para considerar formas de aproximarse al joven, distintas personalidades que podría adoptar para hablar con él. Al final, optó por una forma de presentarse a sí mismo y el propósito de su visita que, más o menos, se atuviera a los hechos. Una vez que empezaran a conversar, sabría qué terreno pisaba y maniobraría cuando tuviera que hacerlo.
El acceso occidental a la ciudad, al menos todo lo que podía ver desde el coche, era deprimente. El paisaje estaba marcado por edificios industriales y comerciales moribundos, abandonados y más que feos. Las normas urbanísticas parecían una cuestión incierta, nada definidas. La voz de su GPS lo apartó de la avenida principal hacia un barrio de casas pequeñas y descuidadas con aspecto de haber perdido el color y una vida propia desde hacía mucho tiempo. Se parecía al barrio donde había crecido: una suerte de hogar del fracaso, la ignorancia, el racismo…, pero que conservaba una especie de orgullo insular. Un sitio pequeño en muchos sentidos, triste de diversas maneras.
Tras una nueva indicación de su GPS se concentró en el camino y giró a la izquierda. Recorrió una manzana, cruzó una calle grande, continuó otra manzana y se encontró en un barrio diferente, con más árboles, casas más grandes, céspedes más bonitos, aceras más limpias. Algunas de las casas se habían dividido en apartamentos, pero incluso estos parecían bien cuidados.
Al pasar lentamente junto a una gran casa victoriana de varios colores, el GPS anunció que había «llegado a su destino». Continuó cien metros más hasta el final de la manzana, dio la vuelta y aparcó en el otro lado de la calle, en una posición desde la cual divisaba el porche y la puerta principal.
Al salir del auto, su teléfono emitió un pitido que indicaba la recepción de un mensaje de texto. Se detuvo para leerlo y vio que era de Kim: «El proyecto va. Hemos de hablar cuanto antes. Por favor».
Ese «cuanto antes» era flexible, podía dilatarse al menos hasta después de su reunión con Meese. Bajó del coche y caminó hasta la casa victoriana.
La puerta de la calle situada en el amplio porche daba a un vestíbulo embaldosado con dos puertas más. Había dos buzones montados en la pared entre ambas. En el de la derecha decía: «R. Montague». Gurney llamó a la puerta. Esperó y llamó otra vez con más firmeza. No hubo respuesta. Sacó su teléfono, encontró el número de Meese y lo marcó, pegando la oreja a la puerta para ver si oía sonar un móvil. No oyó nada. Cuando saltó el buzón de voz, colgó y volvió a su coche.
Reclinó el asiento delantero unos centímetros y se relajó. Pasó la siguiente hora ojeando los largos atestados y anexos complementarios que describían los movimientos de las víctimas en las horas anteriores a los disparos. Se sumergió en los detalles, examinando de manera instintiva cualquier elemento sorprendente, cualquier cosa que a los investigadores pudiera habérseles pasado en esa masa de datos.
Nada saltó a la vista. No había relaciones entre las víctimas ni similitudes evidentes, más allá de una buena posición económica, cierta preferencia por la marca Mercedes y una primera o segunda residencia situada en un área de ochenta por trescientos kilómetros. Más allá de ciertos datos profesionales, sobre el pariente más cercano o acerca de los movimientos en las noches de los disparos, no se había recopilado mucha información de historial sobre las víctimas, lo que era comprensible en un caso en el que el criterio obvio de selección de los asesinados resultó ser su vehículo. Si la estrella de Mercedes era el objetivo del asesino, poco importaba quién lo conducía o a qué instituto había ido la víctima.
«Pero ¿qué espero encontrar? ¿Por qué me inquietan tanto estos crímenes en particular?»
No solo estaba nervioso, estaba sediento. Gurney recordó haber visto una tienda a una manzana o dos, en la calle principal. Cerró el coche y se dirigió a pie. Era un comercio cutre, sin clientes, con precios caros, estantes llenos de polvo y un olor desagradable. La nevera de las bebidas olía a leche agria, aunque no había leche dentro. Gurney compró una botella de agua, pagó a la chica, que no disimulaba su aspecto de aburrimiento absoluto, y salió lo antes posible.
Cuando estaba otra vez en el coche, abriendo el agua, sonó su teléfono. Otro mensaje de texto de Hardwick: «Mira tu correo. Perfil EBP. Fíjate en la referencia a la preciosa Becca».
Gurney consultó el correo, abrió el documento adjunto y lo leyó lentamente.
FBI
Grupo de Respuesta de Incidentes Críticos
Centro Nacional para el Análisis del Crimen Violento
Unidad 2 de Análisis de la Conducta
Acceso:
restringido, CNACV, código B-7
Categoría del Servicio de Análisis de Investigación Criminal:
perfil de delincuente
Fecha:
25 de abril de 2000
Sujeto:
desconocido
Alias:
el Buen Pastor
Conclusiones basadas en metodologías de perfil inductivas y deductivas, fundadas en análisis factuales, físicos, históricos, lingüísticos y psicológicos del memorando de intenciones del sujeto desconocido; estudio forense de los indicios de la escena del crimen, documentación fotográfica, lugares, horarios y organización, y criterios de selección de víctimas del manifiesto.
BREVE DECLARACIÓN DE OPINIÓN EN RELACIÓN CON EL SUJETO DESCONOCIDO
El sujeto es un hombre blanco, de entre veinticinco y cuarenta años, con estudios universitarios, posible educación de posgraduado e inteligencia excepcional. Excelente funcionamiento cognitivo.
El sujeto es educado, introvertido, formal en sus modales e interacciones sociales. Es mesurado en sus relaciones, con una baja capacidad para la intimidad. Su expresión emocional pública es limitada. Es un perfeccionista compulsivo sin amigos cercanos.
Está bien coordinado, con buenos reflejos. Es posible que haga ejercicio de manera regular en un entorno privado. Sería considerado por sus conocidos como reservado y metódico. Es hábil en el uso de una pistola y podría ser coleccionista de armas o hacer prácticas de tiro.
Su vocabulario es sutil y preciso. La sintaxis y la puntuación son impecables. El estilo de expresión no revela rasgos étnicos o regionales. Aunque es posible que esto se deba a una educación cosmopolita o a una amplia exposición cultural, podría también ser el resultado de un esfuerzo por eliminar las huellas y recuerdos de su educación.
Hay que señalar el empleo de cadencias bíblicas y el imaginario vengativo en su condena de la codicia, su elección del Buen Pastor como forma de identificación y la situación de los animales del arca de Noé en los lugares de los crímenes. Estas elecciones podrían indicar una educación religiosa conflictiva.
Nota:
el contexto religioso —en el cual la luz blanca representa lo bueno y la negra (oscuridad) representa el mal— podría explicar la elección de vehículos negros, para subrayar la equivalencia entre la riqueza y el mal.
Su preparación y su ejecución demuestran un elevado grado de organización. Los lugares de acción indican un reconocimiento cuidadoso: todos situados en carreteras utilizadas como vías de conexión entre las principales autopistas y barrios residenciales de clase alta (es decir, zonas prometedoras para que encontrara a sus víctimas). Todas las carreteras están sin iluminar, son poco transitadas y carecen de peajes u otras posiciones de cámaras de vigilancia.
Todos los ataques se llevaron a cabo en curvas a la izquierda. La mejor explicación para esto puede encontrarse en las reconstrucciones de los hechos y los análisis de las escenas: todos los vehículos de las víctimas, después de los disparos, salieron de la calzada por el lado derecho. La razón evidente es que la incapacitación del conductor resultó en la relajación de la presión hacia la izquierda en el volante, con la consecuente tendencia del coche a desviarse de la dirección de giro hacia una línea de movimiento más recta. La consecuencia inmediata sería que, al no girar, el vehículo se apartaría del vehículo del asesino (que estaría en el carril de la izquierda de la víctima en el momento del disparo), y así reduciría las posibilidades de una colisión. El nivel de previsión y sincronización implícita en este proceso situaría a nuestro sujeto entre los asesinos más organizados.
Nivel 1 de motivación:
el motivo de los atentados declarado por el sujeto desconocido es la injusticia inherente a la desigual distribución de la riqueza en la sociedad. Asegura que la causa principal de esta desigualdad, y de los problemas sociales que se derivan de ella, es el pecado de la codicia. Asegura que la codicia solo puede ser erradicada eliminando a los codiciosos. Equipara codicia con propiedad de un vehículo de superlujo y ha elegido Mercedes como el arquetipo de ese vehículo. Esto se ha convertido en la característica identificativa de las víctimas que ha escogido.
Nivel 2 de motivación:
una superestructura motivacional de este tipo generalmente deriva su energía de una superestructura inconsciente de rabia personal. El caso del Buen Pastor parece adecuado para aplicar una formulación psicoanalítica clásica: una rabia edípica subyacente contra un padre poderoso y abusivo. Mediante el memorando de intenciones, el sujeto desconocido equipara repetidamente codicia, riqueza y poder. También en apoyo de la interpretación psicoanalítica, la elección de arma (la pistola más grande del mundo) tiene implicaciones fálicas insoslayables y es un elemento obvio en este tipo de patología.
Nota:
podría presentarse una objeción a la motivación de odio al padre basada en la inclusión de una mujer entre las víctimas. No obstante, Sharon Stone era excepcionalmente alta para ser mujer, tenía un corte de pelo unisex y vestía una chaqueta de cuero negro. Vista por la noche a través de la ventanilla de su vehículo, solo con la luz tenue del salpicadero iluminando su rostro, podría parecer un hombre. También podría darse el caso de que el único criterio del sujeto desconocido sea el vehículo de lujo en sí, con lo cual el sexo del conductor sería irrelevante.