Authors: Charlaine Harris
—De acuerdo —dije, tratando de mantener un tono de voz neutro.
—Oye, que lo siento.
Moví afirmativamente la cabeza y continué secando los platos y amontonándolos. El menú decidido por Amelia consistía en ensalada verde variada con tomates y zanahoria rallada, lasaña, pan de ajo caliente y verduras al vapor. No tengo ni idea de cómo se preparan las verduras al vapor, pero había dispuesto todo el material en crudo: calabacines, pimientos, champiñones y coliflor.
A última hora de la tarde, fui considerada capaz de remover la ensalada y de poner el mantel, el ramito de flores y los platos en la mesa para cuatro personas.
Me ofrecí para llevarme al señor Marley al salón conmigo, y comer en bandejas mientras veíamos la televisión, pero debió de ser como si me hubiera ofrecido a lavarle los pies, a juzgar por lo horrorizada que se quedó Amelia.
—No, tú te quedarás conmigo —dijo.
—Bien, pero tú tendrás que hablar con tu padre —dije—. En algún momento, tendré que dejaros solos.
Respiró hondo y soltó el aire.
—De acuerdo, soy una mujer adulta —murmuró.
—Y asustadiza como un gato —dije.
—Aún no lo conoces.
A las cuatro y cuarto Amelia subió a su habitación para prepararse. Yo estaba sentada en el salón leyendo un libro de la biblioteca cuando oí un coche avanzar por la gravilla del camino de acceso. Miré el reloj de la repisa de la chimenea. Eran las cuatro cuarenta y ocho. Grité por el hueco de la escalera y me quedé mirando por la ventana. Empezaba a oscurecer, pero como no habíamos cambiado aún de hora, me resultó fácil ver el Lincoln Town Car aparcado delante de casa. Del asiento del conductor salió un hombre de pelo corto y oscuro, vestido de traje. Debía de ser Marley. Para mi frustración, no llevaba la típica gorra de chófer. Abrió la puerta trasera. Y apareció Copley Carmichael.
El padre de Amelia no era muy alto y tenía un pelo corto, grueso y canoso que recordaba a una alfombra de buena calidad, densa, suave y perfectamente nivelada. Estaba muy moreno y sus cejas seguían siendo oscuras. No llevaba gafas. No tenía labios. Bueno, claro está, todo el mundo tiene labios, pero los suyos eran increíblemente finos, dando a su boca el aspecto de una trampa.
El señor Carmichael miró a su alrededor como si estuviera realizando una valoración fiscal.
Oí a Amelia bajar las escaleras detrás de mí; yo seguía observando cómo aquel hombre realizaba su inspección. Marley, el chófer, estaba de frente a la casa. Vio mi cara en la ventana.
—Podría decirse que Marley es nuevo —dijo Amelia—. Sólo lleva dos años con mi padre.
—¿Y tu padre siempre ha tenido chófer?
—Sí. Marley es además guardaespaldas —dijo Amelia sin darle importancia, como si todos los padres llevaran escolta.
Caminaban ya por el camino de gravilla, sin siquiera mirar su pulcro remate de acebo. Subieron los peldaños de madera. Llegaron al porche delantero. Llamaron.
Pensé en todas las criaturas espeluznantes que habían estado en mi casa: hombres lobo, cambiantes, vampiros, incluso un par de demonios. ¿Por qué preocuparme por aquel hombre? Enderecé la espalda, enfrié mi ansioso cerebro y me dirigí a la puerta, aunque Amelia casi me empuja hasta ella. Al fin y al cabo, era mi casa.
Puse la mano en el pomo y esbocé mi sonrisa antes de abrir la puerta.
—Pasen, por favor —dije, y Marley le abrió la puerta mosquitera al señor Carmichael, que entró y abrazó a su hija no sin antes lanzar una mirada exhaustiva al salón.
Transmitía con la misma claridad que su hija.
Estaba pensando que aquello le parecía un poco desvencijado para una hija suya... Amelia vivía con una chica bonita... Se preguntó si Amelia tendría relaciones sexuales con ella... Aquella chica no era a buen seguro mejor que su hija... No tenía antecedentes policiales, aunque había salido con un vampiro y tenía un hermano gamberro...
Naturalmente, un hombre rico y poderoso como Copley Carmichael tenía que hacer investigar a la compañera de casa de su hija. No se me había ocurrido, simplemente, igual que no se me pasaban por la cabeza muchas cosas que los ricos debían de hacer.
Respiré hondo.
—Soy Sookie Stackhouse —dije educadamente—. Usted debe de ser el señor Carmichael. ¿Y usted es...? —Después de estrechar la mano del señor Carmichael, se la tendí a Marley.
Por un segundo, pillé a contrapié al padre de Amelia. Pero se recuperó en tiempo récord.
—Es Tyrese Marley —dijo el señor Carmichael sin alterarse.
El chófer me estrechó la mano con delicadeza, como si tuviera miedo de romperme los huesos, y a continuación hizo un gesto de asentimiento en dirección a Amelia.
—Señorita Amelia —dijo, y Amelia puso cara de enfado, como si fuera a decirle que se ahorrara lo de «señorita», aunque al final lo reconsideró. Tantos pensamientos, yendo de un lado a otro... Tenía de sobra para estar bien distraída.
Tyrese Marley era un afroamericano de piel muy, muy clara. De negro tenía poco; su piel era más bien del color del marfil antiguo. Tenía los ojos de un tono avellana. Aunque tenía el pelo negro, no era para nada rizado, y tenía un matiz rojizo. Marley era un hombre de los que se hacen mirar dos veces.
—Iré con el coche a la ciudad para echarle gasolina —le dijo a su jefe—. Mientras usted está con la señorita Amelia. ¿A qué hora desea que esté de vuelta?
El señor Carmichael miró el reloj.
—De aquí a un par de horas.
—Puede quedarse a cenar —dije, consiguiendo que mi voz sonara muy neutra. Deseaba que todo el mundo se sintiese cómodo.
—Tengo que hacer algunos recados —dijo sin alterarse Tyrese Marley—. Gracias por la invitación. Hasta luego. —Y se fue.
De acuerdo, fin de mi intento de democracia.
Tyrese no podía imaginarse hasta qué punto habría preferido ir a la ciudad con él en lugar de quedarme en casa. Me armé de valor e inicié los consabidos requisitos sociales.
—¿Le apetece una copa de vino, señor Carmichael, o cualquier otra cosa? ¿Y a ti, Amelia?
—Llámame Cope —dijo el señor Carmichael, sonriendo. Se parecía demasiado a la sonrisa de un tiburón como para calentarme el corazón—. Por supuesto, una copa de lo que tenga abierto. ¿Y tú, pequeña?
—Un poco de blanco —dijo Amelia, y mientras me dirigía a la cocina oí que le decía a su padre que tomara asiento.
Serví el vino y lo coloqué en la bandeja junto con nuestros entrantes: crackers, queso brie caliente para untar y mermelada de albaricoque mezclada con chile. Teníamos unos cuchillitos muy monos que quedaban estupendos en la bandeja y Amelia había comprado servilletas de cóctel para las bebidas.
Cope tenía apetito y disfrutó con el brie. Probó el vino, que era de una marca de Arkansas, e hizo un educado gesto de aprobación. Bueno, al menos no lo escupió. Yo apenas bebo y no soy para nada una experta en vinos. De hecho, no soy una experta en nada. Pero disfruté de aquel vino, sorbito a sorbito.
—Amelia, cuéntame a qué te dedicas mientras esperas a que te arreglen la casa —dijo Cope, una forma de iniciar una conversación que me pareció razonable.
Iba a decirle que, para empezar, no se dedicaba a enrollarse conmigo, pero me pareció que quizá resultaría demasiado directo. Me esforcé por no leerle los pensamientos pero, lo juro, con él y su hija en la misma estancia, era como estar escuchando las noticias de la tele.
—He estado haciendo un trabajo de archivo para un agente de seguros de la ciudad. Y trabajo a tiempo parcial en el bar Merlotte's —dijo Amelia—. Sirvo copas y pollo frito de vez en cuando.
—¿Te resulta interesante trabajar en un bar? —Cope no lo dijo con sarcasmo, tengo que admitirlo. Estaba segura, sin embargo, de que también había investigado a Sam.
—No está mal —dijo Amelia con una leve sonrisa. Veía a Amelia muy comedida, de modo que examiné su cerebro y vi que estaba esforzándose en seguir el tono coloquial de la conversación—. Me dan buenas propinas.
Su padre asintió.
—¿Y usted, señorita Stackhouse? —me preguntó con educación Cope.
Lo sabía todo sobre mí, excepto el tono de laca de uñas que utilizaba, y estaba segura de que lo añadiría con gusto a mi ficha de poder hacerlo.
—Trabajo a tiempo completo en el Merlotte's —dije, como si él no lo supiera—. Llevo años allí.
—¿Tiene familia en la zona?
—Oh, sí, somos de aquí de toda la vida —dije—. Vamos, siempre y cuando pueda decirse que los americanos somos de aquí de toda la vida. Pero la familia ha ido menguando. Ahora sólo quedamos mi hermano y yo.
—¿Un hermano mayor? ¿Menor?
—Mayor —respondí—. Casado, hace muy poco.
—Así que es probable que pronto haya pequeños Stackhouse —dijo, tratando de transmitir que aquello era bueno.
Moví afirmativamente la cabeza como si la posibilidad también me complaciera. No me gustaba mucho la esposa de mi hermano y veía muy probable que los niños que pudieran tener fueran malísimos. De hecho, ya había uno en camino, siempre y cuando Crystal no volviera a sufrir un aborto. Mi hermano era un hombre pantera (por mordisco, no por nacimiento) y su esposa era una mujer pantera pura (es decir, por nacimiento). Criarse en la pequeña comunidad de seres pantera de Hotshot no era cosa fácil, y sería más complicado si cabe para los niños que no fuesen cambiantes puros.
—¿Te sirvo un poco más de vino, papá? —Amelia se levantó de su asiento como un tiro y corrió hacia la cocina con la copa de vino medio vacía. Bien, tiempo a solas con el padre de Amelia.
—Sookie —dijo Cope—, ha sido muy amable al permitir que mi hija viva con usted todo este tiempo.
—Amelia paga un alquiler —dije—. Compra la mitad de la comida. Paga su parte.
—De todos modos, me gustaría que me permitiera darle algo a cambio.
—Lo que Amelia me da en concepto de alquiler es suficiente. Al fin y al cabo, también ha pagado algunas mejoras que hemos hecho en la propiedad.
El rostro del padre de Amelia se afiló entonces, como si estuviera olisqueando la pista de algo importante. ¿Pensaría que había convencido a Amelia para instalar una piscina en el jardín?
—Ha instalado un aparato de aire acondicionado de ventana en la habitación de arriba —dije—. Y ha conseguido una línea telefónica adicional para el ordenador. Y creo que ha comprado también una alfombra y unas cortinas para su habitación.
—¿Vive arriba?
—Sí —respondí, sorprendida de que no lo supiera ya. A lo mejor su red de inteligencia no lo había averiguado completamente todo—. Yo vivo aquí abajo y ella vive arriba. Compartimos la cocina y el salón, aunque creo que Amelia también tiene un televisor arriba. ¿Amelia? —grité.
—¿Sí? —Su voz flotó por el aire procedente de la cocina.
—¿Sigues teniendo arriba aquel televisor pequeño?
—Sí, lo he conectado a la televisión por cable.
—Simplemente me lo preguntaba.
Sonreí a Cope, indicándole con ello que la pelota de la conversación estaba en su campo. El hombre estaba pensando en varias cosas que preguntarme y le daba vueltas también a la mejor manera de abordarme para conseguir el máximo de información. De pronto apareció un nombre en la superficie de su remolino de pensamientos y tuve que esforzarme mucho para que mi expresión siguiera siendo educada.
—La primera inquilina que Amelia tuvo en la casa en Chloe... era su prima, ¿verdad? —dijo Cope.
—Hadley. Sí. —Asentí sin perder la calma—. ¿La conocía?
—Conozco a su marido —dijo, y sonrió.
Sabía que Amelia había vuelto y estaba de pie junto al sillón orejero que ocupaba su padre, y también que se había quedado paralizada sin poder moverse. Me di cuenta de que pasé un segundo sin respirar.
—Nunca le conocí—dije. Tenía la sensación de estar caminando por la selva y acabar de caer en una trampa escondida. Me alegraba de ser la única telépata de la casa. No le había contado a nadie, absolutamente a nadie, lo que había encontrado en la caja de seguridad de Hadley el día que la vacié en un banco de Nueva Orleans—. Llevaban un tiempo divorciados cuando Hadley murió.
—Algún día tendrías que buscar tiempo para conocerlo. Es un hombre interesante —dijo Cope, como si no fuera consciente de estar lanzándome un auténtico obús. Naturalmente, esperaba mi reacción. Se imaginaba que yo desconocía por completo aquel matrimonio, que me había sorprendido del todo—. Es muy buen carpintero. Me gustaría recuperar su pista y contratarlo de nuevo.
El sillón en el que estaba sentado estaba tapizado en un tejido de color crema con un bordado de diminutas florecitas azules con tallos verdes. Seguía siendo bonito, aunque estaba descolorido. Me concentré en aquel estampado para no demostrarle a Copley Carmichael lo rabiosa que me sentía.
—No significa nada para mí, por muy interesante que sea —dije, con un tono de voz tan plano que podría incluso haberse jugado al billar sobre él—. Su matrimonio terminó. Como estoy segura de que ya sabe, Hadley tenía otra pareja cuando murió. —Fue asesinada. Pero el gobierno no solía tomarse la molestia de perder el tiempo con las muertes de los vampiros, a menos que dichas muertes estuvieran causadas por humanos. Los vampiros regulaban su propio orden.
—Pensé que de todos modos querrías ver al bebé —dijo Copley.
Gracias a Dios que capté aquello en la cabeza de Copley un segundo o dos antes de que pronunciara esas palabras. Pero incluso sabiendo lo que iba a decir, su comentario tan «despreocupado» me sentó como una patada en el estómago. No quería, sin embargo, darle la satisfacción de verme mal.
—Mi prima Hadley era una cabeza loca. Jugaba con las drogas y con la gente. No era precisamente la persona más estable del mundo. Era guapa, y tenía estilo, por eso siempre tuvo admiradores. —Ya estaba, lo había dicho todo sobre mi prima Hadley, los pros y los contras. Y no había pronunciado la palabra «bebé». ¿Qué bebé?
—¿Cómo le sentó a la familia que se convirtiera en vampiro? —preguntó Cope.
La transformación de Hadley fue un asunto de dominio público. Teóricamente, los vampiros «convertidos» tenían que registrarse cuando entraban en su estado alterado de vida. Tenían que decir quién había sido su creador. Era una especie de control gubernamental de natalidad de vampiros. Estaba segura de que el Despacho de Asuntos Vampíricos caería como una tonelada de ladrillos sobre aquel que se dedicase a crear demasiados vampiritos. Hadley había sido convertida por Sophie-Anne Leclerq en persona.